Félix Maradiaga
11 de febrero 2024

Cerrando puertas, abriendo grietas: la política consular Ortega-Murillo


Cerrar consulados en ciudades globales mientras se abren embajadas en regímenes aislados y autoritarios, es como intercambiar puentes por muros. Resulta muy preocupante que la dictadura de Daniel Ortega continúe cerrando consulados en ciudades donde hay una presencia significativa de nicaragüenses

Todos sabemos que la retórica de Daniel Ortega en política exterior siempre ha sido la de tomar distancia de las democracias occidentales y de las economías de mercado más sólidas, para más bien consolidar sus acercamientos con regímenes del mundo que se caracterizan por ser autoritarios, cerrados, enemigos de la prensa libre y de la sociedad civil independiente, como Rusia, Corea del Norte, Zimbabue, Irán y muchos otros que generan grandes preocupaciones en el mundo desarrollado, pero que resultan ser socios naturales para Ortega. 

Es un acto de auto aislamiento: preferir la compañía de estados parias sobre el abrazo de la comunidad internacional. Eso explica porqué, según el Informe de Libertad en el Mundo de Freedom House, la Nicaragua de Ortega es junto a Libia uno de los dos países del mundo que más ha retrocedido en libertades.

Abriendo puertas a dictaduras mientras se cierran a las democracias, se cambia el progreso por el retroceso. No obstante, la práctica de cerrar consulados va más allá de la retórica y las excentricidades del dictador. Es un paso que equivale a un golpe directo de desprecio y aislamiento a comunidades de nicaragüenses en el exterior que requieren de servicios consulares que nada tienen que ver con la política partidaria o ideologías. Esos cierres equivalen a la pérdida de capacidades del Estado de Nicaragua para proteger a sus ciudadanos, para proyectar los intereses soberanos de la nación nicaragüense, nuestra cultura y el apoyo al intercambio comercial de productos nicaragüenses.

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Reconociendo la importancia de los consulados nicaragüenses, durante el gobierno de don Enrique Bolaños, se hizo una significativa ampliación de consulados nicaragüenses usando la figura de cónsules honorarios o embajadores pro bono. De esa forma, sin que el Estado nicaragüense usase su presupuesto, se logró ampliar la presencia de productos comerciales nicaragüenses en todo el mundo. Muchas empresas locales lograron abrir nuevos mercados a productos nicaragüenses gracias a esa decisión.

En el caso de Ortega, la lógica de ese mundo al revés ha sido perversa. El régimen gasta millones de dólares en ampliar la presencia exterior en zonas como Osetia del Sur y Abjasia, donde Nicaragua es uno de sólo cinco países del mundo que reconoce ese territorio separado de Georgia, mientras rompe relaciones con el Vaticano. Además, rompe relaciones con Argentina y coloca a Nicaragua en una crisis diplomática con Panamá, nación hermana de la integración centroamericana, mientras estrecha lazos con Irán, Bielorrusia, Zimbabue, Etiopía, República Árabe Saharaui, Burkina Faso y en Corea del Norte, entre otras. Esos actos de irresponsabilidad con los intereses supremos de Nicaragua, son un ejemplo más de la visión que los Ortega Murillo, tienen para Nicaragua.

Los consulados desempeñan un papel vital en la protección y promoción de los intereses de un país y sus ciudadanos en el extranjero. En primer lugar, ofrecen asistencia y protección a los ciudadanos en situaciones de emergencia o dificultades, como pérdida de documentos, arresto o enfermedad, brindando un punto de contacto vital para aquellos que se encuentran lejos de su país de origen. Además, facilitan trámites migratorios, emitiendo visados y legalizando documentos para aquellos que deseen viajar o establecerse en el país de destino.

Por otro lado, los consulados desempeñan un papel activo en la promoción del comercio, la inversión y el turismo, facilitando relaciones económicas entre el país y la región donde operan. Además, promueven intercambios culturales y educativos, facilitando programas académicos, intercambios estudiantiles y eventos culturales que fortalecen los lazos entre las naciones. En momentos de crisis, como desastres naturales o conflictos, los consulados coordinan esfuerzos de evacuación y proporcionan apoyo humanitario, demostrando su importancia en la protección y seguridad de los ciudadanos en el extranjero.

Nicaragua siempre ha sido un país con pocos consulados, y precisamente la presencia consular que ya existe desde hace décadas en ciudades como Los Ángeles (California), Houston (Texas), Nueva Orleans (Luisiana) o Berlín (Alemania) existe debido a la gran cantidad de nicaragüenses en esas ciudades específicas. Además, en esas ciudades y otras alrededor del mundo, existen organizaciones de solidaridad por Nicaragua que se formaron desde los años setenta, originalmente por razones políticas. 

Sin embargo, aunque esas comunidades de extranjeros enamorados de Nicaragua posteriormente se desvincularon del sandinismo que generó ilusión entre los llamados internacionalistas, sí continuaron vinculadas a Nicaragua a través de ayudas humanitarias y vínculos culturales. No es casualidad que Nicaragua llegó a ser uno de los países del mundo con mayor número de hermanamientos entre ciudades. Los consulados han sido ese punto de contacto para mantener esos vínculos.

Cerrar los consulados es sin duda una acción aislacionista de la dictadura, que prefiere fortalecer su presencia con dictaduras y autocracias de Asia y África, en lugar de los socios naturales de Nicaragua. Pero además, es un acto de venganza política hacia la diáspora nicaragüense, los exiliados y las comunidades de extranjeros amigos de Nicaragua, que hoy desprecian conjuntamente a la dictadura.

Recuerdo que en 2012 hice una gira internacional por varias ciudades europeas con el objetivo de dar una serie de conferencias bajo el provocador título “¿Democracia bajo fuego o revolución traicionada?”. Esa gira fue patrocinada por la Fundación Naumann para la Libertad, que es parte del partido liberal alemán. Recorrí ciudades en Bélgica, Alemania, Holanda y Madrid. En cada una de esas ciudades, sin excepción, se organizaron pequeños grupos de ex internacionalistas nostálgicos para protestar contra mis exposiciones. Les resultaba imposible aceptar la tesis central de mis presentaciones, que era el hecho de que Daniel Ortega y el FSLN eran una amenaza para la débil democracia nicaragüense.

Paradójicamente, durante un recorrido similar que hice en el año 2018, muchos de esos grupos de nicaragüenses residentes en el exterior y ex internacionalistas se convirtieron en los principales promotores de la causa “azul y blanco”. Fueron comunidades fundamentales de solidaridad para las protestas y portadores de un mensaje devastador contra Ortega. La pareja dictatorial de los Ortega Murillo nunca olvida el enorme papel que tuvo la diáspora nicaragüense y las otras comunidades de solidaridad en exponer mundialmente las atrocidades de la dictadura. Romper lazos con democracias para abrazar dictaduras es como apagar el faro y navegar hacia la tormenta. Esa es una razón más para que todos los nicaragüenses, sin excepción, busquemos todas las formas pacíficas posibles para evitar el plan de Ortega: hacer de Nicaragua la Corea del Norte en las Américas.

ESCRIBE

Félix Maradiaga

Presidente de la Fundación para la Libertad de Nicaragua. Es académico, emprendedor social y defensor de derechos humanos nicaragüense. En el año 2021 fue candidato presidencial en las primarias de la oposición por parte de la Unidad Nacional Azul y Blanco. Por ser una de las voces más críticas contra el régimen de Ortega, fue arbitrariamente encarcelado por más de veinte meses.