El Ballet Nacional de Gabriela de Bukele

Marta Castellón y Óscar Moreno, maestros del Ballet Nacional de El Salvador desde su creación, fueron despedidos por “los caprichos” de la primera dama y exbailarina de ballet, Gabriela de Bukele. Los despidos de trabajadores bajo amenazas o presiones son un patrón de conducta en un país donde el autoritarismo llega hasta debajo de los reflectores que iluminan una danza tan elitista como el ballet

La esposa del presidente Nayib Bukele, Gabriela, es una exbailarina de ballet y ahora maneja con puño de hierro el Ballet Nacional salvadoreño. Aquí Mando Yo.

El Salvador tiene un Ballet Nacional, uno financiado con dinero público. Un acuerdo ministerial le dio vida en octubre de 2019, aunque la pandemia retrasó sus primeras presentaciones hasta noviembre de 2020. Es, con diferencia, la más joven de las compañías adscritas al Ministerio de Cultura, y podría considerarse la apuesta cultural emblemática del gobierno de Nayib Bukele.

Bajo el nombre de Ballet Nacional de El Salvador (BNES), se trata de una iniciativa ligada a Gabriela Rodríguez de Bukele, la primera dama de la República, una entusiasta del ballet clásico, bailarina desde su niñez.

Sin Gabriela, El Salvador no tendría un Ballet Nacional.

“Las riendas siempre las ha llevado Gabriela”, dice Óscar Moreno, bailarín reputado, maestro y coreógrafo del BNES desde antes de su fundación hasta el 8 de octubre de 2021, cuando fue despedido de manera fulminante, entre amenazas. En la parte técnica y artística, Óscar Moreno era uno de los pilares de la compañía.

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También lo era Marta Castellón, bailarina reputada, maestra y subdirectora del BNES hasta el 8 de octubre de 2021, cuando fue despedida de manera fulminante, entre amenazas. “La señora primera dama ha querido manejar esta compañía como el rescate para sus amigas bailarinas”, dice.

Marta Castellón y Óscar Moreno son matrimonio, madre y padre de dos niñas de 13 y 4 años. Son también dos nombres imprescindibles en el mundillo del ballet salvadoreño, con carreras curtidas fuera del país. Ambos superan los 40 años, pero siguen siendo referentes como bailarines, no sólo como maestros.

El clásico ‘El Cascanueces’ volvió a ser el principal atractivo en la recién pasada temporada navideña de ballet, y Marta y Óscar bailaron el ‘Hada de Azúcar’, la pieza estelar de la obra imperecedera musicalizada por Chaikovski. Yo asistí a la función del 4 de diciembre en el Teatro Presidente, y la ovación más sonora fue para ambos, aunque nadie o casi nadie supiera su condición de expulsados del BNES.

Esa noche bailaron para la Compañía Ballet de El Salvador, que suena parecido, pero nada tiene que ver con el BNES. Esta otra compañía es privada, sus orígenes se remontan a la década de los sesenta y la responsable es la veteranísima Alcira Alonso, de 94 años: exbailarina, coreógrafa, maestra, directora… nombre sin el que no puede entenderse el ballet salvadoreño. La propia Gabriela de Bukele estudió ballet en la escuela de danza de Alcira Alonso y llegó a ser parte de la compañía en roles secundarios.

Apenas se enteró de que Marta y Óscar habían sido despedidos del BNES, Alcira Alonso les ofreció integrarse en el elenco de ‘El Cascanueces’ –cuya producción a mediados de octubre ya estaba avanzada–, y les terminó ofreciendo el codiciado ‘Hada de Azúcar’ en el estreno.

Esta historia gira sobre cómo una compañía nacional de ballet, de la que el día de su presentación en sociedad Gabriela de Bukele dijo que serviría para “dignificar a los artistas y a los trabajadores de la cultura”, es hoy un proyecto personalista.

“El Ballet Nacional está tambaleándose porque está posado sobre los caprichos de la primera dama”, dice Óscar Moreno.

Marta y Óscar están convencidos de que los despidieron porque no agacharon la cabeza y no favorecieron con papeles por encima de sus capacidades a algunas de las bailarinas del círculo cercano de la primera dama. Claudia Oviedo, por ejemplo, quien además de haber recibido un salario como bailarina del BNES, trabaja en protocolo del Despacho de la Primera Dama y la acompaña en viajes internacionales.

Óscar Moreno también cree que la abrupta salida del BNES guarda relación con sus discrepancias políticas con el gobierno, que no esconde en sus redes sociales. El despido, de hecho, ocurrió tres semanas después de que marchara contra el bukelismo el 15 de septiembre, la primera manifestación de opositores en la que la asistencia se pudo medir en miles.

Para quitárselos de encima antes de que finalicen sus contratos (el 31 de diciembre), les ofrecieron firmar una renuncia con indemnización, pero en condiciones que juzgaron inaceptables, y bajo amenaza de que serían acusados de déspotas con sus bailarines si no firmaban de inmediato. No firmaron.

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El Ballet Nacional de Gabriela de Bukele
Nayib Bukele junto a su esposa, Gabriela, en una presentación de Ballet. Aquí Mando Yo.

“Pasión por el ballet”. Así define Gabriela de Bukele su relación con esta disciplina artística en su generosa hoja de vida en la web de Presidencia. Cuando en el año 2003 comenzó a salir con Nayib Bukele –22 años él, 18 años ella–, Gabriela ya acumulaba decenas de presentaciones en los teatros de la capital.

Nayib Bukele abrazó el mundo del ballet de la mano de su novia, que devino esposa el 6 de diciembre de 2014. Se casaron a menos de tres meses de las elecciones que lo convirtieron en alcalde de San Salvador, el cargo que usó como trampolín a la presidencia.

Antes de casarse, Nayib era un asiduo en las presentaciones de Gabriela. La cuenta de Twitter del presidente recoge un primer tuit sobre ballet el 2 de septiembre de 2012, cuando fue al Teatro Nacional a ver ‘Othello’, obra en la que participó su novia. “Muy buena producción de la Fundación Ballet de El Salvador”, escribió. 

Gabriela era parte del elenco de la compañía referencial, la dirigida por Alcira Alonso. A lo largo de 2013, Nayib tuiteó sobre otras tres presentaciones del Ballet de El Salvador en las que participó Gabriela: ‘Spartacus’, ‘Don Quixote’ y, bien entrado el mes de diciembre, ‘El Cascanueces’, como manda la tradición.

“Excelente presentación de ‘Don Quixote’ de @BalletSV. Felicidades a Alcira Alonso y a los bailarines”, escribió el 23 de agosto de 2013, tuit que acumuló ocho retuits y dos megusta. Eran otros tiempos, sin duda, los de los inicios de Nayib Bukele en la política, como alcalde primerizo de un pueblo de 8,000 habitantes en las afueras de la capital llamado Nuevo Cuscatlán.

En aquellos años, Marta y Óscar triunfaban fuera del país; primero en el Ballet Nacional de Ecuador y luego en la Compañía Nacional de Danza de México. El regreso definitivo a El Salvador se concretó en 2015, año en el que Nayib Bukele asumió como alcalde de San Salvador.

En un país al que le dicen Pulgarcito de América, y en una disciplina elitista como el ballet, era cuestión de tiempo que los caminos de los Bukele y los Castellón-Moreno se cruzaran. Se habían conocido efímeramente antes, y para 2015 compartieron tablas en una obra de la Fundación Ballet de El Salvador en relación estelares-reparto.

Unidos por la misma pasión, todo fue bien al principio. Hubo clic. Nayib Bukele era alcalde de la capital y tenía un presupuesto generoso que permitió dar vida en 2017 al Ballet de San Salvador, el embrión que dos años después se convertiría en el Ballet Nacional de El Salvador, el BNES.

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El Ballet Nacional de Gabriela de Bukele
Óscar Moreno y Martha Castellón. Aquí Mando Yo.

Óscar es más impulsivo. Marta, más prudente.

Los dos saben que este reportaje les pasará factura. El bukelismo controla desde el 1 de mayo los tres poderes y señalar con el dedo a la primera dama, máxime en un proyecto tan icónico, no va a caer en gracia.

Por supuesto que lo han meditado: podrían haber firmado el 8 de octubre la renuncia que les querían imponer, recibir la indemnización, tragar bilis, callarse y asunto cerrado. Como habrán hecho tantos despedidos. Fue Óscar Moreno quien se reveló y quiso que lo sucedido en el BNES se ventilara en público. Él me contactó y llevó la voz cantante en todas las entrevistas durante los tres meses de reporteo.

Pero un día de noviembre Marta Castellón, después de más de una hora de respuestas de su pareja (con ella escuchando en la distancia), se acercó al sofá, tomó asiento y dijo esto:

—Es un problema de ego, de celos profesionales. La señora primera dama y sus amigas nunca pudieron ser nada importante en la compañía de la Fundación Ballet de El Salvador, y querían brillar en el Ballet Nacional. Nos buscaron a nosotros para que la compañía alcanzara un nivel aceptable teniendo en cuenta las condiciones del país: condición física de los bailarines, dominio técnico… Se suscitó un problema porque no puse a bailar de principal a una amiga de Gabriela, que viene lastimada emocionalmente de otro lugar (la Fundación) en el que tampoco la ponían a bailar, ¡pero porque no tenía el nivel! Yo creo que ese es el mayor problema, que Gabriela ve el Ballet Nacional como su compañía, donde todas sus amigas pueden bailar y… eso no está mal, pero entonces que sea una academia, no una compañía.

Un desahogo en toda regla. No volvió a pasar en las demás entrevistas.

—Para Gabriela, el Ballet Nacional es un juego.

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El BNES se presentó por primera vez la noche del 27 de noviembre de 2020 en el Teatro Nacional de San Salvador con una adaptación de ‘Coppélia’ y una coreografía inédita de Óscar Moreno. Pero esa fecha de estreno es un tanto forzada.

Sería más correcto hablar de la tarde del 20 de mayo de 2017, cuando se lanzó el Ballet de San Salvador (BSS), lanzamiento perifoneado por el propio Nayib Bukele. Para entonces, el ahora presidente estaba a menos de un año de finalizar su trienio como alcalde de San Salvador y a cinco meses de ser expulsado del Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional (FMLN).

Para ‘Paquita’, la obra con la que se estrenó el BSS, se importaron de Estados Unidos unas preciosas botas de piel blancas que costaron 380 dólares. “El príncipe tenía que lucir bien y el Ballet de San Salvador manejaba un presupuesto importante”, dice Óscar Moreno.

La del BSS fue la época dorada, con 18 bailarinas en el elenco incluidos Marta y Óscar. Había entusiasmo, había complicidad, sensación de estar todos en la misma barca y, sobre todo, había fondos.

El BSS operó bajo la sombrilla –y el dinero– de la Secretaría de Cultura de la Alcaldía de San Salvador; pero cuando en mayo de 2018 el alcalde terminó su período, los Bukele se llevaron su compañía de ballet.

Ese mismo grupo de profesionales, con ajustes mínimos entre el cuerpo de bailarinas, es el que formó el BNES, inscrito en la planilla del Ministerio de Cultura desde el 1 de octubre de 2019. Marta Castellón y Óscar Moreno fueron pilares fundamentales tanto del BSS como del BNES.

Como BSS también tuvieron su primera presentación fuera de El Salvador. Ocurrió el 9 de septiembre de 2017, en el Teatro THEARC de Washington, auspiciada por el Distrito de Columbia. “Teatro abarrotado. El Ballet de San Salvador a punto de dar su primera función internacional”, tuiteó orgulloso el alcalde Bukele.

El Ballet Nacional de Gabriela de Bukele
Una vista del Ballet Nacional de El Salvador. Aquí Mando Yo.

El ahora presidente también viajó a la capital de Estados Unidos para reunirse con salvadoreños prominentes de la diáspora y tomar la temperatura a la posibilidad de competir por la presidencia fuera del FMLN. Gabriela viajó y bailó. Marta y Óscar, por supuesto. Y también otra bailarina más cuyo nombre conviene recordar: Suecy Callejas.

También amante de la danza, Suecy Callejas está a las órdenes de Bukele desde su etapa como alcalde primerizo en Nuevo Cuscatlán. Luego en la capital, donde asumió la Secretaría de Cultura. Y con Bukele ya presidente, fue ministra de Cultura hasta que la separó para que aspirara a una curul en la Asamblea Legislativa por Nuevas Ideas, el partido creado ad hoc para acuerpar el proyecto político bukelista.

Hoy, Suecy Callejas es una de las diputadas más prominentes del bukelismo y, aunque dejó de ser ministra, sigue siendo una voz fundamental dentro del BNES; algo así como la capataz de Gabriela. Ya no, pero Suecy fue amiga de Marta y muy amiga de Óscar. 

La firma de Óscar Moreno aparece entre los fundadores del partido Nuevas Ideas, pero la relación con Suecy se empezó a enturbiar cuando Óscar explicitó su rechazo a la deriva autoritaria del presidente. El primer desencuentro por cuestiones políticas fue en la estela de los sucesos del 9 de febrero de 2020, cuando Bukele militarizó la Asamblea entonces controlada por la oposición: “Yo tengo un problema con los militares, por lo que hicieron a mi familia durante la guerra civil, y lo externé en mis redes”.

Otro nombre importante en este rompecabezas es el de Rumen Ivanov Rashev, un exbailarín búlgaro de 65 años que asumió de director general del BNES, cuando se rebautizó la compañía, y que había trabajado con el grupo desde que eran BSS. 

Ivanov Rashev tiene –según Marta, Óscar y otras fuentes consultadas para este reportaje que pidieron no ser identificadas por temor– una virtud muy apreciada por Gabriela: hace lo que le pidan sin rechistar. Visitó El Salvador por primera vez en 2013, invitado para proyectos puntuales por la Fundación Ballet de El Salvador, la de Alcira Alonso, donde bailaba la primera dama. 

El mundillo del ballet salvadoreño es realmente un pañuelo.

Un episodio que ilustra bien en qué se estaba convirtiendo el BNES es la orden girada a Marta Castellón de impartir clases nocturnas exclusivas, dos veces por semana, a tres bailarinas que por compromisos profesionales no podían asistir de 7 a 11 de la mañana, el horario de trabajo del grupo. Eran Claudia Oviedo, Nelly Rivas y Elena de Sabata, “las tres muy amigas de Gabriela, las tres intocables”, dice Óscar Moreno.

Durante 2021, el otro compromiso profesional de Claudia Oviedo fue su plaza en protocolo del Despacho de la Primera Dama, como asistente personal de Gabriela de Bukele. Nelly Rivas, por su parte, tiene plaza en la Asamblea Legislativa, junto a la diputada Suecy Callejas. Elena de Sabata trabaja para una oficina de abogados privada.

Como sus maestros, Marta y Óscar coinciden en que son tres de las bailarinas con mayores limitaciones técnicas, sobre todo Oviedo y De Sabata, pero Gabriela exigía que tuvieran un trato preferencial (son las únicas con horario diferenciado) y que les asignaran papeles por encima de sus posibilidades.

“El maestro Rumen nos decía que había que ponerlas, pero es imposible que Claudia o Elena bailen en el ‘Hada de azúcar’, por ejemplo, porque no lo pueden hacer. ¡Imposible! ‘No nos metamos en problemas’, nos decía el maestro. Y si al final tenía que incluirlas, las ponía a dar vueltas en la esquina, para que no se vieran tanto”, dice Óscar Moreno.

Los malestares acumulados por no acatar las disposiciones de Gabriela de Bukele, sumado a las críticas cada vez más explícitas de Óscar Moreno al bukelismo en sus redes sociales, desembocaron en el despido. Sólo había que inventar una manera.

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El Ballet Nacional de Gabriela de Bukele
Aquí Mando Yo.

“Los despidos arbitrarios que se están denunciando son la punta del iceberg; son muchos más los empleados públicos despedidos que no denuncian”, dice Omar Flores, el abogado al frente de la Dirección de Cultura de Derechos de Fespad, una de las oenegés más activas en la defensa de derechos laborales y sindicales. Fespad opera desde finales de la década de los ochenta.

Flores tiene cifras: más de 8,000 trabajadores despedidos del Ejecutivo entre junio de 2019 –cuando inicia el quinquenio Bukele– y mayo de 2021. Fespad se ha involucrado en más de 100 casos “con procesos ante la Sala de lo Constitucional o el Tribunal de Servicio Civil”. 

“A los trabajadores se les presiona para firmar una renuncia; por eso, en la práctica, a ellos no los están despidiendo, sino que están renunciando a su empleo”, dice Flores. 

En la administración Bukele, los despidos de trabajadores bajo amenazas o presiones son “un patrón de conducta”, concluye Flores. Los casos que trascienden son una fracción mínima, porque priman el miedo y la resignación.

“El día del despido se les atemoriza con que, si no firman, pueden caer en insolvencia o cualquier otra amenaza, y muchos optan por retirar la indemnización”, dice Flores. “Desde mi experiencia, yo diría que este gobierno está utilizando distintas argucias para constreñir la voluntad de los trabajadores y trabajadoras y hacerles firmar”, agrega.

Es lo que ocurrió el 8 de octubre con Marta Castellón, subdirectora, maestra y bailarina del BNES; y con Óscar Moreno, coreógrafo, maestro y bailarín del ídem.

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Como los de todos entre la quincena de personas que integran el BNES, los contratos de Marta y Óscar expiraban el 31 de diciembre. Después de retenciones, Marta ganaba poco más de 1,000 dólares al mes; y Óscar, poco menos de 1,000 dólares.

El ambiente laboral estaba enrarecido. En conversaciones privadas de WhatsApp, Suecy Callejas le había llamado la atención a Óscar Moreno por publicar en sus redes mensajes contra la militarización o la adopción del bitcóin como moneda de curso legal. Él había asistido, de hecho, a la multitudinaria marcha contra Bukele del 15 de septiembre y, aunque no lo aireó en sus redes, cree que llegó a oídos de Gabriela de Bukele.

Marta, la prudente, ni fue a la marcha ni había publicado nada provocativo en sus redes; al contrario: conociéndolas, procuraba dar algún que otro me gusta a las publicaciones de Gabriela o de Suecy Callejas. Sin embargo también intuía que algo se había roto. A finales de septiembre, sin consulta alguna, les comunicaron que el BNES no presentaría en diciembre ‘Corazón de tuza’, la obra coreografiada por Óscar en la que llevaban meses trabajando.

Dice Óscar: “A Gabriela le gustó mucho ‘Corazón de tuza’ cuando le presentamos la idea, y nos iban a dar la Sinfónica Nacional y el Coro Nacional. Iba a ser una producción de ballet envidiable, como nunca se ha hecho en este país. El tema es que empecé a elegir el elenco y a las bailarinas que son asistentes de ellas no las tomé en cuenta como a ellas les hubiera gustado; yo creo que por eso nos canceló el proyecto”.

La cancelación repentina de ‘Corazón de tuza’ les fue notificada con un frío comentario en el grupo de WhatsApp de los máximos responsables artísticos del BNES, donde están Gabriela de Bukele y Suecy Callejas. No hubo mayores explicaciones.

Ambiente enrarecido, aunque quizá se quede corto el adjetivo. 

Aun así, el viernes 8 de octubre iba a ser un día más de trabajo. Marta y Óscar llegaron puntuales al local de ensayo del BNES y trabajaron con el grupo de 7 a 10 de la mañana. Lo habitual era hasta las 11, pero ese día programaron una charla-capacitación para los bailarines sobre racismo y les pidieron que no se retiraran, que tendrían una reunión con Salvador Vásquez, el director Nacional de Artes. 

El Ballet Nacional de Gabriela de Bukele
Ballet Nacional de El Salvador. Aquí Mando Yo.

Los pasaron por separado. Óscar fue primero. Además de Vásquez, en la sala Óscar encontró a otros dos hombres: un abogado y un burócrata de Recursos Humanos.

No hubo preámbulo. Le entregaron una carta de renuncia, redactada e impresa, y le comentaron que si la firmaba, recibiría la indemnización correspondiente y su expediente en el Ministerio de Cultura quedaría limpio. 

“Me dijeron que varias bailarinas me estaban acusando de maltrato verbal, físico y psicológico, y que habían iniciado un proceso sancionatorio. Yo me bajé la mascarilla, miré a Salvador Vásquez y él no hallaba hacía dónde ver. Le dije: ‘Salvador, dígale a ellas que no hay necesidad de esto, porque usted sabe que es mentira. Dígales que fácilmente me pudieron haber llamado y decirme: Óscar, ya no tenemos las mismas ideas, andate’. Y yo me habría ido”, dice Óscar Moreno.

Leyó por encima su carta de renuncia, a la que sólo le faltaba su firma, y vio que tenía cláusulas que lo obligaban a guardar silencio sobre el BNES durante una década y otras en las que admitía ser despedido por maltratar a bailarinas: “No firmo esto porque son mentiras, pero hoy mismo escribiré mi renuncia y mañana se la entrego”. Quiso tomar fotos con el teléfono pero se lo impidieron.

Tenemos sustentado el caso y podemos entrar a un proceso legal si no firma, le dijeron. No. 

Se puede meter en un gran problema y hasta preso puede acabar, le dijeron. No.

Que se atuviera a las consecuencias, le dijeron. No.

La reunión no dio para más. Óscar Moreno salió y, al cruzarse con Marta Castellón, nomás alcanzó a decirle que no firmara nada. 

A Marta la presionaron más. Tres hombres y ella en un despacho pequeño. Dudó. Pero alcanzó a chatear con Óscar, que la esperaba fuera, y este le reiteró que no firmara nada sin importar el volumen de las amenazas. “Si firmás, aceptás las acusaciones”, le escribió.

No firmaron la carta de renuncia. Si la hubieran firmado, de hecho, usted no estaría leyendo este reportaje ahora.

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Gabriela de Bukele no aceptó ser entrevistada para este reportaje. Solicité la entrevista por escrito ante la Secretaría de Comunicaciones, con disponibilidad absoluta de mi parte para el día, la hora y el lugar que consideraran convenientes. No hubo respuesta en más de dos semanas a pesar de mis insistencias ante la comunicadora que canalizó la solicitud.

Por si Gabriela tenía una agenda en verdad imposible, la misma carta incluía peticiones de entrevista con otros empleados públicos ligados al BNES: Salvador Vásquez, la persona al frente de la Dirección Nacional de Artes; el maestro Rumen Ivanov Rashev, director general del BNES; y Claudia Oviedo y Nelly Rivas, las amigas de Gabriela y bailarinas con otras plazas remuneradas en el aparato estatal.

No autorizaron que se concediera una entrevista para conocer la versión oficial de los despidos de Marta y Óscar. Y esa negativa no es casualidad. El silencio es la respuesta habitual del bukelismo ante los trabajos periodísticos no sometidos a sus intereses, como este. 

“Los funcionarios y las instituciones públicas [del actual gobierno] se niegan a dar información”, dijo el 17 de diciembre en una entrevista televisiva César Castro Fagoaga, presidente de la APES, la Asociación de Periodistas de El Salvador. A medida que se consolida el bukelismo, agregó, “cada vez hay más investigaciones periodísticas en las que se consigna que se le llamó al funcionario, que se pidió entrevista, pero que el funcionario no quiso hablar”.

La no rendición de cuentas ante el periodismo es otra expresión del autoritarismo en la administración Bukele.

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El Ballet Nacional de Gabriela de Bukele
Aquí Mando Yo.

Han pasado más de 100 días desde los despidos de Marta y Óscar. Como subdirectora del BNES, el cargo de ella es de los considerados de confianza, lo que en El Salvador facilita separarla. Pero ni siquiera ha recibido una notificación por escrito. 

La plaza de él, sin embargo, era de maestro; como sobre el papel existe la posibilidad de defenderse, ha recurrido la decisión y está inmerso en un proceso al interior del Ministerio de Cultura. Sabe que no revertirá la medida pero, apoyado en su abogado, está dispuesto a dar lucha y hacer ruido.

En lo profesional les está yendo razonablemente bien. Hay vida fuera del Ballet Nacional de Gabriela de Bukele. Además de participar en ‘El Cascanueces’, la veteranísima Alcira Alonso los ha contratado a ambos como maestros en su compañía. Y tienen su propia academia, Panuk, en la que ahora podrán involucrarse más.

No han recibido indemnización alguna y dan por hecho que no sucederá. Pero no les quita el sueño.

El proceso que iniciaron Óscar Moreno y su abogado les ha permitido conocer pormenores de las acusaciones en su contra. Es, en realidad, lo que más les duele. Por la razón que sea, por voluntad propia o por presiones, diez bailarinas y bailarines se han prestado a ponerles el dedo.

Nelly Rivas, la asistenta de Suecy Callejas, acusó a Óscar de usar “lenguaje soez” cuando los corrige; y a Marta, de reprenderla por tomarse fotografías durante los ensayos, y de “odiarla”.

Un bailarín llamado Rolando los acusó de que no lo saludaban al entrar, de haber recibido vestuario mal confeccionado, de ser discriminado por su pequeña estatura, y de que no lo dejaban incorporarse a los ensayos cuando entraba tarde.

Una bailarina llamada Diana acusó a Óscar de utilizar un lenguaje no adecuado cuando la corrige; y a Marta, de decirle que no se esfuerza lo suficiente.

La asistente personal –y amiga– de Gabriela de Bukele, Claudia Oviedo, también acusó a Óscar de malhablado, de verla de menos como bailarina y de hacerle saber que carece de talento y de técnica necesarios para el ballet.

Así, hasta diez.

Marta y Óscar concuerdan que, en el torrente de acusaciones, hay más rencor y dolor en las dirigidas hacia ella que en las recibidas por él. Les intriga porque no terminan de entender por qué, siendo que él siempre ha sido el impulsivo; y ella, la prudente.

“Lo que de plano no entendemos es que, además de despedirnos, estén tratando de hacernos quedar como malas personas”, dice Óscar Moreno.

En estos días, en las instalaciones de la Fundación Ballet de El Salvador, a las órdenes de Alcira Alonso, Marta mañaneará para impartir clases a bailarinas y aspirantes a; la han contratado como maestra de puntas. Óscar hará lo propio, como maestro de bailarinas y bailarines. 

“Nosotros invertimos tiempo y dinero en ese ballet y para nada le deseamos el mal; ojalá el BNES también crezca para bien del gremio, de las futuras generaciones de bailarinas y del país”, dice Óscar Moreno. Luego, calla por unos segundos.

Este reportaje forma parte de AQUÍ MANDO YO, un proyecto transmedia de Dromómanos en colaboración con diversos medios de comunicación latinoamericanos, entre ellos DIVERGENTES. Visita el micrositio para ver todo el proyecto y entender el autoritarismo en América Latina.


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