Ni las siete letras con que se escribe la palabra Nicaragua alcanzan para describir ese mágico país. Nacimos bajo una bandera que tiene el mismo color del cielo con una geografía marcada por los volcanes, los ríos, lagos, y dos océanos que bañan nuestras costas. Una tierra caliente que se erige como una enorme maravilla en América Central, llena de poesía, música y tradición.
Según el libro El Naturalista de Tomás Belt, la nación era un territorio fértil al momento de la conquista española y cita a Pascual de Andagoya, un militar y explorador español, que narró que se producía maíz en abundancia y criaban además muchas aves de corral, se comía carne, pescado y donde abundan las buenas frutas, miel y cera, “con que se proveen los países vecinos”.
En la escuela, me enseñaron a entender la patria como ese espacio geográfico de todos. Pero también me hablaron de la identidad que nos une con nuestros antepasados y una historia de la que debemos sentirnos orgullosos. Ser nicaragüense es igual a ser solidario, amable, hospitalario, generoso. A cualquier forastero, le bastará unos minutos para reconocer en mis coterráneos estos valores con los que crecimos.
Han pasado casi cuatro años desde mi salida al exilio. La mente de un exiliado siempre es una máquina de memoria y pienso frecuentemente en Nicaragua. Mi país es también el brazo de mi madre, a quien extraño. Es la tumba de los familiares de quienes no he podido despedirme, a causa de que debía estar lejos para protegerme ante la represión desatada por el régimen.
La patria es la amistad. Es el mercado que me gusta recorrer para escuchar las voces de nuestra gente y también esa vida cotidiana que se desarrolla entre la pobreza y la reinvención para sobrevivir. Son los valores compartidos con las víctimas de la represión que piden justicia y el respeto a las creencias religiosas. También Nicaragua es aquella flor de gardenia que en invierno tiene la gracia de invadir de un olor agradable la sala de la casa que quedó sola cuando mi familia siguió mis pasos, seis meses después, para resguardar también su integridad.
En la historia de Nicaragua, también hemos vivido más en tiranía que en democracia. Los ejércitos han estado al servicio del tirano de turno. Entre los rasgos de la política local, identificados por el excanciller Emilio Álvarez Montalván, está el personalismo, expresado en la adhesión a una persona desde el punto de vista político.
“Ello conduce fácilmente al culto a la personalidad. En tal escenario, el líder se apodera de la voluntad de sus clientes, a quienes usa a su capricho y antojo, en toda clase de circunstancias. En esa situación el líder termina adueñándose de su partido, a quien usa de mera caja de
resonancia de sus intereses”, escribió Álvarez en su libro Cultura Política Nicaragüense.
En Nicaragua, Daniel Ortega dirige el país desde enero de 2007, instaurando un esquema de control familiar similar al dictador que ayudó a derrocar cuando era joven en 1979. La diferencia es que logró instaurar una dictadura bicéfala, si se suma la influencia omnipresente de su esposa Rosario Murillo.
Cuando la pesadilla impuesta por la última dictadura haya pasado en Nicaragua, deberemos recordar sus crímenes, el insulto cotidiano de Murillo y el intento constante de ambos dirigentes políticos de rebajar la condición de seres humanos a sus críticos. A pesar de todo, no lo han logrado. Tampoco nos quitarán a los exiliados nuestro amor al país. Se sostienen en la violencia. Otra parte del guión es el control de la palabra para reescribir la historia a su conveniencia.
En ese sentido, el verbo matar con el que se mancharon las manos en 2018 ahora lo intentan vender como un acto heroico que defendió a Nicaragua del “intervencionismo” y persiguió a los “terroristas”; la patria es entonces sinónimo de ellos mismos, reducida a poco más que una finca. La suya.
Todo lo opuesto a los intereses dictatoriales es perseguible y condenable. Sintiéndose autoritarios e impunes, a los legisladores orteguistas se les ocurrió reformar nuevamente la Constitución. En febrero pasado, la Carta Magna nombró “copresidentes” a Ortega y Murillo, abolió la separación de poderes e instaló a los paramilitares como parte de su aparato represivo. La nueva propuesta anuncia que le quitarán su nacionalidad a quienes opten a otra. Represión transnacional.
La Asamblea Nacional citó a Sandino para justificar la medida, en ocasión del 130 aniversario de su natalicio. La votación fue unánime y para despejar las dudas de su clara subordinación a los Ortega Murillo, la nota de prensa indica que “la modificación a la Carta Magna inspirada en el legado de nuestros Héroes y Mártires, que en el transcurso de la historia han venido forjando nuestra orgullosa nacionalidad, refuerza también la continuidad de nuestro Estado Revolucionario y el orgullo de ser nicaragüense, y garantiza que la ciudadanía no será utilizada como instrumento para intereses foráneos”.
Con ese falso relato han castigado a centenares. Desde febrero de 2022, la dictadura declaró traidores de la patria y despojó de la misma al menos a 452 personas, entre expresos políticos y personalidades. Primero fue con el grupo de los 222, el obispo Rolando Álvarez, después con 94. Finalmente castigaron a los 135 que desterraron a Guatemala.
El único pecado de las víctimas del régimen fue pensar distinto. Pero a este grupo de afectados habrá que agregar a quienes sus documentos de nacionales se les han vencido. Vivirían una apatridia de facto, sino fuera porque los Estados receptores de los afectados han emitido documentos para identificarlos y que puedan seguir su vida lo más cercano a la normalidad.
Por eso, quienes estamos en el exilio hemos aprendido que la patria también es aquel lugar que nos recibe, nos da libertad y son también aquellos amigos que nos abrieron sus brazos en duros momentos. Debemos seguir denunciando a Ortega y Murillo. Desde el punto de vista legal, según el artículo 15 de la Convención de Derechos Humanos, toda persona tiene derecho a una nacionalidad y “a nadie se le privará arbitrariamente”. Esta nueva violación de derechos humanos de Ortega y Murillo ratifica su voluntad totalitaria.
Estas actuaciones permiten que revaloricemos algunas palabras pronunciadas por los funcionarios. Otras veces lo he dicho: Cuando dicen paz, ellos hacen la guerra. La verdad oficial es tan solo mentira. Quiero agregar otra palabra para evaluar. Revisemos ahora el vocablo sicario. Según el diccionario, proviene del latín sicarius. Se trata de un asesino asalariado. Tiene como sinónimo matón.
De alguna manera también puede definir a los legisladores como Gustavo Porras y sus secuaces. Es justo llamarlos sicarios legislativos. Ellos son padres del marco jurídico de 2020 con el que encarcelaron a miles de personas, y son corresponsables del sufrimiento de las familias de las víctimas. Aunque el poder parece absoluto y tienen todo bajo control a nivel interno, siguen haciendo daño. Ahora quieren constitucionalizar otra forma de privación de la nacionalidad. El tema es que jamás podrán arrebatarnos a Nicaragua. Ese país nos define siempre adonde quiera que vayamos como los lagos, los volcanes, y los dos océanos que bañan nuestras costas.
ESCRIBE
Octavio Enríquez
Freelance. Periodista nicaragüense en el exilio. Escribo sobre mi país, derechos humanos y corrupción. Me gustan las historias y las investigaciones.