Claudia Korol, comunicadora y educadora Argentina:

“Duele, pero entiendo que para los más jóvenes la bandera sandinista es un símbolo de opresión”

Es comunicadora y educadora popular ligada a las luchas latinoamericanas antipatriarcales, anticapitalistas y anticoloniales, integrante de “Pañuelos en Rebeldía” y de Feministas de Abya Yala, nos comparte su mirada de la coyuntura política por la que transita Nicaragua.


22 de marzo 2023


A la argentina Claudia Korol la revolución nicaragüense la deslumbró siendo una joven militante comunista. Participó en una brigada internacionalista del corte de café. Pero las derivas del proyecto sandinista, generaron un distanciamiento cada vez mayor, al punto de estrechar vínculos con quienes hacían del ejercicio de la (auto)crítica una práctica vital, incluso a contracorriente, ya sea sufriendo persecuciones, la cárcel o el exilio.

Hay un hecho que en aquella época no tuvo tanta significación y hoy, al calor de la lucha de los feminismos, cobra una envergadura diferente: la denuncia en 1998 de Zoilamérica, la hijastra de Daniel Ortega, que lo acusó de violación y abuso sistemático a quien era en ese entonces diputado y al mismo tiempo su padrastro. ¿Cómo lee esto desde el presente, atendiendo a lo que implicó en aquella coyuntura?

En el caso de Zoilamérica y no sólo ella, fue sistemática la negación de parte de Daniel Ortega y también de Rosario Murillo, quien tiene una gran responsabilidad porque es la mamá de Zoilamérica y la condenó. Hay colectivos feministas que apoyaron a Zoilamérica en Nicaragua y fuera del país, pero les costó hasta el día de hoy la persecución y la condena, como si fueran enemigas de la revolución, como si Zoilamérica fuera un cuerpo ocupado, ofrendado para uso y abuso de Ortega.

Quienes hicieron la denuncia fueron valientes compañeras revolucionarias, no eran como se dijo de derecha ni de un feminismo conservador. Eran compas que habían estado en la primera línea de la revolución y que siguieron siendo revolucionarias, por eso mismo no se pueden aceptar esas conductas. Yo creo que hay una tremenda deuda, no sólo al interior de Nicaragua, sino en toda Latinoamérica, con las compañeras feministas de Nicaragua, muchas de las cuales hoy están presas. 

Es inaceptable la prisión de Dora María Téllez, un ícono de la revolución. Aunque yo no coincido con muchos de los posicionamientos de Dora María, en su corrimiento a la socialdemocracia, no se puede negar que es una de las heroínas de la lucha revolucionaria. Es inaceptable que estas compañeras padezcan la prisión en las condiciones de tortura que están viviendo. Hace pocos días leí que a Dora María la han tenido en la cárcel en un pabellón de varones, es decir, las tratan de humillar por todos los medios. 

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Atacan a muchas feministas con el argumento de que se constituyeron como ONG’s. Personalmente no creo en las ONG’s ni en sus rollos políticos como sujetos en la historia, pero era el único modo que tenían para organizarse en un país donde no había otras formas políticas aceptadas. O sea, si hubiera sido un grupo del movimiento de mujeres, también lo hubieran combatido, pero les es muy funcional la crítica al “oenegismo”, en Nicaragua o en otros lugares de América Latina. Como si el partido Frente Sandinista fuera una maravilla, como si la única forma de estar sea bajo esa forma-partido, que es una forma estatal. Si vamos a discutir en términos académicos, no es más que lo estatal por encima de las ONG’s que responden a otros Estados. Entonces es un tema de nacionalismo puro y duro en la argumentación. Si esa ONG apoyara a Ortega y Murillo, no habría ninguna discusión sobre su situación. 

Es peligroso, porque hace a una lógica del pensamiento de izquierda que pone el lugar del Estado por sobre cualquier otra forma de organización política. Finalmente, muchos terminaron diciendo: “Sí, está mal que Ortega haya abusado de Zoilamérica, pero bueno, así son los nicas”. Eso dicho como una legitimación del rol de algunos líderes revolucionarios que, efectivamente, así son: machistas, patriarcales, violentos, también en la forma de construcción política. Lo hemos visto a Ortega y a otros dirigentes y comandantes sandinistas: “Sí, quiero que me lleven esa chica a casa”, y elegir… Me parece que parte de la derrota fue esa: no perder una elección, sino perder valores, y perder horizonte. 

Otro tema gravísimo fue la falta de reconocimiento de los pueblos originarios, a quienes se pretendió colonizar violentamente, porque no aceptaban subordinarse al Estado sandinista. Se los vio como enemigos “salvajes”, a los que había que “civilizar”, y la “civilización” era el mando del Frente Sandinista sobre las comunidades y pueblos. Por eso, el gran foco de enfrentamiento que tuvieron con los miskitos, por ejemplo. 

Hubo un quiebre en Nicaragua, que fue 2018, una rebelión que implicó niveles de movilización y protesta inéditos. Si bien cierta izquierda la interpretó como un intento de desestabilización del régimen de Ortega, hubo una dinámica genuina de hartazgo, que fue respondida con una represión brutal. ¿Qué lectura hace de esas revueltas en sí, con la especificidad de lo que implicaba un gobierno cada vez más autoritario en Nicaragua? 

Es bien complejo porque, por un lado, evidentemente las revueltas en Nicaragua expresaron el descontento popular, en particular con una fuerte presencia de jóvenes. A quienes somos más viejas, y amamos a la revolución sandinista, nos duele que se quemaran banderas sandinistas en medio de la revuelta. Nos duele, pero entiendo que esa bandera terminó siendo para algunos de ellos –especialmente los y las más jóvenes- un símbolo de opresión. Es muy doloroso, lo discutimos mucho con compañeros y compañeras que hemos estado en Nicaragua, que amamos a Nicaragua y al sandinismo. Pero bueno, eso no es responsabilidad de los pibes y pibas jóvenes, que lo ven como símbolo de opresión. 

La respuesta ha sido autoritaria, brutal en algunos casos. También es cierto que la ausencia de un sector de izquierda que liderara con claridad esa revuelta, o al menos que fuera parte con más energía de ella, generó confusión, porque muchos de los sectores que fueron sandinistas y que apoyaron la revuelta, salvo algunas compañeras y compañeros, entraron en el “si tienen que saldar este debate los yanquis, que lo salden”, y eso para mí es inaceptable. O sea, nunca nuestro apoyo a la revuelta significará avalar la intervención estadounidense. Pero el hartazgo, la falta de una formación política más sólida, generó esa idea que fortalece a los sectores que desde la izquierda no convalidan la revuelta. 

Para mí la revuelta es legítima, pero la direccionalidad política de la revuelta estuvo en disputa, no fue liderada por la izquierda. Eso no significa que tenga que primar la represión. Hubiera sido muy interesante un proceso de formación política y de educación política, que pudiera establecer diálogos con esos sectores hartos de recibir órdenes. Si bien es cierto que muchos eran universitarios, porque esa era otra de las descalificaciones, “son universitarios, son proyanquis”, sabemos que en todo el mundo la lucha estudiantil ha jugado un papel de crítica a los sistemas de poder.

En la revolución cubana el papel del estudiantado fue central, y en el caso de Nicaragua la densidad y el peso demográfico de la juventud se destacó en la revolución sandinista y todavía hoy es un país con un porcentaje importante de jóvenes. 

Sí, además esos sectores tienen a veces la posibilidad de no quedar atrapados en las redes clientelares, porque provienen de sectores con mayor posibilidad de sobrevivir sin depender del presupuesto estatal. Creo que de todas maneras se abrió una esperanza, a pesar de la falta de perspectiva de la izquierda, de que no quedará la revolución atrapada para siempre en la lógica de Ortega y Murillo. Mónica Baltodano suele decir: “No es el sandinismo, es el orteguismo”. Lo que estamos discutiendo es poder separar la idea de que defendemos la revolución sandinista, defendemos al sandinismo como un proyecto político histórico del pueblo, y cuestionamos lo que significó su cooptación por parte de Daniel Ortega y de Rosario Murillo y de varios de los que fueron sus comandantes también, pero al mismo tiempo rescatamos que varios de los que fueron sus líderes están cuestionando eso. Tal vez tuvo que generarse ese sacudón para que algunos compañeros y compañeras puedan interpelar, aún sin ser suficientemente escuchados por las y los jóvenes, porque también perdieron prestigio por haber sido parte de ese mismo proceso. 

A diferencia de otros procesos llamados progresistas, desde 2007 siempre gobernó Ortega y se mantuvo en el poder, ahora en dupla con Murillo. ¿Qué debilidades y contradicciones percibe, no sólo en torno a la especificidad del orteguismo, sino en lo que ha sido y es el progresismo latinoamericano? 

Me quiero referir un poco a los debates de las izquierdas latinoamericanas: tenemos que volver a debatir qué entendemos por revolución. Una revolución no puede ser patriarcal, colonial, dictatorial, una revolución que se basa en la represión a los sujetos y sujetas que cuestionan, una revolución que se construye sobre la base de un consenso fuertemente clientelar en muchos casos. ¿Qué revolución es esa? 

Por supuesto que la forma de revolución del sandinismo en su primer momento fue una maravilla, lo que se pudo hacer en materia de alfabetización, en los planes de salud, la respuesta colectiva a la seguridad mediante la autodefensa, pero en este momento ya no lo es. Yo entiendo a ciertos compañeros y compañeras que defienden el proceso porque se oponen a los yanquis. Esa es la lógica. Ni siquiera te dicen que está bien lo que hacen. “Ya sabemos cómo es”, admiten, pero lo dicen bien bajito. Luego suben la voz para hablar de “la estrategia y la geopolítica mundial”, que hay que defender esta articulación de gobiernos que se oponen al imperialismo estadounidense, y con esa misma lógica terminan defendiendo a Erdoğan, un dictador fascista en Turquía. 

La dimensión antiimperialista es una dimensión necesaria e imprescindible para las luchas de este momento, no lo cuestiono en ese sentido, pero sí creo que no puede ser que con este argumento defendamos cualquier proceso. Con esa lógica también se apoyó la ocupación de Malvinas realizada por la dictadura militar fascista en Argentina, porque nos enfrentábamos a la OTAN, y todos festejando y celebrando, mientras acá no sólo teníamos desaparecidos, sino también muchos pibes y pibas que murieron en Malvinas y que nunca olvidaremos, como dice la canción del Mundial, pero que sin embargo se lo acalló. Me parece que es un debate que nos debemos. Nos debemos también una discusión acerca del nacionalismo como forma de antiimperialismo y los límites de este tipo de posiciones. 

El otro debate fuerte es el tema estatal en revoluciones que niegan la dimensión comunal, comunitaria y territorial de las construcciones políticas del pueblo y las buscan subordinar de manera sistemática a los Estados Nación. Nos debemos que ciertas izquierdas rechazan el pensamiento crítico y el diálogo de las diferencias. Tanto hemos hablado del pensamiento crítico y cuándo surge para criticar no al capitalismo que conocemos, y el de Nicaragua también lo es, sino al capitalismo de nuestros gobiernos “amigos”, se llamen revolucionarios, de izquierda o progresistas, vemos que no es lo mismo un país que pasó por una revolución que uno que no pasó. Le tenemos que exigir más a los que vienen de procesos revolucionarios y que además viven en su historia y en su memoria, que por cierto habría también que ponerlo como un debate de la memoria, recuperando a intelectuales como Carlos Fonseca Amador, que aportó un montón al pensamiento revolucionario, al igual que tantos otros. 

El tema del Estado, el tema del patriarcado, el tema del colonialismo, el tema de qué tipo de antiimperialismo y de qué tipo de democracia, incluso si necesitamos llamarla “democracia”, porque es un chiste malo hablar en Nicaragua de democracia hoy. En general la palabra democracia ha terminado siendo utilizada para un fregado de cualquier tipo. Uno de los puntos en que se puede resumir todo esto es el del poder popular: cómo se constituye y cómo se construye, con qué dimensiones y qué rol tiene el protagonismo popular en un proceso de transformación.

Hace pocos días sucedió la liberación y destierro de 222 presos y presas, y la “desnacionalización” de 94 líderes opositores al gobierno de Ortega bajo la acusación de “traición a la patria”. ¿Qué lectura hace de este hecho?

La brutal resolución de Daniel Ortega y Rosario Murillo de desterrar a 222 presos y presas políticas, enviándolos a Estados Unidos en condiciones de total precariedad es una ofensa a la dignidad de la propia revolución. A eso hay que agregar su desnacionalización y el despojo de sus bienes personales, y luego la desnacionalización de 94 personas, muchas de las cuales son líderes de derechos humanos, feministas, activistas socioambientales, ex guerrilleras y guerrilleros sandinistas –entre ellas Dora María Téllez, la célebre Comandante 2 de la ocupación del Palacio Nacional, en 1978, gracias a la cual se logró la liberación de Daniel Ortega y otras y otros presos del somocismo, y Mónica Baltodano, comandante guerrillera-, escritoras y escritores apreciadísimos de Nicaragua de la talla de Gioconda Belli y Sergio Ramírez. Sabemos que algunos y algunas de estas personas asumieron un rumbo socialdemócrata. No lo compartimos. Pero si fuera por eso una gran parte de los presidentes latinoamericanos podrían ser desterrados, y perder su nacionalidad, desde Lula a Petro. Personalmente repudio esa decisión, y celebro que los gobiernos  argentino, chileno y mexicano sean los primeros de Latinoamérica que les ofrezcan su ciudadanía. Ojalá esto sea continuado por todos los gobiernos que se nombran democráticos, para que abramos las puertas a una ciudadanía latinoamericana, más allá de las fronteras coloniales estatales, que nos permita circular libremente por el continente, sabiéndonos un solo pueblo.

“Duele, pero entiendo que para los más jóvenes la bandera sandinista es un símbolo de opresión”

Este trabajo es parte del especial Sueños Robados. La decadencia de la tiranía en Nicaragua. Trabajo de periodismo colectivo coordinado por la alianza Otras Miradas con la colaboración de: Desinformémonos de México, los medios nicaragüenses Divergentes, Despacho 505, Expediente Público, Agencia Ocote de Guatemala y Público de España.