Franklin Villavicencio
20 de noviembre 2023

Dignidad intacta


—¿Qué harás cuando seas libre?
—Bailar.
Escena de la película “Jojo Rabitt” (2020)

La felicidad colectiva que Nicaragua ha vivido en los últimos tres días se puede entender a través de los símbolos y el contexto. Un país se paralizó tras la coronación de Sheynnis Palacios como Miss Universo 2023, y este hito va más allá de lo material. Persiste, en el fondo, la dignidad de toda una sociedad al ser reconocida no solamente como un infierno en la tierra. 

La reina de belleza fue ese catalizador que representa una serie de cualidades capaces de reafirmar una nicaraguanidad sana. El nicaragüense debe entender que también es carismático (no sólo pendenciero), inteligente (no sólo “vivo”), reflexivo (no sólo belicoso), auténtico (no sólo mentiroso), honesto (no sólo corrupto). Por ello, la victoria de Sheynnis es un soplo de esperanza, de nuevos futuros posibles. Figuras como ella son importantes, porque revelan códigos de valores que contraponen los rasgos autoritarios que están presentes en la vida diaria. 

Reinado complejo

Cuando todo es político, es imposible que un certamen no se vea salpicado por un contexto difícil. El evento se llevó a cabo bajo el autoritarismo y el uso excesivo de la imagen del presidente Nayib Bukele, ensalzado como ningún jefe de Estado en una actividad de esa naturaleza. Bukele, como lo hicieron otros dictadores en el pasado a través del deporte, busca relanzar su imagen autoritaria en forma de benefactor de la “belleza universal”. Se ve a sí mismo como el responsable de la transformación salvadoreña. Y este fue su evento. 

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Las cargas y los guiños están profundamente presentes en este certamen que no es para nada frívolo. Aunque las discusiones en redes se centren en hacer una pausa del contexto sociopolítico, en apartar y no combinar los hechos, cada hora que pasa la realidad se hace presente con los mensajes que ha lanzado el régimen de Nicaragua. Sheynnis lleva la cinta con el nombre de un país complejo, en crisis, gobernado por un totalitarismo que una vez más reveló los malabares mentales que debe hacer para dar una buena cara al mundo.

Los símbolos que nunca mueren

La reina nicaragüense movió a miles como muy pocas cosas lo han hecho en los últimos años. Símbolos como la bandera azul y blanco resurgieron, recordándonos los elementos capaces de unificar a la sociedad. Es un claro ejemplo a la construcción de un “Estado-nación” diferente al régimen actual —término que la socióloga Elvira Cuadra lo ha explicado en diversos estudios cuando ha descrito las nociones democráticas de los jóvenes—.

Nicaragua tiene una sociedad activa, a pesar de la represión, con un arraigo profundo en sus signos. Esto se traduce en una preocupación real por el país y su destino. Es el nacionalismo en un espectro tolerable, inclusivo y no tóxico. Es la esencia misma que movió a muchas personas a salir a las calles para defender sus derechos, pero son cualidades que se suelen esconder, porque el poder no tolera la disidencia. Cuando la corrupción, la brutalidad y la ignorancia son la regla de un gobierno —de un régimen político— ser diferente a ello puede acarrear un enorme costo. Por eso, los nicaragüenses, como cualquier sociedad que vive bajo una dictadura, conocen muy bien el arte de las apariencias. 

Las narrativas, las características y la historia de vida tienen una clave importante para entender a quiénes admiran los nicaragüenses y a quiénes repudian. El sábado en la noche, con centenares de personas bailando en las calles de todo el país, se materializó una identidad de orgullo, respeto y relevancia.

Pero, sobre todo, se reivindicó la alegría. Para el nicaragüense, como un ser resiliente y dicharachero que es, reírse de las desgracias propias y ajenas es una cualidad común. Que el baile persista en medio de un éxodo masivo nos recuerda que toda revolución personal y colectiva pasa por la risa.

Por esa razón, después de la algarabía y la resaca de la felicidad, es esencial que dediquemos unos minutos a realizar una metalectura de esa histórica noche que le devolvió la dignidad a un país desesperanzado, afectado hasta la médula por la represión y la migración.

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Franklin Villavicencio

Periodista nicaragüense radicado en la Ciudad de México. Escribe para Divergentes. Ganador del Premio Ortega y Gasset en el 2022; y del Premio SIP a la Excelencia Periodística. Le interesan los temas sobre migraciones, derechos humanos y política.