Han pasado 36 años desde la masacre de la Plaza de Tiananmén, aquel 4 de junio de 1989 en que el régimen del Partido Comunista de China (PCCh) desplegó tanques y tropas para aplastar un movimiento estudiantil pacífico que pedía democracia. Aquella brutal represión conmocionó al mundo y sigue proyectando una larga sombra sobre el nefasto historial de derechos humanos de China.
A pesar de las décadas transcurridas, el espíritu de aquellos estudiantes no ha muerto. Los ideales por los que lucharon —derechos humanos, libertad, democracia— permanecen vivos. El PCCh sigue tratando de suprimir esos ideales dentro de China, incluso exportando su manual autoritario a otros países, pero la memoria se ha convertido en una forma de resistencia. Hoy, recordar Tiananmén es un acto de desafío al olvido impuesto. Las nuevas generaciones y la diáspora china han encontrado maneras creativas de mantener viva la llama. Cuando las autoridades censuraron lemas, los manifestantes alzaron hojas en blanco; cuando borraron de internet las imágenes de la violencia estatal, artistas, tecnólogos y archivistas en la diáspora las reensamblaron mediante inteligencia artificial, instalaciones inmersivas y repositorios en blockchain. La memoria de Tiananmén, aunque silenciada en las plazas de Pekín, no ha desaparecido: se ha globalizado.
Esa resistencia vive también en los testimonios de sobrevivientes heroicos. Pienso en Fang Zheng, a quien tuve la oportunidad de escuchar en el Oslo Freedom Forum (OFF). Fang era uno de esos estudiantes en 1989. Mientras evacuaba la plaza en la madrugada del 4 de junio, un tanque del Ejército chino lo atropelló y le aplastó las piernas, causándole la amputación de ambos miembros inferiores. El gobierno intentó forzarlo a mentir, a decir que su mutilación fue causada por un accidente de tráfico, pero Fang se negó a encubrir la verdad. Años después, en 2018, compartimos tiempo en el OFF y pude escuchar su testimonio, dado con serenidad y firmeza.
Posteriormente, en Suiza, durante la Cumbre de Ginebra de 2023 (Geneva Summit), tuve el honor de conocer a quien ahora considero un hermano: Yang Jianli, a quien cariñosamente llamamos “Doc”. Jianli es un activista chino por la democracia, exiliado y también exprisionero político. Ambos padecimos la cárcel por enfrentarnos a regímenes autoritarios; él, tras Tiananmén, y yo, bajo la dictadura de Ortega. Esa experiencia compartida forjó una amistad cimentada en ideales comunes, que se ha materializado en una colaboración académica, como nuestro reciente informe sobre presos políticos para el EU Political Report.
Lo más significativo de esa amistad con Jianli “Doc” y con Fang Zheng es que, a través de ellos, pude conocer una versión de la historia de Tiananmén que no logré obtener ni en más de una decena de viajes a China.
Antes de mi encarcelamiento en Nicaragua, durante mi etapa en el sector privado, viajé varias veces a China. Visité Pekín, Dalian, Shanghái, Tianjín… incluso fui conferencista invitado en la Universidad de Tsinghua. Tenía curiosidad por saber cómo China recordaba (o no) Tiananmén. Como me lo esperaba, me topé con un vacío histórico abrumador. En librerías, museos o conversaciones cotidianas era prácticamente imposible encontrar referencias al 4 de junio de 1989. Preguntar abiertamente sobre el tema generaba incomodidad o silencio. En China, la fecha del 4 de junio es uno de los mayores tabúes nacionales, y el régimen emplea vastos recursos —incluida alta tecnología— para borrar cualquier discusión o reconocimiento del tema dentro del país. El PCCh ha perfeccionado su aparato de control: limpia de internet hasta las alusiones más sutiles a Tiananmén y vigila de cerca a cualquier voz disidente. Lo comprobé personalmente en cada una de esas ciudades: era como si aquella masacre jamás hubiese ocurrido.
Al mismo tiempo, pensé en mi propio país. ¿Acaso no intentan lo mismo todas las dictaduras? El régimen de Daniel Ortega en Nicaragua, tan servil a Pekín en tantas cosas, reproduce esas tácticas de ocultamiento. Ortega rompió relaciones con Taiwán para congraciarse con China, clona leyes mordaza y tecnología de vigilancia, e impone una narrativa única de la historia reciente. La propaganda oficial insiste en borrar o distorsionar las masacres cometidas por la dictadura sandinista, incluso antes de abril de 2018.
Un ejemplo infame es la “Navidad Roja”, aquella operación militar a inicios de los años 80 en la que el Ejército sandinista arrasó comunidades indígenas miskitas en la Costa Caribe. Fue un genocidio silenciado: decenas de hombres, mujeres y niños indígenas asesinados y lanzados al río, fosas comunes secretas, pueblos enteros desplazados. Hoy, esa masacre de 1981-82 permanece casi olvidada —u olvidada adrede— en Nicaragua, minimizada por el oficialismo. Para nuestra vergüenza colectiva, gran parte de Nicaragua ha “olvidado” aquella trágica Navidad. Al igual que Tiananmén en China, la Navidad Roja en Nicaragua es una verdad incómoda que el poder quiso enterrar.
Y podríamos mencionar muchos otros casos: los gulags soviéticos, cuyos horrores fueron negados y ocultados durante décadas; las matanzas de dictaduras militares latinoamericanas borradas de los libros de texto; o las masacres contra pueblos indígenas en diversos continentes, encubiertas bajo el manto del olvido. Todas estas atrocidades comparten un patrón: las dictaduras que las perpetraron buscaron borrar toda huella, reescribir la historia, negar justicia.
Sin embargo, por más poder que tenga una dictadura, no puede ocultar la verdad para siempre. La memoria de los pueblos es tenaz. Recordar es un acto de resistencia. Cada vela encendida en vigilia, cada testimonio, museo virtual o amistad forjada en la lucha por la memoria, cada artículo escrito en libertad, mantienen vivo el recuerdo de lo que pasó y de por qué no debe volver a pasar. La verdad, tarde o temprano, encuentra caminos para salir a la luz.
En el aniversario de Tiananmén honramos a quienes dieron su vida por la libertad en aquella plaza de Pekín y renovamos nuestro compromiso con la memoria. Porque la memoria es la voz que susurra, incluso en la oscuridad de la censura, que lo ocurrido ocurrió, que no lo hemos olvidado. Ninguna dictadura, ni en China, ni en Nicaragua, ni en ningún rincón del planeta, podrá sepultar la verdad para siempre, porque no hay futuro sin memoria.
ESCRIBE
Félix Maradiaga
Presidente de la Fundación para la Libertad de Nicaragua. Es académico, emprendedor social y defensor de derechos humanos nicaragüense. En el año 2021 fue candidato presidencial en las primarias de la oposición por parte de la Unidad Nacional Azul y Blanco. Por ser una de las voces más críticas contra el régimen de Ortega, fue arbitrariamente encarcelado por más de veinte meses.