José Rubén Zamora

José Rubén Zamora
17 de noviembre 2023

La casa de Asterión

Ilustración del autor.

Sé que me acusan de soberbio, arrogante, intolerante, mitómano, colérico, vengativo, rencoroso, envidioso, despótico, mesiánico, abusivo, talvez de misantropía, talvez de sociópata y esquizofrénico: quizá lo soy, aunque no lo sé. Sé que soy adicto a la corrupción, pero también que nadie es perfecto. Reconozco momentos de euforia delirantes, episodios de depresión crónicos y perturbaciones periódicas, pero eventuales. Momentos de franca envidia a personajes de dimensión histórica como Franco, Stalin y en menor escala al pretencioso de Putin, aunque soy un líder fascista más visionario, autoritario, carismático y tiránico, pero incomprendido en mi obsesión incesante de poder y control de la plebe. Hitler fue mi referente, pero al final no murió con las botas puestas, se acobardo inexplicablemente y se suicidó. En todo caso estas acusaciones, que he venido castigando merecidamente, son irrisorias.

Es verdad que no salgo de mi casa y soy etnocentrista, aislacionista y no tolero la intromisión extranjera, menos aún que advenedizos metecos vulneren mi soberanía y menoscaben mi autoridad suprema. Pero también es verdad que las puertas de mi casa cuyo número es infinito, están abiertas día y noche a los hombres y animales. Que entre el que quiera. No hallará pompas mujeriles o afeminadas, pero si un nido de soledad y sobre todo amor, pasión desenfrenada que disfruto y experimento con mi pequeño pero fogoso principito. Asimismo, hallará la casa como no hay otra en la faz de la tierra. Exageran los que declaran que en Italia hay otra parecida y que es de mi propiedad. De lejos el nido del Águila de Eva y Adolfo se antoja semejante. Hasta mis detractores admiten que no hay un solo mueble en la casa, sólo amor y genuina pasión, y desprecio y odio visceral por la plebe ignorante incapaz de reconocer mis grandes realizaciones concretas. Otra especie ridícula, es que soy yo, Asterión, como me gustan llaman en mis sueños, un prisionero aislado, acosado y abrumado de desasosiego, ansiedad, desesperanza, angustia, miedo y sobrecogedor delirio de persecución debido a mi corrupción sin fronteras conocidas. ¿Repetiré que no hay puerta cerrada? ¿Añadiré que no hay cerradura? Por lo demás, algún atardecer he pisado la calle, sin antes de la noche volver, lo hice por el temor que me infunden las caras de la plebe, caras descoloridas y aplanadas, con la mano abierta, siempre en espera de una dádiva. Ya se había puesto el sol, pero el desvalido llanto de un niño y las toscas plegarias de la grey dijeron que me habían reconocido. La gente oraba, huía, se prosternaba (postraba); unos se encaramaban al estilóbato (una peculiaridad) del templo, otros juntaban piedras como hicieron con Miguelito, mi venerado principito, en La Catedral de Antigua. Alguno, creo, se ocultó bajo el mar. No en vano debido a mi sangre real, no puedo confundirme con el vulgo; aunque mi modestia lo quiera.

El hecho es que soy único. No me interesa lo que un hombre pueda trasmitir a otros hombres; como el filósofo, pienso que nada es comunicable por el arte de la escritura. Las enojosas y triviales minucias no tienen cabida en mi espíritu que está capacitado para lo grande; jamás he retenido la diferencia entre una letra y la otra. Cierta impaciencia generosa no ha conseguido que yo aprendiera a leer. A veces lo deploro, porque las noches y los días son largos. Claro que no me faltan distracciones. Semejante al carnero que va a embestir, corro en mis fastuosos castillos en el aire por las galerías de piedra hasta rodar al suelo, mareado. Me agazapo a la sombra de un aljibe o a la vuelta de un corredor y juego a que me buscan los generosos rusos. Hay azoteas desde las que me dejo caer, hasta ensangrentarme. A cualquier hora puedo jugar a estar dormido, con los ojos cerrados y la respiración poderosa, mejor si transpirando odio: me gusta sudarlo. A veces me duermo realmente, a veces ha cambiado el color del día cuando he abierto los ojos. Pero de tantos juegos el que prefiero es el de otro Asterión. Finjo que viene a visitarme y que yo le muestro la casa que regaló Mauricio López Jr. Con grandes reverencias le digo: “Ahora volvemos a la encrucijada anterior” o “ahora desembocamos en el otro patio” o “Bien decía yo que te gustaría la canaleta” o “Ahora verás una cisterna que se llenó de arena” o “Ya verás cómo el sótano se bifurca”. A veces me equivoco y nos reímos buenamente los dos.

No sólo he imaginado esos juegos; también he meditado sobre la casa. Todas las partes de la casa están muchas veces, cualquier lugar es otro lugar, no hay un aljibe, un patio, un abrevadero, un pesebre; son infinitos los pesebres, abrevaderos, patios, aljibes. La casa es del tamaño del mundo; mejor dicho, es el mundo. Sin embargo, a fuerza de fatigar patios con un aljibe y polvorientas galerías de piedra gris he alcanzado la calle y he visto el templo de la noche, que me reveló que también son infinitos los mares y los templos. Todo está muchas veces, infinitas veces, pero dos cosas hay en el mundo que parecen estar una sola vez: arriba, el intrincado solo, abajo Asterión. Quizá yo he creado las estrellas y el sol y la enorme casa, pero ya no me acuerdo.

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Cada cuatro años entran en la casa cuatro hombres para que los libere de todo mal. Oigo sus pasos o su voz en el fondo de las galerías de piedra y corro alegremente a buscarlas. La ceremonia dura pocos minutos. Uno tras otro cae sin que yo me ensangriente las manos. Donde cayeron, quedan, y los cadáveres ayudan a distinguir una galería de las otras. Ignoro quienes son, pero sé que uno de ellos profetizó, en la hora de muerte, que alguna vez llegaría mi redentor. Desde entonces no me duele la soledad, porque sé que vive mi redentor y al fin se levantará sobre el polvo. Si mi oído alcanzara todos los rumores del mundo, yo percibiría sus pasos.

Ojalá me lleve a un lugar (extraditado talvez) con menos galerías y menos puertas.

¿Cómo será mi redentor?, me pregunto. ¿Será un toro con cara de hombre? ¿Un indeseable tuit?; ¿la OEA; el Parlamento Europeo? ¿Todos juntos? ¿Será talvez un roro con caras de hombre? ¿Quizá un hombre con cara de toro?, cómo yo el gran Asterión ¿Será cómo yo?

El sol de la mañana reverberó en la espada de bronce.

Ya no quedaba ni un vestigio de sangre.

¿Lo creerás Almagro y Jordi Cañas y vuestra implacable y rigurosa tropa de observación electoral? ¿Lo creerás Blinken y tú bombardeo de “inocentes” tuits y tus crecientes listados de Corruptos? ¿Lo creerán los estudiantes demócratas del Javier, de la del Valle, Landívar y San Carlos? ¿Lo creerán los 48 Cantones? ¿Lo creerán los chancles clasemedieros de la capirucha? ¿Lo creerás Manuel Conde? ¿Lo creerás Pacto de Corruptos? — dijo Teseo –. El minotauro apenas se defendió.

Paráfrasis de la Casa de Asterión de Borges, a propósito del cascabel al gato que muy pronto le pondrán al Ogro Giammattei y su banda de ladrones.

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José Rubén Zamora

Fundador de elPeriódico de Guatemala. Preso político del Estado de Guatemala, y uno de los 60 héroes del mundo de la libertad de Prensa.