Enrique Sáenz
28 de febrero 2024

¿Tenemos algo que aprender de lo ocurrido en la transición de 1990 en Nicaragua?


El recién pasado 25 de febrero se cumplieron 34 años desde las elecciones en que Violeta Barrios de Chamorro y la UNO propinaron una inesperada derrota al Frente Sandinista. Se trató de un episodio que podía haber representado un punto de quiebre en nuestra historia. Una historia preñada de dictaduras, guerras, pactos, conflictos. No fue así. La gente quería paz, libertad y prosperidad. ¿Por qué no fue así? ¿Hay lecciones que podamos rescatar y que sean válidas para nuestro presente y futuro?

Ante todo, hay que decir que la mayoría del pueblo nicaragüense, en medio de la guerra y venciendo el miedo, colmó los centros de votación y, a pesar de los pronósticos y vaticinios de las encuestas, votó en contra de los candidatos del Frente Sandinista. Yo estoy claro que la historia no se repite con exactitud. Pero también soy un convencido de que un pueblo que ignora su historia está condenado a repetirla, de uno u otro modo. 

Es difícil un análisis balanceado porque los rencores, los dolores, las cegueras y los sueños rotos todavía palpitan. Palpitan también los hígados enfermos que destilan bilis en lugar de argumentos y perturban un debate razonado. Es natural, el hígado no es un órgano apropiado para pensar. Intentaré pues caracterizar los distintos factores que intervinieron en ese momento histórico y con la mejor buena voluntad extraer enseñanzas que puedan ser útiles.

¿Cuáles eran los factores de poder en ese escenario? 

En primer lugar, Estados Unidos, que había sido un actor relevante a lo largo de toda la década de los ochenta y, por supuesto, un actor relevante en la guerra que sufrió Nicaragua a lo largo de esa década. Hay dos elementos a subrayar, por un lado, la discusión en el congreso norteamericano sobre la continuidad de la ayuda financiera a la Resistencia, o Contra, como queramos llamarle. Por otro lado, en diciembre de 1989, sólo dos meses antes de las elecciones en Nicaragua, tropas estadounidenses habían invadido Panamá, derrocado y capturado a Noriega, y desbaratado al ejército panameño. Ambas realidades representaban amenazas latentes.

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El segundo factor de poder era, sin duda, el ejército de la Resistencia Nicaragüense. De acuerdo con el informe de la CIAV-OEA, alrededor de 23 000 combatientes entregaron sus armas y más de 120 000 personas fueron repatriadas, la mayoría de las cuales formaban parte de la base social de la Contra. Indiscutible: un formidable factor potencial de poder. 

En tercer lugar, teníamos a la Unión Nacional Opositora: 14 grupos políticos, porque en realidad eran grupos más que partidos. Desde el Partido Comunista hasta el Movimiento Liberal constitucionalista; desde el Partido Socialista hasta agrupaciones de conservadores, pasando por socialcristianos, socialdemócratas, liberales independientes. En cuarto lugar, estaba la jerarquía eclesiástica, que jugaba un rol político relevante, con el cardenal Obando y Bravo a la cabeza. Seguidamente estaba doña Violeta y el grupo inmediato que la respaldaba, cobijados por la legitimidad política que le otorgaba la contundencia del triunfo electoral. 

Además, un conjunto de actores internacionales participaba activamente en el proceso. La Organización de Estados Americanos, por la vía de su Secretario General, el expresidente Carter, la Secretaría General de Naciones Unidas por la vía de un representante especial, al igual que distintos gobiernos latinoamericanos y europeos.

En la otra acera teníamos al Frente Sandinista, con su estructura y bases moralmente golpeadas después de la categórica y desconcertante derrota electoral que había puesto en evidencia, contra lo que se presumía, que eran —éramos— una minoría, si bien, una minoría significativa. En segundo lugar, había perdido el apoyo de la Unión Soviética. 

En octubre de 1989 visitó Nicaragua el ministro de relaciones exteriores soviético, Eduard Shevardnadze, quien trajo un mensaje desolador para la dirigencia sandinista: Se acabó quien te quería. Sin embargo, el FSLN tenía el control total de los poderes del Estado, la administración municipal, además del control de la Policía, el Ejército y los servicios de seguridad. Y un activo que se demostró clave: la capacidad organizativa y movilizativa de la que carecían las organizaciones que formaban la UNO. Finalmente, mantenía la cohesión interna —cohesión que da el peligro de ser barrido y las amenazas percibidas—. Esa cohesión prevaleció en esos momentos cruciales, más allá de las diferencias internas que más tarde afloraron. 

La triple transición

¿Tenemos algo que aprender de lo ocurrido en la transición de 1990 en Nicaragua?
Visita de los entonces Reyes de España a Nicaragua, gobernada por Violeta Barrios de Chamorro. Foto de archivo de EFE.

De esta forma se inició una transición complejísima. Es lo que se conoció como la “triple transición”: De la guerra —una guerra cruenta— a la paz. De un sistema autoritario a un régimen democrático y de libertades. De una economía estatizada a una economía de mercado. Tres transiciones al mismo tiempo, en medio de una economía destrozada, graves problemas sociales y una sociedad polarizada.

¿Cuáles fueron los episodios decisivos en este proceso?

La división de la Unión Nacional Opositora debe señalarse en primer lugar. Antes de cumplirse dos meses del desenlace electoral ya estaban divididos. A fin de cuentas, se trataba de una alianza electoral, que, de repente se encontró con un triunfo que no esperaba. Ni cohesión política, ni cohesión programática, ni cohesión estratégica. En los hechos, algunos rápidamente sucumbieron a lo que en ese tiempo se llamó “cañonazos” y jugaron con el mejor postor. 

Otro elemento clave fue la ineptitud de la Resistencia Nicaragüense para desempeñarse como balance de poder. Una parte de los que se llamaron dirigentes civiles como Alfredo César, Azucena Ferrey, Morales Carazo, y otros, no tardaron en acomodarse, mientras los comandantes contras quedaron como papalotes sin cola. Sin experiencia y sin liderazgo político comenzaron a dar bandazos sin hallar para donde coger, aunque algunos sí comenzaron a recoger los “aguinaldos” que les ofrecieron. El resultado fue la falta de conexión con la inmensa mayoría de nicaragüenses que depositó esperanzas en una ruta de paz, justicia y prosperidad.

En la dinámica de poder hay que destacar las asonadas como elementos de chantaje. Paros, tranques, quemas de vehículos. Y muertes. También la falta de escrúpulos es un elemento de poder. Maligno, cierto, pero que no puede subestimarse.

Por último, hay que señalar al ausente. A lo largo de este episodio crítico no fue visible o evidente el papel que desempeñó Estados Unidos. 

Fue en este contexto que se negoció lo que se llama el “protocolo de transición”. Fue en este contexto que se negoció la desmovilización prácticamente incondicional de la resistencia. Y fue en este contexto que se designó o se ratificó a Humberto Ortega en la Jefatura del Ejército. También quedaron intactos los servicios de inteligencia y de seguridad. Y no hubo ni verdad, ni justicia.

Y las cosas resultaron al revés: el derrotado, cohesionado, con voluntad para ejercer a fondo sus capacidades de coacción y negociación. Los triunfadores fracturados hasta el nivel del encono, con intereses contradictorios, reduciendo drásticamente su poder de negociación. Solo por curiosidad, imaginemos un bloque compacto integrado por la UNO, la dirigencia de la Resistencia, el grupo de apoyo de doña Violeta, con una estrategia compartida y alineados con las alianzas internacionales que todavía estaban vivas: ¿Cuál habría sido el curso del proceso?

Seguramente faltarán algunos elementos, pero, en general, estos fueron los principales condicionantes del arduo, complejo, violento y al final fallido proceso de transición a la democracia en nuestro país. 

¿Cuáles enseñanzas pueden ser útiles frente a nuestro presente y nuestro futuro?

  1. Los “chacuatoles” políticos a la postre no son factores sólidos de poder. Es preciso construir una organización política cohesionada en términos programáticos y estratégicos, llámese alianza, coalición, movimiento, o como se llame. Se necesita programa, liderazgo, capacidad estratégica y vocación de poder. No es cuestión de soplar y hacer botellas.
  2. En cualquier desenlace, si el grupo mafioso que ejerce el poder preserva el control del Ejército, Policía y fuerzas de seguridad, se habrá sembrado el camino de dinamita.
  3. Perder la conexión con las aspiraciones y las sensibilidades de la gente es una ruta directa al fracaso.
  4. El liderazgo, la habilidad, la decencia y la fortaleza moral, cuentan.
  5. Las potencias tienen intereses, más que principios, y por consiguiente sus decisiones están guiadas por intereses con independencia del signo político del gobierno. 
  6. El pueblo nicaragüense rompió las barreras del miedo en 1979. Rompió las barreras del miedo en 1990. Volvió a romperlas en 2018. El antídoto contra el miedo es la esperanza de que un futuro con paz, justicia, libertad y prosperidad es posible.

ESCRIBE

Enrique Sáenz

Es licenciado en Derecho y licenciado en economía, y cuenta con estudios superiores en Ciencia Política (Universidad Simón Bolívar, Caracas) y estudios superiores en Historia Latinoamericana (UNAN, Managua). Fue diputado de la Asamblea Nacional de Nicaragua (2007-2016) y gerente de proyecto para asuntos de cooperación y gobernabilidad en la Delegación de la Unión Europea para América Central en Managua. Se desempeñó también como Director Ejecutivo de la Fundación Siglo XXI (1996-1997) y Oficial Ejecutivo en la Representación del PNUD en Nicaragua, entre otros puestos en el gobierno de Nicaragua y organismos regionales.