Eliseo Núñez
22 de marzo 2023

¿Cómo y en qué momento se jodió Centroamérica?

Un hombre recoge basura mientras cocina elotes para vender en Managua, Nicaragua. Foto archivo de EFE.

“Centroamérica Región de Paz”. Con esta frase comenzábamos la década del noventa, frase esperanzadora que se anclaba en los distintos procesos de pacificación que ya mostraban resultados en Nicaragua, El Salvador y Guatemala. Las Guerras Civiles terminaban y daban paso a procesos de reconciliación, reconstrucción, se reducían los ejércitos, se proclamaba el aumento del gasto social, se impulsaba el proceso de integración regional, en fin, todo era esperanza, todo era jolgorio democrático.

Tres décadas después estamos enfrentando un panorama desolador. Centroamérica es el principal expulsor de migrantes de América Latina. El llamado triángulo norte presenta niveles asombrosos de inseguridad. Las dictaduras se consolidan, como es el caso de Nicaragua, o se ven en ciernes como es el caso de El Salvador con Nayib Bukele y Honduras con el clan Zelaya. La clase política es incapaz de recuperar prestigio y la Sociedad Civil languidece a manos de  los gobiernos que los acusan de ser agentes extranjeros o traidores de la patria, lo que hacen para justificar sus carencias de prestigio y efectividad. 

Además de todo lo anterior, la prensa libre es algo cada vez más escaso en la región. Entonces, las preguntas que surgen son elementales: ¿qué pasó? ¿qué no hicimos? ¿qué debimos hacer mejor? En conclusión, parafraseando a Zavalita, el personaje de Mario Vargas Llosa en Conversación en la Catedral, ¿cómo y en qué momento se jodió Centroamérica?

Creo que perdimos la perspectiva sobre cuál era el origen del problema. Asumimos como verdad absoluta el discurso de que las Guerras Civiles Centroamericanas fueron producto de la Guerra Fría, que fuimos peones de los bandos en conflicto y, por supuesto, una vez cesado este conflicto todo estaba solucionado. Se nos olvidó, o quisimos olvidar, que precisamente lo que nos convirtió en peones de guerras ajenas son nuestros propios modelos de sociedades altamente inequitativas y profundamente divididas. Como no lo vimos no lo tratamos, y a la vuelta de la esquina estamos de nuevo en conflictos políticos y sociales que se justifican en los pobres sin, obviamente, sacarlos de la pobreza.

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La inequidad en Centroamérica es realmente abyecta y lo peor es que los modelos económicos imperantes se apalancan en ella. Al tener economías extractivas basadas en el aprovechamiento excesivo de los recursos, y no en el conocimiento como fuente de riqueza, es rentable el tener pobres que cobren poco. Es una ventaja comparativa: es así como producir pobreza es un negocio bueno para el poder económico y el poder político. Unos consiguen ganancias y los otros seguidores.

Esto no se cambió en la década del noventa, más bien se ahondó y se aplicaron planes de ajustes estructurales que no eran acompañados por colchones sociales adecuados. Los discursos populistas encontraron en esto una inagotable veta para engañar a los pueblos, prometiéndoles acabar con la pobreza… y como era de esperarse no cumplieron sus promesas. Peor aún es el hecho que el crimen organizado se convirtió en un atajo para salir de la pobreza, de modo que el problema que era de los pobres por no tener para subsistir, se convirtió en un problema de todo el país por no poder tener seguridad. 

Las muertes en Centroamérica por causa de la delincuencia alcanzaron niveles superiores a muchas guerras como la de Afganistán o Siria. Es decir, las consecuencias de la inequidad terminaron por meternos en un nuevo tipo de conflicto, en el cual las reivindicaciones sociales no son esperadas de una buena gestión pública, si no que son obtenidas individualmente por la actividad delincuencial. Es un problema de seguridad, pero más que eso es un problema moral y económico al cual estamos obligados a darle solución.

Como sociedad no podemos seguir viendo la inequidad como un problema de otros. La pobreza de nuestros pueblos termina alcanzando a toda la sociedad, a los pobres en forma de hambre y a los ricos en forma de inseguridad. Debemos repensar la base de nuestro desarrollo y hacer de una vez por todas la apuesta por la educación. 

La solución pasa por la construcción de ciudadanía que demande políticas públicas pensadas para sostener a una población pobre mientras se construyen las bases del crecimiento. Es una apuesta estratégica de largo plazo que requiere sacrificar algo en el presente de algunos, pero garantizar el futuro para todos. No podemos seguir adelante con los modelos económicos imperantes: la era del conocimiento está aquí y es una gran oportunidad que debemos tomar. Así que sembremos en lo más fértil de nuestros suelos, sembremos conocimiento en las mentes de nuestros niños y jóvenes. ¡Apostemos por el futuro!

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Eliseo Núñez

Abogado con más de 20 años de carrera, participa en política desde hace 34 años sosteniendo valores ideológicos liberales.