A través de numerosos relatos históricos y ficticios conocemos la resistencia que nació en los países europeos ocupados por la Alemania nazi a pesar del terrorífico sistema de vigilancia impuesto y las nefastas consecuencias que significó para millones de personas. En todos los países ocupados, la resistencia se convirtió en un factor fundamental para sostener las acciones en contra del fascismo durante la Segunda Guerra Mundial.
También se convirtió en una fuente de esperanza y motivación para millones de personas sometidas. La resistencia fue posible por la existencia de numerosas y pequeñas células de personas que realizaban sus acciones en el anonimato, muchas veces aparentando complacencia con los nazis y colaboradores; pero también porque contaba con respaldo de los aliados en el exterior que luchaban contra el fascismo.
Ochenta años después, en Nicaragua, un alejado país centroamericano, los ciudadanos que lo habitan tienen prohibido protestar. Se les va la vida en ello si lo hacen.
En 2018, el descontento que se había acumulado durante muchos años emergió en multitudinarias marchas de protesta que se extendieron por todo el país durante varios meses. Las protestas surgieron a medio camino entre la espontaneidad de grupos autoconvocados y otros más organizados; en la medida que el tiempo avanzó y más gente salió a las calles, los grupos se fueron estructurando y dieron vida a un movimiento cívico muy vivo y dinámico en todo el país; pero también se activaron numerosos grupos de nicaragüenses que vivían en el exterior.
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La respuesta que el régimen, encabezado por Daniel Ortega y Rosario Murillo, dio a esas muestras de descontento fue acallar las protestas a sangre y fuego desde el inicio. Durante los primeros meses, y a pesar de los altos niveles de violencia estatal, la gente no se dio por vencida y cada vez salía a las calles de manera más frecuente y masiva. Prácticamente no había lugar del país donde no se efectuaran marchas y actos de protesta.
En octubre de 2018 el régimen Ortega-Murillo prohibió cualquier marcha o actividad pública de protesta. Ante la persistencia ciudadana, decidió elevar los niveles de violencia para impedir que los ciudadanos salieran a las calles. Al final, logró su cometido. Detuvo las marchas a un altísimo costo en términos de vidas humanas y graves violaciones a los derechos humanos.
Cuando la gente se vio impedida de salir a las calles a expresar su descontento, utilizó toda su creatividad para protestar de variadas formas. El repertorio de las acciones sociales es vasto y sumamente creativo. Ha incluido, desde los llamados piquetes exprés, que no eran otra cosa que pequeños grupos de personas protestando en lugares muy visibles de la ciudad por breves espacios de tiempo, hasta lanzar globos de color azul y blanco, los colores de la bandera de Nicaragua; elaborando carteles, artes gráficas variadas, memes; ocupando los espacios virtuales y aprovechando cualquier oportunidad para hacerle saber al régimen que las cosas no habían vuelto a la “normalidad”.
La represión y vigilancia se instalaron de manera permanente sobre la ciudadanía, pero cada vez que el régimen cerraba más las posibilidades para ejercer el derecho a la protesta y a la movilización, la gente buscaba nuevas formas de expresar su descontento, siempre de manera cívica. En esas acciones sociales participaban tanto los nicaragüenses que ya estaban organizados como los no organizados, es decir, el ciudadano de a pie que antes de 2018 no se interesaba mucho en la política, pero tampoco era indiferente a lo que estaba sucediendo.
Como era de esperarse, en la medida que se incrementaron los niveles de riesgo por causa de la violencia estatal, la gente, particularmente la no organizada, comenzó a disminuir su participación en las protestas. Sin embargo, eliminar las marchas no significó que el movimiento cívico desapareciera, si no todo lo contrario.
El movimiento cívico que surgió en 2018 ha tenido la característica de estar conformado por numerosas organizaciones de diverso tipo localizadas tanto dentro como fuera de Nicaragua; un entramado de liderazgos y activistas sociales a diferentes niveles; una agenda de demandas compartidas cimentada en tres ejes fundamentales: justicia, libertades y democracia. Esa agenda no ha variado en el tiempo. Asimismo, ha sostenido sus acciones en una estrategia cívica que rechaza la violencia, dando vida a un inmenso y valioso repertorio de acciones sociales, nuevos símbolos y significados.
Además del plan de eliminar las protestas y marchas de raíz, el régimen ha intentado desarticular al movimiento cívico en diferentes momentos, golpeando sus organizaciones y liderazgos con una persecución sistemática, encarcelamientos, agresiones, amenazas, hostigamientos, exilio, destierro e incluso, asesinando personas en el momento más álgido de las movilizaciones y protestas. También han instalado un sistema de aparatos de control y vigilancia sobre los ciudadanos, eliminado cualquier posibilidad de protestar o expresar descontento por irrelevante que sea el motivo. Si no, veamos cómo mandó a encarcelar a unos jóvenes artistas solamente por intentar pintar un mural con la imagen de la nicaragüense recién elegida Miss Universo.
La violencia desmedida que el régimen de los Ortega-Murillo ha empleado para contener y finalmente, eliminar cualquier expresión de protesta y descontento ha sumido al país en un silencio político extremo, provocando una crisis que se ha extendido durante varios años hasta la actualidad. En medio del temor, los ciudadanos simulan vivir en la normalidad y tranquilidad para no levantar sospechas y exponerse a la represión gubernamental. Pero el río del descontento se ha vuelto cada vez más caudaloso y profundo, de manera que los meandros se han ensanchado y ya alcanzan hasta a sus propios seguidores.
Incapaz de contener ese caudaloso descontento el régimen de Daniel Ortega ha optado por institucionalizar el Estado policial, incrementando la represión, el control y la vigilancia para silenciarlo por la fuerza todo el tiempo que pueda. La razón es que ciertamente, junto al descontento, existe la resistencia dentro y fuera de Nicaragua. Dentro del país muchas veces se reviste con pequeños e imperceptibles actos individuales que se cuelan por rendijas a veces impensables. Entonces, Ortega logró eliminar las protestas, pero no ha podido acabar con la resistencia.
ESCRIBE
Elvira Cuadra
Socióloga nicaragüense. Su trabajo de investigación se ha enfocado en el análisis de conflictos, seguridad y derechos humanos; también ha trabajado en el análisis del proceso político en Nicaragua, juventudes y cultura política. Actualmente es directora del Centro de Estudios Transdisciplinarios de Centroamérica. Autora y co-autora de ensayos y libros.