Zoilamérica Ortega Murillo
30 de octubre 2022

Lo personal y lo político: Análisis y propuesta para una concertación de la oposición en Nicaragua

Nicaragüenses exiliados marchan en una de las principales avenidas de San José, Costa Rica. Foto: Archivo de Carlos Herrera | Divergentes.

He tenido un largo camino de relación con “la política” y con “lo político”. Nació conmigo. Estaba en la historia familiar, en el parentesco de mi abuela con Sandino y en el antisomocismo que respiré desde mi infancia. Con el tiempo, aprendí la única diferencia entre “la política” y “lo político”: la política se ha percibido por muchos como un escenario ajeno a lo cotidiano; algo en lo que para participar se deben acumular medallas, trofeos, premios. En resumen, méritos para hacerte de una imagen pública que justifique alcanzar un estatus diferente. Sin embargo, en mi experiencia particular, “la política” era algo así como una burbuja a la que se puede, o no, pertenecer. En ello hay varias dicotomías: ¿Se estudia para ser político o hay que participar en alguna “lucha”, batalla o guerra real o simbólica para ser político? Si fuera esto último, la conclusión nos llevaría a pensar que hay que ser casi un héroe para ser político. 

Para complicar la reflexión anterior, basándome también en mi propia experiencia, asumí tres variables: las jerarquías políticas, la ideología política y la “línea política”. Este trinomio garantizaría siempre el poder político. En mis momentos de adolescente haciendo política, me enfocaba en esas tres cosas. Primero, proteger un liderazgo político, intentar que nada me apartara de la doctrina política que había aprendido, y una ceguera que me condicionó a nunca discutir órdenes sino a aceptarlas con la sumisión de una verdadera hija de la política. Hoy, algunas de las experiencias citadas son las causas, entre muchas otras, de que tengamos una dictadura autoritaria y una cultura política que nos atropella.  

En el contexto actual, la liberación de nuestra Nicaragua ha tropezado con obstáculos que parecen ser tan fuertes como el mismo apego patológico de la dictadura con el poder. Uno de ellos han sido las dificultades para tener una gran concertación, la unidad organizacional que permita coordinar los métodos de resistencia y lucha cívica y, por supuesto, que pueda gestar la visión programática para el país del futuro. Se resume en una alianza de grupos que nos permita a todos y todas saber que vamos a salir de la dictadura juntos y que, el día después del fin de la dictadura, estaremos preparados para empezar la reconstrucción de nuestra Nicaragua. 

Cuando se piensa en el listado de razones por la que los distintos grupos de oposición no caminamos organizados de manera conjunta, y algunos hasta huyen de la llamada “unidad”, existen argumentos de toda índole. Algunos son factores que combinan lo histórico, lo ideológico y lo emocional. Hay quienes se niegan a unirse porque se juraron no comprometerse con los que, en el pasado, actuaron de una u otra manera. Otros no favorecen la unidad por la desconfianza que les alerta de la posibilidad de ser traicionados por los mismos de siempre. Nadie quiere correr el riesgo, menos aún, pagar las consecuencias. También están los que se plantean incapaces de encontrar puntos medios en temas ideológicos, tales como el libre mercado, género o  espiritualidad, entre otros.

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A estos argumentos se suman incluso las interrogantes nunca resueltas sobre la narrativa y sobre la metodología para gestar estas alianzas políticas. ¿Se debe llamar diálogo? “No, porque antes de dialogar necesito saber exactamente lo que vamos a dialogar”, dicen algunos. ¿Y si lo llamamos “negociación”? “No, porque no tenemos nada que negociar. Nos unimos solo para derrocar a la dictadura y no necesitamos más”. ¿Entonces lo llamamos “acuerdo” ? “No, porque eso suena a pacto y los pactos no son bien vistos”.  

No está demás decir que a estas se suman preguntas sobre los protagonistas de los mencionados procesos: ¿Con quién hay que concertarse? ¿Con quién hay que unirse? Y entonces, vienen respuestas devenidas de la experiencia: “No… Esos no tienen gente”; “No… Esos anduvieron en tal o cual grupo”. También los más exigentes condicionan su participación dependiendo de quiénes representarán a los otros grupos. Ahí nos complicamos más porque todo mundo, como se dice, “tiene cola”. Se suma a esto la creencia de que, detrás de cada grupo, hay un gobierno extranjero financiando la llamada concertación de actores de la oposición. Y luego viene la sospecha principal: la muy temida posibilidad de que un diálogo entre la oposición vaya a desembocar en un diálogo con la dictadura. Esto último ya nos lleva a concluir que es mejor cerrar toda opción a articularnos. 

En conclusión, queremos unirnos solo con quienes nunca han cometido errores políticos, con quienes nos garanticen probidad histórica y con quienes tenemos coincidencias de principios y programas.

Todas estas posiciones desconocen que cada uno de nosotros hemos estado inmersos en un contexto de violencia política brutal. Nuestras organizaciones y nosotros, como personas, somos sobrevivientes o víctimas, o partícipes de esta contienda. Todos tenemos historia, y además de eso, todos hemos sufrido traiciones, decepciones o hemos tenido que mutar de un grupo a otro porque alguien nos purgó, desconfió o nos vio como amenaza. Olvidamos que la dictadura hizo un esmerado y exitoso trabajo de vincularnos a ellos en algún momento de su historia. La dictadura ha manchado nuestras banderas bien intencionadas o, lo que es peor, nos generó divisiones oportunistas para su propia conveniencia y caímos en la tentación de separarnos de algún grupo y entrar en otro. Todos venimos de algún pedazo de Nicaragua. Todos venimos de alguna organización que se desarticuló por conflictos internos o que la desarticuló el régimen. 

Haciendo la descripción anterior, todo parece remitirnos a la dimensión de “la política” o de “lo político”: se nos olvida que quienes representamos a los grupos y organizaciones en todos estos procesos somos personas. Dentro de cada uno de nosotros hay emociones, sentimientos, subjetividad, historia… Dicho de otra manera, la desconfianza, el miedo, la duda, las alertas y el enojo reprimido, o la antipatía a una persona (aunque sea en el ámbito político) son factores que forman parte del área de la personalidad. 

En oposición a todo esto, se requieren  actitudes y valores, es decir, competencias socioemocionales y políticas para ser capaz de aceptar al otro. Se trata de no  imponer siempre mi criterio como el más importante, de aprender a relacionarme con alguien sin darle toda mi confianza. Se podría añadir que se necesita autoestima para tener liderazgo sin estar siempre en primera fila. La humildad es una virtud que acompaña la capacidad de cederle el lugar visible a otro de forma alterna y rotativa. Se necesita madurez para reconocer que ya es hora de dar un paso atrás y ceder a otra generación la representatividad; aceptar que no soy el mejor puente para transitar hacia el futuro. Todo esto nos demanda un acto de grandeza humana y profunda coherencia personal.

Entonces, ¿la coherencia personal es algo diferente de la coherencia política? La pregunta quizá no se entiende hasta que se vive. En mi propia historia de violencia he aprendido que lo personal es político. Tener un tipo de conducta personal distinta a la política implica contradicción y doble moral. Y por eso es necesario que, ateniéndonos a la verdad y a la ética, empecemos a reconocer que no hemos logrado la unidad política contra la dictadura porque no hemos logrado tampoco aceptarnos y unirnos como seres humanos diferentes. Y las coincidencias políticas pueden ser difíciles, pero las coincidencias humanas están en nuestra esencia. 

Proponernos una concertación de ideas, propósitos y visión del cambio y libertad de Nicaragua requiere, primero, ser capaces de tener voluntad personal. Yo no creo que personas que no se aceptan entre sí, que no se pueden dar la mano, mirarse a los ojos o escucharse puedan siquiera encontrar mínimas coincidencias políticas. La falta de aceptación nos lleva a las intolerancias, a los estigmas, a los prejuicios y a una serie de barreras que, a fin de cuentas, justifican nuestra incompetencia para descubrir en “los otros”, se llamen de izquierda, de derecha o de cualquier otra corriente, puntos mínimos para la liberación y reconstrucción de Nicaragua.  

Y si lo personal es político, yo en este momento de mi vida, estoy aprendiendo de la coherencia de aceptar, con amor, el abrazo, la risa, la complementariedad y hasta de dejarme intrigar por lo diferente. Me he atrevido a buscar lo diferente para entenderlo, para aprender de ello e incluso, recibirlo en mi corazón para el resto de mi vida. En lo diferente hay sorpresas.

Es imperativo reconocer que no basta la voluntad política para concertar, también hay que tener voluntad personal. Este acto complementario de voluntad personal y voluntad política es una demanda ética de la sociedad nicaragüense para quienes decimos querer un país diferente. Nuestra incoherencia ante el desafío de la concertación ha representado desesperanza para los y las nicaragüenses. También estamos ante la oportunidad de crear precedentes de nuevas formas de relacionarnos dentro del escenario político. Humanizar las dinámicas de los vínculos y comunicación entre políticos, que siempre serán personas, ojalá, al servicio de su comunidad y sociedad. 

ESCRIBE

Zoilamérica Ortega Murillo

Es socióloga, investigadora y docente universitaria. Ha contribuido con procesos de investigación-acción educativa en temas de transformación de conflictos y prevención de violencia y resiliencia comunitaria. Es asesora en temas de educación para distintos movimientos sociales y labora como especialista en gestión de calidad académica y desarrollo profesional.