Complices Divergentes
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Luciano García Mejía
23 de junio 2025

Hasta luego, “líder”: el amigo que fue luz en el exilio

Funeral de Roberto Samcam en San José, Costa Rica. Foto de Miguel Andrés | Divergentes.

Antes que nada, deseo solidarizarme profundamente con toda la familia de Roberto: su esposa Claudia, sus hijos Claudia Clarissa, Carlos Roberto, María Chantal, Gabriel Alejandro, Samantha, su nieta Elena y el resto de familiares ante este horrendo y cobarde crimen que acabó con la humanidad de un gran ser humano.

Deseo, en esta mañana de su funeral, rendir un tributo personal a mi amigo Roberto, no desde el plano político —que ya es de todos conocido—, sino desde el plano personal: del buen hombre, del esposo excelente, fiel y amoroso; del gran padre y abuelo; y, sobre todo para mí, del gran amigo.

A Roberto lo conocí en persona por allá en enero de 2019 —no recuerdo exactamente el día—, ya estando ambos en el exilio, durante diferentes reuniones con otros exiliados, buscando organizarnos y conversar sobre lo que debíamos hacer. Cuando lo escuchaba hablar, sentía una conexión por las coincidencias en cómo abordar esta lucha, siendo lo que más me llamaba la atención su discurso de lucha cívica no violenta, con principios y valores, siempre empujando a la juventud y dejando en claro que la guerra solo trae destrucción y sufrimiento. Eso me sorprendía, porque creía que, siendo un exmilitar del Ejército Popular Sandinista (EPS) —con quien por obvias razones no coincidía en sus pensamientos de los años ochenta—, propondría una solución militar a través de la guerra. Pero fue todo lo contrario. Y eso despertó en mí una gran curiosidad por conocer a un hombre que estuvo del otro lado de la acera, mientras yo me corría del servicio militar en los años ochenta, y él estaba al frente de la guerra, combatiendo a los contras.

Esa curiosidad por conocer las interioridades de su rompimiento con el Frente Sandinista y cómo vivía su nueva vida, totalmente apartado de la guerra, así como su experiencia como opositor férreo a la dictadura Ortega-Murillo, me impulsó a buscar una amistad con él, más allá de una relación meramente política. Veía en él una serie de valores que se asemejaban a los míos, y descubrí a una persona increíblemente buena, llena de bondades, valores cristianos, extremadamente familiar. Amaba a su esposa y a sus hijos —ya no digamos a su nieta—, a sus padres y hermanos. Devoto de la Virgen, sano: no tomaba ni una gota de licor, no fumaba, y menos parrandear… Bueno, en eso sí diferíamos: yo me echo mis cervecitas y me fumo mis cigarritos.

El jueves pasado, iba a una reunión cuando recibí una llamada, a eso de las 8:30 a.m. Con una voz desconcertada, me dijeron: “Mataron a Samcam…”. Inmediatamente colgué y llamé a su esposa, creyendo que me diría que era falso. Pero lo primero que escuché fue su voz desgarradora, entre llanto, diciéndome: “Lo mataron… lo mataron en la casa”. Y luego colgó. A esa hora entendí que a mi amigo lo habían asesinado vilmente. Inmediatamente corrieron las lágrimas… El resto es historia.

Desde ese día, mi mundo cambió. Además de conocer los detalles desgarradores del vil asesinato y llorarlo en varias ocasiones, venía constantemente a mi mente su imagen noble, cuando recordaba al amigo que conocí, con quien por varios años compartí pláticas llenas de calor humano y, sobre todo, de gran humor.

Nuestra amistad se fortaleció en la medida que trabajábamos juntos en proyectos de formación cívica para exiliados y jóvenes, siempre enfocados en la recuperación de la patria por medios pacíficos. Nunca escuché de él ninguna intención de promover la guerra, siempre estaba a favor de la paz, de la denuncia y del resguardo de los derechos humanos. Su gran creatividad para realizar acciones cívicas era admirable, y siempre nos instaba a tomar medidas de seguridad, porque él sabía de lo que el régimen era capaz. Nunca lo vi enojado ni alzar la voz. Siempre hablaba en un tono suave, firme, directo y respetuoso.

Ya con la confianza que cultivamos y su gran sentido del humor, me decía “Mi líder”. Obviamente, nunca lo tomé a pecho. Solo era su manera de expresar su cariño hacia mí. Igualmente, decidí también llamarle “líder”, como una forma de corresponderle su amable cariño. Así nos identificábamos cada vez que hablábamos por teléfono o nos escribíamos por WhatsApp…

Deseo compartir con ustedes ciertas anécdotas de su gran creatividad y buen humor.

Una de las que más recuerdo es cuando cumplí años. Al levantarme ese día y revisar los mensajes del teléfono, estaba casi de primero el de él, que decía lo siguiente: “Felicidades, líder. Dice Facebook que estás cumpliendo años hoy. Ni te pregunto cuántos, porque te ves viejito y te podés ofender. Que disfrutes ese día con la doña y todos los coyotes que te van a caer. Abrazos.”

En otra ocasión estábamos hablando de cómo ayudar a conseguir comida para los refugiados, y él me dice en un momento: “¡A mí que me regalen un paquete de comida!… ¡Pero de churrasco!”

Siempre salía con una gracia en pláticas serias, como cuando le decía que estaba dura la cosa con los trabajos y poder mantenernos en este país, y él me quedaba viendo y me decía, seriamente: “Ah, ok. No importa, líder, en Mas x Menos a mí me fían…”

La última anécdota que deseo compartir, entre miles que tengo, y que me dio mucha gracia, fue una vez que le escribí y le dije: 

“Oeee, ¿líder? ¿Cómo vas? ¿Podés hablar?”
Y él, muy jocosamente, me contestó:
“¡LÍDER! Mi mamá me dijo que desde los tres años ya hablaba…”
“Payaso, sé serio”, le contesté.

Su última muestra de cariño la recibí este 14 de febrero de 2025, cuando, muy temprano —exactamente a las 8:33 a.m.—, me mandó un mensaje que decía: “La riqueza del ser humano no se mide por lo material, sino por la cantidad y calidad de amigos… Gracias por ser uno de ellos”.

Ese era Roberto, el hombre alegre y cariñoso que conocí. Nunca lo vi triste o enojado. Siempre optimista, creativo, orgulloso de sus hijos y de sus triunfos, orgulloso de su padre, a quien tuvo la dicha de cuidar con tanto amor. Amaba a su esposa… Ese hombre que a simple vista la gente creería que era duro, era el más noble y cariñoso que he conocido.

Roberto, guardo con gran cariño tu dedicatoria en el libro que escribiste, Ortega: El Calvario de Nicaragua, cuya presentación tuve el honor de asistir. Antes de regalármelo, me escribiste como dedicatoria lo siguiente: “Para Chanito, nuestro amigo en el exilio donde tuvimos la dicha de encontrarnos. Un abrazo, Luciano. Que nuestra amistad perdure. —Roberto.”

Amigo mío… te recordaré siempre con cariño, respeto y admiración. No dudo que ya estás en el cielo haciendo gozar al Señor con tus ocurrencias. Abrazos hasta el cielo. Siempre te querré mucho, y nunca te olvidaré.

Hasta luego…

* Palabras leídas por Luciano García durante el funeral de Roberto Samcam.

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Luciano García Mejía

Ingeniero y activista político. Expresidente de Hagamos Democracia. Miembro del Bloque Centro Derecha de la Concertación Democrática Nicaragüense, Monteverde.