Los países que cuentan con fuerzas militares en la región están cerrando la década sentando un precedente grave de regresión autoritaria y militarismo. En todos estas naciones, los presidentes han aparecido flanqueados por los militares intentando sofocar las crisis institucionales que se han presentado en distintos momentos.
SAN JOSÉ, COSTA RICA–. Las fuerzas armadas fueron actores protagonistas de la política centroamericana al menos hasta mediados de los 90, cuando finalizaron los conflictos militares que asolaron a la región durante las últimas décadas del siglo XX. Treinta años después, aunque ya no ocupan la primera línea de la política, los militares sobreviven como grupos con una gran capacidad de presión y muy activos en la vida cotidiana de los países centroamericanos, a excepción de Costa Rica y Panamá, las únicas dos naciones que actualmente no tienen fuerzas armadas. Su poder ha cambiado de forma, pero no se ha extinguido y persiste bajo nuevos ropajes.
¿Qué explica su permanencia y su poder? Con la excepción de Costa Rica, en el resto de Centroamérica los aparatos militares cerraron el siglo XX y entraron al nuevo siglo con una baja legitimidad y fuerzas de policía prácticamente inexistentes o muy débiles. Del otro lado, las recién estrenadas autoridades civiles contaban con poca experiencia democrática y tenían que lidiar con una región donde la inseguridad y la violencia permanecen como el problema más importante para las sociedades. La solución siempre fue adoptar políticas de seguridad de mano dura que dieron preponderancia a las fuerzas militares.
Esa compleja relación entre fuerzas armadas, liderazgos políticos civiles y necesidades ciudadanas ha tenido varios momentos en Centroamérica. En la década de los 90 del siglo XX, cuando finalizaron los conflictos bélicos, la principal preocupación era la subordinación de las fuerzas armadas a las autoridades civiles recién constituidas y la separación de las funciones militares y policiales.
En la primera década del siglo XXI, los militares centroamericanos se enfocaron en realizar sus propios procesos de modernización, reconversión y profesionalización, como se les llamó en casi todos los países; se redimensionaron sus fuerzas y presupuestos. En la reinvención, encontraron nuevas rutas para mantenerse en los esquemas de poder que se estaban reconfigurando en todos los países de la región a través de nuevas formas. Así, los ejércitos comenzaron a participar en las llamadas misiones no tradicionales como la prevención de desastres, la asistencia humanitaria, el combate al narcotráfico y la protección de recursos naturales; además, comenzaron a realizar tareas de seguridad ciudadana, invadiendo campos de acción civil, y crearon espacios de coordinación y acción conjunta regional. En esa época también crecieron las empresas de seguridad privadas manejadas por los militares, el comercio de armas y municiones, y las empresas privadas en sectores clave de la economía con participación de militares como socios. La década cerró con el golpe militar que derrocó a Manuel Zelaya, el presidente de Honduras, marcando un punto de inflexión política en la región y revelando que los ejércitos no habían abandonado su poder ni su protagonismo.
La década siguiente, los militares se atrevieron a incursionar abiertamente en la política institucionalizada. Otto Pérez Molina, en Guatemala, y Omar Hallesleven, en Nicaragua llegaron a ocupar dos de las posiciones políticas más importantes en la región. El primero como presidente y el segundo como vicepresidente en sus respectivos países. Aunque los dos ya estaban en condición de retiro, era la primera vez desde los gobiernos militares del siglo pasado, que oficiales de alta graduación entraban de lleno a competir en la política. En esa década también comenzó a extenderse la presencia militar en las instituciones públicas de carácter civil de distinto tipo. Muchos oficiales en retiro o activos pasaron a hacerse cargo de instituciones, en algunos casos, clave como las comunicaciones.
Los países que cuentan con fuerzas militares en la región: Guatemala, El Salvador, Honduras y Nicaragua, están cerrando la década sentando un precedente grave de regresión autoritaria y militarismo. En todos estos países, los presidentes han aparecido flanqueados por los militares intentando sofocar las crisis institucionales que se han presentado en distintos momentos. Así fue en el caso de Guatemala con Jimmy Morales; en Honduras, con Juan Orlando Hernández; en Nicaragua, con Daniel Ortega y más recientemente, con Nayib Bukele en El Salvador. Durante los últimos años se han incrementado los presupuestos militares en todos estos países y también se ha incrementado la participación de las fuerzas castrenses en tareas de orden interior.
La llegada de la pandemia provocada por el coronavirus ha agregado un ingrediente a este complejo escenario, pues en algunos países de Centroamérica igual que en otras partes del mundo, los Estados han decidido emplear la fuerza militar para hacer cumplir las medidas de prevención y contención del virus bajo el pretexto de la disciplina, capacidad y recursos de estas instituciones para enfrentar situaciones de emergencia de tal magnitud. Costa Rica y Panamá, los dos países de la región sin fuerzas armadas también han tenido que adoptar medidas de fuerza excepcionales, incrementando el patrullaje de las zonas fronterizas, la disposición de puestos de vigilancia y uso de recursos tecnológicos militares para prevenir el flujo de personas por puntos ciegos o irregulares.
Superada la pandemia, es indispensable que todos los países centroamericanos vuelvan a colocar en el tapete de la reflexión y la opinión pública los riesgos de los nuevos autoritarismos y dos de sus expresiones más perversas: el militarismo que prevalece entre las fuerzas armadas, pero sobre todo entre los liderazgos políticos; y la militarización, que no es más que la ilusión de hacerle creer a las sociedades que la solución a los problemas de la precariedad, la inseguridad y la violencia está en las manos de los militares y las políticas represivas. Este no es un reto nuevo, pero ahora es más urgente.
Redacción
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Wilfredo Miranda Aburto - Nicaragua
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