Enrique Sáenz
4 de octubre 2024

Con odios y venganzas jamás construiremos país


Es explicable que quienes añoran al somocismo y no han sanado sus heridas odien la figura de Humberto Ortega. Se reconoce que fue el principal estratega militar de la insurrección popular que derrotó a la guardia somocista. Es explicable también que quienes añoran a la Resistencia Nicaragüense y no han sanado sus heridas odien la figura de Humberto Ortega. Él era el jefe del Ejército que combatió a la Resistencia.

Asimismo, que madres y familiares de jóvenes caídos en el servicio militar repudien la figura de Humberto Ortega. Él fue uno de los artífices del servicio militar. 

Es natural que los antisandinistas recalcitrantes odien su figura porque de algún modo él expresa lo que algunos denominan sandinismo histórico. Igual, es explicable que la mafia en el poder y seguidores de la dictadura también lo rechacen. Recordemos que Daniel Ortega lo calificó como entreguista y traidor a la patria.

Esos son hechos. Es historia.

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Por supuesto, hay quienes pueden esgrimir otras razones para el rechazo. 

Obviamente, no puedo arrogarme el veredicto de la historia –nadie puede arrogárselo–, pero mi conciencia es mi árbitro y mi conciencia no puede absolverlo. Tampoco puedo dejar pasar el enriquecimiento ilícito al amparo del poder que ejerció. El general empuñó uno de los mazos que demolió fundamentos éticos del sandinismo.

Pero hay otros hechos que las cegueras ideológicas impiden ver.

Porque es un hecho que en la década de los noventa comprometió esfuerzos por profesionalizar el Ejército de Nicaragua y transformarlo en una institución nacional. No reconocer los avances es negar una realidad que en su momento fue promisoria: Cuatro sucesiones de jefes del ejército que pasaron a retiro. Está escrito en las minutas del expresidente Enrique Bolaños el compromiso de lealtad expresado por el jefe del ejército de ese entonces, Javier Carrión, ante los acosos mancomunados de Daniel Ortega y Arnoldo Alemán dirigidos a no dejarlo gobernar.

Lamentablemente, ese esfuerzo naufragó con la llegada de Daniel Ortega al poder. La institución armada se transformó en guardián de la dinastía que Daniel Ortega pretende imponer. Igual que en el somocismo.

También es un hecho que Humberto Ortega sostuvo posiciones moderadas y de concertación en la última etapa de su vida. ¿Hipocresía? ¿Oportunismo? ¿Añoranzas de poder? Cada quien puede tener su propia opinión. Personalmente pienso que varias de esas posiciones fueron disparatadas, hijas de la megalomanía. Pero es un hecho que sostuvo y publicó sus opiniones de manera reiterada.

Y es un hecho que murió como prisionero político de la dictadura encabezada por su hermano Daniel Ortega, precisamente por sostener las posiciones que fueron ampliamente divulgadas y comentadas.

El episodio de su fallecimiento ha dado lugar, tristemente, a que emerjan en algunos sectores expresiones de odio, de rencor, de antagonismo y de venganza, y uno que otro oportunista. Aquí se incluyen algunas organizaciones que alegan luchar por la democracia 

Debemos tener la fuerza moral para alzarnos frente a esas expresiones.

Porque no vamos a poder construir un país con libertad y democracia sobre la base de la venganza, sobre la base del odio. Lo construiremos a partir de la justicia, a partir de la concordia, a partir de la verdad. Verdad vista con dos ojos, porque la verdad tuerta, no es verdad. 

De hecho, algunos de los comentarios que leo se parecen tanto al encono y al odio que anida en las entrañas de la mafia en el poder y de sus seguidores que me pregunto: si estos que alegan ser “demócratas” tuvieran poder, ¿actuarían distinto o repetirían las mismas actuaciones? 

Esas son las raíces que reverdecen una y otra vez y florecen en forma de taras que han venido pasando de generación a generación a lo largo de siglos y que nos han arrastrado a confrontaciones y tragedias.

Tengo la convicción y la esperanza de que la inmensa mayoría de los nicaragüenses lo que anhela es un país en paz, con libertad y con seguridad. No la que ofrece la dictadura que es la paz de los cementerios. Es la seguridad que otorga el respeto a los derechos ciudadanos, el Estado de Derecho y la democracia.

Es mi firme esperanza de que la inmensa mayoría de nuestros compatriotas lo que quiere es trabajo, quiere más y mejor educación y salud. Quiere oportunidades para que sus familias mejoren sus condiciones de vida y vivan en un país con prosperidad, del que todos nos sintamos orgullosos. 

¿Qué si mi conciencia absuelve las responsabilidades históricas de Humberto Ortega? Lo repito. No.

Pero también repito que con odio y con venganza jamás construiremos país.

ESCRIBE

Enrique Sáenz

Es licenciado en Derecho y licenciado en economía, y cuenta con estudios superiores en Ciencia Política (Universidad Simón Bolívar, Caracas) y estudios superiores en Historia Latinoamericana (UNAN, Managua). Fue diputado de la Asamblea Nacional de Nicaragua (2007-2016) y gerente de proyecto para asuntos de cooperación y gobernabilidad en la Delegación de la Unión Europea para América Central en Managua. Se desempeñó también como Director Ejecutivo de la Fundación Siglo XXI (1996-1997) y Oficial Ejecutivo en la Representación del PNUD en Nicaragua, entre otros puestos en el gobierno de Nicaragua y organismos regionales.