El abrazo de Daniel Ortega y Juan Orlando el pasado 27 de octubre nos ratificó que las dictaduras centroamericanas superan las diferencias en ideología política. Ortega, quien continúa su gobierno ilegítimo con una bandera distorsionada de socialista y cristiano, dio la pauta. Juan Orlando Hernández del Partido Nacional, conservador desde sus orígenes y de ultraderecha, prefiere desviar la mirada de la ideología porque la impunidad que busca no conoce de esto tras dejar la silla presidencial. Tanto en Honduras como en Nicaragua hay cleptocracias y eso no tiene ideología. Por eso, es aun más desconcertante que el partido de Hernández, con el candidato presidencial Nasry “Tito” Asfura, enarbole la bandera del anticomunismo para pedir que la gente vote por “la paz y la vida”, y no por “el aborto y el irrespeto a la propiedad privada”, refiriéndose al Partido Libertad y Refundación (Libre).
Libre, que se posiciona como un partido de izquierda (el primero en el país que va a elecciones), se ha convertido en las últimas elecciones (2013 y 2017) en el contrincante más importante del Partido Nacional. Ahora con una alianza “de hecho” con el candidato presidencial del Partido Salvador de Honduras (PSH), Salvador Nasralla se repite la historia de 2017, la oposición tiene posibilidades reales de ganar las elecciones, pero se enfrenta al control que tiene el Partido Nacional del sistema electoral y de los medios masivos de comunicación.
Una tonada marcial con la letra “Patria sí, comunismo no” es el jingle más sonado de la campaña de “Tito”, quien también se hace llamar “Papi a la orden”. El miedo que eso ha inculcado en la población es el vivo ejemplo de que la democracia nunca llegó a este país, porque por más que tuvimos elecciones cada cuatro años, la cultura democrática nunca se interiorizó mientras sufrimos golpes de Estado y represiones. Y es en esta democracia —que nació muerta— que los gobiernos (nacionalistas los últimos 12 años) han provocado todo lo que dicen temer del “comunismo”: migración forzada, represión de las voces disidentes, violaciones sistemáticas a los derechos humanos, saqueo del erario público y el enriquecimiento de castas familiares que acumularon poder.
Xiomara Castro, la candidata presidencial del Partido Libre, líder de la alianza de oposición, presentó un plan de gobierno en el que establece que este será de corte “socialista” y que al llegar al poder llamará a una Asamblea Nacional Constituyente para refundar el país. Después de la alianza con un partido más conservador, el PSH, no queda claro si ese supuesto co-gobierno será socialista o no. Sin embargo, bastó esto para revivir el fantasma de Hugo Chávez en el imaginario hondureño, uno que está condicionado únicamente por el terror mediático, no por información real de lo que pasó y sigue pasando en Venezuela con los regímenes autoritarios heredados del chavismo.
“Yo tengo miedo de que venga el comunismo, porque nosotros queremos vivir en paz, podemos estar con hambre pero no como en Venezuela que han emigrado, prefiero estar pobre pero al menos ser libre”, dijo Iris, una señora que asistió al cierre de campaña de Nasry Asfura, un acto que comenzó con una oración declarando a Honduras “tierra de Jehová” y vociferando que, por ser tierra de Dios, Honduras jamás puede ser comunista. Y eso es lo que la gente entiende sobre “chavismo” o “comunismo”, que el demonio se apoderará del país.
Miles de personas asistieron a ese cierre de campaña donde el Partido Nacional no escatimó recursos para mover decenas de buses y camiones, algunos propiedad de la municipalidad transportaron activistas y donde reinó el populismo, y la propuesta faltó. Algo recurrente en las concentraciones de los populistas de izquierdas y también de derechas en Latinoamérica. En todo el acto de la boca de Tito no salieron más que frases inconclusas sobre que va a “trabajar, trabajar y trabajar”, repartiendo besos a sus correligionarios luego de que predicadoras evangélicas clamaran por el gobierno de Asfura con un lenguaje hiperbólico propio del Antiguo Testamento.
Vacío de propuestas
El vacío de propuestas, la campaña de terror y el insostenible plan basado en el socialismo de la oposición no deja muchas esperanzas para un proceso electoral que la ciudadanía ha estado esperando los últimos cuatro años tras la reelección inconstitucional del presidente Juan Orlando Hernández, después de que este mismo nos colocara mundialmente la etiqueta de “narco estado”.
Pero, ¿de dónde viene esta campaña? Hace unos días, en el foro de debate más visto del país, apareció el expresidente colombiano Andrés Pastrana preocupado porque “El Foro de Sao Paulo” se quiere tomar Honduras para convertirla en otra Venezuela y que la gente saldrá huyendo de ese régimen, refiriéndose a un posible gobierno de Xiomara Castro y su esposo Manuel Zelaya. El miedo a Venezuela parece más grande que el miedo a la Honduras actual de donde huyen cientos de hondureños a diario por la pobreza extrema y la violencia. Pero no es extraño ver a Pastrana en estos momentos en los medios masivos implícitamente invitando a la gente a no votar por la oposición. El asesor de las campañas del Partido Nacional desde el gobierno pasado es un colombiano, estratega político bastante conocido.
El señor Luis David Duque, exasesor de los expresidentes de Colombia Álvaro Uribe Vélez y Juan Manuel Santos, también del expresidente de México Enrique Peña Nieto y de Henrique Capriles, el candidato presidencial opositor de Venezuela en las elecciones de 2013. Ese mismo año, también lo fue de Juan Orlando Hernández y ahora es asesor de Nasry Asfura.
La campaña de Asfura tiene dos caras opuestas. Por un lado, su movimiento llamado “Unidad y esperanza” ha cambiado los colores tradicionales del partido nacional por unos más juveniles y Asfura lleva un lema que pretende distanciarlo de los crímenes de su partido: “Papi es diferente” . Pero por otro lado, su campaña es oscura, llena de colores fuertes y contrastados en el que colocan como enemigo de “Papi” y de Honduras al comunismo.
Y ese terror ha sido efectivo, porque además alude al conservadurismo más profundo de una sociedad religiosa y poco educada. Le dio la vuelta completamente a la propuesta de Xiomara Castro de despenalizar el aborto por tres causales: por inviabilidad del feto, enfermedad y riesgo de la madre y violación sexual. Aun cuando en Honduras existe un candado constitucional contra el aborto, la imagen de Xiomara Castro apuñalando una mujer embarazada en una pancarta genera miedo, porque el discurso es que esta es una lucha de la vida contra la muerte.
Pero la campaña no podía ser de otra manera cuando Asfura no tiene más que ofrecer. Después de ser funcionario público desde 1990, regidor de la alcaldía de Tegucigalpa, la capital de Honduras en 2006, y luego alcalde de la misma ciudad desde 2013 a la actualidad, ha demostrado ser un funcionario deshonesto.
En 2020, la fiscalía solicitó un antejuicio contra el alcalde por malversación de caudales públicos, fraude y lavado de activos. La Corte no admitió esto y la investigación se detuvo, pero no es lo único que pesa sobre el alcalde. Además de que el desastre en la capital es notorio: carreteras a medio hacer, desorden vial, escasez de agua y mala gestión de la basura, a Nasry le pesa también la sospecha de que su administración ha sido apadrinada por empresas y bancos que se han servido de él para tener contratos con el Estado. Asfura apareció en Pandora Papers, la investigación del Consorcio Internacional de Periodistas de Investigación (sus siglas en inglés, ICIJ), como accionista de una offshore gestionada por Banco Ficohsa, el banco que mantiene un fideicomiso millonario desde que Asfura es regidor hasta la actualidad. Pero nada de esto pesa más que el miedo al terrorismo exitosamente implantado por los medios masivos de comunicación altavoz de la campaña bipolar del presidenciable nacionalista.
Desconfianza en la institución electoral
La exacerbación de las retóricas basadas en el terror al comunismo o al socialismo desvían la atención de un problema más concreto: la incertidumbre provocada por una institución electoral deficiente y manipulada que pone en riesgo la transparencia del proceso electoral. La desconfianza en el sistema de conteo de votos y la conformación de las mesas electorales es aún peor que en 2017, cuando hubo alegatos por fraude.
A estas alturas no hubo una prueba exitosa del sistema de transmisión de resultados y las credenciales de las mesas de votación, la mayoría irán en blanco, algo que se presta al tráfico de credenciales y conflicto en las mesas electorales. Además, para septiembre había todavía cerca de un millón de votantes que no tenían su nuevo documento de identidad. Ahora las autoridades del registro aducen que han entregado el 95%. Sin embargo, hay múltiples denuncias de irregularidades en el registro de los centros de votación y en la entrega de documentos en la comunidad migrante en Estados Unidos.
La fragilidad del sistema electoral es la consecuencia de una democracia de papel y esto desemboca fácilmente en protestas. Algo que también han usado los nacionalistas para meter miedo a la población. “Si Libre no gana va a incendiar el país”, decía esta semana un reconocido “analista político” nacionalista en el ‘mainstream’ (tendencia) de la televisión nacional. Y ya se refleja en las calles el temor, los dueños de negocios han sellado las puertas de los mismos en el centro de Tegucigalpa y San Pedro Sula.
Las misiones de observación internacional ya están en el terreno, el enviado de la Casa Blanca Bryan Nichols, secretario de Estado adjunto para el hemisferio occidental ya se ha reunido con la sociedad civil, candidatos e instituciones electorales, las cartas están tiradas y hay muchos viendo el juego. En este juego de confrontaciones retóricas ganan todos porque al final, el voto basado en el miedo es carta blanca para el autoritarismo, sin diferencia ideológica pero con coincidencia en la impunidad, los negocios y la perpetuación en el poder.
Por ahora la única certeza que hay es que el domingo se elegirá un nuevo gobierno que no estará visiblemente al mando de Juan Orlando Hernández. Lo demás está por verse.