A mis trece años conocí a Doña Pinita: una mujer elegante, guapa, con una energía especial que compaginaba con su inmensa capacidad de entregarse, de dar cariño y atención a los otros. Al poco tiempo la escuché conversar con mi madre; ambas compartían el periplo para conseguir insumos necesarios para que sus pequeños negocios lograran funcionar. En más de una ocasión la escuché decirle a mi madre que me quería como a un hijo, y mi madre decirle que Francisco era también su hijo. Efectivamente Francisco, el menor de los Vijil Gurdián, Pancho, era y sigue siendo mi hermano, con quien ahora comparto exilio. El mismo exilio que le impidió despedirse de Doña Pinita.
Innumerables las veces que Pancho y yo atracamos la cocina de Doña Pinita; en muchas de ellas se enteró y con más cariño que otra cosa, nos decía, “qué bárbaros muchachos…”, junto a una sonrisa cómplice. Estando en el mar con toda su familia, en una ocasión me llevó al médico en plena Semana Santa, porque andaba una otitis que traté de ocultar, pero no pude ante sus ojos que lo observaba y cuidaba todo.
María Josefina Gurdián, nació en cuna de oro, como dicen en mi pueblo. En medio de las comodidades, como muchas personas y familias, encontraron el interés y preocupación por los otros a través de la teología de la liberación en los años setenta. Los cursillos de cristiandad, en los que participaban familias con recursos económicos, servían como un espacio católico que algunos utilizaban como gestión religiosa de las conciencias, aspirando la indulgencia. En el caso de Doña Pinita y Don Miguel, su eterno compañero de viaje, significó el espacio de reflexión crítica del mundo que vivía a sus alrededores y la responsabilidad que debían asumir ante ello.
El compromiso y la empatía por el dolor de los otros fue asumido por María Josefina, Doña Pinita, hasta sus últimos días. Apoyo a quienes tuvieron la oportunidad de conocer, madres y familiares de quienes vivieron la guerra en los setenta, de quienes vivieron la alfabetización, el dolor de sus hijos en el servicio militar, de quienes se resisten a la nueva dictadura de los Ortega-Murillo. Cuando erró, lo reconoció y pidió perdón, como se lo expresó a Ana Margarita y Tamara, hija y nieta, ambas encarceladas en ese momento:
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“…nunca permitan que la corrupción corroa sus vidas. Que nunca las enturbie el poder. Que sepan que muchas veces van a estar equivocadas y que nunca dejen de pedir perdón por ello. Que sus ideales sigan intactos”.
Así, como cuidó a quienes pudo, así como leona de tiempo completo, ha cuidado a todas y todos sus hijos, los genéticos y los putativos. El mundo pudo ver cómo, en medio de las quimioterapias, alzaba su voz exigiendo la libertad de Ana Margarita, de Tamara, de Dora María, de todas las personas presas políticas. Fue ella, con su temple, con su voz, quien también plantó cara a la dictadura mostrando la vileza con que actúan al quitarle su derecho y negarle el tratamiento médico fuera del país. La vimos exigir muestras de vida para su hija y nieta incomunicadas en las cárceles, o a exigir la libertad.
Doña Pinita gozó de ver la libertad de Ana Margarita y Tamara. Gozó de hablar con ellas sabiendo que estaban por fin fuera de El Chipote, aunque desterradas, sin nacionalidad y expropiadas. Falleció con la esperanza de darle un abrazo a sus hijos, hijas, sobrinas, nietas y nietos a quienes la dictadura les tiene prohibido la entrada a Nicaragua. Junto a Hugo Torres, Eddy Montes, y tantos otros, Doña Pinita fallece encarcelada en su país, impedida de ser atendida a como requería, e impedida de despedirse de los suyos.
Ayer Pancho me decía, como queriéndome consolar: “ya están juntas hermano”. La Pinita y la Teresita, nuestras madres están juntas, están acompañándonos en el periplo de nuestras empresas: vivir en el exilio y trabajar para volver a la Nicaragua sin dictadura.
A mi hermano Pancho, y con el cariño y admiración especial a las que han heredado el mismo temple de guerreras: Josefina, Virginia, Ana Margarita, Tamara, Ana Lu, María Jo, Valeria, Belén…
Gracias Doña Pinita. ¡Salud!
ESCRIBE
Juan Carlos Gutiérrez Soto
Sociólogo y politólogo. Candidato a doctor en ciencia política por la Universidad de Salamanca. Experiencia en análisis político prospectivo y de actores sociopolíticos. Ha sido integrante de organizaciones opositoras: Alianza Cívica por la Justicia y la Democracia, Unidad Nacional Azul y Blanco, y Coalición Nacional, entre otros. Actualmente exiliado y es parte de los 315 nicaragüenses que la dictadura les ha suprimido la nacionalidad. Ha sido investigador y coordinador de programas en centros de investigación y organismos internacionales: PNUD, UNICEF, IPADE, FUNIDES, entre otros.