Bares, tragos y música: la fiesta no ha parado en Carazo pese a la pandemia

Pese a las advertencias del riesgo al contagio, los caraceños han afrontado la COVID-19 con despreocupación. Los más jóvenes asisten a los bares sin mascarillas porque los “sofoca para bailar”, y los mercados se mantuvieron concurridos. Ante esta aparente normalidad, las muertes provocadas por el Coronavirus se han cifrado en al menos 60 en este departamento. El ejemplo más claro de la letalidad es la familia Rodríguez en Diriamba: una madre y un hijo enterrados de forma exprés en menos de 24 horas

Mynor García
La zona de los bares en Diriamba no ha dejado de ser concurrida. A pesar de que existe un alto riesgo de contagio, los más jóvenes continúan asistiendo sin tomar las medidas correspondientes. DIVERGENTES | Mynor García

Ricardo Rodríguez llora en la soledad de su casa. Lo hace en la misma sala en la que su madre y su hermano acostumbraban ver televisión. A Ricardo nadie lo consuela, no le gusta. Estar en esas cuatro paredes es una especie de ritual emocional que aumenta la nostalgia. En junio pasado sus dos familiares fallecieron en un hospital de Jinotepe, Carazo, a causa de la COVID-19. No pudo despedirse como hubiese deseado: ambos entierros fueron de inmediato, tal como establece el protocolo de la autoridad sanitaria para defunciones causadas por la pandemia.

Ricardo nos recibe en la misma sala. Han transcurrido casi tres meses desde los fallecimientos y su tono de voz y mirada dan cuenta del sufrimiento que atraviesa. A sus 32 años, la muerte de su madre, Susana* y su hermano, Rolando**, es lo más horrible que le ha tocado vivir.

El primero en enfermar fue Rolando, un guarda de seguridad de 50 años de edad. A inicios de junio tuvo tos, luego perdió el gusto y el olfato, y después el apetito. Después enfermó su padre, que ronda los 71, pero mejoró rápidamente porque se medicó a tiempo.

Mientras el padre se recuperaba satisfactoriamente, la salud de Rolando, de 50 años, empeoraba. Ricardo cree que su hermano se contagió en el mercado municipal de Diriamba, y no en su centro de trabajo, ubicado en Managua.

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El mercado municipal está situado en el centro de Diriamba. Este es uno de los lugares más concurridos de esta ciudad, de acuerdo a opiniones de comerciantes consultados por DIVERGENTES. Este sitio es el elegido por la mayor parte de diriambinos para buscar ropa, frutas, verduras y cualquier cantidad de productos que ocupan en sus hogares.

Luego de que se anunciara el primer caso de COVID-19, a mediados de marzo, el número de visitantes no disminuyó tanto. Esto permitió que el comercio continuara su curso. Aunque se recomendó el uso de mascarillas, no todos los comerciantes y compradores hicieron caso. El hermano de Ricardo, a pesar del peligro que significaba ir al mercado, no dejó de asistir al igual que muchos caraceños. Además de ir al supermercado y algunos bares, Rolando seguía viajando hasta Managua y otros departamentos a trabajar.

Rodríguez  cuenta que, a pesar de conocer de la gravedad de la pandemia y de las medidas preventivas para evitarla, a Rolando poco le importó. Pensaba que no se podía contagiar. “Hubo mucho descuido de su parte”, confesó.

Los ciudadanos de este agitado departamento también desatendieron la mayoría de las medidas de prevención para el Coronavirus. Las estrechas calles de sus principales municipios (Diriamba y Jinotepe) mantuvieron su dinámica comercial durante el pico de los contagios en Nicaragua. Igual que su vida nocturna, famosa por la diversidad de sus pequeños y variados bares. El Observatorio Ciudadano de COVID-19 reporta hasta el mes de septiembre en Carazo 258 casos sospechosos reportados y 60 muertes relacionadas a la pandemia. Dos de esos casos fatales pertenecen a la familia Rodríguez. 

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En el centro de Diriamba la actividad comercial no ha disminuido. El mercado municipal, que está muy cerca de este punto, continúa con bastante afluencia de compradores. DIVERGENTES | Mynor García

Madre e hijo enterrados en un solo día

La persona encargada de cuidar a Rolando fue Susana. Ella asistía a su hijo en alimentación y medicación. No usó protección, porque creía que su hijo podía sanar. Todo apuntaba a una tos que, aunque era severa, no parecía tener mayor avance.

Sin embargo, al  ver que Rolando no mejoraba, el 16 de junio fue trasladado al Hospital Regional Santiago, de Jinotepe. Un día después Susana lo acompañó pero no en calidad de “enfermera”, sino como enferma. Había desarrollado, más rápido, los mismos síntomas que su hijo.

Ambos fueron ingresados a la sala COVID-19. Sin información precisa de parte del hospital solo restaba esperar. Cuatro días después, el 20 de junio, los entregaron en bolsas negras para cadáveres. El hermano de Ricardo falleció primero, luego su madre. Ninguno de ellos tuvo vela, y la despedida fue tormentosa. La orden del Ministerio de Salud (Minsa) fue enterrarlos de inmediato. Uno por la mañana y el otro por la noche.

“Ella se miraba peor, le costaba respirar y caminaba poco. Lo único que no le dio fue calentura”, recuerda Ricardo, quien reconoce que el desconocimiento que tenía Rolando sobre el virus, pudo provocar otros contagios en su familia.

En la casa de Ricardo también enfermó otro de sus hermanos. Sin embargo, logró sobrevivir porque los síntomas que tuvo fueron leves. En el hospital lo sometieron a tratamiento médico y lo mandaron a cuarentena en su vivienda.

“El golpe se siente después de toda la situación, no en el momento, porque nosotros andábamos en el sofoque de gestionar todo… pasan los días y las semanas, y el dolor es cada vez más fuerte”, detalla Ricardo.

El otro hermano de Ricardo, aunque sobrevivió al coronavirus, ha quedado con secuelas. Cuando camina largas distancias se cansa con facilidad y se le dificulta levantar objetos pesados. Las defensas de su organismo se bajan con frecuencia.

“Siempre pensé que si mi papá se enfermaba no iba a aguantar, pero gracias a Dios ahí está”, continúa Ricardo, quien deja entrever, el shock que provocó que su madre y su hermano, que no padecían enfermedades crónicas, y que fallecieron rápidamente.

A su padre ahora lo cuidan mucho. Si sale a la pulpería están pendientes de que use mascarilla, lleve alcohol líquido y siempre le sugieren que se lave las manos. Las recomendaciones se le hacen diario, aunque en la calle el escenario aparente una falsa normalidad.

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Los entierros exprés ocurrieron durante el pico más alto de la pandemia. En esos meses fueron enterradas decenas de personas. DIVERGENTES | Mynor García.

La fiesta no para en Carazo

Es viernes cuatro de septiembre y el reloj marca las 9:00 de la noche. Los bares que se ubican al oeste del reloj público de Diriamba se encuentran abiertos y colmados de jóvenes quienes, al compás de la música, mueven sus cuerpos de un lado hacia otro. Las parejas se abrazan y besan, mientras otros disfrutan del reguetón, los tragos de ron o una cerveza. El juego de luces multicolores alegra más el ambiente y la adrenalina se apodera de la noche.

En esta zona nadie usa tapabocas, guantes o alcohol en gel. Entre risas y pláticas surgen más abrazos espontáneos, esta vez lejos del centro de la pista, específicamente a la orilla de la calle, donde están situadas otras sillas y mesas que, entre sí, tienen menos de un metro de distancia.

A los jóvenes no les preocupa la pandemia. Los establecimientos tampoco muestran empeño por cumplir las normas de seguridad orientadas por la Organización Mundial de la Salud (OMS). DIVERGENTES pudo constatar que son pocos los establecimientos que aplican alcohol en gel en las manos de sus clientes, pero no exigen el uso de mascarilla y mucho menos la distancia social.

En las ciudades de San Marcos y Jinotepe, la vida nocturna es similar. Los caraceños asisten a bares y discotecas sin ningún tipo de protección aunque existe la amenaza de un rebrote del virus. En el día no es mucha la diferencia. Hay gente que se interesa en el uso de mascarillas y caretas, pero hay otras que no. En calles, mercados y supermercados se evidencia esta realidad.

DIVERGENTES conversó con algunos de los jóvenes que salen a disfrutar las noches de discotecas en Diriamba y los que decidieron hablar expresaron que no usan las mascarillas porque le “sofoca”

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Los más jóvenes son quienes asisten a parques y centros nocturnos. Algunos utilizan medidas de protección, sin embargo, la gran mayoría prefiero desobedecer esta medida. DIVERGENTES | Mynor García

“La mascarilla estorba, quita como la respiración y cuando salgo a bacanalear, prefiero no usarla, porque siento como que me ahogo. Obviamente tengo miedo de contraer el COVID-19, los demás que asisten a las fiestas no sé si realmente lo tendrán, pero si también no usan mascarillas. Es posible que tampoco lo tengan. Algunos creen que no existe o que es un invento o quizás que la pandemia ya pasó”, dijo Bryan Álvarez a este medio de comunicación.

Álvaro Espinoza, otro joven consultado por DIVERGENTES, indicó que no usaba mascarillas porque siente que le falta la respiración. “En la fiesta voy a sudar, más cuando me toca pegar mi bailadita. Ahora en cuanto al COVID-19, sí me da miedo contagiarme, pero son riesgos que se toman”, opinó.

Por su parte el joven Ernesto Molina no cree que la mascarilla ayude a prevenir el contagio del coronavirus, pero afirma que cuando llega a su casa, “por precaución me baño, tomo té y lavo la ropa”.

En el departamento de Carazo, el Ministerio de Salud (Minsa), en conjunto con la militancia sandinista, continúa con las visitas casa a casa para conocer nuevos casos de coronavirus. Pero para muchos pobladores dicha estrategia no contribuye en nada, dado que el Gobierno de Daniel Ortega sigue convocando a las concentraciones masivas partidarias, deportivas e institucionales.

De hecho a mediados de junio la militancia sandinista, por orden del gobierno municipal, realizó una serie de carreras de motos en alguna de las calles más transitadas de Diriamba. El resultado: varias personas lesionadas producto de las nulas medidas de protección con las que contaron los participantes.

Hasta el 16 de septiembre el Observatorio Ciudadano reportó un acumulado de 10,258 casos sospechosos verificados en todos los departamentos y regiones autónomas. Hasta el 16 de septiembre se registró un acumulado de 2.721 muertes por neumonía o sospechosas de COVID-19. Carazo está ubicado en el décimo lugar con un total de 258 casos sospechosos reportados y 60 muertes bajo sospecha de COVID-19.

La excesiva confianza en medio de la “normalidad”

En redes sociales y medios locales las denuncias de entierros exprés y el anuncio de casos sospechosos de COVID-19 ha disminuido. La situación no es igual a los meses de mayo, junio y parte de agosto. Este panorama ha generado que los pobladores desestimen las medidas preventivas que desde el inicio de la pandemia dictaron la OMS y la Organización Panamericana de la Salud (OPS).

Sobre la supuesta normalidad que se vive en las calles, mercados y diversos negocios, el doctor Julio Sánchez Salazar, cirujano general, considera que entre la población nicaragüense y específicamente la caraceña, se ha generado una excesiva confianza al creer que el virus de la COVID-19 no va a seguir afectando o que ya desapareció.

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DIVERGENTES | Mynor García

“Nosotros veíamos cómo se han fomentado marchas y reuniones. La tranquilidad es buena, pero el virus está y no se va a quitar, no se va a morir y la vida tiene que seguir, pero una cosa es seguir con precauciones que seguir sin precauciones”, refiere Sánchez, quien insta a los caraceños y a todos los nicaragüenses a seguir con las medidas preventivas ante la pandemia.

El médico recomienda que se continúe con el lavado de manos, uso de mascarillas o caretas y el distanciamiento social, pues hasta que no se encuentre una vacuna contra el virus, el número de contagios y de muertes permanecerá.  

“Hasta que le pasa el problema a una persona o a una familia, es hasta ese momento que se toman las medidas”, comenta Sánchez, quien es originario de la ciudad de Jinotepe. 

El doctor agrega que mientras en los hospitales no se les realice la prueba de COVID-19 a los pacientes con síntomas que genera el virus, nunca se tendrá un dato exacto de contagios o de muertes en el país. 

Que los contagios hayan disminuido por no hacerse públicos los casos, podría tratarse solamente de una percepción, porque el virus está y llegó para quedarse, indicó Sánchez.

La sobrevivencia a la COVID-19

La periodista Letzira Sevilla asegura que adquirió el coronavirus cuando estaba “la efervescencia” en el departamento de Carazo. Los primeros síntomas que tuvo fueron fiebre y dolor en la espalda baja. Inicialmente pensó que era alguna infección de vías urinarias y compró inyecciones de Ceftriaxona. Sin embargo, al tercer día de fiebre sospechó que podía ser COVID-19.

Empezó el tratamiento en casa, pero la doctora le  advirtió que podría complicarse por sus enfermedades crónicas: hipertensión y diabetes. 

“Me aislé, no veía a mis hijos, fui mejorando y al cuarto día la fiebre desapareció… Sin embargo, me sentía fatigada y el dolor en la espalda persistía. Solo mi mamá entraba a mi cuarto. Al octavo día, la temperatura se me volvió a subir hasta 40 grados. Me hicieron más exámenes y mis riñones estaban afectados, urgía ponerse anticoagulantes y oxígeno, pero no había en las farmacias”, recuerda.

Sevilla caminó una tarde a la farmacia en búsqueda de medicamentos. Esa visita le valió para entender que su vida estaba en riesgo. No obstante, aunque entendió que existía un alto riesgo, decidió resguardarse en su cuarto y no decir nada a sus amigos y familiares.

“A esas alturas mis compañeros del gremio periodístico estaban activados buscando cómo ayudarme. El tiempo se volvió mi enemigo, nadie en mi familia sabía que me estaba muriendo en el cuarto, porque yo fingía estar bien”, dice visiblemente conmocionada.

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Letzira Sevilla sobrevivió a la COVID-19 aunque continúa padeciendo las secuelas de la enfermedad. DIVERGENTES | Mynor García

La periodista temía ir al hospital público pero no tenía recursos para pagar un centro privado. “Le pedí a Dios que me iluminara para saber qué hacer y en ese momento me llamó don Douglas Carcache, exsubdirector de El Nuevo Diario, donde laboré por 14 años, y me dijo que me trasladarían al Vivian Pellas”, comenta.

Lo que ocurrió después fue una mezcla de miedo y milagro. Sevilla se despidió de sus hijos y se marchó con “el alma partida”. El cansancio era evidente y su condición gravísima. En el hospital le indicaron que ambos pulmones estaban afectados y que iban a luchar por sacarla de la crisis. Al tercer día de su ingreso logró levantarse de la cama sin pedir ayuda, bastó con que se pusiera de pie para entender que estuvo a punto de morir.

“Mi oxigenación bajó terriblemente y decían que si no subía me iban a intubar. Le pedí al Espíritu Santo un soplo de vida y me lo dio, me pusieron el oxígeno de reservorio, que es el previo a la intubación”, prosigue su relato.

Pero lo peor no había pasado, pues  se enteró que su mamá, a quien había dejado a sus hijos, estaba en cama. También se había contagiado. La señora dormía con el hijo pequeño de la periodista, pero “gracias a Dios mi mamá no se complicó y mis niños no se contagiaron”. Su hermano fue un ángel, él se hizo cargo de cuidar a su madre y sus hijos.

Sevilla pasó varios días internada, aislada de todo el mundo, y cuando logró estabilizarse, tuvo que estar 21 días más “encerrada”, sin ver a sus hijos. “Sobreviví a la COVID-19 pero todavía convivo con las secuelas”, dice Sevilla Bolaños, quien detalla que en total pasó once días hospitalizada luchando por lograr respirar por sí misma.

Tres meses después de su “encuentro” con el coronavirus Sevilla dice que su vida es otra. Las secuelas le están afectando bastante, está perdiendo el cabello, se cansa con facilidad y cualquier sobresalto le provoca fatiga.

“Casi no duermo. Siento que perdí agilidad para varias tareas intelectuales, olvido mucho las cosas, la piel de mis pies ha cambiado dos veces, logré integrarme a mis labores periodísticas, pero lo hago por teletrabajo, porque me da miedo volver a contagiarme”, expresó.

El golpe al personal médico y el rebrote

Uno de los casos más recientes de muerte por COVID-19 en Carazo fue el del doctor Luis Rojas Román, especialista en Urología. Un médico bastante admirado y querido por buena parte de la población de Diriamba.

En Nicaragua el régimen de Daniel Ortega y Rosario Murillo ocultó que, al menos, 257 trabajadores de la salud fueron contagiados de coronavirus entre el 16 de marzo y el 10 de agosto de 2020. De acuerdo a un análisis realizado por DIVERGENTES, basado en una filtración de datos hecha por Anonymous al Ministerio de Salud (Minsa), en el país se practicaron 854 pruebas de Reacción en Cadena de la Polimerasa (PCR) al personal sanitario durante el pico más alto de la pandemia de COVID-19.

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DIVERGENTES | Mynor García

La base de datos reveló que al menos diez trabajadores de la salud del Departamento de Carazo se contagiaron de COVID-19 sin que el Gobierno lo informara a la sociedad en general. Las edades de los afectados rondan desde los 21 hasta los 42 años, es decir, son personas muy jóvenes.

Rojas Román, quien presentaba síntomas de coronavirus, falleció el pasado jueves 20 de agosto, tras permanecer internado por varios días en el hospital Fernando Vélez Paiz, en Managua. También se conoció del fallecimiento de la bioanalista Rebeca Campos Rojas, de Jinotepe. Ella falleció el lunes siete de julio en el Hospital Militar Escuela Dr. Alejandro Dávila Bolaños, en Managua,  donde laboró por más de 18 años. 

En su casa ubicada en el barrio San Antonio, en Jinotepe, se percibe un ambiente de mucha tristeza. Los suyos no han podido superar el luto y prefieren no hablar mucho del tema.

En una de las paredes de la casa de Campos hay un cuadro blanco y negro con su fotografía y un reconocimiento póstumo que le emitió el hospital en el que laboraba. La bioanalista era una mujer entregada a su profesión, alegre y se preocupaba en ayudar al prójimo. A pesar de tener miedo de contraer la COVID-19, nunca tuvo planes de renunciar a su trabajo. 

El 19 de junio presentó los primeros síntomas de la enfermedad. Ella pasaba el tiempo en el área de laboratorio del hospital y era quien realizaba las pruebas de hisopado a los pacientes. No dejó hijos en la orfandad, pero era parte del sostén de su hogar en el que vivía con sus padres, sobrinos y hermanas. Campos era la menor de seis hermanos y sus prácticas médicas las realizó en la misma institución. “Para nosotras fue una heroína”, exclamó uno de sus parientes. 

En junio Adolfo Díaz Ruiz, cirujano general y laparoscopista, denunció que la ciudad de Diriamba se encontraba en la cúspide de la pandemia. San Marcos ha tenido también un número significativo de contagios y de fallecidos. 

Díaz es originario de Diriamba y en solidaridad a médicos despedidos durante el inicio de la epidemia, en junio, renunció a su trabajo en el Hospital Antonio Lenín Fonseca, en Managua.

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DIVERGENTES | Mynor García

Epidemiólogo prevé segunda ola de contagio

El epidemiólogo Leonel Argüello señala que lo lógico es esperar una segunda ola de contagio que pueda ser igual, mayor o menor que la primera, “ya que no tenemos los datos para poder proyectar, o bien, si no se presenta una segunda ola grande, se estarán presentando olas pequeñas, en diferentes lugares”.

Además destaca que entre más dure la epidemia, por no tomar las medidas de prevención, mayor será el costo en sufrimiento humano y el deterioro de la economía personal, familiar y del país.

“No se puede precisar exactamente la fecha, lo que sí sabemos es que aproximadamente mes y medio después del contacto podemos ver las complicaciones, o sea, gente que llega a emergencia hospitalaria”, recalcó, aunque reconoció que las muertes han disminuido, en relación a mayo y junio.

El doctor considera que esa reducción de muertes no es motivo para bajar la guardia, especialmente si nos vemos en el espejo de otros países, pues “seguimos teniendo trabajadores de la salud enfermos y más de 105 fallecidos. Solo en estos últimos 15 días se sumaron tres más”, indicó.

Por otro lado, señaló que la población que toma las medidas y cumple los principios básicos contribuye a disminuir el número de casos, pero no a impedir la propagación, ya que Google, que monitorea la movilización de la gente, mostró que logró bajarse en un 40%, pero ahora está casi normal y “lo podés notar en las calles”.

*Rolando y **Susana son nombres ficticios. Los casos son reales pero su familia solicitó que se alteraran sus nombres originales.


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