Ligia Urroz
28 de mayo 2024

Una madre mexicana

Madre
Mujeres escuchan mariachis en el día de las madres en la Plaza Garibaldi de Ciudad de México. Foto de EFE | Archivo.

Mayo es el mes de la madre en mis dos patrias: en México se celebra el día diez y, en Nicaragua, el 30. Son días comerciales donde los hijos invitan a comer a las mamás “para que no trabajen” pero les regalan todo tipo de aparatos electrodomésticos. En mi familia incurrimos en el romanticismo de la celebración en casa y de la no necesaria excusa para descorchar un buen vino. Tengo la fortuna de contar con mi “mama” —así, sin tilde— y nunca perdemos la ocasión para “volar lengua” y platicar de todo tipo de temas. El otro día lo hicimos acerca de cómo son las madres latinas y de las pequeñas diferencias entre las mamás mexicanas y las mamas nicaragüenses —dejando a un lado el acento, claro. 

Sin pensarlo, incurrimos en una reflexión crítica —y también sensible— acerca de las madres mexicanas y, lo primero que se nos vino a la mente, es que son unas chingonas. Trabajan hasta la extenuación, se levantan con el alba y son las últimas en acostarse después de realizar cientos de tareas y apagar las luces de la casa porque “está carísima y el dinero no crece en los árboles”. Si los padres de familia se levantan de la mesa después de cenar y ambos se encaminan hacia su habitación, la madre llega cuando el esposo ya está en el quinto sueño porque en el camino recordó que había que hacer la lista del mercado y doblar la ropa. Realizan múltiples labores a la vez: cuando logran levantar a sus hijos para encaminarlos al colegio ya se vistieron, hicieron el desayuno, prepararon un lonche de huevo con chorizo y están limpiando la cocina y la mesa del comedor. Cuando los hijos se incorporan en la cama su uniforme ya está lavado y planchado y los zapatos boleados o los tenis con las agujetas limpias. Les preguntan a sus chamacos si llevan los cuadernos y la tarea —que juntos— revisaron el día anterior. 

Las madres mexicanas aconsejan: les dicen a sus hijos que no se metan en problemas, que traten de arreglar las cosas antes de llegar a los golpes e insultos, hablando se entiende la gente. A las hijas les ruegan que se cuiden en la calle y en el transporte, que por favor les avisen que llegaron sanas y salvas a su destino y les dibujan la señal de la cruz en la frente. Son entregadas y generosas; si alguien de su familia enferma, hacen largas colas en los centros de salud y reclaman hasta que los atiendan. Si no encuentran los medicamentos piden prestado con tal de proveerlos, buscan soluciones. Conocen y han vivido en carne propia las necesidades de su casa y de su barrio, le echan la mano a otras madres que lo necesiten. 

Las madres mexicanas están conscientes de las profundas diferencias de sus hijos quienes a menudo discuten, se pelean, alzan la voz y divergen, pero ellas saben que la conciliación es tierra fértil donde germinará la semilla de su descendencia. No les mienten a sus hijos, les hablan “con la neta” y los corrigen sin insultar. No son intransigentes y escuchan sus reclamos sin despotismo y sin descalificarlos. No tienen consentidos o protegidos, cuidan a sus hijos por igual. Si los ven dando malos pasos, los regañan y los educan con amor sabiendo —o al menos tienen la esperanza— de que ellos sigan su ejemplo. 

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Celebro a las madres que son a la vez enfermeras, compañeras, psicólogas, cocineras, costureras, maestras, profesionistas, activistas —y cientos de oficios más— que anhelan hijos y nietos sanos, felices y educados. Aplaudo a las mujeres que desean un futuro mejor para los suyos, un porvenir donde quepan la superación y la prosperidad, la armonía y la búsqueda del bien para sus familias y, por ende, para su país. Como ejemplo están las abuelas de las madres mexicanas que lograron en 1953 el voto femenino después de una lucha incansable iniciada con formalidad en 1919. La mejor manera de honrarlas es darle continuidad a su legado con mente clara y crayola en mano: ejercer el inmenso privilegio de acudir a las urnas y votar por la primera madre mexicana que conducirá el rumbo de nuestro amado México.  

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Ligia Urroz

Licenciada en economía por el ITAM, Master of Science in Industrial Relations and Personnel Management por la London School of Economics and Political Science, Máster en literatura en la era digital por la Universitat de Barcelona, Máster en literatura por la Universidad Anáhuac, Especialización en literatura comparada por la Universitat de Barcelona, Posgrado en lectura, edición y didáctica de la literatura y TIC por la Universitat de Barcelona.