Complices Divergentes
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Ramón Guillermo Aveledo, uno de los arquitectos de la cohesión de la oposición venezolana:

“Cuando cada quien fue renunciando a imponer su melodía, avanzamos como oposición”

Figura clave en la construcción de la unidad opositora venezolana, Aveledo analiza los desafíos actuales de las fuerzas democráticas frente al chavismo. Con la experiencia de haber liderado la Mesa de la Unidad Democrática, advierte sobre los riesgos del personalismo, los egos y la fragmentación interna que corroen a oposiciones como la de Nicaragua. En esta conversación con DIVERGENTES, ofrece lecciones sobre la importancia de los acuerdos estratégicos, el respeto a las reglas comunes y la necesidad de anteponer el proyecto colectivo sobre las aspiraciones individuales.


29 de abril 2025

Ramón Guillermo Aveledo fue secretario ejecutivo de la opositora Mesa de la Unidad Democrática (MUD) de la oposición venezolana.

En los años más difíciles de la política venezolana reciente, cuando la fragmentación parecía la norma y la esperanza de cambio apenas sobrevivía en la oposición, Ramón Guillermo Aveledo se convirtió en un arquitecto imprescindible. Con una trayectoria que combina la experiencia de la vieja política democrática y la sensibilidad ante las nuevas generaciones, Aveledo fue el encargado de diseñar y mantener el andamiaje de la unidad opositora que logró enfrentar electoralmente al chavismo en su momento más fuerte.

Aveledo, abogado, político y profesor universitario, supo construir consensos donde otros solo veían divisiones. Durante su gestión al frente de la Mesa de la Unidad Democrática (MUD), la oposición venezolana logró victorias electorales que, aunque luego fueron despojadas mediante fraudes y maniobras judiciales, marcaron una ruta clara: era posible disputar el poder al autoritarismo mediante la organización, las reglas comunes y la renuncia a los protagonismos personales.

En esta entrevista con DIVERGENTES, Aveledo desmenuza las tensiones actuales en la oposición venezolana, advierte sobre los peligros del personalismo y la dispersión, y ofrece lecciones claves para otras luchas democráticas de la región, como la de Nicaragua, donde una oposición es un coro de voces extraviado que no logra cohesionar… mucho menos erigirse como una alternativa de cambio para la ciudadanía harta del régimen de Daniel Ortega y Rosario Murillo.

Con la mirada puesta en el pasado reciente pero con los pies firmemente en los desafíos del presente, su palabra recuerda que la unidad no es un fin en sí mismo, sino una estrategia de sobrevivencia y esperanza para quienes aún creen en la democracia.

Después de esta gran cohesión que tuvieron y lograron ganar las elecciones que el chavismo se robó, ¿en qué punto está ahora la oposición venezolana, tomando en cuenta que se vienen estas elecciones para gobernaciones?

Después del triunfo electoral del año pasado, que culminó en la frustración por lo que ocurrió en el país —el fraude—, se ha replanteado una situación que venía de antes: los desacuerdos, más bien tácticos —aunque la gente los llama estratégicos—, en el seno de la oposición. Eso se ha acentuado últimamente con el surgimiento de agresiones personales públicas, con lo cual el debate tomó otro carácter. Entonces vamos a estar en una etapa, yo creo, difícil. Hay un sector de la oposición que insiste en que la mejor manera de defender el resultado del 28 de julio del año pasado es pararse firme y no participar en ningún otro proceso hasta que no haya un reconocimiento de ese resultado. Y, por otro lado, están quienes piensan que la mejor manera de defender ese resultado y de usar la democracia es seguir participando y seguir en la acción política, porque ella es la que le ha dado a la oposición los mejores resultados.

Si ese debate permaneciera en esos términos, bueno, yo creo que sería más fácil —o menos difícil— un reencuentro más adelante, pero lo que está ocurriendo es que el debate se está planteando en términos ya muy personales y muy agresivos, lo cual va a agriar una relación que ya está muy deteriorada. Ese es el cuadro presente.

Cuando uno ve, por ejemplo, el caso de Nicaragua en el espejo de la oposición venezolana, se nota que ustedes han logrado hitos tangibles. En principio porque son contextos similares pero diferentes. Es decir, por lo menos Maduro aún mantiene abierta la posibilidad de ir a elecciones y algunos espacios democráticos —reducidos— que en Nicaragua no existen del todo. Pero en estas relaciones internas, los egos, las competencias, las pugnas que suelen haber en estos movimientos opositores, ¿cuáles han sido los principales retos y los grandes aciertos que han tenido ustedes?

Cuando hubo todos los avances desde 2009 en adelante, fue cuando hubo un acuerdo en torno a una línea que era buscar el cambio hacia la democracia por una vía pacífica, democrática, constitucional y electoral. De hacerlo, un poco viéndonos en el espejo del caso chileno o del caso panameño —hasta antes de la invasión, digamos hasta el fraude, cuando se desconoció el triunfo de Gonzalo Endara—. Primero, la clave de eso está en que siempre haya un acuerdo estratégico: ¿qué es lo que se quiere hacer?, ¿cuál es el objetivo? Y, segundo, que se convengan unas reglas que todo el mundo respete. Mientras eso ha marchado así, hemos avanzado. Cuando, por distintas razones, eso no ha marchado así —ya sea porque alguien se sale del camino o porque hay diferencias, a veces causas endógenas, a veces provocadas, porque siempre el poder está provocando que esas cosas ocurran—, pues esas diferencias se inflaman. Entonces se detiene, se enlentece o se desvía la marcha.

Allá en Nicaragua hubo, antes que aquí, un avance muy importante y yo creo que el primer espejo donde debe mirarse la oposición nicaragüense es en la propia Nicaragua, porque la UNO (Unión Nacional Opositora) logró ganar las elecciones en 1990. ¿Qué ocurrió después para que eso se revirtiera? Regresó el sandinismo al poder y esta vez de un modo mucho más represivo y más personalista. Yo, sin ser experto en la política nicaragüense —que es un país al que tengo mucho afecto—, sin embargo, me parece que hay muchos factores que analizar que son propios de allá. Usted dice bien cuando menciona que son situaciones distintas, pero en algunos aspectos similares. Mucha gente en Venezuela piensa que Maduro va encaminándose hacia el modelo Ortega. No hemos llegado allá, pero uno no puede asegurar que eso no vaya a ocurrir, como allá cuando echaron presos a todos los candidatos en 2021. 

Una corriente de la oposición nicaragüense decidió que se debía participar en esas elecciones. Hay que insistir, y eso es lo que ha predominado: la idea de la participación, que tenemos ahorita en Venezuela con las elecciones de gobernaciones. Yo creo que el problema principal que tenemos ahorita, y que se presenta en cualquier caso de oposiciones que luchan en condiciones tan desiguales y tan desventajosas como las de Venezuela o Nicaragua, es la falta de consensos acerca de la estrategia y la falta de unas reglas consensuadas para poder tomar decisiones, porque eso es muy importante.

“Cuando cada quien fue renunciando a imponer su melodía, avanzamos como oposición”
Ustedes, podría decirse, usaron un modelo de concertación. En Nicaragua, la palabra ‘unidad’ se ha vuelto un mito ante voces tan dispersas que no logran  situarse en un solo barco. Pero el punto es que ustedes, en Venezuela, dan la sensación de que, en momentos, son un bloque y han logrado hechos concretos. Acciones que, de cierta manera —contrario a Nicaragua—, resultan en una oposición trascendente para la gente.

Los logros han sido cuando se ha logrado armonizar. Cuando el concierto ha sido como el libro del autor español (Juan Antonio Vallejo-Nágera): ‘un concierto para instrumentos desafinados’. Cuando cada quien fue renunciando a lo que sentía como el derecho a imponer su propia melodía y dijo: vamos a trabajar como una orquesta. Entonces, en esa medida, se avanzó. Y cuando nos hemos salido de ese camino, pues nos detenemos, echamos hacia atrás. Es decir, cuando cada quien fue renunciando a imponer su melodía, avanzamos como oposición. 

Los logros han sido principalmente esos, y no es que fuera fácil. Las tendencias son siempre a la individualidad, al protagonismo propio; a ser yo el que llega primero o a tratar de imponer una línea y que todo el mundo me siga. Creo que aquí, en su momento, cuando empezamos a lograr ese camino, ayudó que los partidos políticos estaban dispuestos a eso. Ayudó el hecho de que la persona que ellos en ese momento encontraron para que dirigiera el proceso —que fui yo— puso dos condiciones: una, no ser candidato a nada; y la segunda, no ser vocero. La segunda no la pude cumplir, porque llegó un momento en el cual ellos mismos me pedían que hablara yo en nombre de ellos, porque claro, no se ponían de acuerdo en torno a quién debía hablar. Esa circunstancia facilitó que yo fuera el vocero de las posiciones acordadas.

He conversado con gente de otros países —inclusive de Nicaragua— y me preguntan por las claves. Yo les digo: ustedes tienen que ponerse de acuerdo primero en alguien que conduzca el proceso sin querer ser candidato presidencial ni aspirante a nada, pero que lo haga como un servicio para todos.

Entiendo, pero en Nicaragua, como decimos popularmente, todos quieren ser caciques… presidentes.

A ver, esa persona tiene que existir porque si no todo es mucho más difícil, porque entonces siempre las sospechas están muy a flor de piel. Y repito, cuando en Nicaragua lograron el acuerdo alrededor de la UNO, cuando estaba Violeta Chamorro, ella no era la jefa de eso. Se fue produciendo ese consenso así. Sería interesante que revisen qué es lo que pasó en 1990, en cómo lograron tener el éxito que tuvieron y qué fue lo que pasó después que lo perdieron. Esa es una evaluación que tienen que hacer.

Ahora eso me conduce a la siguiente pregunta. Evidentemente, en un movimiento así, tan grande, opositores que nacen en regímenes autoritarios, hay diversas visiones, incluso ideológicas. Pero en el caso de Nicaragua, los opositores se han enfrascado en una discusión ideológica que hasta a la gente se le torna un poco cansina en el sentido de: ‘yo no me uno con los de izquierda, o yo no trabajo con los de izquierda… O si yo soy muy conservador, no trabajo con sectores que vienen del progresismo, feminismo, etcétera. ¿Es posible lograr un cambio, cohesionar una oposición mientras existan esas actitudes?

Si los objetivos son comunes, las actitudes pasan a segundo plano. ¿Y cuáles son los objetivos comunes razonables? Uno, que haya una democracia que garantice los derechos de todos. Es decir, si estás pensando ya en imponer el programa liberal o imponer el programa conservador, o imponer el programa socialista, o imponer el programa socialcristiano, bueno, pues no vas a ir a ninguna parte… Pero hay unos mínimos comunes en los que todos los demócratas estamos de acuerdo: la separación de poderes, la alternancia en el poder, la atención a ciertas cuestiones básicas y urgentes. Hay cosas en las cuales es más fácil ponerse de acuerdo. Pero si uno pone la planilla con muchos detalles, lo que tiene que llenar, entonces van a surgir las diferencias, porque las discrepancias existen… Y hay un componente que yo no sé si en Nicaragua ocurrirá, pero en Venezuela ocurre mucho. Venezuela es un país más de quién que de qué. Aquí casi nunca discutimos el qué. Siempre terminamos discutiendo el quién. El quién se convierte siempre en lo más importante. Los problemas terribles del personalismo, en Venezuela, han sido un problema histórico. Por cierto, no somos una excepción en América Latina. Entonces, ese poner el quién por delante del qué siempre crea dificultades mayores.

“Cuando cada quien fue renunciando a imponer su melodía, avanzamos como oposición”
Conferencia de Prensa CxL | Miguel Andrés | Archivo Divergentes.
Claro, pero digamos, ustedes han tenido varios momentos: estuvo Juan Guaidó, Leopoldo López y ahora ese ‘quién’ es María Corina Machado. ¿Es necesario en un proceso como este, en oposiciones asediadas, tener un líder?

Mire, el liderazgo es muy importante, pero lo más importante es el acuerdo acerca de los objetivos, para que sea durable. Aquí elegimos en un momento dado una primaria muy concurrida. Henrique Capriles, candidato, ganó la candidatura y perdió con Chávez por una diferencia apreciable. Perdió con Maduro en una elección muy discutida y los recursos que él presentó después de la elección fueron rechazados por el Tribunal Supremo y por el CNE (Consejo Nacional Electoral) sin revisarlos. Después hubo un momento en el cual el liderazgo pasó a Juan Guaidó, que era el presidente de la Asamblea Nacional en el momento del interinato. Eso fue el personificador en ese momento. Y después, una persona que había sido siempre parte de la unidad, pero siempre con su propio estilo y un poco disidente, logró ganar la primaria convocada por la unidad y fue elegida candidata de manera unida y con un enorme respaldo. Me refiero al caso de María Corina Machado. Fue muy impresionante el respaldo a ella en la primaria. Fue el 90% de los electores. Una barbaridad. Es un respaldo gigantesco, y esa emoción que ella causó fue una parte muy importante para el triunfo de Edmundo González.

Una cosa muy importante es lo que las encuestas decían sobre Edmundo González: que un veintitantos por ciento iba a votar porque era el candidato de María Corina; porque era el candidato de la unidad, más o menos un 10%; pero porque representaba la esperanza de cambio, más de 40%. El componente principal era que los venezolanos queríamos un cambio. Siempre hace falta un liderazgo —que lo tuvo Capriles, Guaidó y ahora María Corina—, ¿pero qué pasa? Que el quién no basta. Porque cuando todo es en torno al quién y no al qué, los desacuerdos se convierten en lo principal más adelante… y empieza la lucha por los predominios. Los liderazgos tienen un papel, pero, insisto, no bastan. No son el todo de la cuestión, y los ciudadanos nos podemos confundir esperando a un salvador.

En Nicaragua lo dicen todas las encuestas: la gente está cansada del régimen. Quieren un cambio, pero no encuentran una oposición cohesionada. Es decir, no han logrado los opositores nicaragüenses volverse una alternativa real de cambio, como sí lo han hecho ustedes, obviamente haciendo la salvedad de la represión más cruda que mantiene Ortega y Murillo. ¿Cuál es el riesgo de una oposición de volverse intrascendente para la gente e incluso para la misma comunidad internacional, que no los ven como un interlocutor de peso?

Cuando eso ocurre en cualquier parte, viene un período largo de predominio de quienes están en el poder con el desgaste que eso significa para ellos. Y naturalmente, la emergencia de un liderazgo nuevo que va a tener muchas dificultades, pero que siempre termina brotando. Eso ha ocurrido en muchos países del mundo y puede ocurrir en nuestros países. Lo que no es factible es que un mismo grupo permanezca pretendiendo ser alternativa sin que lo logre. Ahora, uno siempre puede decir que lo importante es que la gente debe dar paso a los demás. Pero nunca nadie le da paso a otro. La gente se abre paso. Es muy raro que le den paso a otros y digan: ‘Caramba, verdaderamente, pase usted, venga usted, ocupe usted este lugar’. Yo no he visto que ocurra eso. Lo que ocurre es que se abren paso nuevas realidades.

También hay desconfianzas generacionales…

Sí, sí las hubo en Venezuela. Y ahora ya empiezan a presentarse desconfianzas entre las generaciones de relevo. Es decir, había al comienzo una gran desconfianza entre los políticos jóvenes y los políticos viejos —de los que veníamos del período democrático, es decir, prechavista—. Entonces había una gran desconfianza en su momento. Esa desconfianza se fue allanando y han surgido varias promociones y, entre ellos mismos, empiezan también las desconfianzas. Ahorita es muy abierta la diferencia pública entre María Corina Machado y Enrique Capriles, que son de la misma generación. Yo veo, en la gente más joven de cara a estas elecciones, que quieren participar, y otras abstenerse. 

Hay diferencias en esos políticos jóvenes en relación al papel de los Estados Unidos o de la comunidad internacional, o qué esperar de Trump. Ahorita es un tema de discusión porque mucha gente tenía muchas esperanzas en Trump antes de la elección, pero después de la elección eso no ha sido así. Las señales han sido, vamos a decir, diversas. Esa es otra de las recurrentes maldiciones latinoamericanas: que estamos siempre mirando hacia el norte a ver qué solución nos viene de allá. A veces tenemos hambre de héroes, pero los heroísmos no siempre son compatibles con la paciencia, la perseverancia y la construcción de consensos.