En un giro inquietante de los acontecimientos, que reafirma la postura intransigente de Rusia en el escenario mundial, la reciente amenaza de Dmitry Medvedev, vicepresidente del Consejo de Seguridad de la Federación de Rusia, sobre el uso potencial del arsenal nuclear ruso si Ucrania alcanza sus objetivos bélicos destaca una vez más la peligrosa dirección que ha tomado el Kremlin bajo el liderazgo del dictador Vladimir Putin. Esta declaración no solo refleja la disposición de Rusia a escalar conflictos hasta extremos inimaginables, sino que también subraya un desdén absoluto por la vida humana y la estabilidad global, una postura que se ha manifestado de manera más sombría con el asesinato de Alexei Navalny, líder de la oposición.
La eliminación de Navalny, a pesar de las claras advertencias de Estados Unidos y Europa para respetar la vida del opositor ruso, demuestra que Putin no tiene intención de moderar su agresividad, ni dentro de sus fronteras ni en el ámbito internacional. La muerte de Navalny no es un incidente aislado, sino un capítulo más en la larga historia de represión, censura y violencia que caracteriza al régimen de Putin contra cualquier forma de disidencia o crítica. Es más que una muestra sangrienta del desprecio de Putin a las advertencias de Occidente. Es un anuncio de una escalada de la agresión rusa.
En ese sentido, la reciente retórica de Medvedev es particularmente alarmante, no solo por la amenaza implícita de una guerra nuclear, sino por lo que representa en términos de la postura estratégica de Rusia. Algunos observadores occidentales han descalificado la seriedad de Medvedev, incluso bromeando de que son declaraciones incendiarias sin respaldo de Putin o del establecimiento militar, e incluso bromeando de que podía estar ebrio cuando publicó esa amenaza en su canal de Telegram.
Lo cierto es que Medvedev ha dicho sin ambigüedades que Rusia está dispuesta a atacar a Kiev, Berlín, Londres, Washington y otros lugares en caso de verse obligada a retornar a las fronteras de 1991. Medvedev pinta un escenario apocalíptico que parece desafiar cualquier lógica estratégica o moral. Esta amenaza de recurrir a “todo el arsenal estratégico” en caso de una derrota territorial refleja una peligrosa disposición a sacrificar la humanidad por un concepto distorsionado de victoria nacional. Podemos seguir diciendo desde Occidente que son declaraciones descabelladas, si eso es lo que la comodidad del “wishful thinking” nos sugiere, pero la realidad es que ya no es posible decir que la amenaza nuclear es totalmente improbable. Es un enunciado de uno de los más altos funcionarios del Kremlin y círculo íntimo de Putin.
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Este comportamiento temerario destaca una realidad inquietante: bajo Putin, Rusia parece haber abandonado cualquier pretensión de adherirse a normas internacionales, incluidas aquellas relacionadas con la regulación nuclear. La indiferencia mostrada hacia los tratados internacionales y el bienestar global revela una estrategia de poder que busca intimidar y coaccionar, en lugar de participar en el diálogo y la cooperación.
El asesinato de Navalny y las declaraciones sobre el uso de armamento nuclear son dos caras de la misma moneda: una demostración de fuerza diseñada para proyectar poder y disuadir la oposición, tanto interna como externa. Sin embargo, este enfoque no solo socava la estabilidad global y regional, sino que también pone de relieve la vulnerabilidad del régimen de Putin, que recurre a medidas extremas para asegurar su supervivencia.
La comunidad internacional debe tomar estas amenazas en serio, no solo como un reflejo de la capacidad destructiva de Rusia, sino como una llamada de atención sobre la urgencia de abordar la conducta imprudente de Putin. La historia nos enseña que subestimar o ignorar tales advertencias puede tener consecuencias catastróficas. Es imperativo que Estados Unidos, Europa y sus aliados redoblen sus esfuerzos para contrarrestar la agresión de Rusia, promoviendo al mismo tiempo el diálogo y la diplomacia para evitar una escalada hacia un conflicto de proporciones inimaginables. La muerte de Navalny no debe ser en vano; debe servir como un recordatorio sombrío de lo que está en juego si permitimos que la tiranía y la ambición desmedida dicten el curso de la historia.
ESCRIBE
Félix Maradiaga
Presidente de la Fundación para la Libertad de Nicaragua. Es académico, emprendedor social y defensor de derechos humanos nicaragüense. En el año 2021 fue candidato presidencial en las primarias de la oposición por parte de la Unidad Nacional Azul y Blanco. Por ser una de las voces más críticas contra el régimen de Ortega, fue arbitrariamente encarcelado por más de veinte meses.