Querido hermano Rolando José: Te envío este mensaje, como hermano y amigo, pidiéndole al Señor que a través de sus misteriosos caminos que no son los nuestros (cf. Is 55,9), te haga percibir en el corazón en este momento mi cercanía cariñosa de hermano y la de la gran mayoría de la población nicaragüense que te aman tanto.
Rolando, hermano querido, hoy he deseado hablar contigo como lo hicimos la última vez, cuando me llamaste por teléfono al inicio de tu secuestro desde la Curia de Matagalpa. Todavía resuenan en mis oídos tus palabras serenas, llenas de firmeza y de esperanza. En aquella ocasión, te prometí que no te dejaría solo, que te apoyaría cada día y que mi voz sería tu voz. Y aquí estoy junto a ti.
Hermano, siento como propio este tiempo de oscuridad y de sufrimiento que vives, porque yo sé por experiencia lo doloroso que es para un obispo verse obligado a estar lejos de su pueblo. No he dejado de recordarte en mi oración, de mencionar tu nombre, de denunciar la injusticia que cometen contra ti y de exigir tu liberación incondicional.
- No estás solo
Quiero decirte, Rolando, que no estás solo. Allí donde estés, aún confinado y solitario, allí estamos contigo todos los que te queremos. Te acompaña el amor de tu familia, que sufre angustiada tu ausencia. Te acompaña con su cariño y su oración el pueblo de Dios que se confió a tu ministerio pastoral en Matagalpa y Estelí y toda la Iglesia de Nicaragua. Te acompañan las voces y el corazón de tantos nicaragüenses que te quieren y te admiran y han visto en tu persona y en tu vida una luz y una esperanza para nuestra sufrida patria.
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Yo también estoy contigo, hermano. A nosotros nos unen muchas cosas. Nos une el amor a la tierra de lagos y volcanes que nos vio nacer y a la que amamos; nos une la fe en Jesucristo, liberador de la humanidad oprimida por el mal y el pecado; nos une un mismo ministerio apostólico al que nos ha llamado la Iglesia como sucesores de los Apóstoles; nos une el dolor que sentimos por nuestra patria secuestrada y sometida a la irresponsabilidad, la maldad y la irracionalidad de una dictadura inhumana. Nos unen también tantos años de amistad, en los que hemos reído y llorado juntos, en los que tantas veces reflexionamos con seriedad y muchas otras tantas rezamos llenos de fe. Fueron años en los que nos atrevimos a soñar juntos en una Nicaragua nueva construida en libertad, paz y justicia, y en una Iglesia fiel a Jesucristo, en salida misionera y al lado de los pobres y de las víctimas. Tú y yo lo que más hemos deseado es que nuestra humilde palabra de pastores, inspirada en el Evangelio de Jesús, fuera siempre una pequeña vela que iluminara tanta oscuridad y un bálsamo suave de Dios que pudiera curar y dar esperanza a nuestro pueblo herido.
Rolando, no estás solo. Sobre todo Dios está contigo, susurrándote al oído como a los grandes profetas: “No les tengas miedo, pues yo estoy contigo para librarte” (Jer 1,8). Allí donde hay un profeta, impedido de anunciar la Palabra, allí está Dios liberando y abriendo horizontes, pues “la palabra de Dios no está encadenada” (2 Tim 2,9).
Contigo también comparten el aislamiento injusto y la soledad, algunos sacerdotes, que solo han querido ser fieles a Jesús, anunciando la verdad de Dios y estando al lado del pueblo más sufrido. Estoy seguro, Rolando, que en tu corazón de hombre justo y pastor bueno, hay espacio para ellos y que sufres más por ellos que por ti. En su confinamiento y su dolor, brillará también el consuelo y la luz del Dios que ilumina nuestras noches y nos libera de toda esclavitud.
- Por qué estás allí
Quienes, sedientos insaciables de poder y cegados de soberbia y de maldad, tienen sometida a Nicaragua, quieren mostrarte como responsable de delitos inexistentes que ellos mismos se han inventado. Han luchado por doblegarte y, al no poder, te han fabricado un caso con cinismo y calumnias, como hicieron Herodes y Pilatos con Jesús. Han luchado por callarte y, al no lograrlo, te han sometido a una farsa de proceso judicial que ni ellos mismos se creen, hasta encerrarte injustamente en una cárcel. Nos quieren engañar, pero los engañados serán ellos; quieren condenarte, pero se están condenando a sí mismos.
Los que te queremos y conocemos, querido Rolando, sí sabemos por qué estás allí donde estás. Estás allí por ser íntegro, por ser profeta de Dios, por esparcir esperanza. Tu palabra y tu presencia incomodaba a los tiranos, por eso te han encarcelado. Los ahogaba tu palabra profética, que ha hecho resonar en todo el país la frescura del evangelio de Jesús. Se sentían temerosos ante tu capacidad de hacer soñar al pueblo con una sociedad nueva, en donde se pudiera cosechar la tierra con esperanza, trabajar con dignidad, opinar sin miedo, moverse con libertad y sonreír con el corazón. Te han apresado, Rolando, porque se atemorizaban ante un humilde obispo que caminaba, bailaba y cantaba con la gente sencilla. Temblaban cuando tú hablabas de justicia y de verdad, cuando defendías a las víctimas y alzabas la voz por la madre tierra. Se sienten juzgados y condenados cada vez que resuenan en sus oídos tus inolvidables palabras: “Respete la patria”.
Rolando, hermano, estás privado de tu libertad como Jesús, por ser testigo de la verdad y profeta del amor, por ser un pastor cercano y bueno, por ser un hombre íntegro y libre. Quienes te han secuestrado, terminarán siendo víctimas de su corazón endurecido y lleno de oscuridad. Un día tendrán que dar cuenta ante la justicia de los hombres y ante el tribunal de Dios. Ellos no aman la vida, no conocen el amor, se atemorizan ante el poder de la oración, no temen a Dios. Tú, hermano, querido, verás la luz y serás libre. Volverás a dar testimonio de la verdad de Jesús y seguirás acompañando como pastor el camino de un pueblo crucificado que ciertamente resucitará.
- Exigimos tu libertad
Rolando, hermano querido, quiero decirte también que estamos luchando por tu libertad: denunciando y orando.
Pedimos tu libertad denunciando. Los que te conocemos y te queremos no nos hemos callado, seguimos alzando la voz para que esta injusticia, este crimen, que cometen contra ti, termine muy pronto. No dejaremos de exigir tu liberación. No callaremos hasta tenerte otra vez entre nosotros.
Pedimos tu libertad sobre todo en la oración. El pueblo de Dios te recuerda y reza por ti continuamente. Yo lo hago cada domingo en la eucaristía dominical. Confiamos en la palabra de Jesús que nos ha dicho: “Pidan y Dios les dará” (Lc 11,9), no dudamos que nuestro Padre, el Dios de la vida y de la libertad, escuchará nuestra plegaria. Le hemos pedido también a la Iglesia en el mundo entero que se una a nuestra denuncia y a nuestra oración. Nos consuela saber que desde muchas diócesis y parroquias del mundo el pueblo de Dios está orando por tu liberación.
Dios actuará, quizá no en el tiempo y de la firma que imaginamos, pero actuará, liberándote de las cadenas inicuas que te atan y renovando tu vocación de pastor al servicio de tu pueblo.
Rolando, estoy contigo allí donde estés, para acompañarte en tu soledad, para susurrarte al oído mi cariño de hermano y amigo, para recordarte cuánto te ama Nicaragua y para rezar contigo: “Padre nuestro, que estás en los cielos (…), venga a nosotros tu reino ” (Mt 6,9-10). Amén.
ESCRIBE
Silvio José Báez
Obispo auxiliar de Managua, exiliado y desnacionalizado.