Carolina Ovares-Sánchez
28 de octubre 2022

Elecciones brasileñas 2022 en clave centroamericana

El ex mandatario progresista Luiz Inácio Lula da Silva (i) y el ultra derechista Jair Bolsonaro (d) participan en un debate presidencial de cara a la segunda vuelta de las elecciones presidenciales de Brasil. Foto: EFE.

El pasado domingo 2 de octubre se llevó a cabo uno de los procesos electorales más importantes de la región: las elecciones nacionales de la República Federativa de Brasil para renovar los cargos de representación popular de la presidencia, el Congreso nacional y otros cargos a escala subnacional. Las dos principales figuras que se disputan la presidencia son el actual presidente Jair Messias Bolsonaro (Partido Liberal) y el expresidente Luiz Inácio Lula da Silva (Partido de los Trabajadores). Los resultados oficiales fueron de un 47,91% (55 millones de votos) para Da Silva contra un 43,25% (50 millones de votos) de Bolsonaro. Acorde al sistema electoral de este país, si ninguno de los candidatos obtiene el 50% más uno de los votos válidos, corresponde realizar una segunda vuelta o balotaje, la cual será llevada a cabo este 30 de octubre.

¿Qué representan estas elecciones en Brasil para América Central o el istmo centroamericano en términos de cultura política y la institucionalidad democrática? A continuación intentaré ofrecer algunas líneas para analizar este proceso electoral en clave centroamericana. 

El gigante suramericano, grande en extensión y uno de los más poblados de la región (215 millones de habitantes y 156 millones de electores),  puede parecer muy lejano para nuestra subregión. Después de todo, el istmo centroamericano se encuentra -al menos- a cuatro mil kilómetros de distancia y si bien las economías están integradas (hay relaciones comerciales y diplomáticas), Brasil no está entre sus principales socios comerciales.

Aun así, este país suramericano es una potencia regional y constituye una de las cuatro democracias más grandes del mundo. En relación a su sistema o régimen político, ha sido una democracia electoral estable desde 1985, es decir desde el final de su última dictadura militar.

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A pesar de esto, el resultado final de estos comicios puede traer consecuencias importantes para Brasil y en general para la región Latinoamericana: me interesa señalar tres razones para justificar esta afirmación.  

La primera es que se desarrollaron en un clima extremadamente polarizado, como lo dibujan sus resultados de primera vuelta, la polarización social puede volverse un problema cuando se le suma un segundo factor: el ambiente políticamente violento en que se dieron estos comicios. Este es el segundo motivo que me interesa señalar, antes de la primera vuelta ocurrieron episodios de violencia política incluidos asesinatos, siendo la mayoría de bolsonaristas contra simpatizantes de Lula y el PT. Lo anterior, en un país donde la ciudadanía se ha armado más desde que asumió Bolsonaro. 

  En los regímenes políticos actuales que son democracias representativas, las elecciones constituyen uno de los principales mecanismos claves por medio del cual la ciudadanía tiene la oportunidad de participar en  pie de igualdad (una persona, un voto) en la toma de decisiones políticas, una de estas decisiones es la elección de representantes políticos a través de elecciones periódicas. Estas, para tener un resultado legítimamente democrático, deben ser competitivas, transparentes, libres e igualitarias. Empero, dista mucho de estas condiciones ideales si en un proceso electoral hay miedo de que al expresar la elección política-partidaria se sufra violencia. Esto es lo que sucede en Brasil: la campaña electoral ha sido una de las más violentas desde el retorno de la democracia, al punto tal que casi siete de diez personas temen ser atacadas por motivos políticos, según  Datafolha.

Es cierto que Bolsonaro (quien asumió la presidencia en el 2018) no ha degradado la democracia de Brasil hasta el punto de descenderla a un régimen autoritario, a diferencia del gobierno de Ortega-Murillo en Nicaragua con un ejercicio autoritario del poder y violación sistemática de derechos humanos, o la deriva autoritaria del régimen híbrido/autocracia electoral de El Salvador donde gobierna Nayib Bukele, o lo que ocurre en la Guatemala de Alejandro Giammattei, con la encarcelación de periodistas y criminalización contra los operadores de justicia. No obstante, sí ha buscado desacreditar las instituciones al amenazar con desconocer el resultado de las elecciones si no le era favorable. También ha sido el protagonista de un negacionismo pandémico y ambiental e incluso llegó a afirmar que el virus de la Covid-19 era solo una “gripecita”.

Considero que no ha degradado a la democracia al punto de llevar a Brasil a ser calificada como una autocracia y el ejemplo de la primera vuelta electoral lo deja claro: persisten instituciones democráticas claves. De entre estas se destacan los árbitros del juego electoral. Hago referencia al rol político del Tribunal Supremo Electoral, el cual ha mostrado una resiliencia ante los ataques desde el poder político, en medio de las acusaciones contra las urnas electrónicas por parte del actual jefe de Estado y de Gobierno. Aunado a que las elecciones en primera vuelta fueron indudablemente reales, a diferencia de las farsas electorales que ocurren en regímenes no democráticos. 

El actual presidente de Brasil es el líder consolidado de la derecha radical y con tintes fascistas, conforme a la calificación por expertos como Federico Finchelstein. Dentro de sus facetas más notables en este sentido, se encuentran sus vínculos con milicias, que son grupos paramilitares que controlan territorios y han constituido feudos electorales. Por otro lado, como actor político, Bolsonaro ha construido y contribuido a inflar un clima político ya polarizado y con hartazgo hacia la clase política (recordemos las denuncias por corrupción hacia el PT, el encarcelamiento de su candidato actual y los escandalosos casos  judiciales como el Mensalão y la Operación Lava Jato). 

Las actuaciones del actual mandatario han llevado a que el Brasil actual retrocediera en el marco democrático y en el consenso democrático y por ende la salud de la democracia brasileña se ha deteriorado. Diversos indicadores e índices de democracia dan cuenta de esta realidad: es una democracia electoral pero con graves problemas.

Ahora bien,  el tercer y último aspecto que me interesa abordar es la construcción y consolidación del bolsonarismo como sujeto/proyecto político. La legitimación de un discurso y prácticas de un líder con las características de Bolsonaro ha provocado -en parte- que un sector de la ciudadanía y la sociedad brasileña abrace prácticas autoritarias como forma de conducirse en lo político y lo público, lo que ha provocado una fisura en las bases para sostener un tejido social democrático. En estas elecciones, que finalizan el 30 de octubre, la sociedad brasileña se está jugando decidir entre una senda autoritaria y una democrática. Ambas vías son muy conocidas por los países del istmo y actualmente las democracias centroamericanas también se enfrentan a sendas político-constitucionalmente peligrosas. Queda claro, sin embargo, cuál es la vía que hemos de preferir: valorar una vida en comunidad política donde se respete la tolerancia y la inclusión y se rechace la “demonización total del enemigo interno imaginado”. Por todo ello, la influencia política y ejemplo de lo que suceda en Brasil nos debe importar.

ESCRIBE

Carolina Ovares-Sánchez

Politóloga y socióloga centroamericana, docente de la Universidad de Costa Rica. Es candidata a doctora en Ciencia Política por la Universidad Nacional de San Martín en Buenos Aires. Colaboradora del Observatorio de Reformas Políticas en América Latina. Se desempeña en el área académica y en el análisis político y electoral. Sus áreas de investigación son instituciones democráticas, la intersección entre justicia y política y sobre mecanismos de democracia directa. Es parte de la Red de Politólogas.