Edwin Alvarado Mena
24 de diciembre 2022

Román González, nada más que un boxeador


Tuve la suerte de que la pelea de trilogía entre el Chocolatito González y el Gallo Estrada se realizara en Glendale, Arizona, muy cerca de donde vivo. El Chocolatito es especial para mí. Soy un centroamericano adicto al boxeo que adquirió interés en este deporte más o menos al mismo tiempo que el Chocolatito debutaba como profesional. De modo que he atestiguado toda su carrera y nada ni nadie iba a evitar que este 3 de diciembre asistiera al Desert Diamond Arena para mirar al Chocolatito en posiblemente una de sus últimas peleas. El evento fue altamente competitivo, a partes iguales evangélico y sandinista porque esos son los tonos que él da a sus participaciones. Los nicas y yo fuimos minoría entre un público mexicano que regresó a casa con la dicha de ver al sonorense ganar. 

En este mismo estado, Arizona, falleció el boxeador más grande de todos los tiempos. Muhammad Ali pasó sus últimos años en Scottsdale, zona exclusiva de este estado-desierto. Es tremendo esto que voy a decir pero lo creo sinceramente: al Chocolatito yo sí lo sentaría en la mismísima mesa de Muhammad Ali, la mesa de los veinte -o veinticinco, pero no más de treinta- mejores peleadores de la historia, y también lo reconozco legítimamente como uno de los cinco máximos de América Latina, junto con Roberto Durán, Julio César Chávez, Alexis Argüello y Carlos Monzón. Lo creo sinceramente, insisto, Román González es un boxeador irrepetible.

¿Por qué el Chocolatito no tomó ventaja de su fama mundial para avivar la esperanza de una Nicaragua democrática? Tras recordar que Ali murió aquí, en Arizona, era inevitable comparar su biografía con la de ese boxeador menudito que marcha hacia el ring con indumentaria manchada por la propaganda de una dictadura muy mediocre. Muhammad Ali y Román González, ambos, nacieron con una insólita cantidad de talento y fueron testigos de auténticos puntos de quiebre generacional. Sin embargo, sólo uno de ellos conectó de forma positiva su estatus de celebridad con la coyuntura crítica que atravesaba su país. Muhammad Ali brilló en los dos planos, el de deportista y el de ícono de una sociedad llena de voces que presionaban por cambios. 

Empezando por su oposición a la Guerra de Vietnam -se resistió a ser reclutado por el ejército estadounidense-, a Ali le sobran argumentos para pasar a la eternidad no sólo como un boxeador único sino también como un objetor de conciencia y un motor de justicia y progreso para la población afroamericana. Tres facetas, una misma voluntad. Pagó un precio altísimo en verdad: su activismo le deparó sanciones por las que sacrificó varios años de carrera, incluyendo su etapa de máximo rendimiento deportivo, de hecho, pues era apenas un veinteañero cuando sufrió largos períodos de veda. Nada mal resultó el balance al final: Muhammad Ali concedió un lapso de inactividad y en su lugar obtuvo la gloria de ser recordado para siempre por su misión antibelicista y su protagonismo en el Movimiento por los Derechos Civiles en los Estados Unidos.

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Román González, nada más que un boxeador
EFE.

En la otra esquina, este Chocolatito tan desperdiciado y plano, de una pequeñez imperdonable si lo sacamos del cuadrilátero. Pudo ser un agente de acción colectiva y acabó siendo justo lo contrario. A propósito de su pelea en Arizona, la agencia Reuters tituló “Chocolatito pelea para el líder de Nicaragua Daniel Ortega”. El reportaje narra a detalle cómo Román González es un enabler de la dictadura. Su descripción es la de un acomodado que -a cambio de prestar su renombre- recibe patrocinios, inmuebles y ventajas judiciales amparadas por la dictadura, desde fallos favorables por abusos domésticos y disputas contractuales hasta piadosos procesos para algún familiar envuelto en actividades próximas a las drogas. Graves antecedentes que compaginan con la canción que el Chocolatito escogió para caminar hacia el ring, una balada cristiana que dice: “En la hora más difícil / Es cuando Él te ve / Llama siempre a ese hombre / Que Él tiene el poder”. Esta facilidad con la que el Chocolatito se enamora del poder luce peor si lo comparamos con sus contemporáneos. Yordenis Ugas, por ejemplo, no tendrá tremendo palmarés boxístico pero sí la dignidad de proyectar en todas sus peleas el clamor de una nación cubana que no quiere esperar más por la democracia y el desarrollo. 

El Chocolatito se habría retirado invicto de no ser por decisiones controversiales de jueces de boxeo ingratos. Primero fue contra Rungvisai, una pelea que ganó pero no se la dieron y que precipitó una segunda en la que la derecha atómica del tailandés bastó para arruinar al Chocolatito más prime. El golpe se inmortalizó en una toma de televisión: el entonces top libra-por-libra cae inconsciente, horizontal sobre la lona del StubHub Center de Los Ángeles, con una carita de emergencia hospitalaria que nos recuerda que pelear en la corta distancia es pelear sin dios. No menos polémico fue su segundo combate contra el Gallo Estrada, en el que hizo bastante para haberse dejado las tarjetas y evitado, a lo mejor, esta trilogía que sí perdió sin apelación. Como sea, su récord es sensacional y Román González entrará al Salón de la Fama del Boxeo. Lo logrará desde la primera votación en la que su nombre aparezca, empatando la autoridad e inmediatez con la que han ingresado estrellas supremas como Floyd Mayweather Jr, Andre Ward o Roy Jones Jr. 

Pero al Chocolatito se le ha escapado, sin retorno, la consagración de ser más grande que el deporte. Con la historia de Nicaragua simplemente no quiso compromisos. Prefirió los cariños del poder. Prefirió una vida privada y protegida. ¿Por qué aspiraste a tan poquito, Román? Fama sin servicio, éxito sin honor. Nada más que un boxeador.

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Edwin Alvarado Mena

Politólogo costarricense. Actualmente cursa su PhD en la Universidad de Arizona, EE.UU. Ha sido profesor de la Universidad de Costa Rica, el Instituto Centroamericano de Administración Pública y la Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales (FLACSO). Ex asesor del Gobierno de la República de Costa Rica (2016-2021).