Complices Divergentes
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“Me tiene sin cuidado que me llamen dictador”: Bukele desafía a la crítica en su primer año de reelección

En su discurso por el primer aniversario de su segundo mandato, el presidente de El Salvador, Nayib Bukele, minimizó las acusaciones de autoritarismo y arremetió contra la prensa y organizaciones internacionales, mientras defendió el régimen de excepción y nuevas restricciones a la sociedad civil. Su mensaje confirma una estrategia de confrontación con sus críticos y consolida un modelo de poder que ha sido señalado de inconstitucional por juristas y organismos internacionales

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El presidente de El Salvador, Nayib Bukele, y su esposa Gabriela Rodríguez saludan este domingo, a las afueras del Teatro Nacional en San Salvador. EFE/ Rodrigo Sura

Nayib Bukele, presidente de El Salvador, dejó claro este domingo 1 de junio que las acusaciones de dictador no le afectan. En un discurso con tintes triunfalistas y desafiantes, pronunciado desde el Teatro Nacional, el mandatario celebró el primer año de su segundo mandato consecutivo —cuestionado por su inconstitucionalidad— asegurando: “Me tiene sin cuidado que me llamen dictador […] Prefiero eso a ver cómo matan a los salvadoreños”.

Las palabras de Bukele, dirigidas ante la Asamblea Legislativa, cuerpo diplomático e instituciones estatales, resumen el tono dominante del evento: una narrativa de confrontación con medios de comunicación, organizaciones de derechos humanos y gobiernos extranjeros. El presidente afirmó que estos actores forman parte de un “ataque coordinado” para desestabilizar su gobierno.

Bukele no solo restó importancia al calificativo de dictador, sino que lo resignificó como un costo aceptable por haber reducido la violencia homicida en el país. “Prefiero estos momentos cuando agarro el celular y veo: dictador, dictador, dictador… en las noticias y no ver asesinato, asesinato, asesinato”, dijo, reiterando su apuesta por la seguridad a cualquier costo.

Durante el régimen de excepción vigente desde 2022, más de 78 mil personas han sido detenidas por supuestos vínculos con pandillas. Aunque esta política ha sido aplaudida por una parte de la población por la reducción del crimen, ha recibido amplias críticas por violaciones de derechos humanos, detenciones arbitrarias y muertes bajo custodia, según organizaciones locales e internacionales.

Críticas a la prensa y a las ONG

El discurso también sirvió para reforzar la idea de un enemigo externo. Bukele acusó a medios nacionales e internacionales, así como a oenegés, de estar “orquestados” para atacar a su gobierno. “Ni los periodistas, ni las oenegés están prohibidos en nuestro país, son libres de publicar sus panfletos, son libres de decir sus mentiras. Tal vez equivocadamente, permitimos la desinformación”, afirmó.

Bukele evitó presentar evidencia sobre la supuesta conspiración. Tampoco especificó qué medios o periodistas estarían implicados en ella. En cambio, enmarcó sus acusaciones en un relato nacionalista: “Hoy El Salvador ya no le pertenece ni a los actores extranjeros, ni a sus títeres locales. El Salvador pertenece al pueblo salvadoreño”.

Estas declaraciones se producen en un contexto donde el Ejecutivo ha impulsado legislación que limita el trabajo de organizaciones civiles. En su intervención, Bukele defendió la recientemente aprobada Ley de Agentes Extranjeros, que impone un impuesto del 30% a las donaciones internacionales, y que ha sido señalada como un instrumento para debilitar la sociedad civil y acallar las críticas.

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Alejandro Henríquez (i), abogado y defensor de derechos ambientales y José Ángel Pérez (c), ambos acusados de desórdenes públicos, son acompañados por sus abogadas durante una audiencia en un centro judicial, en Santa Tecla (El Salvador). EFE/Rodrigo Sura

En otra parte del discurso, el mandatario salvadoreño atacó directamente conceptos fundamentales del orden democrático. “Democracia, transparencia, derechos humanos, Estado de derecho… son términos que en realidad solo se usan para mantenernos sometidos”, declaró Bukele, cuestionando la legitimidad de los organismos internacionales y tratados que defienden estos principios.

El presidente sostuvo que la “democracia del miedo” fue superada por un nuevo modelo que prioriza los resultados sobre los procedimientos. “Antes solo se podía elegir entre la opción mala y la peor. Hoy, al fin, los salvadoreños viven en paz”, dijo, sin ofrecer evidencia más allá del descenso en homicidios para sustentar su argumento.

La Constitución salvadoreña prohíbe expresamente la reelección inmediata. No obstante, Bukele fue reelegido en 2024 tras una polémica resolución de la Sala de lo Constitucional —designada por una Asamblea controlada por su partido Nuevas Ideas— que reinterpretó la norma. Expertos constitucionalistas, tanto nacionales como internacionales, han calificado su segundo mandato como ilegítimo.

Este contexto ha llevado a múltiples organismos a emitir alertas sobre una “escalada autoritaria” en el país. Reportes recientes documentan detenciones de activistas, cierre de espacios críticos y vigilancia a periodistas independientes.

Una audiencia fiel, un país silenciado

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Fotografía de un cartel con la imagen del presidente de El Salvador, Nayib Bukele, este domingo, a las afueras del Teatro Nacional en San Salvador. EFE/ Rodrigo Sura

Pese a las denuncias, la imagen de Bukele se mantiene sólida en las encuestas locales. La narrativa de “paz recuperada” y de “defensa soberana frente a injerencias externas” ha calado en un sector importante de la población. Sin embargo, el costo de este respaldo parece ser una democracia debilitada y un entorno cada vez más hostil para la crítica.

El discurso del 1 de junio no anunció nuevas medidas, pero sí confirmó el rumbo del gobierno: más concentración de poder, más enfrentamiento con actores críticos, y menos espacio para el disenso.

El modelo Bukele —basado en mano dura, control institucional y popularidad sostenida por resultados en seguridad— se presenta como alternativa al desgaste de las democracias tradicionales. Pero esta propuesta se construye a expensas de derechos fundamentales y del pluralismo político.

Que se queden ellos discutiendo su semántica y nosotros vamos a seguir enfocados en buscar resultados”, afirmó el presidente. En ese “ellos” caben la prensa, las oenegés, la comunidad internacional, los jueces, los académicos y los opositores.

Lo que está en juego, más allá del insulto de “dictador”, es el tipo de país que se construye cuando el poder no admite límites. Y, hasta ahora, Nayib Bukele no muestra señales de querer ponerlos.


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