El primero de enero es un día en el que algunas personas la pasamos descansando de las celebraciones de fin de año. Cuando se tiene la dicha de pasar las fiestas con la familia, o en mi caso con amistades muy queridas al sur del continente, el inicio del año se pasa en la casa, comiendo cena recalentada. En la capital del país campeón del mundo del fútbol, Buenos Aires, el año nos recibió con lluvia por casi todo el día.
Empero, en uno de los países vecinos a Argentina fue un día más movido y de fiesta democrática, o eso diríamos desde la mirada costarricense de quién recuerda haber visto cada cuatro años traspasos de poderes entre mandatarios de distintas fuerzas políticas. En Brasilia, la capital de Brasil, tomó posesión del gobierno nacional Luiz Inácio Lula da Silva. Este será su tercer mandato como presidente.
En una entrega pasada analicé lo que implicó estas elecciones para Centroamérica. En esta me interesa hablar sobre identidades y simbolismos en democracia, a partir del ejemplo que brinda este traspaso de poderes o de mando brasileño.
Un lugar común al hablar de política es indicar que esta es emocional. Desde mi perspectiva prefiero señalar que la política y lo político están constituidos por diversos aspectos o factores, entre ellos las emociones, pero también las identidades. Esto último quiere decir que toda política, democrática o no, requiere la construcción de una identidad colectiva con valores y objetivos compartidos.
Recibe nuestro boletín semanal
De ahí que en democracias es de importancia el cómo hacer que las personas se sientan identificadas como parte de una misma comunidad política. Lo anterior, ya que ese reconocimiento y sentimiento de formar parte y de sentirnos orgullosos puede tener el efecto -simbólico- de producir y transmitir emociones y sentimientos que nos recuerda que, como integrantes de la comunidad política, respaldamos (legitimamos) decisiones políticas (v.g. leyes), incluso en casos en que por razones sustantivas o de fondo nos oponemos a dicha decisión. Claro está que con efectos simbólicos no alcanza para que en una democracia la legitimidad política sea permanente, pero sí para propiciarla.
Los actos de traspaso de poder suelen estar cargados de esta clase de gestos simbólicos democráticamente relevantes. Estos, como indiqué, nos permiten anclarnos a ese reconocimiento de que somos parte de una comunidad política, aún para quienes no votaron por las y los ganadores.
En Brasil el ahora actual mandatario tomó posesión de su cargo en un acto que contó con el tradicional paseo en el Rolls Royce negro descapotable de la Presidencia, un clásico en la tradición de la asunción de los presidentes de este gigante sudamericano, junto a miles de brasileños. La juramentación se dio, como es tradición, ante el Congreso nacional.
No obstante, más que el paseo, la caravana de automóviles, la música y el jolgorio del acto de asunción, me interesa destacar tres hechos que constituyen gestos simbólicos importantes.
El primero es la ausencia del presidente saliente, Jair Bolsonaro. Lula no recibió la banda presidencial por parte del ahora exmandatario, ya que este salió del país a dos días de finalizar su periodo como presidente hacia los Estados Unidos (EE.UU.).
¿Por qué esto constituye un hecho a destacar? En contextos de avances de los autoritarismos y su tendencia a prolongarse en el tiempo -como acaece en la región centroamericana- la existencia de actos como el hecho de traspasar la banda presidencial entre el saliente y el entrante mandatario representa un traspaso pacífico del poder político. En otras palabras, que la obtención del poder político no se da por las armas sino por la decisión autónoma y libre de la ciudadanía.
Lula es presidente, le pase la banda presidencial o no Bolsonaro. Sin embargo, la entrega simbólica del poder político representa también la adhesión a las reglas del juego democrático y su vigencia conlleva que la ciudadanía acepte ser gobernada por el ganador de las elecciones. No obstante, si gran cantidad de ciudadanos creen que el ganador de los comicios no es legítimo o peor aún que no los ganó realmente, la convivencia democrática se complejiza. Es debido a esto que el hecho de que Bolsonaro no reconozca directamente los resultados de las elecciones, indicando que intentó revertir el resultado y no asistiendo a la ceremonia de traspaso de poder es problemático. Se trata de la primera vez desde la recuperación de la democracia en 1985 que en Brasil se rompe la tradición de entrega de la banda.
Un segundo hecho a destacar es que debido a que Bolsonaro decidió no asistir a la ceremonia del traspaso de poder y viajar a los EE.UU. (y en ausencia de su vicepresidente), Lula aceptó la banda verde y amarilla por parte de representantes del pueblo brasileño. En las escalinatas del acceso al Palacio de Planalto -sede del Poder Ejecutivo del gobierno federal brasileño- fueron representantes del pueblo quienes acompañaron al ahora presidente. Entre ellos destacan personas miembros de etnias y minorías sociales y en particular Aline Sousa, de 33 años, quien se dedica a trabajar en una cooperativa que recolecta cartón y fue la encargada de colocar la banda presidencial. Aunque la ausencia del presidente saliente es un hecho simbólicamente problemático, su reemplazo por representantes de la ciudadanía puede ser un sustituto que cumpla una función análoga, mostrando incluso una mayor cercanía con el propio pueblo, depositario último de la soberanía en la tradición republicana democrática.
El tercer y último hecho a recalcar es la imagen que nos dio Uruguay en términos de cultura política. Este país resalta en diversos índices democráticos y en la literatura comparada como una de las democracias más estables, consolidadas e institucionalizadas del continente y la foto que nos dejó en la ceremonia del traspaso de mando es un ejemplo de ello.
El actual presidente, Luis Lacalle Pou (Partido Nacional), asistió a Brasil acompañado de dos expresidentes, José Mujica (Frente Amplio) y Julio María Sanguinetti (Partido Colorado). Nótese: todos de partidos políticos distintos. Esto, en palabras del actual mandatario uruguayo, representa un gesto de “continuidad democrática e institucional y republicana”.
Para Uruguay y los uruguayos constituye una normalidad. No obstante, no es un dato menor en un contexto de polarización e inestabilidad en nuestra región Latinoamericana. Es por ello que Uruguay nos recordó la importancia de la sana convivencia democrática y por qué en palabras del actual presidente brasileño como parte de su discurso de asunción: “democracia para siempre”.
ESCRIBE
Carolina Ovares-Sánchez
Politóloga y socióloga centroamericana, docente de la Universidad de Costa Rica. Es candidata a doctora en Ciencia Política por la Universidad Nacional de San Martín en Buenos Aires. Colaboradora del Observatorio de Reformas Políticas en América Latina. Se desempeña en el área académica y en el análisis político y electoral. Sus áreas de investigación son instituciones democráticas, la intersección entre justicia y política y sobre mecanismos de democracia directa. Es parte de la Red de Politólogas.