Estudiar o trabajar: las rutas posibles para estudiantes y catedráticos universitarios exiliados

Estudiantes y académicos se ven inmersos en un dilema tras el exilio. Salieron de Nicaragua luego de vivir persecución y de que los espacios académicos se vieran reducidos por el régimen de Daniel Ortega y Rosario Murillo. En el exterior, algunos han tenido oportunidades de desarrollo, mientras que otros deben centrarse en la búsqueda de empleos y oportunidades laborales

Ilustración: Divergentes.

La odisea por un cupo universitario

Tuvieron que pasar cinco años para que Alexandra Salgado, de 23 años, retomara sus estudios universitarios. Su vida académica quedó interrumpida tras el estallido de las protestas de abril de 2018, como le sucedió a muchos de generación en Nicaragua. Luego, sufrió el autoritarismo sin medida del régimen de Daniel Ortega y Rosario Murillo que, a través de mayores tácticas represivas –desde encarcelamientos hasta expropiaciones de centros de educación– eliminaron las voces críticas del país. 

Llegó a Costa Rica como exiliada, tras soportar, hasta 2021, una vida en la semiclandestinidad. Intentó, como tantos, retomar sus estudios en la Universidad Nacional Autónoma de Nicaragua (UNAN, Managua), pero el partido que controla los hilos de la vida académica no perdonaría que, en 2018, al momento en que iniciaba a estudiar Antropología, se unió a las protestas en su recinto académico para exigir el respeto de la autonomía universitaria, violentada desde la llegada al poder de Ortega en 2007.

“Se siente muy extraño volver a un salón de clases después de tanto tiempo y, sobre todo, volver sin miedo a dar tu opinión. Siempre he sido participativa y, ahora que estoy en libertad, siento que puedo serlo más”, aseguró vía llamada telefónica desde San José, Costa Rica, mientras cursa el primer semestre de dos carreras simultáneas: Antropología, en la Universidad de Costa Rica (UCR), y Orientación Educativa, en la Universidad Nacional (UNA). Hacer las dos a la vez surge como un intento de recuperar el tiempo “perdido” de los años que no pudo cursar en Nicaragua. “Aunque es raro, porque soy la mayor de todo el salón. Todos mis compañeros están iniciando la licenciatura a penas”, agrega. Pero eso no la detiene. Al recordar todo lo que pasó, las razones que la impulsaron a salir de Nicaragua y su proceso de adaptación en Costa Rica, siente que valió la pena. 

Alexandra se fue de Nicaragua en julio de 2021. Para esa fecha, el régimen de Ortega y Murillo ejecutó redadas masivas contra opositores con el fin de torpedear el proceso electoral que la oposición tenía la intención de disputar. Entre los detenidos figuraron estudiantes y líderes universitarios, como Lesther Alemán y Max Jerez, ambos de la Alianza Universitaria Nicaragüense (AUN). 

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Una llama de peluche en la mochila

Entre 2019 y 2020, Alexandra intentó retomar sus estudios pero, cuando estudiaba su segundo semestre en la UNAN, borraron el registro académico y la expulsaron de la universidad. Dicha medida se extendió a más de un centenar de estudiantes a los que negaron el derecho a la educación sin pasar por un proceso administrativo. Es decir, todo fue arbitrario e ilegal de acuerdo a los estatutos universitarios. Sin estudiar ni poder trabajar, Alexandra sentía que su única opción era el exilio.

Cruzó por veredas hacia Costa Rica en julio de 2021. No recuerda muy bien el día exacto. Lo hizo junto a otros tres jóvenes de edades similares a la de ella. El cruce duró unos 45 minutos. Un día antes, envió a través de una línea de transporte una maleta con sus principales pertenencias, para ir lo más liviana posible. Vestía ese día una camiseta negra, un pantalón de camuflaje militar, unas tenis negros y una mochila. Dentro, llevaba agua y un peluche en forma de una llama que su mamá le envió, meses atrás, ese mismo año desde Estados Unidos. Era su bien más preciado, porque le recuerda a su mamá, quien vive en Estados Unidos tras migrar en busca de mejores oportunidades para su familia.  

Llegó y se asentó por unos meses en Heredia, en casa de unos conocidos. Lo primero que le afectó fue el frío de las noches costarricenses, una gran diferencia con la humedad nocturna de Managua, que baja poco menos de 28 grados en las noches. Tras ello, inició el largo proceso de aplicación a una universidad estatal en Costa Rica, lo que puede llevar hasta un año. Previendo cualquier escenario, Alexandra aplicó a dos universidades: la UCR y la UNA. Quedó en ambas. 

“Eso me puso muy alegre. Como solicitante de refugio es complicado y cansado. El trámite consiste en tratar de explicar una y otra vez que sos exiliada, que estás en un proceso de refugio”, relata. “En ciertas ocasiones te enfrentás a la apatía de ciertas personas, que hasta te preguntan ‘por qué viniste’”.

Los estudiantes de universidades estatales se rebelaron en 2018 contra el régimen Ortega y Murillo con el fin de exigir cambios democráticos y el respeto a la Autonomía Universitaria. Foto: Bienvenido Velasco / EFE.
Los estudiantes de universidades estatales se rebelaron en 2018 contra el régimen Ortega y Murillo con el fin de exigir cambios democráticos y el respeto a la Autonomía Universitaria. Foto: Bienvenido Velasco / EFE.

En Costa Rica el trámite de inscripción a las universidades estatales se concentra en el Sistema de Admisión Universitaria, una plataforma en la que los aspirantes deben hacer una cuenta para aplicar a los cinco centros administrados por el Estado. Posterior a ello, se debe pagar 6,600 colones (12.20 dólares estadounidenses al cambio oficial), para hacer el examen de admisión de actitudes. En la plataforma web los estudiantes también tienen acceso a llenar todos los datos personales solicitados por el sistema.

De acuerdo con datos del Ministerio de Educación Pública, 2022 fue el año con más estudiantes nicas matriculados en Costa Rica. Desde 2018, la UCR reportó que, cada año, ha otorgado entre 200 y 255 becas a nicaragüenses. Por su parte, las autoridades educativas de Primaria divulgaron en el diario La Prensa que la matrícula de estudiantes extranjeros la lideran los nicaragüenses, con 36,720 cupos en el sector público, privado y subvencionado. Una cifra que revela la fuga de jóvenes de todas las edades. 

De la cárcel a la universidad de Miami. Las dos caras de Estados Unidos

Cuando Costa Rica dejó de ser el principal destino de migración de los nicaragüenses, a mediados de 2021, Estados Unidos ocupó su lugar. A los exiliados políticos que huían de la crisis se les sumaron centenares de miles de migrantes económicos que huían de un país sin futuro. 

Que Jonathan López, de 25 años, pasara de las cárceles del régimen nicaragüense a reiniciar sus estudios en Miami, Florida, supone una historia excepcional de superación de obstáculos. Cursa una licenciatura en Administración de Empresas en el Miami International University, gracias a un programa de becas que obtuvo por la Organización de Estados Americanos (OEA). “Todo este proceso fue bastante difícil por la falta de información que existe dentro de los espacios o la comunidad estudiantil”, afirma Jonathan, quien admite que él es la excepción entre muchos jóvenes migrantes o exiliados, que tienen que optar por largas horas de trabajo para subsistir. 

Tras vivir un verdadero suplicio en Nicaragua, siente que, al fin, puede retomar sus estudios, interrumpidos por el régimen de Ortega y Murillo en 2018. Jonathan fue encarcelado el 23 de septiembre de 2018 mientras se encontraba reunido con un grupo de compañeros antes de iniciar una marcha, en las afueras de un supermercado. Fue uno de las decenas de jóvenes que se atrincheraron en la UNAN, dicho año. Antes de las protestas, estudiaba Economía en dicho recinto. Por ello, consideró que Administración de Empresas era una buena opción. 

Estudiar o trabajar: las rutas posibles para estudiantes y catedráticos universitarios exiliados
Ilustración: Divergentes.

“Se hizo muy complejo conseguir becas en ciertas universidades porque, al encontrarme en exilio, no puedo cubrir el costo económico que requieren algunas universidades. Fácilmente, una licenciatura puede andar por arriba de los 100,000 dólares toda la carrera. Buscando la información, encontré las becas que da la OEA”, agrega el joven.

Tras su detención, Jonathan fue liberado el 20 de mayo de 2019, ocho meses después de su detención,  junto a otros 99 presos políticos tras la promulgación de una amnistía que el régimen de Ortega y Murillo aprobó. Desde entonces, el joven no tuvo oportunidad de volver a estudiar en el país, a pesar de intentarlo. En 2020, lo incluyeron en la lista de estudiantes que fueron expulsados y eliminados del sistema de la UNAN, una medida que el régimen tomó como represalia contra estudiantes como él. Tras la agudización de la crisis, en 2021 decidió exiliarse a los Estados Unidos. 

Hasta ahora, cinco años después, ha vuelto a retomar sus planes académicos, en Estados Unidos. En el programa, Jonathan encontró diversas facilidades para jóvenes como él, pues tuvo la oportunidad de escoger entre cursar la licenciatura en inglés o español. De igual forma, todas las clases son en modalidad virtual, lo que le permite disponer de más tiempo para realizar otras actividades extracurriculares. 

La motivación académica no es la única que mueve el deseo de Jonathan para tener una licenciatura. “No es porque crea que tener un grado académico aprobado reconocido legalmente por una institución gubernamental o no gubernamental sea algo que me va a definir como persona, sino que es un acto de resistencia, una forma de demostrarme a mí mismo y al régimen que, a pesar de que han querido impedirme que logre estudiar, sí pude”, remarca.

El programa de becas de la OEA al que Jonathan aplicó fue establecido 1958 y otorga apoyos a jóvenes que desean aplicar a una licenciatura, maestría o doctorado y que sean de países que integran el sistema interamericano. En su página web hay diversas convocatorias que los postulantes pueden consultar. Cada una de ellas responden a características diferentes, por ejemplo, que aplicó Jonathan es una modalidad a distancia y cuenta con los gastos académicos cubiertos. 

“Lo primero que recomendaría es que analicen muy bien la situación y las ofertas que ofrece el programa de becas. Lo mejor es investigar bien las carreras y las universidades, buscar las rúbricas y leer los planes de estudio. Luego, conocer muy bien cada una de las convocatorias y los instructivos que aparece para cada una de ellas”, remarcó Jonathan. 

La otra cara de la realidad estadounidense la vive Luis Corea Castañeda, un joven de 28 años radicado en las afueras de Los Ángeles, en una suburbio llamado Rowland Heights. Llegó a Estados Unidos en enero de 2022, cuando la Oficina de Aduanas y Protección Fronteriza (CBP por sus siglas en inglés) informó que, en dicho mes, 11,564 nicaragüenses fueron detenidos en la frontera sur. En diciembre de 2022, las cifras llegaron a un punto récord: 35,382 personas se entregaron a las autoridades estadounidenses solo ese mes. 

Luis llegó con la idea clara de trabajar. Es la única vía que tienen la mayoría de jóvenes que, como él, buscan mejores oportunidades laborales en un clima sin represión. Aseguró vía llamada telefónica, en el único día libre de la semana que tiene, ya que se mantiene en dos trabajos a la vez, que apoyó las protestas que realizaron los manifestantes en Ciudad Sandino, su localidad de origen. Unos vecinos, simpatizantes del régimen, lo vigilaron y amenazaron. Antes de migrar, trabajaba como administrador en una ferretería. Una de sus metas era cursar estudios de postgrado, pero no pudo lograrlo. 

Sus dos trabajos en Estados Unidos están ubicados en almacenes de paquetería. En uno de ellos, se encarga de organizar paquetes y en otro de manejar maquinaria para trasladar los envíos. Se despierta todos los días a las cuatro de la mañana, y regresa a su casa a las alrededor de las ocho de la noche. Solo le queda tiempo para preparar su comida para el siguiente día y ver una hora la televisión. Vive solo, en un departamento en el que paga 800 dólares de renta. 

Sin embargo, su primer trabajo consistió en recolectar ropa en un almacén. La jornada de ocho horas se le iba caminando de un lado a otro para ubicar y escanear los códigos de ciertas prendas. Finalmente, registraba los productos y los organizaba según sus características. “Me ponía a llorar y decía que, en Nicaragua, yo no hacía este tipo de trabajo.  A pesar de ello ha logrado adaptarse a las dinámicas de trabajo. Con el tiempo ha logrado sacar al crédito un vehículo que le permite movilizarse y ahorrar tiempo, uno de los recursos que mejor debe administrar. 

Luis logró terminar sus estudios de Contaduría Pública y Finanzas en la Universidad Politécnica de Nicaragua (Upoli, hoy Universidad Politécnica Nacional). Tras ello, tuvo interés en cursar estudiar una licenciatura en enseñanza del inglés, pero no lo ha logrado. En parte, porque debe trabajar para subsistir en dicho país.

Minoría de catedráticos logran trabajar fuera

Estudiar o trabajar: las rutas posibles para estudiantes y catedráticos universitarios exiliados
Ilustración: Divergentes.

El profesor Miguel España tenía 13 años de experiencia en la docencia de sociología, filosofía y ética cuando decidió exiliarse por asedio y amenazas. Era un maestro crítico. Dio clases como docente adjunto en la Universidad Centroamericana (UCA) y en la Universidad Evangélica Nicaragüense, Martin Luther King (Uenic – MLK). 

El docente salió del país a inicios de 2020, luego de que el régimen aumentara la represión contra la población nicaragüense y se adjudicara la presidencia por un periodo de cinco años más, en un proceso electoral sin competencia. En los últimos dos años, el régimen ha cerrado espacios académicos limitando las opciones para maestros y estudiantes universitarias. Desde entonces, 17 universidades fueron clausuradas a través de la cancelación de su personería jurídica. La mayoría de sus bienes pasaron a formar parte del Estado. 

El Consejo Internacional de Ciencia (ISC, International Science Council) alertó, el pasado 5 de mayo, sobre esta situación, expresando su “profunda preocupación por la represión gubernamental de las libertades científicas en Nicaragua”. También, adivirtió “sobre el impacto perjudicial que tendrá la pérdida de conocimientos y experiencia para el desarrollo pacífico y sostenible del país”. El ISC remarcó, en su comunicado, el problema que representa para el país el exilio de investigadores y académicos, a causa del cierre de espacios de pensamiento crítico.

“En Costa Rica, tuve la suerte de encontrarme con amigos y colegas que me brindaron una mano y me ayudaron integrarme a instituciones para continuar con mi labor docente y de investigación”, asegura el maestro, quien pidió omitir el nombre del centro académico en el que trabaja por cuestiones de confidencialidad con su empleador. 

Sin embargo, asegura que casos como estos son excepcionales. España observa la crisis, no solo como exiliado, sino también como académico, y asegura que la fuga de cerebros del país no conlleva que los profesionales logren integrarse con éxito en el mercado laboral de su área de estudios. “Es difícil asegurar que un abogado, docente o investigador, con una gran trayectoria llegue a otro país a realizar lo mismo que hacía en Nicaragua. La experiencia nos dice que, en este momento, la mayoría de migrantes tienen un objetivo centrado en la sobrevivencia”. Es una minoría “la que logra darle continuidad a su vida profesional o académica”, remarcó el docente. 


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