Edwin Alvarado Mena
29 de octubre 2022

Un nuevo horizonte para el progresismo costarricense

Un vendedor ambulante es visto hoy en San José (Costa Rica). Foto de EFE.

Hay partidos progresistas en Costa Rica, se supone. Uno gobernó este país durante ocho años y la opinión generalizada no es muy buena. De cualquier modo, es un tema sensible y requiere de varias precauciones para no herir a nadie. Nuestro mejor escritor, Luis Chaves, vive en permanente conflicto con la categoría progresista. A la última fracción del Partido Acción Ciudadana (PAC) -digo última no por más reciente sino porque a lo mejor no vuelva a haber otra- la llamó “los flautistas del progresismo de Barrio Escalante”. Luis Chaves es un escritor de izquierda, él dice, y Barrio Escalante es un barrio elegante de San José, la zona rosa que la capital no tenía hasta hace poco. Estamos hablando de privilegio: ser flautista-de-Barrio-Escalante es lo mismo que ser embajador de la Costa Rica que fue a la universidad, habla inglés, come cocina de autor y toma cerveza importada. 

Ahora uno no podría escribir un elogio del progresismo sin sentir que está adorando a un dios antiguo. Sin embargo, esto no significa que el tema carezca de importancia. Todo lo contrario. La principal razón de por qué Costa Rica necesita partidos progresistas competitivos es la mera resignación: aunque el progresismo sea la más pasada por agua entre todas las ideologías redistributivas que existen en la actualidad, es tal vez la única más o menos realizable en una sociedad mayoritariamente conservadora. El PAC -no sin el favor de la fragmentación del voto- ganó dos elecciones seguidas y demostró que era posible contar con un tipo de progresismo competitivo, mientras que el nuevo Presidente nos está enseñando por las malas que no ocupar el Ejecutivo tiene consecuencias.

Para mí, es un error estratégico que el progresismo se haya obsesionado con la desigualdad. Es un problema la desigualdad, desde luego, pero no hay manera de reducirla si no es con crecimiento económico. La causa que el progresismo debió liderar es la causa de la productividad, la de cómo lograr que las economías despeguen. El genio argentino Sebastián Mazzuca suele resaltar que, en América Latina, únicamente Uruguay, Chile y Costa Rica consiguieron la triple transición política: (1) de la dictadura a la democracia; (2) del despotismo a la república; (3) del patrimonialismo al Estado moderno. Eso es historia de otros siglos. El nuevo horizonte es la transición del rentismo a la productividad. 

¿Qué piensan nuestros partidos progresistas sobre el desarrollo? ¿Cuál es su plan de juego? ¿Cómo pretenden alinear la política industrial con los perfiles productivos que buscan para cada sector? Si el panorama de América Latina predijera algo, estamos hundidos. Hace nada, el presidente colombiano, Petro, escribió un tweet laudatorio sobre la teoría del decrecimiento, una homeopatía económica que se le habrá ocurrido a algún catedrático europeo que no conoce de necesidades insatisfechas. Me hizo recordar otro tweet, este sí muy preciso, que subrayaba cómo se han empezado a popularizar las mantillas por encima de los pañales desechables y de esa imagen descolgaba esta otra metáfora de cómo la izquierda, ahora desprovista de la ambición de un mañana superador, prefiere vendernos el falso mérito generacional de aspirar a una existencia más precaria si es posible.

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Entonces el plan maestro del presidente Chaves respecto al Banco de Costa Rica es venderlo. ¿Cuál era el del PAC? Porque no quiero asumir que no tuviera uno: simplemente no lo adivino. ¿Qué esperaba hacer el PAC con el BCR? ¿Y con la mina que es el Banco Popular? ¿Con el ICE? ¿Con la Caja Costarricense de la Seguridad Social? Tener un Comisionado LGBTI en Casa Presidencial no le ayuda demasiado a esa población a conseguir un buen préstamo, a ahorrar electricidad ni a reinsertarse en la formalidad. Es verdad que hubo proyectos de reforma -el Instituto Nacional de Aprendizaje (INA), por ejemplo-. ¿Eran impulsos segregados o formaban parte de un sistema? La agenda económica del PAC fue un mapa de vacíos. Si todos los elementos los tiene al alcance, ¿por qué al progresismo costarricense le cuesta tanto hablar de desarrollo? Por supuesto que hacerlo no ayudaría en absoluto a ganar elecciones -bajo el régimen del efectismo, ser un personaje, un showman, marca la diferencia-, pero sí contribuiría a gobernar mejor.

El progresismo necesita reingeniería de mecanismos. Aunque el abstencionismo es un licuado de variables, es alarmante que ya en las pasadas elecciones más de la mitad de las personas que podían votar en Puntarenas no lo hicieron. Alguien iba a leer bien el momento y a conectar con lo que queda de una población que duda profundamente de la política. Así acabamos con este presidente varón, ajeno a la tradición democrática costarricense. Y lo que es peor: acabamos en esta situación a cambio de nada, pues resultó que el señor tampoco disfruta de una mente aguda para los problemas nacionales, más bien está agravando un buen número, y es como si el país estuviese reeditando la teoría de la modernización, tan de mitad del siglo pasado, pero por ningún lado aparece el gran modernizador ilustrado que arreglaba la política arreglando la economía.

En el boom editorial sobre la crisis de las democracias, una de las hipótesis más conocidas es la de la polarización: cuando se percibe que es demasiado lo que está en juego en cada elección, el incentivo para no acatar sus resultados aumenta. La hipótesis diametral a ésta es la hipótesis puntarenense: si yo percibo que las elecciones no pueden cambiarme la vida, ¿qué importa quién gane, si igual nada pasa? No tiene caso defender la democracia en abstracto. A medida que las soluciones materiales se demoren, más y más personas concluirán que esas instituciones representativas protegen cualquier interés menos los suyos, y un puñadito de columnistas sobreescolarizados seguiremos posando con bravura, escribiendo bien a gusto acerca de conceptos. 

Por algo Lenin llamaba a las elecciones “vicios burgueses”. Si tuviese que comentarle a un estibador puntarenense por qué la agresión del presidente Chaves a La Nación es inquietante, no podría hacerlo sin sentirme como el custodio perimetral de un enorme castillo de arena. O como un perfecto flautista de Barrio Escalante.

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Edwin Alvarado Mena

Politólogo costarricense. Actualmente cursa su PhD en la Universidad de Arizona, EE.UU. Ha sido profesor de la Universidad de Costa Rica, el Instituto Centroamericano de Administración Pública y la Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales (FLACSO). Ex asesor del Gobierno de la República de Costa Rica (2016-2021).