Dicen los memes –sabiduría autogestionada y popular– que en las colonias Condesa y Roma de la Ciudad de México los idiomas oficiales son el español y el inglés. Dicen también que el icónico audio de los fierros viejos –un patrimonio sonoro de la ciudad al igual que el organillero y la vaporera de los tamales–, tiene su propia versión exclusiva para dichos barrios: “We’re buying mattresses, drums, refrigerators, stoves, washing machines, microwaves or some old iron that you’re selling”.
En el humor se esconde una verdad que sufren los capitalinos. La gentrificación se ha enquistado en la Ciudad de México al punto que en ciertas áreas la presencia de nómadas digitales es mayor que la de residentes. A diferencia de los migrantes por razones políticas, los nómadas digitales pueden decidir en qué ciudad trabajar, cuentan con ingresos más elevados que un vecino promedio –y muchísimos más que un periodista nicaragüense, sin duda–.
Los nómadas están incomodando a los vecinos, quienes se ven desplazados de sus hogares ante el absurdo aumento de la renta, provocando un fenómeno que también empieza a preocupar a los refugiados que queremos sobrevivir en esta ciudad y tener acceso a una renta digna.
La primera vez que escuché sobre el nomadismo digital fue al cursar mis estudios de comunicación, en 2015. La pandemia de la Covid-19 explotó ese estilo de vida al encerrarnos a todos en trabajos remotos. Pese a que el virus ha sido controlado, el sistema laboral asimiló que la presencia de trabajadores en un cubículo es prescindible. Los creadores de contenido, administradores de redes sociales e influenciadores son los beneficiados y quienes pueden elegir en qué parte del globo reciben sus ingresos. Y han elegido México por lo “barato” y hipster que es.
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Los gobiernos locales vieron una oportunidad brillante al convertir sus ciudades en lugares atractivos para este sector. Y es que son los perfectos habitantes. Los nómadas digitales, según explica la revista académica The Conversation, no suelen participar en la vida local, pero sí consumir lo que los locales producen. El Gobierno de la Ciudad de México y la empresa Airbnb ha desatado una polémica al firmar un acuerdo que, en pocas palabras, promociona la capital como un destino creativo y atractivo para el nomadismo del siglo XXI. Suena todo muy geek y cool. Sin embargo, los datos apuntan a que la renta y el costo de la vida aumentarán.
Un estudio de Benvi y Quinto Andar, divulgado por el medio El Economista, posiciona a la Ciudad de México como “de las urbes más caras de América Latina en temas de alquileres, que rondan los 50,000 a 90,000 pesos mensuales”. Es decir, precios que se elevan a los 2,500 dólares estadounidenses. Dichos costos se concentran en los lugares donde Airbnb tiene mayores alquileres, como las delegaciones de Benito Juárez, Cuauhtémoc (que alberga a la Roma, la Condesa y al Centro Histórico) y Miguel Hidalgo. El nuevo acuerdo también contemplaría a áreas “no convencionales” de las demarcaciones de Iztapalapa, Xochimilco y Milpa Alta. No hay duda que existe una inflación mundial en ciernes, pero también el nomadismo digital elevará el precio de la vida en estas zonas. En los últimos seis meses que he vivido en Ciudad de México tras salir de Nicaragua por la represión del régimen de Daniel Ortega, he sido testigo del aumento de los tacos y de ciertos productos locales.
En medio de este panorama que es preocupante para los residentes, y mayor para el migrante, sobresale la conciencia de muchos mexicanos dueños de propiedades que, conociendo el contexto de nuestro desplazamiento, flexibilizan las condiciones y mantienen sus rentas a un precio razonable.
Caminando por la caótica pero hermosa Ciudad de México, pienso si en algún momento tendré que abandonar la colonia en la que vivo, la cual en los últimos meses ha entrado en las listas de “los cinco lugares para vivir en CDMX”, o “la joya de la ciudad a la que debes mudarte”. Seamos honestos: los periodistas no somos conocidos por amasar fortunas. Nuestra profesión es como el magisterio, mal pagado usualmente. No llegamos aquí para volvernos ricos, y a pesar que mantengo mi trabajo, que depende mucho de una computadora con internet, no soy un nómada digital. Me asumo como un migrante, como un solicitante de refugio dispuesto a vivir la vida local y de aprender de los chilangos y del país que me acoge. A diferencia de un nómada, si la renta sube y el costo de la vida se torna insostenible, los migrantes no contamos con un plan alternativo ni con la capacidad de mudarnos a Nueva York, São Paulo o Silicon Valley. Por esa razón, debemos de estar atentos al desarrollo de este tema en la ciudad, y porque es inconcebible escuchar el audio de los fierros viejos en otro idioma.
ESCRIBE
Franklin Villavicencio
Periodista nicaragüense radicado en la Ciudad de México. Escribe para Divergentes. Ganador del Premio Ortega y Gasset en el 2022; y del Premio SIP a la Excelencia Periodística. Le interesan los temas sobre migraciones, derechos humanos y política.