Carolina Ovares-Sánchez
9 de agosto 2023

¿Hay un déficit de demócratas en Centroamérica?

El presidente de El Salvador, Nayib Bukele, es uno de los presidentes más populares de la región, a pesar de su régimen autoritario. Foto de EFE.

En América Latina menos de la mitad de la población (48%), en promedio, expresa apoyo por la democracia, conforme a los datos del último informe de la corporación Latinobarómetro. En poco más de 10 años ha disminuido en 15 puntos porcentuales la preferencia de la ciudadanía latinoamericana hacia la democracia sobre cualquier otro régimen o sistema político (para el año 2010 fue de un 63%), lo que significa que las sociedades expresan menos adhesión a la democracia en la actualidad. Estos datos, junto a otros del informe, nos muestran desde una perspectiva de más largo plazo que hay una tendencia al declive de ciertos aspectos de una cultura política democrática y esto es un problema.

La existencia de una cultura política, esto es, una cosmovisión que configura identidades sociales y políticas en una sociedad o comunidad política, y que orientan y dirigen la acción política, ha sido un tópico recurrente en estudios de sociología política. En especial, se ha analizado si es una condición necesaria para el desarrollo y mantenimiento de sistemas políticos democráticos que la cultura política de cada sociedad sea democrática.

En el trabajo ya clásico de dos politólogos Gabriel Almond y Sidney Verba –The Civic Culture: Political Attitudes and Democracy in Five Nations (1963)- argumentan que ciertas características de la cultura política de una sociedad pueden considerarse un factor explicativo para el desarrollo y la estabilidad democrática. Si bien la obra citada recibió varias críticas y revisiones y hay un debate inacabado sobre si la cultura política democrática precede a la democracia o se desarrolla después de la institucionalización de la misma, un aspecto importante a considerar es la idea de que “la política ocurre en un contexto cultural”, tal y como las investigadoras Cecilia Schneider y Karen Avenburg lo señalan.

Desde esta aproximación se concibe que la ciudadanía de un determinado país debe tener un compromiso fuerte con la democracia. En otras palabras, ha de compartir entendimientos sobre la legitimidad de la democracia como el mejor sistema de político y la ha de considerar idónea como un régimen que permite conducir los asuntos de interés público e incluso como el mejor sistema político. Es decir fuertes compromisos ciudadanos con la democracia se vinculan con determinadas conductas y comportamientos, políticos. A su vez, se afirma que ciertas acciones políticas constituyen un sostén o pilar de una democracia en tanto sistema político. Aun de otra forma: se requiere un contexto cultural-político tal en que se desarrollen  y se sostengan demócratas.

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La definición, conceptualización y posterior observación de la cultura política de una sociedad y caracterizarla como democrática (o no) es una tarea complicada. Empero, una forma recurrente de hacerlo es observar mediante estudios de opinión pública la adhesión a la democracia a un nivel más abstracto con la típica frase “Churchilliana”: La democracia puede tener problemas, pero es el mejor sistema de gobierno y el apoyo relativo a la democracia, con respecto a otros sistemas o regímenes políticos. A su vez, también se observa el apoyo más concreto, esto es la legitimación a las instituciones políticas que sostienen una democracia representativa, como los congresos, los partidos políticos, las instituciones judiciales y de control. Por otro lado, otros componentes de una cultura política democrática se expresa en la satisfacción con el desempeño del régimen, la confianza a actores políticos claves y en particular a las autoridades de turno y la integración a la vida pública y política más allá del acto de votar en elecciones.

Ahora bien, conforme a los datos de Latinobarómetro, en ciertos aspectos la situación de América Central amerita un llamado de atención en relación al alejamiento de una cultura política democrática, conforme a la noción indicada en párrafos previos. 

Con respecto a la cuestión relativa sobre la preferencia de la democracia a cualquier otra forma de gobierno, hay porcentajes bajos de apoyo, ya que solo en Costa Rica se registra a más de la mitad de la ciudadanía expresando un apoyo favorable (un 56%), aunque es uno de los países en donde la caída es abrupta (bajó más de un 10%), en comparación al informe del año 2020. Dos países reportan un aumento en la preferencia: Honduras (de 30% a 32%) y Panamá (de 35% a 46%). El Salvador se mantuvo igual (46%), a diferencia de Guatemala, cuya tendencia es a la baja de 37 a 29 puntos porcentuales. En el caso de Nicaragua no se cuentan con datos del 2023 por razones de seguridad y para el 2020 era de un 47.8%.  

En relación a la pregunta Churchilliana, la población centroamericana sigue expresando apoyo a la idea abstracta sobre la democracia como mejor sistema de gobierno. La mitad o más de la población, en cada uno de los países, están de acuerdo en que es el mejor sistema de gobierno, incluso llegando a porcentajes altos de un 80% para el caso salvadoreño.

Un dato de preocupación es el aumento en la población de la indiferencia hacia el tipo de régimen, esto es que les da lo mismo un régimen democrático que uno no democrático. Guatemala, Panamá y Honduras presentan un tercio o más de su población indiferente al tipo de régimen, y Costa Rica y Guatemala registran la mayor alza (10%) en este respecto, en comparación al informe del 2020. Aunado a que aumentaron las preferencias por un gobierno autoritario sobre uno democrático y sobre la idea de que un gobierno no democrático llegara al poder si resuelve los problemas, resalta el caso hondureño donde 7 de cada 10 personas están de acuerdo con esto último. 

Sumado a lo anterior, el Informe da cuenta de unas sociedades extremadamente  insatisfechas con la democracia. La situación más crítica es Panamá, con tan solo un 15% de la población satisfecha. En Guatemala y Honduras los datos señalan que 7 u 8 de cada 10 ciudadanos no consideran que las democracias en sus países funcionen bien.  En Costa Rica la satisfacción no supera al 50%. La excepción es El Salvador, en donde un 64% de la ciudadanía está satisfecha y cuyo presidente tiene un alto apoyo popular (usualmente se relacionan los niveles de satisfacción y niveles de apoyo al presidente). Sin embargo, ostenta fuertes críticas por su senda autoritaria y la violación sistemática de derechos humanos producto de la instauración de un régimen de excepción permanente. 

 ¿Qué sucede si hay déficits de demócratas o de una cultura política democrática en una sociedad? Un aumento de su contrario: una cultura política autoritaria. Esto es lo que parece suceder en las sociedades centroamericanas. Tal situación puede conllevar, sumado a otros factores, a una erosión o estancamiento de las propias democracias, al perderse el compromiso de la ciudadanía con la democracia como régimen, junto a las diversas instituciones y actores que deben sostenerla. Si la ciudadanía no demanda democracia, es dudoso que otros actores, como las elites políticas y empresariales asuman compromisos para sostenerla y a largo plazo esto conlleva a aperturas a liderazgos autoritarios y a procesos de retrocesos democráticos. Situación que después un apoyo a la democracia -por parte de la ciudadanía- no parece ser suficiente para revertir, tal y como lo ejemplifica el caso nicaragüense. 

ESCRIBE

Carolina Ovares-Sánchez

Politóloga y socióloga centroamericana, docente de la Universidad de Costa Rica. Es candidata a doctora en Ciencia Política por la Universidad Nacional de San Martín en Buenos Aires. Colaboradora del Observatorio de Reformas Políticas en América Latina. Se desempeña en el área académica y en el análisis político y electoral. Sus áreas de investigación son instituciones democráticas, la intersección entre justicia y política y sobre mecanismos de democracia directa. Es parte de la Red de Politólogas.