Al terminar la entrevista, Carlos Tünnermann Bernheim se dirigió a su biblioteca para buscar un libro que él mismo escribió. Era un pequeño ejemplar, titulado Para construir el amor, en el que recopiló los poemas que le dedicó a su esposa Rosa Carlota. Lo recuerdo levantándose de la silla mecedora, en el corredor de su casa en Managua, y caminando pausado hasta perderse. A los minutos regresó y se sentó de nuevo. Después de darme explicaciones sobre su obra, plasmó una dedicatoria en la primera hoja.
Esa es la última escena viva que recuerdo con don Carlos Tünnermann, el doctor Tünnermann como le llamábamos. Aquella tarde de febrero de 2015, lo visité en su residencia, cercana a la de Daniel Ortega y Rosario Murillo en El Carmen, para entrevistarlo sobre su historia de amor con doña Rosa Carlota que fue publicada en la edición centroamericana de la revista ¡HOLA! Él y su esposa se sometieron al trajín de una sesión de fotos. Lo retratamos vestido con una solemne camisa celeste y corbata roja sin saco. Luego, se puso una guayabera blanca.
Vuelvo a ese año para recordar a uno de los hombres más prodigiosos que ha parido Nicaragua (10 de mayo de 1933). Fue un intelectual, un académico, un jurista, un pedagogo, un diplomático que aportó mucho a este país en dos períodos difíciles. De joven luchó contra la dictadura de Anastasio Somoza y hasta sus últimos días contra la de Ortega. Era un demócrata en toda regla y un impulsor y defensor de la autonomía universitaria. Su muerte el 26 de marzo, fue una gran pérdida para el país.
Pero más allá de ese aura de intelectual, el doctor Tünnermann era un ser humano muy gente, de esos que quedan muy poco en Nicaragua. Su paciencia para valorar y explicar hechos trascendentales del país era incomparable. Otra de nuestras conversaciones memorables, para mí claramente, ocurrió en diciembre de 2019 cuando le llamé a su casa porque escribía el Personaje del Año para DESPACHO 505, que entonces fue Amaya Coppens. Aquel día al término de la entrevista nos quedamos conversando sobre Nicaragua. Le dolía mucho lo que vivía el país. “Amaya Coppens encarna los más nobles ideales de los jóvenes en Nicaragua”, me dijo.
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Miraba con mucha alegría que los jóvenes universitarios hubieran sido capaces de rebelarse contra el régimen orteguista y ponerlo contra las cuerdas. En algún momento de la conversación se mostró muy esperanzado por un cambio democrático en el país y desde la Alianza Cívica por la Justicia y la Democracia, de la que formó parte, lo estaba procurando. “Hay que tener esperanza”, me dijo en más de una vez. Después de esa llamada, le perdí el rastro. No volvimos a conversar.
Su muerte en marzo pasado me conmovió. Nicaragua no tiene ningún otro pensador vivo del calado del doctor Tünnermann. En su autobiografía Memorias de un ciudadano escribió que trató de “compartir de buena fe el ideal de una revolución que nos permitirá edificar una sociedad más justa y solidaria”. Lo hizo como Ministro de Educación en la década de los 80. Su aporte al país en esa década es loable e incuantificable, al igual que la de Mariano Fiallos Gil y Fernando Cardenal, otros grandes defensores de la autonomía universitaria y la educación.
El doctor Tünnermann, el aspirante a educador como él mismo se definía, soñaba con una sociedad nicaragüense educada. “Uno puede soñar cosas. Cuando era estudiante universitario soñé con que se iban a descubrir las ruinas de León Viejo y soñé que un día iba a haber una campaña de alfabetización”, dijo hace seis años. También soñaba con que Nicaragua tuviera a un presidente que pusiera la educación como prioridad, pero antes que nada que el país recuperara la democracia.
Era un hombre, en definitiva, comprometido con Nicaragua, tanto como con su esposa Rosa Carlota, su eterno amor al que antes de dormir solía darle tres besos.
ESCRIBE
José Denis Cruz
Periodista nicaragüense exiliado en España. Actualmente, es fact-checker del verificador español Newtral.es. En 2019 fundó el medio digital DESPACHO 505. Inició su carrera periodística en 2011 y pasó por las redacciones de La Prensa y El Nuevo Diario. También colaboró para El Heraldo de Colombia y la revista ¡Hola! Centroamérica.