A Juan López lo asesinaron la noche del 14 de septiembre después de un evento religioso que la Iglesia católica llama «Celebración de la palabra». Juan era un delegado de esa Iglesia y acababa de «celebrar la palabra» cuando un sicario le arrebató la vida. Pero Juan realmente celebraba la palabra todos los días, y no solo en la iglesia. Él era un reconocido líder ambientalista y también dirigente político en el Partido Libertad y Refundación (Libre), por el cual resultó electo regidor de la alcaldía de Tocoa, en el departamento de Colón, en donde siempre señaló la corrupción y los vínculos entre el crimen organizado y los caciques políticos, incluso los de su propio partido.
Quienes mataron a Juan querían callarlo, pero sepan una cosa: ya es muy tarde, la voz de Juan está por todos lados.
La última vez que hablé con Juan me contó que estaba muy esperanzado por una reciente promesa que les había hecho el fiscal general de Honduras, Johel Zelaya, de que pronto se librarían requerimientos fiscales en contra de los empresarios a los que Juan más se enfrentó en los últimos años: Lenir Pérez y Ana Facussé, los dueños de Grupo Emco, un emporio centroamericano aliado con una transnacional estadounidense, dueños de un proyecto extractivista que Juan llamaba «un megaproyecto minero», que comprendía dos concesiones de explotación minera, una planta procesadora de acero y una planta de energía a base de petcoke. Todo altamente contaminante y sobre todo altamente conflictivo en una zona donde el tejido social ya estaba fracturado tras décadas de explotación de los recursos.
Por supuesto, los requerimientos fiscales no llegaron antes de que Juan fuera asesinado. Ahora le toca al fiscal general investigar y darle justicia a Juan, su familia y su pueblo.
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Cuando supe la noticia de que Juan había sido acribillado no podía creerlo. Juan era una persona muy reconocida. Es cierto que ya había recibido muchas amenazas, y, debido a ello, se le habían otorgado medidas de protección que nunca se cumplieron. Incluso tuvo que desplazarse temporalmente, fue criminalizado y encarcelado injustamente, perdió compañeros de lucha a manos de sicarios y vivió muchas pesadillas por su compromiso de defender las comunidades en la zona protegida donde se instaló el megaproyecto minero en Tocoa, al norte de Honduras. A pesar de todo, su asesinato fue una noticia inesperada.
Muchas veces le pregunté a Juan por qué no se iba del Aguán, y siempre me decía que sufría cuando no estaba en su pueblo. Decía que, incluso cuando tenía que salir temporalmente por seguridad, se la pasaba muy mal, incluso si iba a un pueblo similar. Juan tenía un amor enorme por su pueblo, por su comunidad.
Decidí escribir estas líneas desde el dolor que me produce contar las historias de violencia de mi país, porque me duele pensar que perdí una persona que confiaba en mí como para regalarme su palabra de denuncia y su conocimiento, y porque me duele siempre estar escribiendo sobre el país que amo, desde las sombras más profundas que generan la violencia, la desigualdad y la impunidad.
Escribo, sobre todo, porque creo, pienso y siento que a Juan no lo han podido callar sus asesinos. En muchas historias que contamos del Valle del Aguán está su voz, su análisis, su denuncia, en sus escritos que al menos cada semana mandaba a todos sus contactos por Whatsapp, en los que de manera incluso poética escribía lo que estaba analizando en ese momento.
Siempre me preguntaba al leerlo cómo hacía Juan para estar tan enamorado, enamorado de la vida, de su lucha, de su comunidad, de sus compromisos. ¿Cómo le hacía Juan para soñar y para enseñarnos que hay que tener esperanza?
En este momento, sigo sin poder imaginarme yendo al Aguán sin llamar a Juan para pedirle que me explique lo que está pasando, o que me cuente a profundidad las denuncias que ha decidido hacer, o que me acompañe donde sus otros compañeros para escucharles, o que me diga dónde ir a comer.
Ahora que Juan ha sido asesinado, lo van a escuchar más personas. Su palabra se va a regar, y ojalá llegue a los insensatos que lo quieren usar para justificar sus negligencias e incoherencias: los de su partido, los de su gobierno, los de su pueblo, los de su país. Espero que las palabras de Juan llenen muchas páginas de ahora en adelante y, sobre todo, que traigan un poco de justicia a la historia de mi país. Publicado originalmente en Contracorriente.
ESCRIBE
Jennifer Avila
Directora editorial de Contracorriente, el medio digital que ella co-fundó en 2017. Ha sido periodista, documentalista y líder de opinión en Honduras en la última década. Ha sido reconocida con el Latin American Studies Media Award en 2020 y el Premio Gabo a la Excelencia Periodística 2023, es parte de la comunidad de periodistas de ICIJ, la Red Centroamericana de Periodistas y la Redacción Regional.