Wilfredo Miranda Aburto
29 de enero 2025

¿Periodismo al borde de la extinción?

Ilustración de Divergentes.

Perdón por lo apocalíptico de la interrogante, pero el panorama actual obliga a ponderar: ¿el periodismo nicaragüense –y en Occidente en general– está al borde de la extinción? No creo que, por ahora, haya una respuesta conclusiva… pero sí varias consideraciones necesarias ante un mundo en reacomodo, con el movimiento ultraderechista en consolidación y lo que parece ser una fractura irreversible del marco multilateral, afianzado después de la Segunda Guerra Mundial. El periodismo que intenta contar y explicar esta complejidad persiste, pero no ha salido indemne en este proceso, en el que cada vez es más denostado por líderes de verbo incendiario

Se trata de figuras globales que enarbolan tendencias aislacionistas y supremacistas, apoyadas en promesas abultadas de medias verdades, bulos y, sobre todo, incertidumbres… Y que con insistencia alimentan la idea de volver a ser “first, ¡first, first!” sobre un entarimado global tensado por la polarización, especialmente entre una potencia en ascenso y otra con la influencia menguada. Un escenario ni tan nuevo ni tan viejo, pero en el que, como siempre, la ciudadanía es la que queda en medio de esa pugna. 

Estoy convencido que este teje y maneje mundial no sólo necesita periodismo, sino más periodismo comprometido ante los embates. Sin embargo, a nivel global, la población experimentó en 2024 una significativa reducción de la libertad de prensa en un 85% de los países. Según la Unesco, esa erosión viene aparejada de presiones políticas, económicas y violencia –en sostenido aumento– hacia quienes ejercemos este oficio. Reporteros sin Fronteras contabiliza en ese mismo período 54 periodistas asesinados en el mundo (cinco de ellos en México); 550 encarcelados y 55 secuestrados.

En ese sentido, el periodismo nicaragüense y su resistencia ante una dictadura que sigue cometiendo crímenes de lesa humanidad puede aportar elementos claves a la discusión. En específico sobre la importancia de la resistencia y protección de la libertad de prensa ante la proliferación de la desinformación en plataformas sociales; postulados con tintes oscurantistas, xenófobos, autoritarios y nacionalismos tóxicos.  

Recibe nuestro boletín semanal

Antes de seguir ponderando, me gustaría aclarar que entiendo importancia que ocupa la crisis sociopolítica de Nicaragua en el mundo: una muy baja –a veces pocamente intermedia– en las prioridades de una comunidad internacional (y organismos como Naciones Unidas) que no han podido resolver invasiones como la de Ucrania o el conflicto en Gaza. Esa misma comunidad internacional que se engolosina y que está más crispada desde el 20 de enero pasado, cuando Donald Trump regresó a la Casa Blanca prometiendo levantar un alambre de púas arancelario. 

La de Nicaragua es una crisis muy pequeña en ese tablero, pero creo que en su gravedad hay algo que debería importarle mucho al mundo y no ser minimizado: la reedición en el presente de políticas de Estado perversas, ejecutadas por regímenes como el de Daniel Ortega y Rosario Murillo. Políticas de represión y aniquilamiento sistemáticas y coordinadas desde lo más alto del poder. Prácticas que se creían sepultadas en el pasado. En palabras superlativas, la comisión de crímenes de lesa humanidad.  

Se trata de una confrontación de valores y principios que protegen la dignidad humana –fibra fundamental de los derechos humanos– ante narrativas que no sólo se atreven a relativizar la crueldad del pasado, sino que incluso recurren a gestos similares que contienen lo más abyecto de la condición humana. Desde antes de los nazis, los escritores, poetas y periodistas han sido principalmente quienes han denunciado y dejado constancia histórica de la barbarie.

En Nicaragua, el periodismo escribió la primera línea de la reconstrucción de la masacre de abril, perpetrada por los Ortega-Murillo y sus hordas armadas con fusiles de guerra. Por eso, desde 2018, la pareja presidencial se ha dispuesto a aniquilar el periodismo. Muchos, en el fondo, anhelan lo mismo.  

¿Periodismo al borde de la extinción?

Después de leer hace unas semanas el último informe de la Fundación por la Libertad de Expresión y Democracia (FLED), en el cual advierten que en diez de los 15 departamentos que conforman Nicaragua ya no existen periodistas y comunicadores de ninguna especie, me vino la interrogante que titula este artículo: ¿El periodismo nica está al borde de la extinción? Los datos de la FLED apuntan a que sí: 46 periodistas fueron forzados al exilio en 2024 para proteger sus vidas y las de sus familias. “Entre 2018 y el cierre de este año, el total de periodistas exiliados asciende a 283 profesionales”. O sea, un país sin periodistas. El único país del hemisferio occidental sin un periódico impreso entre otros tristes hitos.  

Otro factor que impactó profundamente al periodismo nicaragüense en 2024 fue que un número considerable de profesionales abandonaron el ejercicio del periodismo en el exilio para dedicarse a otras actividades económicas para garantizar el sustento de sus familias. Al menos 52 periodistas dejaron el oficio y eso asusta cuando no existe la formación de más periodistas después de la confiscación de las universidades. No se perfila relevo, solo silencio y miedo.  Y demasiada autocensura, tanto a lo interno y fuera de Nicaragua.

Aparte de la prisión y torturas que han sufrido colegas –y que otros hemos sido despojados de nuestra nacionalidad, confiscados, y casi todos nuestros familiares han sufrido acoso en Nicaragua–, hay que sumar otro elemento: el exilio ya no solo significa huir de la represión para salvar la libertad física y de publicar, sino que en general está significando la precarización del oficio. Necesitamos periodistas de tiempo completo remunerado para proveer un periodismo riguroso y útil para una ciudadanía global, cada vez más presa de la desinformación que deforma la opinión y la decisión pública. 

En contextos dictatoriales como lo es el nica, resulta imposible generar modelos de negocios solventes, de modo que el apoyo de la comunidad internacional es clave. Sin embargo, a la luz de este reacomodo en el mundo y el ascenso de narrativas enemigas de la clásica función de “perro guardián de la democracia” del periodismo, ese flujo de recursos se pone en pausa, se recorta o se acaba. 

Muchos de estos líderes que promueven estas políticas son efecto del desgaste y la pérdida de confianza en el concepto de democracia y sus instituciones de cara a los problemas ciudadanos, en especial la siempre susceptible economía personal. El aumento de la desigualdad da cabida a narrativas que generan indignación y prometen soluciones simples, populistas, a cuestiones que requieren intervenciones más complejas y menos mágicas. 

No sólo en Estados Unidos, sino decenas de países, estos líderes han sabido aprovechar la erosión de la democracia y su sistema de contrapesos para dinamitarla con discursos que se alejan de las élites tradicionales, que hablan de desigualdad, pero que no la entienden en la práctica. Estos líderes ultraconservadores no hablan de la abstracta importancia –pero a la larga útilísima para las sociedades– de la separación de poderes. En cambio, insisten en bajar los precios del combustible o la cajilla de huevos… o atacan a los jueces que hacen cumplir las leyes cuando no les conviene. 

Efectismo versus idealismo democrático. Hemos visto que resulta, sobre todo ahora, cuando la ultraderecha es escoltada por tecnomillonarios. Aprovechan los algoritmos prestados para expandir en las plataformas sociales sus ideales contra lo que hoy –concepto de moda– se resume en la “cultura woke”. El origen de todos los males, según ellos. Y no digo que del otro lado no hayan pecados y errores, pero estamos frente al otro extremo con reminiscencias de un pasado retorcido. En suma, todo extremo es nocivo. 

Las redes sociales se han convertido en hervidero de falacias y conspiraciones que, con susto, vemos cómo vienen siendo adoptadas como políticas públicas. Políticas que solo ven al ombligo. Políticas de redadas antiinmigrantes, que incentivan el miedo a lo diferente. Control y represión de la sexualidad, demonización de la crítica, mientras el líder proclamado apela a una clase social frustrada, invoca el militarismo para solucionar casi todo, sostiene el bulo hasta hacerlo verdad a fuerza de repeticiones y exalta ese nacionalismo tóxico. Eso y más que se reduce en una sola palabra: fascismo. 

¿Periodismo al borde de la extinción?
El presidente de Estados Unidos, Donald Trump. Foto de EFE.

Este es el escenario actual y ha coincidido con la conmemoración del 80 aniversario de la liberación de Auschwitz-Birkenau, el mayor campo de exterminio del nazismo y símbolo del Holocausto. En el acto realizado este 27 de enero al sur de Polonia, los últimos supervivientes advirtieron que el “mundo está de nuevo en crisis” y que, por desgracia, “no hemos aprendido la lección”. Y no porque estemos en general en los extremos que ellos soportaron, sino porque como recuerda una frase inscrita en las paredes del memorial de Auschwitz, “el Holocausto en realidad no comenzó con las cámaras de gas”: “Este odio se desarrolló gradualmente a partir de palabras, estereotipos y prejuicios hasta llegar a la exclusión legal, la deshumanización y la violencia creciente”. 

Salvando las distancias, un odio que ahora se gesta en plataformas sociales y en la que los periodistas hacemos frente reivindicando los hechos y la verdad con toda la honestidad posible, a sabiendas que es limitado el margen de respuesta, eco e influencia ante estos corceles tecnológicos, dueños de los algoritmos que le sirven a la ultraderecha a sus anchas. Los periodistas no contamos con los recursos necesarios para hacerlo, pero creo que debemos procurar resistencia y hacer un mea culpa para mejorar: volver a un periodismo más local para entender y contar las frustraciones de estas sociedades seducidas por estos nuevos profetas que prometen a “eras doradas”. Reportear desde abajo y no desde arriba. No obstante, eso requiere tres erres: recursos, resistencia y rigor. Periodismo lo más exacto posible. 

En resumen, el periodismo los necesita y ustedes necesitan más periodismo, porque ante un panorama tan estridente, como he dicho antes, a lo único que podemos recurrir para no claudicar es a las convicciones democráticas, aún con sus debilidades y limitaciones intrínsecas. Sigo creyendo que allí radican las garantías de un mundo más potable. Tener siempre como norte la convicción más alta que los supervivientes de Auschwitz-Birkenau recordaron esta semana: “nunca más”… Sin periodismo y reporteros, los crímenes de lesa humanidad son más difíciles de denunciar y procesar.

En Nicaragua, aunque es una muestra ínfima de ello, el periodismo lo ha demostrado. Y lo quiere seguir demostrando, sin que su caso llegue a convertirse en espejo de otros periodismos hoy asediados en países considerados baluartes de las libertades y la democracia. Entonces, ¿el periodismo nicaragüense –y en Occidente en general– está al borde de la extinción? Eso solo el tiempo, pero sobre todo ustedes, lo decidirán. El desafío es compartido. 

ESCRIBE

Wilfredo Miranda Aburto

Es coordinador editorial y editor de Divergentes, colabora con El País, The Washington Post y The Guardian. Premio Ortega y Gasset y Rey de España.