Esa luz que nos deja Pinita

El régimen Ortega-Murillo suma una víctima más de su crueldad por impedir a una paciente de cáncer recibir un tratamiento adecuado. Se vengaron de Pinita Gurdián sin que hubiera ninguna causa contra ella, solo por ser mujer y madre de presas políticas y por su compromiso con la libertad. Pero ni siquiera la violencia contra ella empaña el legado de amor y solidaridad de una gran mujer

Los sacerdotes Ernesto y Fernando Cardenal junto a Pinita Gurdián.

En la foto está ella, sentada en una banca de la capilla de la UCA, y flanqueada por los dos hermanos Cardenal, Fernando y Ernesto. Los tres sonríen con la sonrisa de la nochebuena.

Josefina Gurdián, fallecida este pasado domingo 27 de agosto en Managua, Nicaragua, a causa de la crueldad de un régimen que no la dejó salir del país en busca de un tratamiento y seguimiento vital para su cáncer, fue la savia de un árbol familiar con las raíces en los ideales de libertad y justicia social. 

Con su hija y su nieta en la cárcel, por las arbitrariedades de Daniel Ortega y Rosario Murillo, sus últimos años transcurrieron entre quimioterapias, sobresaltos, comunicados, e idas y venidas de la prisión de El Chipote cuando a la pareja presidencial le daba la gana permitir que los familiares pudieran visitar a los presos y presas políticos. Algo que se daba muy de tarde en tarde. 

Pinita nació en 1944, en una familia acomodada de León. Renunció a muchos privilegios y hasta a unos esquemas y creencias ideológicas (esto último quizá lo más difícil) por integrarse a la revolución sandinista. “Yo era una mujer piadosa”, decía de sí misma al recordar cómo vivía la religión en los años setenta. Fue Fernando Cardenal quien jugó un papel fundamental en su vida hasta integrarse en su familia como uno más. Fue aquella visión de que la religión sin compromiso con los seres humanos era una fe vacía. 

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Y con ella, su esposo, Miguel Ernesto Vijil, quien fue ministro de la vivienda en los años de revolución y más tarde cofundador del Movimiento Renovador Sandinista (MRS). Y con ella, un hijo que estuvo a punto de morir en la lucha frente a la Contra. Y con ella, sus hijas y nietas que son un ejemplo de compromiso desde diversos ámbitos como la Educación, la Psicología o la Política, entre otros. Su nieta Tamara y su hija Ana Margarita pagaron el precio de comprometerse con la verdad y la libertad frente a una dictadura despótica y cruel que tiene ya a sus espaldas demasiados cadáveres. Grandes personas a las que ha matado directamente o a las que ha dejado morir cruelmente. 

A Pinita le quitaron el pasaporte para no poder salir del país a recibir sus tratamientos. Y tras el destierro forzoso al que sometieron a Tamara y Ana Margarita, tampoco le fue permitido salir para darles el último abrazo antes de partir. 

Según algunos pronósticos médicos, Pinita tenía que haber fallecido mucho antes de todo esto. Tenía que haber fallecido durante el primer año en el que su hija y su nieta estuvieron en las celdas de aislamiento. Pero, de nuevo, el espíritu humano nos muestra la fortaleza que puede alcanzar cuando se tiene un fin. Una lección de la que nos hablan mujeres y hombres de la primera trinchera de la vida. Algo que leímos en El hombre en busca de sentido de Viktor Frankl, ese psiquiatra judío, sobreviviente de los campos de exterminio, quien nos enseñó que si encontramos un por qué para nuestra existencia, siempre encontramos un cómo. 

No sabemos cómo pudo sobrevivir Pinita tanto tiempo y estar en la lucidez y con la fuerza de poder hablar y denunciar cualquier circunstancia de injusticia sobrevenida en perjuicio de los presos y presas políticos. Una vez, el régimen o personas malintencionadas le contaron que su hija había sido atacada en su celda por un oficial de policía borracho. Ella fue de inmediato a denunciar el hecho en las redes y a los organismos de derechos humanos. Cuando se desmintió la noticia, no dudó ni un segundo en comunicarlo también y exigir nuevamente la liberación. 

Esa luz que nos deja Pinita
Pinita con su hija Ana Margarita Vijil, presa política desterrada. Foto cortesía de la familia.

Parte de la tortura psicológica de este régimen que no tiene límites en su crueldad era hacerle sufrir. Y hacerle sufrir gratuitamente, porque ella no estaba ni señalada ni acusada de ningún delito. Querían hacerle sufrir, una muestra de mentes enfermas que se regodean en el dolor, en contemplar y probar a un ser humano, a uno en concreto, como si tras la ventana de un laboratorio. A Pinita la llevaron al límite del sufrimiento, y en medio de ese sufrimiento mantuvo la dignidad, el coraje y la fortaleza de su primer día de compromiso. 

Hay una foto de ella sentada en la capilla de la UCA, con Ernesto y Fernando Cardenal a cada lado. Los tres sonríen con la sonrisa de las buenas personas. Hoy ni siquiera está ya la capilla de la UCA, pero la sonrisa de los tres nos ilumina la puerta de salida, el lugar del encuentro. 

Y esa luz que nos dejan, nos hace caminar entre las sombras.

*Juan Marieli es el seudónimo del periodista y filólogo, autor de este artículo.


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