El dilema de huir de Nicaragua: ¿con niños o sin niños?

Más de 3 mil niñas y niños nicaragüenses cruzaron solos la frontera de Estados Unidos, según los datos oficiales de aquel país, hasta noviembre de 2022. Solo ocho de ellos iban acompañados. Algunos no han logrado llegar o no han sido encontrados. Y también, cada vez más, llegan a la frontera familias al completo como nunca antes

Ilustración de Divergentes.

Un padre busca a su hija. La busca desde mayo, un mes después de que llegara a Estados Unidos (EE.UU.), huyendo de su país en crisis. La busca luego de que su rastro se perdiera mientras iba con su madre –esposa del hombre– que fue arrastrada por la corriente del Río Bravo, en su intento de cruzar la frontera norte de México para reunirse con él. La busca, a pesar del tiempo, porque todavía no hay un cuerpo que le pueda dar certeza que su hija pereció junto a su madre en el trayecto. Y dice que sólo así logrará tener algo de paz.

Sofía Abigail Caballero Huete, quien ahora tendría cuatro años de edad, fue vista por última vez en las aguas del Río Bravo el 17 de mayo, junto a su madre, Yaritza Huete. Hanier Caballero, el padre, relata que su esposa cruzaba el río con su cuñado, quien traía a la niña sobre los hombros. Al mismo tiempo, lo intentaban decenas de migrantes. De pronto, sin signos de previo aviso, la corriente creció. Según el cuñado de Hanier, lo último que recuerda fue que logró entregar la niña a su madre, porque, en un instante, sintió que se hundía. La corriente de las aguas se llevó a la mamá y a la niña. El cuñado de Hanier logró cruzar, pero nadie supo qué pasó después con Sofía. A quien sí encontraron un día más tarde, en una de las desembocaduras del río, en la orilla mexicana, fue a Yaritza, la madre, cuyo cuerpo sin vida aún guardaba la partida de nacimiento de ambas. 

“Llegó un punto en que no podían ir adelante ni para atrás (por la corriente). Todo fue muy rápido”, relata Hanier, desde Wisconsin, donde reside. Es la versión de lo sucedido que le compartió su cuñado, quien logró sobrevivir. Un mes antes del suceso, Hanier fue el primero de su familia que tomó la decisión de migrar hacia Estados Unidos. 

Al sentir que ni su vida ni sus sueños estarían completos si no se reunía con su familia, Hanier le pidió a su esposa que emprendiera el viaje con su hija para reunirse todos, de nuevo, en el país norteamericano. “Sentimentalmente, aquí estoy vacío, porque tenía planes con ellas. Todavía es un tema que no supero. Vivo con la esperanza de un milagro: que mi hija aparezca”, relata este hombre, de 25 años. 

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Los tres vivían en el municipio de Ocotal, al norte de Nicaragua. Hanier se dedicaba al pintado automotriz. Yaritza cuidaba de la niña. Como miles de nicaragüenses, salió de su ciudad con la esperanza de encontrar mejores oportunidades laborales en EE.UU., huyendo de la precariedad y los efectos socioeconómicos del régimen sandinista. 

3 mil 160 niños solos en la frontera

El dilema de huir de Nicaragua: ¿con niños o sin niños?
Fotografía del 2 de marzo donde aparece un niño de familias de inmigrantes rescatados de las calles mientras juega sobre una cama en una habitación dentro de la iglesia Monte Vista en Phoenix, Arizona. Foto: Archivo de EFE.

La desaparición de Sofía Abigail revela el drama de las familias con hijos que huyen de una realidad de terror, en una región que expulsa a sus ciudadanos. Según datos del Departamento de Aduanas y Protección Fronteriza de EE. UU. (CBP, por sus siglas en inglés), hasta el tres de noviembre de 2022, han llegado a suelo estadounidense 3 mil 160 niños de Nicaragua, no acompañados, mientras que apenas ocho iban con un adulto. 

Por esta razón, para la organización Nicaragüenses en México, quien se encarga de analizar el fenómeno migratorio y de repatriar los cuerpos de nicaragüenses fallecidos en México, no es descabellado pensar que Sofía puede estar viva. “Una de las hipótesis que nosotros nos hacemos, como organización, es que la niña pudo haber aparecido en un albergue y una familia la encontró. Existe una posibilidad muy fuerte de que cruzaron con ella”, relató una fuente de la oenegé que, por motivos de seguridad personal, y para no entorpecer el trabajo de la organización pidió mantenerse en el anonimato. La fuente asegura que los controles migratorios, cuando se trata de ingresos irregulares, no son los más seguros, y que el robo de menores es una constante en las fronteras.

–Como es una migración irregular y no controlada, pueden pasar miles de cosas. Por eso nosotros hemos hecho énfasis en que (los migrantes) no vengan con niños – agrega.

–¿Por qué creen que puede estar viva todavía?– le pregunto.

–El no encontrar el cuerpo nos hizo replantearnos todas nuestras hipótesis, porque es muy poco probable que una niña de tres años (la edad que tenía al momento de cruzar) pueda sobrevivir a una corriente. En algún momento ese cuerpo tuvo que haber salido. Tuvo que haber un olor fétido. Del otro lado (en EE. UU.) se hizo la búsqueda y no hay ningún cuerpo de niña con esas características. Entonces, desde ahí te quedas con que eso es muy poco probable. 

Alrededor del caso hay una serie de hipótesis que no se pueden descartar. “Está la de EE. UU., que una familia se la llevó, la presentó como hija y que ahora tenga el temor de ir a decirle a Migración: ‘Te mentí, presenté a esta niña como familia y no lo es’, porque mentirle a una autoridad es un delito”, reiteró la fuente.

Mientras tanto, la espera para Hanier y su familia alarga la desazón de no llevar adelante su vida tal y como lo soñaba. “Aunque estoy aquí, de este lado, no sonrío. No siento que tenga libertad”, agrega el padre que busca a su hija. 

Los retos de las familias que cruzan la frontera

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Familias de migrantes se reúnen al borde del río bravo. Foto: Archivo EFE.

Laura* migró con su hija de cinco años a Costa Rica, a mediados de febrero. Al inicio, pensó que lo haría sola. “No quería que (su hija) estuviera expuesta a las cosas que uno lee en los reportajes, pero, luego, pensé que la mejor decisión era salir del país con mi hija, pues ella es mi familia”, agregó Laura. La menor cursaba preescolar, cuando su madre le comunicó el plan de salir de Nicaragua.

“Mi decisión de migrar fue porque la situación en mi país no estaba siendo una opción para vivir, para el desarrollo de mi hija y mucho menos para mí. Tenía un trabajo literalmente estable, pero a raíz de todo lo que pasó en 2018, –las protestas– las cosas cambiaron un poco”, aseveró Laura, quien lleva nueve meses viviendo en Costa Rica. 

“Tuve que decirle que nos íbamos a mudar de país, que íbamos a vivir en otro lado. Al inicio yo la sentí un poco triste, pero cuando vinimos, la verdad (es) que ella cambió completamente en muchos aspectos”, relató Laura. 

–¿Cómo cuáles?

–Por ejemplo, ella era una niña súper tímida, bien callada. Ahora, ella se involucra más con los niños. En ocasiones, las mamás y los papás de la amiguita me llaman para que la llegue a dejar para jugar y cosas así. Entonces ella se siente en un ambiente muy diferente.

–Entonces, ¿quiere decir que le ha sentado bien el cambio? 

–Sí. 

Sin embargo, en un momento temió que las cosas no salieran tan bien. Uno de sus principales miedos estaba en el camino. “Cruzamos irregular, y en ese momento uno de mis temores era separarnos, o que nos separaran. Traté que la mayor parte del tiempo pasara dormida, así que creo que el principal recuerdo que ella puede tener es cuando caminaba por las fincas para cruzar”, relata Laura.

“Viene la familia al completo”

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Unos solicitantes de asilo bajo el Protocolo de Protección a Migrantes, mejor cono conocido como MPP, ingresan a los Estados Unidos por el Cruce Internacional Santa Fe en El Paso, Texas. Foto: Archivo de EFE.

La hija de Laura albergará muy pocos recuerdos de su breve estancia en Nicaragua y será parte de una generación de niños migrantes cuyas familias abandonaron el país por la crisis de una dictadura, tal como lo han hecho al menos dos generaciones en el pasado.

Carolina Sediles, vicepresidenta de la Alianza Nicaragüense Americana para Derechos Humanos (NAHRA, por sus siglas en inglés), ubicada en Texas y entrevistada a través de una llamada explicó que el peligro para los niños y las familias migrantes es mayúsculo. “Los niños son los más vulnerables a la hora de hacer toda esta travesía sin tomar en cuenta, por ejemplo, que, a veces, los mandan con familiares de segundo grado y, al entrar, las autoridades los pueden separar. En la mayoría de los casos terminan en un albergue para niños no acompañados. Eso culmina en un trauma para ellos”, agregó. 

Sediles también reiteró que hay un cambio particular en los flujos migratorios. Los adultos ya no viajan solos, sino en núcleos familiares. “Ya no viene el muchacho estudiante que era perseguido político. Viene, por darte un ejemplo, el abogado con sus hijos, o el doctor con sus hijos, o el estudiante con su hermano menor. Es decir: la familia al completo”, explicó Sediles.


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