Los efectos del estallido social que en abril de 2018 se manifestó contra el gobierno Ortega-Murillo todavía se perciben a nivel emocional. O al menos así lo siente una sociedad cuya historia no ha sido digerida. Las sensaciones que confirman esto llegan a través de una serie de síntomas que definen un panorama desolador en cuanto a salud mental: ansiedad, depresión, trastornos de sueños y traumas.
DIVERGENTES recopiló cuatro relatos de jóvenes que, en medio de una nueva escalada represiva, decidieron compartir cómo una crisis que los tomó por sorpresa ha cambiado sus vidas, e hizo que se revelaran padecimientos que antes no habían notado. Tras una historia de guerra, pobreza y migración, Nicaragua se ve afectada no solo por una crisis económica, sino por una de carácter emocional, tal como lo han demostrado numerosos informes de derechos humanos y entrevistas con psicólogos.
En el 2020 se registró la cifra de suicidios más alta en la última década en Nicaragua. Ese año, 344 personas se quitaron la vida. Desde 2014 los índices de suicidio han ido en aumento, según el Anuario Estadístico de la Policía Nacional. Fue después de 2018 que se superó el umbral de los 300 casos. Para algunos especialistas no es casualidad este aumento tras una crisis sociopolítica sin precedentes y una pandemia.
Algunos de los entrevistados para este reportaje aseguran que tras las protestas de abril de 2018 y la respuesta represiva del gobierno han desarrollado ansiedad y depresión. Las visitas a terapia comenzaron a ser más constantes, así como el insomnio, las pesadillas, la mala alimentación y el estrés.
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“He desarrollado trastorno de ansiedad”
“Sofía”, 23 años.
Es hoy y recuerdo los eventos que he vivido desde el 2018 como algo traumático. Y con lo que ha pasado, me pongo a pensar qué sucederá después de noviembre (las elecciones generales). No quiero volver a sentirme con la misma incertidumbre de preguntarme por mis amigos o por mi futuro.
Me ha generado un trastorno de ansiedad el hecho de que mi entorno y yo hemos vivido de una manera rápida. No hemos descansado por estar pendientes de la situación, de los estudios, del trabajo y del país. Últimamente vivo pegada al teléfono, porque si no lo hago un día, al siguiente descubro que han pasado tantas cosas.
Hace un par de años inicié terapia y descubrí que los trastornos que explotaron con abril ya los tenía, pero no había llegado nada tan impactante a mi vida como para que yo los trabajara. El vivir en una dictadura y pasar por todo esto ha hecho que problemas que yo tenía resurgieran y tenga que trabajarlos de nuevo. Descubrí también que muchos de ellos se vienen cargando de generación en generación, y a pesar de que no soy la primera que va a una terapia en mi familia siento que he puesto todo el empeño, porque cuando una generación no sana, repercute en la siguiente.
Por otro parte, la ansiedad que he desarrollado me ayuda a comprender que no puedo con todo y debo aprender a delegar. Aún me cuesta, pero lo he aprendido. Pero a veces también es difícil ver el panorama completo.
Por ejemplo, yo vivo cerca de un río y he podido ver cuando se seca: la vida se va y no queda mucho. Así se siente el querer hacer tantas cosas y luchar contra esas que te generan miedo.
“Me es difícil hacer planes a largo plazo”
“Esmeralda”, 21 años.
Tenía 18 cuando me agarraron las protestas de abril de 2018. Soñaba con ser comunicadora y ser editora de una redacción, pero todo esto se vino un poco abajo y ahora estoy viendo si puedo terminar mi carrera. Estar en actividades donde mi vida corrió peligro me hizo entender que de esa fecha para acá uno tiene que vivir el día a día. Es como existir, simplemente.
En un punto sentí que, después de tener este tipo de pensamientos, necesitaba ayuda, porque me daba miedo. A pesar de que siempre he sido la muchacha del discurso de que la salud mental es primero, me daba miedo asistir donde a una psicóloga porque no quería escuchar lo mal que estaba, o darme cuenta. Fue una lucha interna bastante difícil. Ir a terapia significa dar un enorme paso, reconocerlo y buscar ayuda en esta sociedad.
El futuro, sin duda es muy incierto y surreal. Empezás a sentir cómo cambian tus círculos, porque muchos de tus amigos se fueron o están por irse, o se quieren ir. De por sí éramos un país con tantas heridas emocionales y de la posguerra, ahora se suman otras. Ser parte de esas generaciones posguerra hacen que algunos traumas recaigan en nosotros.
“Estar afuera no significa desentenderse de todo”
“Josué”, 20 años.
Antes de abril no tenía tan en cuenta lo que era la ansiedad, la depresión y un montón de trastornos. Después del exilio salieron todas estas emociones a flor de piel. Como que están allí presentes en lo que hago, y en todos los espacios que estoy. Creo que para los nicaragüenses, esas emociones y esos estados de ánimos son más notables o más fuertes.
Ahora que tengo más reconocimiento en mi salud mental, me di cuenta de que antes de abril tuve episodios de ansiedad, pero no como ahora. Después de toda la violencia, son mucho más notables y recurrentes.
Todo lo que he pasado, mi exilio por haber participado en las protestas y la vida que estoy llevando acá ha afectado un montón mi salud mental. Al estar fuera también comienzan otro tipo de problemas emocionales. También significa sobrevivencia e implica un montón de cuestiones mentales. Es como un duelo.
Y es que al estar fuera no significa que dejás de saber de todo, porque tenés a tu familia dentro. Ser nicaragüense implica sentir el dolor de lo que está pasando donde sea que estés, no es cuestión de un país. Las emociones van más allá de una frontera.
Siento que incluso antes de todo lo de 2018, los jóvenes ya veníamos cargando todas las guerras que han habido y los conflictos no resueltos. Es entender que el país no ha tenido momentos de paz, o muy pocos. Desde hace tiempo muchos sabíamos que en Nicaragua no se podía vivir por toda la desigualdad, la violencia, la corrupción, el futuro siempre incierto.
Desde mi exilio se me hace muy difícil ver lo que podría pasar en mi país, pero creo que la salud mental debería tomarse en serio cuando todo esto termine. Estoy segura de que son procesos largos y que en cada persona afectará dependiendo de cómo uno ha sido violentado.
“Una experiencia que nos dejará secuelas”
“Juana”, 19 años.
Tenía 16 años cuando me fui de día en 2018. Lo hice solo por cómo me involucré en las protestas. Hasta hoy puedo reflexionar sobre eso y darme cuenta de los tantos peligros a los que pude estar expuesto. De una u otra manera hemos creado mecanismos para hacer catarsis, y obtener cierta fuerza emocional para contrarrestar estas cuestiones.
Regresé a Nicaragua hace algunos meses por distintas razones, e igual al regresar uno recibe golpes de realidad que soy muy fuertes. Te encontrás con un país diferente, lleno de tensión. Lo sentís desde que cruzás los puestos fronterizos.
Desde ahí hay afectaciones psicológicas. Por ejemplo, yo tengo Transtorno Obsesivo Compulsivo (TOC) y lo achaco a un conjunto de cosas. Después de abril de 2018 estuve dos años sin poder dormir bien, con mucho insomnio. He desarrollado cuadros de ansiedad que profundiza mi TOC. Parte de mis problemas de sueño se deben a eso.
Hay cosas con las que todavía cargo, por ejemplo no puedo dormir sin asegurarme muchas veces que la puerta esté bien cerrada. Los ruidos de motos me ponen muy nerviosa, porque relaciono ese sonido con los motorizados que nos atacaron en Camino de Oriente el 18 de abril. No me gusta que me hablen fuerte o golpeado y tampoco los ruidos estruendosos.
He pasado por terapia y en verdad son heridas fuertes de sanar, que incluso muchas de ellas tienen origen en mi historia familiar. Tengo raíces venezolanas y nicaragüenses con una larga tradición migrante. Mi familia son de los cuadros históricos del Frente Sandinista. Mis tíos participaron en la Revolución y estuvieron en el Servicio Militar Patriótico. Crecés con todo eso.
Yo me crié en un ambiente sandinista, pero me enfoqué en mis propias vivencias y las heridas más profundas son las que yo pasé y viví.
Después de todo esto debe haber una política de reconstrucción nacional y eso va de la mano de la sanidad pública. La gratuidad es insuficiente si no hay atención de calidad y un fortalecimiento robusto. Hay mucha gente que quedó herida, del cuerpo y de la mente.
Las heridas de abril
La terapeuta Martha Cabrera atiende a personas con un método peculiar, que consiste en ver los traumas y los padecimientos como una suma de experiencias del presente y el pasado.
Por esta razón, tiene la seguridad que muchos de los problemas de salud pública que acongojan al país tienen sus raíces en la guerra. “La guerra es uno de los eventos más brutales”, dice. Sus pacientes han sido campesinos de zonas remotas, quienes se llevaron el peor trago de un cóctel cargado de violencia fratricida.
“Los ochenta no han sido metabolizados. Es como si mucha gente viviera con algo trabado en la garganta. Yo en abril vi que muchos de los traumas del pasado se manifestaron, desde el momento en que muchos salieron desde la rabia, y un proyecto político desde ese sentimiento tiene corta duración”, afirma.
Si algo puede graficar mejor el actual estado de la salud mental en el país, puede ser el aumento de los índices de suicidios. La cifra ronda los 344 casos en 2021, el pico más alto en los últimos diez años. No obstante, Martha Cabrera cree que hay que mirar más allá del panorama. “Hay otras formas de quitarse la vida de manera más lenta: el alcohol, las drogas, la vida en baja intensidad. Todas esas también son muertes de baja intensidad”, reitera la especialista.
Con una crisis todavía en ciernes, los retos del país son inmensos. No solo por los estragos emocionales que han provocado las protestas de abril de 2018 señalados por los expertos, sino porque en Nicaragua nunca ha habido un verdadero programa de asistencia psicosocial a nivel nacional. Para Cabrera, la postura del Estado hacia estos temas será trascendental. Posponerlo en una posible transición conllevaría a que la sociedad siga sin procesar sus traumas.
En contrapelo, el régimen de Ortega-Murillo anunció en septiembre de 2021 la realización de charlas sobre salud mental, que a criterio de algunos expertos son insuficientes para enfrentar la crisis emocional que vive el país. Mientras Murillo dio esta información a los medios oficialistas, la represión con los críticos al gobierno persistió, generando mayores rupturas sociales entre los que simpatizan con el régimen y quienes lo adversan.