Enrique Sáenz
2 de abril 2024

Teoría y praxis en el ciudadano Tünnermann

Carlos Tunnermann

Yo soy yo y mi circunstancia es una de las frases más emblemáticas de la filosofía. Fue escrita por José Ortega y Gasset en sus “Meditaciones del Quijote”. Y a veces las circunstancias encierran paradojas amargas. Carlos Tünnermann, un ciudadano comprometido a lo largo de su vida en la lucha por la libertad, carga cotidianamente su circunstancia particular: es vecino de Daniel Ortega. No agrego la segunda parte de la frase de Ortega y Gasset porque la paradoja no sería amarga, sino dramática.

Un día le comenté que él -Tünnermann- era uno de los ciudadanos más privilegiados del país porque era el segundo hombre con el mayor nivel de seguridad personal. Para entrar a su casa hay que pasar retenes policiales, identificarse y decir adónde uno se dirige. El doctor (nunca lo he llamado de otra manera), con su calma habitual me respondió que había distintas formas de estar seguro y acto seguido completó su respuesta de manera gráfica. Se levantó a tomar un libro de uno de los anaqueles de su biblioteca y me mostró la fotografía, que, en ocasión de su estancia en Nicaragua, le tomó el fotógrafo de celebridades Daniel Mordzinski.

Es extraño, me dijo, que el fotógrafo me haya captado de esa manera: Tünnermann aparece sentado en una mecedora en el jardín de su casa. La foto fue tomada desde detrás de las rejas de una de las ventanas, de manera tala que la imagen que se proyecta es la de una persona encerrada por unos barrotes. Un prisionero.

En realidad no me siento prisionero. pero es lo que vio y recogió el fotógrafo. Me dijo. Vaya -pensé- mi broma está correspondida, solo que al estilo del sutil humor del doctor.

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Ingresé a la universidad, en León, cuando Tünnermann transitaba la etapa final de su período como rector de la Universidad Nacional Autónoma de Nicaragua, después de estar al frente de la misma por diez años. Cuando relato que fue un lujo estudiar en esa universidad, muchos no lo creen. Asistí a una universidad ordenada, donde se combinaba el rigor y la exigencia académica con la libertad, incluyendo la libertad para luchar en contra del régimen de los Somoza y para una risueña vida estudiantil. Recuerdo que los estudiantes de medicina estudiaban al menos seis horas diarias, después de sus reglamentarias horas de clase. Y aún así se les encontraba poniendo serenatas, junto con los menos aplicados. Los estudiantes de Derecho, ciertamente, estudiábamos menos.

El año de estudios generales, para quienes llegábamos a la “ciudad metropolitana” y nos asustábamos de ver tantos carros circulando (nos sentábamos a conversar en el frontis del edificio de ciencias básicas a ver pasar los carros y a las leonesas que eran y siguen siendo  lindas), abría mentes al mundo, al conocimiento y a las ideas. Ahí, en la clase de Historia del Arte pude ver esculturas, museos y pinturas famosas, familiarizarme con el cubismo, el expresionismo, el fauvismo. En Biología, analizar cada una de las partes de una célula directamente en un microscopio. En Español, verme forzado a redactar correctamente y mejorar la ortografía. En matemáticas, desvelarme con los ejercicios de geometría analítica. Asombrarme con las clases magistrales de Edgardo Buitrago y conocer, en las clases de sociología, que un tal Carlos Marx había escrito unas obras monumentales, pero también Weber y Durkheim. Y, además, recibir los resultados de los exámenes, cumplidamente, en una hojita computadorizada.

Los debates en el auditorio Ruiz Ayestas eran cosa aparte. Precisamente, para sustituir a Tünnermann se realizaron elecciones a rector. Los candidatos fueron Mariano Fiallos Oyanguren (q.e.p.d), que representaba a “la derecha” (un derechista que alojaba en su casa a miembros clandestinos de la dirección nacional del FSLN) y Alejandro Serrano Caldera. El debate entre ambos y sus respuestas a los cuestionamientos de la comunidad universitaria, fue memorable. Esto, para no detallar los ardorosos debates entre los dirigentes estudiantiles.

Obviamente, eran otros tiempos. No voy a decir que leímos todos los libros que citaré, pero los estudiantes de entonces andábamos debajo del brazo, entre otros: Los condenados de la tierra (Fanon); Educación y lucha de clases (Ponce); Mamita Yunai (Fallas); La educación como práctica de la libertad y Pedagogía del oprimido (Freire); El diario del Che en Bolivia; Interpretación del desarrollo social centroamericano (Torres-Rivas); Las venas abiertas de América Latina (Galeano); Sandino, general de hombres libres y El pequeño ejército loco (Selser); Antología, de Ernesto Cardenal; ¿Qué hacer? y El Estado y la Revolución (Lenin); La patria del criollo (Martínez Peláez); Conceptos elementales del materialismo histórico (Harnecker); Principios elementales de Filosofía (Politzer); Los monos de San Telmo (Lisandro Chávez); Nicaragua a la hora de la independencia (Chester Zelaya); Segunda Declaración de La Habana (Castro); Cuatro tesis filosóficas (Mao); El papel del trabajo en la transformación del mono en hombre (Engels). Más tarde apareció Imperialismo y Dictadura.

¿Se me queda alguno, Vicente? O talvez Kiko puede ayudar a completar la lista. Ambos eran frenéticos lectores. Y no se crea que solo en la universidad se compraban esos libros. Menciono la librería Villa, en León, y el Club de Lectores, en Managua, como dos centros hasta ahora irrepetidos. Y tal vez irrepetibles.

Por supuesto, no todo fue obra de Tünnermann. pero él encabezó el formidable equipo que estaba al frente de la universidad.

Las universidades del país debían darle la investidura de rector honoris causa, escribió en cierta ocasión Ernesto Cardenal con una de esas frases que no admiten apelación. Es fácil imaginar su reacción cuando conversamos sobre el lamentable estado en que el régimen y sus comensales mantienen a las universidades. Lo resumió en una palabra: frustración.

Después de graduarse en la carrera de Derecho, asumió como secretario general de la UNAN a los24 años y fue electo rector a los 31 años. Prestigiado experto internacional en educación superior, ejerció como embajador de Nicaragua en Estados Unidos, en plena guerra. Fue declarado non grato y debió abandonar Washington en uno de los conflictos más agudo entre el gobierno sandinista y el gobierno de Reagan. Connotado investigador dariano, ensayista, historiador, luchador político, dirigente de la sociedad civil, ministro de educación y también poeta.

Sin embargo, mi impresión es que Tünnermann, entre las múltiples facetas que ha cultivado, siente como su mayor realización su papel de educador, principalmente como ministro de Educación. Su rostro se ilumina cuando habla de la campaña de alfabetización o citando de memoria cuántos avances, cuántas escuelas rurales se construyeron, cuántos institutos o centros preescolares. Me extraña que no cite lo que ta lvez sea la obra más descollante y menos reconocida: el Recinto Universitario Rubén Darío, de la UNAN-Managua.

Sobre su paso por la revolución y por el Frente Sandinista, sus juicios son categóricos: no me arrepiento de nada. En su opinión se cometieron dos errores capitales: El empeño enfermizo de imitar a Cuba y meternos en la confrontación este-oeste. Al lado del despacho de cada ministro, puntualiza, había un asesor cubano. Y declara orgulloso que, en su caso, no. Y para el Frente, considera que “el harakiri” fue la piñata. Acabó con toda ética y con toda autoridad moral. 

Y fue Tünnermann uno de los primeros en renunciar, muy tempranamente, por razones éticas a su militancia en el Frente Sandinista.

Tengo más de cinco años de reunirme casi cada semana con el doctor. La sensatez y lucidez de sus opiniones, siempre me impresionan. Pero sobre todo me admira su sentido del compromiso. Cuando le pregunté cómo le gustaría ser recordado no dudó en afirmar: Como un ciudadano comprometido con su país. Y es que verlo a su edad encabezar, junto a su Rosa Carlota, las marchas y acciones de resistencia por la democracia es una lección elocuente de las convicciones profundas y principios arraigados que lo animan. Y su coherencia. Sobre todo, su coherencia.

Siete hijos. Su madre era maestra “en una de las escuelas más pobres de Managua” y su padre músico y compositor. Su hijo Carlos no optó por ese camino por recomendación de su mismo padre, pero sí aprendió a tocar el piano. Una vida sencilla. Decenas de libros escritos, casi a razón de uno por año. Reza al despertarse, lee luego los periódicos, camina y desayuna con un batido de vegetales, después el trabajo: leer, escribir y participar en distintos movimientos, como dirigente cívico… y Rosa Carlota.

Esa unión y ese amor son madeja para otro tejido. Habitualmente los encuentro por las noches porque no fallan a las actividades culturales, que son por lo general nocturnas. Siempre apoyándola y apoyándose en ella, tomados del brazo o de la mano, aunque nunca los he visto bailando, porque al doctor parece que no le gusta el mambo. Se cuenta que como rector le tocaba bailar la primera pieza, en el baile de gala dedicado a la novia de la universidad. A él le encantaba el vals “Fascinación”. En una ocasión, los estudiantes que organizaban la fiesta conspiraron con los músicos para que dejaran {literalmente- mal parado al rector, al interrumpir el vals y comenzar a interpretar un mambo de Pérez Prado. No es difícil imaginar la turbación del rector.

¿Cuál es el secreto para vivir en armonía tanto tiempo?, le pregunté: Si tuvimos alguna diferencia durante el día, antes de dormirnos debemos dejarla resuelta. No nos dormimos sin hacer las paces, me respondió. Pero es que también compartimos los mismos gustos (Rosa Carlota es pintora). Siempre nos damos tres besos antes de entregarnos al sueño. Ahí tienen pues una receta los que aspiran a una pareja duradera.

Un corto poema retrata ese amor por su compañera de toda la vida:

Dulce
es decir tu nombre
suave es mi voz cuando te llamo
Rosa Carlota… Rosa Carlota
¡ancla firme y definitiva!

No cabe duda de que las guayaberas al Doctor le quedan muy bien. Sus camisas siempre parecen acabaditas de planchar. No me atrevo a preguntarle quién se las plancha, pero parecen planchadas de madre o de nana. Y además de bien planchadito, parece que siempre se acaba de peinar y de bañarse. ¿Alguien ha visto alguna vez al doctor con el pelo alborotado?

Pero hay algo que no le queda bien. Son las gorras. En verdad, no le quedan bien. Pareciera que se lo van tragar. Talvez por eso no jugó béisbol, aunque sí fue jugador de fútbol. Jugaba defensa, me afirma con voz envanecida. Y, además, jugué en el equipo que fue campeón. Fuimos campeones, me repite ufano, solo que a mí casi nunca me metían a jugar, agrega con humildad.

Ciertamente, Carlos Tünnermann tiene muchos méritos. Méritos que todos reconocen, pero hay uno que lo atraviesa todo, que lo sostiene todo. Es la coherencia. La coherencia entre lo que se piensa, lo que se dice y lo que se practica. Teoría y praxis.

Lo más importante es su enseñanza unida a su práctica, su teoría unida a su praxis; su palabra unida a su acción…, sentencia-más que escribe, otra vez, Ernesto Cardenal, quien, en un párrafo de antología se refiere a la faceta espiritual de Carlos: Y lo que para mí, como sacerdote, es lo más importante y lo he dejado de último para resaltarlo más: el cristiano

Pero no un cristiano cualquiera, sino de los cristianos que como Cristo están a la diestra de Dios Padre, que es la izquierda desde el lado de nosotros.

Finalmente, anoto un poema que es un autorretrato espiritual de Carlos Tünnermann:

Sería
Bello acudir al encuentro definitivo
-desprovisto ya de cuerpo 
Íngrima 
Y desnuda al alma-
Sin otro equipaje
Que una rosa de amor
Entre las manos.

Que descanse en paz mi querido y admirado ciudadano Tunnermann.

ESCRIBE

Enrique Sáenz

Es licenciado en Derecho y licenciado en economía, y cuenta con estudios superiores en Ciencia Política (Universidad Simón Bolívar, Caracas) y estudios superiores en Historia Latinoamericana (UNAN, Managua). Fue diputado de la Asamblea Nacional de Nicaragua (2007-2016) y gerente de proyecto para asuntos de cooperación y gobernabilidad en la Delegación de la Unión Europea para América Central en Managua. Se desempeñó también como Director Ejecutivo de la Fundación Siglo XXI (1996-1997) y Oficial Ejecutivo en la Representación del PNUD en Nicaragua, entre otros puestos en el gobierno de Nicaragua y organismos regionales.