A veces se recurre al deporte y sus metáforas para explicar la realidad en Nicaragua. Por eso, a nadie extrañó en 1996, cuando el general nicaragüense Humberto Ortega Saavedra comparó a la sociedad con un estadio de fútbol. Lo hizo en una entrevista con el cineasta Félix Zurita que muchos conocimos por el libro Patas Arriba La Escuela del Mundo Al Revés, del escritor uruguayo Eduardo Galeano.
El general Ortega se retiró el 21 de febrero de 1995, después de dirigir el Ejército sandinista durante 16 años, con el país viviendo una difícil transición democrática. El general afirmó en la conversación citada con Zurita que existe una jerarquía, “al estadio entran 100 000, pero en el palco caben 500. Por mucho que usted quiera al pueblo, no puede meterlos a todos en el palco”.
Recordé la frase ante la reciente orden girada por su hermano y su cuñada, Rosario Murillo, de mantenerlo bajo control policial en su residencia en Managua. Una manera directa de recordarle que en las esferas del poder actual la llave para el palco la tienen ellos. Por supuesto que no hacían falta estas restricciones públicas para entender el mensaje de terror que envían a la sociedad en su conjunto, aquello de que nadie está por encima de las voluntades del “comandante” y la “compañera” en la Nicaragua de hoy, menos el hermano del tirano.
La otra lectura de la acción dictatorial de los Ortega-Murillo es que el general recibió una cucharada de su propia medicina, después de una historia de décadas de impunidad. El entrevistado dice que “abrir heridas ya sanadas de distintas amnistías a lo largo de la historia de país sería desastroso para la estabilidad del país”, refiriéndose a una Comisión de la Verdad por lo ocurrido en los años ochenta y señalando responsabilidades de Estados Unidos, la contrarrevolución, sandinistas y opositores, el diario La Prensa, la Iglesia y Juan Pablo II.
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En diversas ocasiones, los históricos en el Frente Sandinista de Liberación Nacional (FSLN) han cuestionado solo a Murillo y hay gente que piensa que es la mala de la historia. Esto es verdad, en parte. Sin embargo, la pareja dictatorial es un equipo del terror. Actúan coordinados para prolongarse en el poder, igual que lo hicieron otro par de famosos tiranos en la historia: los Ceaușescu en Rumanía.
Si uno lee la entrevista de Infobae, publicada por Fabián Medina el 19 de mayo de 2024, el jefe militar en retiro intenta convencernos de que su hermano no es un asesino. También menciona un “liderazgo histórico” en manos del actual tirano y lo describe como el “único que aún conserva los créditos de esa lucha”.
A estas alturas, alguien puede explicarme a qué legado se refiere el general Ortega, después del fracaso de ese sueño colectivo, descrito por una parte del sandinismo como una revolución traicionada. De qué habla cuando la corrupción está instalada como política de Estado, viendo también a su hermano dirigiendo con mano de hierro el destino del país, y buscando instaurar su propia dinastía.
La entrevista de Infobae se publicó en el marco del aniversario del natalicio de Sandino. Los Ortega —Humberto y Daniel— son expertos en la intriga política y ambos creen en los simbolismos de sus actos. Fue, por eso, que el general bajó de las alturas para intentar proyectarse como guardián de ese legado, pero chocó con una posición colegiada de Ortega y Murillo, para quienes el trono es un espacio más diminuto e inaccesible que el palco de un estadio.
Sociedad Orwelliana. Es una columna que aspira a contar Nicaragua y a veces Centroamérica a los lectores de Divergentes. Esas cosas que a veces son vistas como exageradas, pero que son pura literatura de la realidad en el terruño regional. Me pueden escribir a [email protected] si tienen ideas que sugerirme.
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Octavio Enríquez
Freelance. Periodista nicaragüense en el exilio. Escribo sobre mi país, derechos humanos y corrupción. Me gustan las historias y las investigaciones.