Eliseo Núñez
24 de diciembre 2022

Navidad sin Patria

ientos de personas participan en la tradicional gritería en honor a la virgen María en León el pasado siete de diciembre. EFE.

Antes de venir al exilio, escuchaba a quienes partieron primero que yo hablar de las navidades: “Que no eran iguales; que eran aburridas; que aquí no se celebran como allá”. No es difícil comprender que, no solo la navidad, sino todos nuestros festejos son mejores en nuestras tierras porque, allá, está nuestra gente, porque son ocasiones en que vemos a los tíos y tías, a los hermanos y hermanas, jugamos con los sobrinos y sobrinas, recordamos cosas con las abuelas y los abuelos, y saludamos a las amistades, al barrio. En fin, somos nosotros en nuestro entorno más feliz, en ese que conocemos y nos conocen desde niños.

Este año, según cifras oficiales de las autoridades norteamericanas, a octubre de 2022, eran más de 164 000 nicaragüenses los que salieron de su tierra y llegaron a Estados Unidos. Además, hay más de 69 000, según cifras de la Dirección de Migración Costarricense, que solicitaron refugio en Costa rica, de enero a diciembre de este año. En total, casi 250 mil nicaragüenses expatriados. Y déjenme decir que no es correcto dividirlos en migrantes económicos y políticos, pues todos huyen de un país donde no ven futuro debido a la deriva autoritaria, a la dictadura. Otro dato, aún más interesante, encontrado en la misma página de la patrulla fronteriza de Estados Unidos es que los migrantes provenientes de las tres dictaduras de América Latina superan ya a los de México y el llamado Triángulo Norte.

Según estas cifras, sumando las de 2018 y 2021, casi el 10% de toda nuestra población se encuentra expatriada. Una cifra que parece fría hasta que le ponemos rostros, nombres…, hasta que lo vemos desde la mirada de las madres que hoy no abrazaran más a sus hijos, o de los hermanos pequeños que, como única esperanza, siguen la ruta de sus mayores, o de los barrios sin jóvenes, de los compañeros de clase que no regresaron a las aulas.

La fibra social de nuestra patria está rota y, diariamente, los represores meten el cañón del fusil en esa herida y disfrutan en hacer más daño. Un disfrute insano que, además, lo acompañan de la avaricia, del saber que tanto dolor se traducirá en remesas que, indirectamente, terminan dándole sostén económico al mismo régimen. Son exportadores de lágrimas, sudor y sufrimiento, y lo son sin ningún pudor. Pero qué puede hacer el emigrante si no es conectarse con su patria a través de esa ayuda incesante que envía a quienes dejó atrás. Es, sin duda, una ayuda material, pero también es su manera de sentirse parte de esa familia que los conecta con aquellos días felices y las experiencias que solo se viven cuando estamos con los que amamos.

Recibe nuestro boletín semanal

Nicaragua no es un nombre, no es un Estado, no es un régimen; Nicaragua somos nosotros, nuestras familias, nuestros amigos somos todo eso a lo que nos han obligado a renunciar por pensar diferente, por soñar con un futuro. Y es que los nicaragüenses ya ni siquiera podemos decir que emigramos por un futuro mejor. Es más simple: emigramos para tener futuro, pues en las condiciones que nos han impuesto en nuestra tierra, futuro no hay.

Casi todos pensamos en volver, temporal o definitivamente. Queremos volver, pero hay quienes ya no podrán porque murieron en el intento de buscar futuro, hay otros que no regresaron del sueño de una Nicaragua libre, en 2018, pues una bala del régimen los asesinó. Otros, como los presos políticos, esperan volver a la libertad, volver a sus familias y amigos. Todos hemos dejado un pedazo de nuestra vida allá, un trozo de alma por el cual lloraremos en silencio el resto de nuestras vidas.

Los que nos fuimos, los que están presos y los que lloran a sus muertos, hemos perdido algo. Pero pierden más quienes hoy reprimen y se burlan, quienes creen que la partida de miles de hermanos y hermanas les favorece porque ya no los molestaremos más, quedando el país solo para ellos. Pierden porque no se percatan que pierden en la euforia del odio y el fanatismo. El mal y la represión también los alcanzará y tendrán que renunciar a ser libres, pues un régimen como el que impera en Nicaragua, requiere del sometimiento total. Ese régimen no tolera ni siquiera que pienses, mucho menos que pienses diferente. Se basa solo en la obediencia y nada más. Quienes hoy lo secundan, lo sufrirán porque habrán sido constructores de su propia cárcel.

Y no. Estas Navidades, en efecto, no serán iguales a las de nuestra querida Nicaragua. No iremos a casa de la abuela. No correrán los hijos e hijas de tus hermanos junto a los tuyos. No abrazaras a todo el vecindario a las doce de la noche. Y comprenderemos que la patria es más que un pedazo de tierra, la patria es todo eso que nos ha construido, esa gente que amamos, esas sabores y olores que evocan nostalgia y que, debido a las dictaduras, nos ha tocado olvidar y recordar una y otra vez.

Debemos ir más allá de la esperanza y trabajar por una patria en la que alcancemos todos, a la que vuelva el futuro. Cada uno debe hacerlo desde donde le toque, cada uno con lo que pueda. Hoy es momento de convencernos de que volveremos y que, no solo se irá el tirano, sino que habrá Nicaragua para todos con futuro y en libertad.

ESCRIBE

Eliseo Núñez

Abogado con más de 20 años de carrera, participa en política desde hace 34 años sosteniendo valores ideológicos liberales.