Ligia Urroz
13 de abril 2023

La vida por una patria libre

Foto familiar de Ligia Urroz con su tío Erick.

Yo tuve un tío, Eric Castellón Barbosa, quien nació en el seno de una familia acomodada de Jinotega, Nicaragua. Tenían haciendas de café. Él estaba casado con Martha, la hermana de mi madre, hijas de Humberto Argüello, cónsul general de Nicaragua en México por el Gobierno de Anastasio Somoza Debayle. Tenía un hijo, Eric. Mi tío era un hombre muy guapo, alto, de ojos verdes profundos, barba partida, labios carnosos, pelo espeso y murruco, llevaba colgado un crucifijo en el pecho. Cada vez que yo viajaba a México a visitar a mis abuelos pasaba tiempo con mis tíos. Me encantaba jugarle bromas al tío Eric; un día me escondí en un baño, me paré arriba del inodoro —con la luz apagada— y me puse una máscara de bruja. No sé cuánto tiempo esperé a que él abriera la puerta, recuerdo que me estaba ahogando de calor con la máscara de látex en la cabeza, finalmente él entró al baño y cuando me miró pegó un grito enorme. Terminamos riendo a carcajadas mientras me perseguía por todo el departamento de la Colonia Roma. Estudiaba en México, en la facultad de arquitectura de la UNAM, donde maestros uruguayos y chilenos le empezaron a hablar de revolución. Fue un idealista y se enroló en el FSLN-Proletario, cuya misión era alcanzar la liberación de la dictadura que sufría el pueblo nicaragüense. Él estaba seguro de que ahí se encontraban los verdaderos hijos de la patria. Mi tía Martha jamás reveló en lo que andaba metido su esposo. Él, desde México, aprendió logística revolucionaria y apoyó —encubierto por la clandestinidad— los esfuerzos de la revolución. Recibió entrenamiento en Cuernavaca, Mérida y Cuba. Desde que entró al Frente Sandinista se hizo llamar con el seudónimo de comandante Marcos. En una ocasión, mientras se encontraba en un adiestramiento, tuvo un accidente con un arma y perdió un testículo y un dedo del pie… eso no lo amedrentó y siguió preparándose. 

En junio de 1979, y a escasos días de que entrara triunfante en Managua el Frente Sandinista de Liberación Nacional —el 19 de julio—, le anunció a mi tía que era el momento de dejar su posición en la inteligencia y en el apoyo logístico y que se iría a la lucha física, a empuñar el fusil. Él peleaba por una verdadera transformación en Nicaragua, aquella donde se extinguiera la dictadura y hubiese una distribución del ingreso justa y equitativa, en la que los pobres contasen primero: estuvo dispuesto a dar la vida por una Nicaragua nueva.

Mi tío Eric murió por una patria libre el 5 de julio, en Jinotepe, en un combate entre los sandinistas y la Guardia Nacional. No sé cuántas balas recibió, pero sí sé que moría con la alegría de que Nicaragua sería transformada. En su bolsillo le encontraron un escapulario que mi tía le había dado para que lo protegiese, una fotografía de su hijo Eric —que en ese entonces contaba con tres años de edad— y una de él, por si moría, que pudiesen reconocerlo. La familia conserva los anteojos que portaba al momento de morir; su sangre se ha transformado en arena que se le ha adherido al cristal. Después de más de cuarenta años siguen intactos, con los vestigios de aquella última batalla en Jinotepe. 

Y yo me pregunto, Daniel Ortega, si alguna vez tuviste los ideales de mi tío Eric, si alguna vez corrió por tus venas un verdadero fervor revolucionario, las ganas genuinas de salvar a Nicaragua de la dictadura y me respondo que no, que en tu entraña germinaba la semilla de otra dictadura —y aún peor—. Crecía la ambición de poder, esa enfermedad que ciega y destruye, que tiene a Nicaragua azotada bajo un nuevo yugo cruel y sangriento, desprovisto de toda humanidad.

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¿Qué pensaría mi tío Eric de lo que ocurre hoy en Nicaragua? Sé que volvería a dar su vida por liberarla, se inmolaría con tal de ver a su pueblo con libertad de tránsito, de expresión. Estoy segurísima de que mi tío Eric sería una voz que gritaría a los cuatro vientos que la situación en Nicaragua es insostenible, que se violentan los derechos humanos, que se persigue la libertad de culto y que los que ostentan el poder cometen actos fuera de la ley. Sé que mi tío seguiría llamando nicaragüenses a todos aquellos, que, como él, luchan por una Nicaragua que nadie podrá quitarles, ni cambiando ni manipulando la ley, ni encerrándolos en la más miserable de las mazmorras, ni quitándoles la sangre del cuerpo. 

La vida por una patria libre

Transcripción de la carta de Eric Castellón Barbosa a sus padres

Junio 6, 79.

6:25 pm.

Mis amados viejos,

En pocas horas más estaré empuñando un fusil al lado de mi amado pueblo, voy seguro de nuestra victoria, dispuesto a dar la vida por conseguir nuestra liberación; desde 1976 estoy organizado seriamente en el FSLN-Proletario, desde entonces he aprendido a vivir, a luchar con alegría, he dado todos mis esfuerzos a nuestra Revolución.

Si caigo en el combate caeré con alegría pues sé que mi sangre recorrerá después, muy pronto, en el cuerpo del hombre nuevo por el que he luchado. No quiero tristeza en vuestros espíritus si caigo, antes bien continúen mi lucha, nuestra lucha sandinista, uniéndose a la transformación de Nicaragua. Gracias por haberme dado vida y libertad y comprensión.

A mis hermanos díganles que deben transformarse en nicaragüenses, que aprendan a amar a su pueblo como lo amamos sus verdaderos hijos. Un beso y un abrazo revolucionario a cada uno. 

Ustedes reciban, con toda mi energía revolucionaria, el abrazo más largo y fuerte que jamás les haya yo dado.

Les quiere, 

Eric.

¡¡PATRIA LIBRE O MORIR!!

¡¡LA VICTORIA SERÁ NUESTRA!! 

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Ligia Urroz

Licenciada en economía por el ITAM, Master of Science in Industrial Relations and Personnel Management por la London School of Economics and Political Science, Máster en literatura en la era digital por la Universitat de Barcelona, Máster en literatura por la Universidad Anáhuac, Especialización en literatura comparada por la Universitat de Barcelona, Posgrado en lectura, edición y didáctica de la literatura y TIC por la Universitat de Barcelona.