El estallido de la rebelión de abril llega a su tercer aniversario con un panorama de impunidad total. El gobierno de Daniel Ortega y Rosario Murillo permanece atornillado en el poder mientras mantiene un estado policial que impide toda movilización. DIVERGENTES rememora aquellos días a través de una serie de fotografías y relatos que cuentan en perspectiva el año que cambió Nicaragua, y las ansias actuales de los protagonistas de aquel alzamiento cívico
El tráfico se extiende por horas en la Carretera a Masaya en un día de abril bajo un sol que está en todo su apogeo. En los alrededores quedan pocos indicios de que ahí hubo protestas y trifulcas hace tres años. Solo unas cuantas tachaduras en los postes y las paredes de la avenida confirman que antes ahí hubo nombres, frases y referencias, ahora censuradas por manchones de pintura negra. Lo único que parece invariable es la narrativa del gobierno de Daniel Ortega y Rosario Murillo, en especial esa frase que enarbola la impunidad que campea en Nicaragua: “¡Daniel se queda, plomo 2021!”.
De aquellos días quedan fotografías que revelan cómo el tiempo cambia todo. En muchas de ellas quedaron retratadas las decenas de miles de personas que se congregaban en las rotondas y las calles pidiendo justicia y democracia, en un ejercicio ciudadano imposible de replicar hoy en un país bajo la bota policial. Abril, como lo recuerdan los manifestantes, no existe en el discurso del gobierno. Ya no hay marchas, porque desde septiembre de 2018 se recrudeció el estado policial que prohíbe las protestas, pero a pesar de ello la ciudad siguió su rumbo. Tímidamente fue retomando su ritmo, su propio ruido. Cambiaron las incesantes vuvuzelas por el feroz pitido de los vehículos que recorren la Carretera a Masaya. ¿Cómo pasó esto? Tal vez la respuesta esté en la palabra represión, que ha dejado un saldo de 326 muertos, más de cien mil exiliados y un centenar de presos políticos.
DIVERGENTES realiza un ejercicio de memoria donde se retrató el antes y después de las protestas de abril de 2018, acompañado con los recuerdos de tres personas que vivieron desde distintas ópticas ese año convulso.
La humedad de abril le recuerda aquellos días donde el futuro parecía pender de una marcha. El Comandante Bambú* lo siente cada vez que pasa por la avenida de su universidad y observa la maleza seca. Ese aire caliente que le golpea el rostro cuando sale de sus clases le rememora la sensación del sol cuando hacía hervir los adoquines que alzaban para las barricadas. En las calles ahora solo queda el bochorno. Y decenas de policías antimotines.
Bambú tiene muchos nombres que suele cambiar para despistar. Ha estado involucrado en tantas protestas estudiantiles que solo accede a hablar bajo un seudónimo. No quiere que le suceda lo mismo que le ha sucedido a la mayoría de sus amigos, quienes se han ido al exilio o están presos, como es el caso de John Cerna, uno de los estudiantes que el gobierno de Daniel Ortega ha encarcelado bajo acusaciones de portación ilegal de drogas.
La imagen que tiene de aquellos días es demasiado amplia. El 18 de abril estudiaba para un examen que al final no hizo, porque al día siguiente todo se había desbordado en Nicaragua. Llegó a las 07:00 de la mañana del 19 de abril con la sensación de estar listo para cualquier eventualidad, pero dentro la tensión acrecentaba entre los miembros de la Unión Nacional de Estudiantes de Nicaragua, el brazo partidario del gobierno que temían un levantamiento en los recintos estatales. Su control, forjado mediante concesiones y amenazas, estaba a punto de acabarse.
“Ver a tanta gente en aquellos días me confirmaba que todo lo que estábamos haciendo era lo correcto”, recuerda mientras describe la primera manifestación a la que asistió tras el estallido, el 22 de abril. De aquel trayecto, iniciado en la rotonda Rubén Darío y finalizado en la Universidad Politécnica, se han borrado todas las pintas de los manifestantes; todas las señas de que por allí pasaron personas sin afiliación política y enfadadas con el gobierno. Los adoquines han vuelto a sus lugares. El ajetreo es casi igual que al de antes, tal vez solo mellado por la pandemia de la Covid-19.
Los manchones se han convertido en el único indicio de que en las paredes se escribieron palabras prohibidas. Nombres que el gobierno no quiere que estén en sus muros. Frases que los califican de dictadores. La movilización del país, esa que describe tan bien Bambú, ya no existe debido al estado policial que vela para que todo aquello no vuelva a repetirse.
En este abril, Bambú ya siente el desgaste de tres años de crisis. “Antes yo decía que aquí iba a morir con las botas puestas”, dice, “pero cada vez que voy a buscar trabajo no encuentro nada. En todo este tiempo he enviado 15 veces mi curriculum y en ninguna he obtenido respuesta. Mis planes ya no están aquí”. Puede que sea su último abril en Nicaragua.
Las calles se empezaron a vaciar a medida que la Policía establecía su estado de sitio. La protesta fue desmovilizada por la fuerza y a través de prohibiciones de facto, como la ocurrida a finales de septiembre, después de una de las últimas manifestaciones públicas en memoria de Matt Romero, uno de los jóvenes asesinados por la represión el 23 de septiembre de 2018 tras haber asistido a una manifestación por la liberación de los presos políticos.
La Policía Nacional culpó a los manifestantes del asesinato, a pesar de que los medios de comunicación difundieron fotografías de paramilitares con pañoletas rojinegras. En una conferencia de prensa dijeron que desde ese momento las protestas estaban prohibidas para evitar que se repitieran actos similares. Y a quienes las organizaban les prometieron cárcel.
Francys Valdivia, presidenta de la Asociación Madres de Abril, dice que volver una vez más a los aires de abril les recuerda el por qué sigue luchando. Este grupo conformado por familiares de asesinados lleva tres años exigiendo justicia y que se esclarezcan los crímenes cometidos en 2018, pero este será otro aniversario en la impunidad. Y no solo eso, sino con la imposibilidad de exigir en el espacio público esa ansiada justicia.
Valdivia asegura que en Nicaragua no se puede vivir un luto en paz. El 21 de abril se cumplirán tres años del asesinato de su hermano, Franco Valdivia Machado, ocurrido en el parque central de Estelí cuando las protestas contra Ortega iniciaban su punto más álgido. Desde entonces, Francys ha iniciado una lucha personal que no sólo encara a un régimen, sino al Estado mismo, como ella asegura.
“Nuestra crítica va en contra de todas las estructuras que permitieron este trágico desenlace”, dice con aplomo. “No todos estamos en la lucha por un mismo interés. En el transcurso de la historia han aparecido otros intereses que han querido sepultar el espíritu de abril”.
Una frase que al acercarse estos días se lee mucho en redes sociales. Puede definirse como aquellas ideas que hicieron que decenas de miles salieran a las calles. Francys reconoce muy bien que los mares de gente que invadieron las ciudades eran movidos por la solidaridad hacia los asesinados y los presos políticos. Por ellos se realizaron un sinnúmero de actos conmemorativos a lo largo de la Carretera a Masaya: desde conciertos, hasta colocación de cruces. Para ella, esto fue una forma de empezar a construir la memoria de sus muertos, una que todavía está en proceso.
“Nuestras demandas siguen siendo las mismas de abril. Eso no ha cambiado. Sabemos que nuestro trabajo no termina con un proceso electoral. Y estamos preparadas para los dos escenarios, tanto como si hubiera una transición democrática como si no”, cuenta.
Mientras en el país la oposición ha iniciado un proceso de organización política que no ha dado buenos resultados hasta el momento, y que despierta viejos recelos en los nicaragüenses, las Madres de Abril se mantienen al margen de todo ese barullo.
“Nuestra propuesta es que el gobierno que asuma debe admitir que el Estado de Nicaragua cometió crímenes de lesa humanidad. Ahí es cuando nuestra lucha va a empezar”, dice Francys, quien este 12 de abril leyó un pronunciamiento firmado por los integrantes de AMA donde encararon a los aspirantes presidenciales.
Las Madres aclararon que no apoyarán ninguna candidatura que promulgue impunidad. En el contundente comunicado se mostraron en contra de los términos “salida digna” y “aterrizaje suave”, porque según ellas es un discurso que le brinda ciertas concesiones a un gobierno acusado de cometer crímenes de lesa humanidad.
Muchos se fueron tras las protestas. Solo a Costa Rica han llegado un poco más de cien mil nicaragüenses. Las razones se pueden dividir en dos: persecución política y crisis económica. Algunos de los que se van mantienen un lazo con Nicaragua, mediante el deseo de su regreso. Jóvenes como la Portón* no se atreven a comprar muebles, a crear lazos tan duraderos en el exilio, porque cree que algún día podría volver. La pregunta es cuándo.
“Muchos dirán que superemos todo, pero que lo supere quien no lo vivió”, dice vía llamada telefónica desde México, el país que la acogió después de irse de Nicaragua por temor a ser encarcelada. Estuvo atrincherada en la UNAN-Managua cuando un grupo de estudiantes la tomaron a inicios de mayo de 2018 y fueron expulsados dos meses después por paramilitares.
En el país donde está, ya no siente el bochorno de las calles de Managua, pero cuando lee en sus redes sociales el avenimiento de esos días entra en una especie de periodo luctuoso. “Aunque estemos en un país diferente, puedo decirte que recordamos las balas detrás de las barricadas”, narra.
Cuando estuvo atrincherada en la universidad conoció a Gerald Vásquez, uno de los jóvenes que fue asesinado en la iglesia Divina Misericordia el 13 de julio de 2018. El nombre de Vásquez se sumó a la lista de los asesinados por el régimen de Daniel Ortega y también se convirtió en pintas que se regaron por toda la ciudad, las cuales han sido tachadas por el gobierno como un intento de borrar esos nombres.
“Yo siento que la pintura de esos lugares sigue estando fresca. Hay ocasiones en que te quedás viendo a la nada y tenés recuerdos de lo que pasó”.
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*A petición de los entrevistados, algunos nombres fueron cambiados por seudónimos.