La educación en los tiempos de Ortega: adoctrinamiento y abandono en el Caribe de Nicaragua

La cuenca de Pearl Lagoon sufre de un abandono histórico que compromete el futuro de los jóvenes. La ausencia del Estado es llenada por la violencia y un sentimiento fuerte que se ha arraigado a lo ancho de la zona: alumnos y docentes quieren salir cómo sea. Los colegios están deteriorados y el rezago se profundiza ante las enormes diferencias que separan al Caribe del resto del país. La dictadura impone una educación que intenta borrar la identidad e historia de un pueblo siempre olvidado

Franklin Villavicencio
Raitipura, Nicaragua.

La educación en los tiempos de Ortega: adoctrinamiento y abandono en el Caribe de Nicaragua

El profesor Harry observa a lo lejos el trecho de agua de unos 500 metros de largo que cruza todos los días para llegar a dar clases al único colegio en Raitipura, una remota comunidad de la Región Autónoma del Caribe Sur de Nicaragua, que bien podría ser el lugar más paradisíaco de la cuenca, si no fuera porque está completamente olvidado. En el área viven decenas de familias miskitas que conservan sus tradiciones ancestrales. En esta mañana soleada cualquiera pasa el trecho sin problema. Lo peor llega con la lluvia. Al lado del pantano hay un tramo de madera que mitiga la corriente, pero que es insuficiente. Los niños siempre se mojan con el torrencial que a mediados de año no da tregua.

“En esta escuela han sido marginados, separados”, dice de tajo el joven docente que tiene una trayectoria de tres años, los suficientes para saber que entre sus planes no está prolongar más tiempo su profesión. A sus treinta años le apasiona lo que hace, pero en estas condiciones no le resulta fácil imaginarse una vida entregada al magisterio. Nació en Pearl Lagoon (Laguna de Perlas en español), una ciudad ubicada a 475 kilómetros de Managua, y a 40 al norte de Bluefields, la urbe más importante del Caribe Sur. Harry hace el mismo trayecto que cualquier adolescente tendrá que hacer cuando le toque ir a la secundaria, porque en Raitipura sólo existe un colegio que llega a la primaria. El nombre que le pusieron a la escuela es Rubén Darío, como el poeta modernista más importante de Nicaragua y uno de los que revolucionó la lengua española.

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Pero los niños miskitos que corretean entre el lodo y la grama fangosa tienen dificultades para hablar el español de Darío, que resuena con un ritmo especial y tropezado en el Caribe.

El colegio —otra ironía— fue financiado por el Gobierno de los Estados Unidos, que el régimen de Daniel Ortega y Rosario Murillo tacha de “imperialista”. El muro que colinda con la laguna y brinda lo que podría ser uno de los paisajes más hermosos visto desde una escuela primaria, apenas existe. Está agrietado. El baño no funciona. Los niños cruzan por esas mismas grietas para hacer sus necesidades fisiológicas a la orilla del agua. Por ello, Harry no duda en describir el panorama de una forma desoladora.

“Comprendo que el folklore incluya una cultura general, pero lo que veo es que siempre te imponen. Los alumnos te lo dicen: ‘nosotros no podemos bailar folklore, mejor bailemos Punta y Palo de Mayo. Somos de la Costa’”, explica el maestro.

Toda la región sufre el mismo problema en cuanto a su sistema educativo. La imposición y el olvido son una constante en cada una de las 14 localidades que conforman la cuenca de Pearl Lagoon.

“Hace ciento y pico de años, mis ancestros sufrieron marginación en un sistema similar a este: corrupto, vandálico y que siempre te trata de imponer algo”, 

Harry, profesor.

En el Instituto Las Perlas, uno de los más grandes de la cuenca, todo el mobiliario está a punto de caerse. Este centro fue construido por la población a mediados del siglo pasado. El Mined no ha tomado las riendas para su reconstrucción debido a que ha solicitado las escrituras de la propiedad. El área es considerada como tierra comunal, según las costumbres de la zona, y es administrada por la Iglesia Morava. | Divergentes.

De todo el programa educativo, solo el 30 por ciento está destinado al estudio de las propias costumbres. Los jóvenes no aprenden en el colegio que existe una ley en la que se establece la autonomía del territorio, y que les garantiza el goce de los mismos derechos y deberes de la Constitución de Nicaragua, además del respeto a sus tradiciones. No saben tampoco que Pearl Lagoon fue en el pasado la segunda capital de la Mosquitia, una región histórica e independiente que durante muchas décadas fungió como un protectorado británico, hasta que fue adicionada al territorio nicaragüense por el caudillo José Santos Zelaya.

“Yo salí de quinto año en el 2012 y no recuerdo un día que me dieran una clase de la Ley de Autonomía. El impacto de esto es inminente. Es masiva la destrucción de nuestra comunidad”, dice el profesor Harry.

Las dos regiones autónomas del Caribe nicaragüense suman el 46 por ciento del territorio. Sin embargo, es una zona en la que se calculan los mayores índices de deserción escolar de toda Nicaragua. Según los resultados de la Encuesta Nacional de Medición de Nivel de Vida (EMNV) en 2014 solo tres de cada diez asiste a sus primeras clases. Otro estudio más reciente, realizado por la Fundación Nicaragüense para el Desarrollo Económico y Social (Funides) en 2017 arrojó que dos de cada diez no asiste a los salones de clase porque el centro queda demasiado lejos. Después de 2018 los datos son casi inexistentes, debido a que estos organismos fueron clausurados por la dictadura.

Una educación que elimina la identidad caribeña

La educación en los tiempos de Ortega: adoctrinamiento y abandono en el Caribe de Nicaragua

William y su hermano menor no paran de hablar en todo el camino. Son poco más de las siete de la mañana de otro día en el pueblo y los niños caminan junto a un mar de pequeños que van a las aulas de clases. En comparación a Raitipura, Pearl Lagoon parece una urbe vibrante. William y su hermanito son muy listos. No superan los once años, pero saben mucho. Por ejemplo, en el trayecto relatan que, hace poco, en uno de los caminos que conducen a su colegio desapareció una niña. Nadie supo de su paradero. William dice que su mamá la pasó buscando durante semanas. Y por ese camino, rodeado de terrenos baldíos y pocas casas en los alrededores, transitan decenas de niños todos los días. Ahora se observan a padres que prefieren llevar de la mano a sus hijos e hijas y cerciorarse que han cruzado la entrada del colegio.

La zona se ha vuelto violenta. Es fácil toparse con relatos de maestros que —aseguran— hay jóvenes vendiendo drogas dentro de los centros, otros que se salen a fumar, e incluso hay peleas y hasta portan armas. De noche, el paraíso costero se convierte en tierra arrasada. Pocos jóvenes se observan en las calles. A los turistas les recomiendan no salir. Las leyendas se empiezan a escuchar de boca de los locales que no dudan en hacer una lista de los sitios más violentos. Por ejemplo: Haulover (zona roja, pandillas, ni la policía entra). Awas (mejor no vaya caminando). Raitipura. Pearl Lagoon (no salga a caminar después de las cinco), etc.

Así crecen los niños como William. Los pocos lugares de esparcimiento y las condiciones del poblado empeoran cada vez más el tejido social. En todo el municipio solo hay una cancha de baloncesto, un parque también en ruinas y una Iglesia Morava donde todos los locales van a misa. Por el puerto, que es el área más turística, hay unos cuantos hoteles, bares y restaurantes. Para muchos extranjeros Pearl Lagoon es simplemente un lugar de paso para llegar a los Cayos Perlas y a otros tesoros que guarda la costa.

Los últimos censos arrojan que en Pearl Lagoon habitan casi siete mil habitantes. Algunos de ellos de origen creole, misquito y mestizos. También hay tres colegios: Beulah Light Burn, de educación primaria; el Instituto Las Perlas, de secundaria; y Place, de primaria y secundaria que hasta hace poco era administrado por la Fundación para la Autonomía y el Desarrollo de la Costa Atlántica de Nicaragua (Fadcanic). En este centro se hace mucho énfasis en la enseñanza del inglés, y hace un par de años se impartía una clase sobre la Autonomía de la Costa Caribe. El Mined se ha ido encargando de eliminar todo esto.

Cada decisión que se toma en Managua repercute acá. Fadcanic fue una de las más de 700 organizaciones que el régimen sandinista canceló a través de la Asamblea Nacional en lo que va del año. Place pasó a ser parte del Estado, eliminando así la única opción de educación privada en la zona.

“Antes podíamos expresarnos libremente, pero ahora no. En ningún espacio nos podemos expresar”, cuenta Ellys, una maestra que lleva 12 años en la docencia y que trabaja en Place. Narra que los estudiantes también resienten los cambios, pues el inglés, una de las materias más importantes del centro, se ha reducido a tres sesiones por semana, cuando antes eran cinco. Ellys le echa la culpa al Gobierno y al Mined de imponer un plan que simplemente no se adapta a sus costumbres. Los efectos de esto se observan en las deserciones de docentes, que cada vez son más comunes en una zona que necesita de la educación para no extinguirse.

“No podemos dar una educación de calidad porque estamos cumpliendo siempre actividades para el Mined”, agrega Ellys, molesta porque a veces siente que las efemérides sandinistas son más importantes que sus enseñanzas frente a la clase. Ella también quisiera tomar sus cosas un día e irse de acá. “La presión a veces es insoportable”, reitera. Pero tiene una familia a la que debe mantener.

Quienes no encuentran las horas para estudiar en Managua son Sasha y Birdy, dos amigas que han compartido salones toda su vida en Place, tan inseparables que sueñan con cursar juntas la carrera de Medicina. Ambas tienen su plan muy trazado: quieren terminar con las mejores calificaciones para optar a una universidad en la capital y salir del pueblo. En la zona, estas aspiraciones son bastante excepcionales. Los jóvenes de acá, según pudo constatar este medio a través de varios grupos focales, desean terminar sus estudios e inmediatamente buscar un trabajo. Algunos se sienten seducidos por la oferta de call centers que se han tomado la capital. Otros, como Jean, desean sacar un técnico y trabajar como maestro de obra en una ciudad del Pacífico. Muy pocos quieren quedarse.

“Déjeme hacer mi trabajo”

La educación en los tiempos de Ortega: adoctrinamiento y abandono en el Caribe de Nicaragua

La maestra Daisy se escabulle del receso para conversar con este medio a las afueras del colegio. Sabe que la vigilan, porque está tachada de rebelde por las autoridades del colegio Las Perlas. Tiene 30 años de ser docente, y ha llegado al punto de ansiar su jubilación. Dice constantemente que las cosas no son como antes, que la educación en la que ella creyó tanto hasta el punto de dedicarle tres décadas de su vida al magisterio está casi muerta.

“Uno llega en la mañana con su plan de clase y uno dice ‘voy a dar mi clase’, pero luego las autoridades instruyen que hay que preparar algo sobre Sandino, ir a una reunión de última hora o hacer una cantata por tal efeméride. En realidad algunas de las cosas serían positivas si se tocaran a profundidad, pero es solo superficial”, expresa la maestra.

El adoctrinamiento en la educación pública es una práctica que ha llevado a cabo Ortega desde su regreso al poder. Los textos y las enseñanzas de los docentes están repletas de referencia al “buen gobierno”, una frase acuñada por la propaganda del partido. “Convencer a la niñez y a la juventud es tener a la nación. Ahí está la potencia”, asegura Willy, un docente del sistema público. “Tenemos que trabajar porque tenemos familias, pero no estamos haciendo el trabajo con ese deseo de hacerlo. Hay mucha frustración, hay mucho enojo. Estoy pensando en salir de la organización porque no me está ayudando mucho”, agrega.

Algunos docentes ya han dado el paso. Al igual que sus alumnos, prefieren migrar a Managua y trabajar en un call center. La mística del magisterio se diluye como la pintura azul de los pasillos de los colegios a punto de borrarse.

“Estamos como abandonados. El abandono es total”, reitera el profesor Willy. Para explicarse mejor, intenta hacer un ejemplo tal como lo haría frente a sus alumnos: “Solo voltee a ver”. Su mirada gira hacia el colegio y lanza una lista decadente, llena de necesidades. “Cuando vienen a reparar algo, solo tocan un trozo de zinc. Usted sabe que para trabajar con jóvenes tiene que haber motivación tanto en infraestructura como en los programas de estudio. Hay paredes que se están cayendo. El techo está mal, cuando llueve las gotas de agua entran. Si usted mira, no hay ventanas, es como que no hay nadie que esté a cargo de eso y los estudiantes pierden su interés y su motivación para venir a clases”. Calla un segundo y agrega: “Y nosotros también”. La maestra Daisy es mucho más directa: “Si usted fuera padre de familia, no le recomendaría ni por cerca que meta a sus hijos a este centro”.