Tamara Dávila cumplió la promesa que se dijo a ella misma el 13 de junio de 2021, cuando llegó por primera vez a una tétrica celda en la nueva Dirección de Auxilio Judicial, conocida como El Chipote. Ese día, se arrodilló y afirmó que saldría más comprometida, más inteligente y más fuerte cuando llegara la libertad. “Lo logré”, aseguró en esta entrevista en la que narra la compleja experiencia del destierro impuesto por el régimen de Daniel Ortega y Rosario Murillo contra los presos políticos el pasado 9 de febrero.
Dávila, psicóloga de profesión, activista y defensora de los derechos humanos, formaba parte de la Unidad Nacional Azul y Blanco (UNAB) cuando fue detenida junto a otras decenas de liderazgos opositores. Luego de su destierro, Dávila se reconecta con el mundo exterior, uno cuya grandeza le dio fuerza en las cuatro paredes de la celda de la dictadura. Ella fue la única presa en El Chipote que estuvo en total aislamiento mientras estuvo presa. Sufrió tortura psicológica por el hecho de ser mujer, pero aún así resistió.
“Una de las cosas que yo no quiero perder es esa capacidad de maravillarme con cada minuto que pasa y con cada cosa que me rodea. No quiero que el día a día me lo quite de nuevo”.
En 2018 participó en las protestas y fue arrestada por unas horas. En 2020 fue electa como integrante del Consejo Político de la Unidad Nacional Azul y Blanco (UNAB) y formó parte de la Coalición Nacional. Antes de que la arrestaran el 12 de junio de 2021, sufría de asedios diarios. Una patrulla de la Policía no la dejaba salir de su propia casa.
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En esta nueva etapa, rememora sus impresiones ante el juicio político por “traición a la patria” en la que presentaron en su contra un megáfono, discos musicales, álbumes de fotos y diarios personales. “Sentí indignación, pero el sentimiento más fuerte en mí era de burla. Pensé ‘estos majes están acabados’”, relata en esta entrevista con DIVERGENTES.
¿Cómo has vivido estas tres semanas de destierro, luego de 606 días de cárcel?
Tengo una sensación de profundo agradecimiento por todo lo que han hecho periodistas y nicaragüenses alrededor del mundo en estos dos años de prisión. También siento mucho desconcierto, porque no es chiche (no es fácil) haber estado presa y en las condiciones de aislamiento en las que estuvimos, y que, de pronto, obtener la libertad plena. Es lindo, pero a la vez complejo. El día a día es todo un cambio para mí, asimilarlo lleva su tiempo, y en eso he estado estas tres semanas.
¿Has vuelto a hacer alguna actividad que durante todo este tiempo extrañabas?
Respirar al aire libre, ver el mundo. Me refiero al pequeño espacio en el que uno se mueve, ver la vida que hay alrededor. Eso ha sido una cosa maravillosa. No cuesta mucho ser feliz, pero se necesita ser libre para poder apreciar la belleza. Por eso es tan importante que la injusticia no suceda y que quienes la vemos, nos manifestemos para que eso deje de ocurrir. No me arrepiento de absolutamente nada de lo que he hecho en mi vida y tampoco voy a parar de pedir la libertad para los 37 presos políticos que todavía hay en Nicaragua.
Y hablando sobre el tiempo, ¿cómo sentías que transcurría dentro de un régimen de completo aislamiento e incomunicación?
El tiempo, como lo han dicho muchos filósofos, es bien relativo. Ha sido una de las cosas que me ha golpeado en estas tres semanas. El tiempo en soledad y en esas celdas de El Chipote transcurría muy lentamente. No sólo me pasaba a mí, sino a todos los que estábamos ahí. Cada minuto, cada segundo, era una eternidad. Ahora, cada minuto y cada segundo se te va como agua entre los dedos. El día pasa rapidísimo.
Al estar presa se debe lidiar con el tiempo para que no fuera tan pesado. Eso se hace llenando cada minuto con lo que fuese posible, principalmente utilizando el cuerpo para el ejercicio, caminando, rezando y meditando. Una de las cosas que yo no quiero perder es esa capacidad de maravillarme con cada minuto que pasa y con cada cosa que me rodea. No quiero que el día a día me lo quite de nuevo.
En tu celda sellada tenías sólo un pequeño espacio para ver un trozo de cielo. ¿Cómo lograste enfrentarte a la soledad y a la falta de comunicación que el régimen te impuso?
Sabiendo que la vida es más grande que yo. Había muchas cosas en la misma celda que llenaban mi existencia y que me dieron vida. Me refiero a la vida no humana. Yo hablaba con las arañitas de mi celda y los pájaros que escuchaba por ese espacio en el que miraba el cielo. Yo creo que se puede lidiar con ello apreciando la vida en una dimensión más allá de lo que podés o no tocar. Aprendés a valorar otras formas de vida que antes no valorabas. Eso me ayudó a sobrevivir.
Estuve un año y dos meses en una celda, sin contacto humano, pero la vida en prisión y en soledad también te pueden mostrar la grandeza de la vida afuera. Me sostuvo ese pedazo de cielo, esa ventana y esa vida no humana con la que yo tuve que entrar en contacto. Eso fue lo que me hizo resistir. También pensar en mi hija que me estaba esperando, en la familia y en imaginar una forma distinta de estar.
En esa situación, ¿tuviste en algún momento una idea, un pensamiento o una experiencia a la que te solías aferrar para tomar fuerzas?
Mi familia, pero especialmente mi hija. Pensar en que mi hija estaba afuera esperándome era mi mayor motor para mantenerme sana. Me prometí a mí misma que todos los días iba a hacer el esfuerzo por transitar el día bien. Eso no significa no llorar, no estar triste. No. Yo lloré, estuve triste, me deprimí; pero le hacía huevo (le hacía ganas) y me levantaba de esa plancha (en la que dormía) y de esa colchoneta para usar mi metro cuadrado. Afuera estaba mi hija esperándome.
Recibimos noticias muy alarmantes sobre tu situación en El Chipote gracias a las denuncias que hizo tu familia y organizaciones de derechos humanos. ¿Cómo eran tus condiciones en dicho centro?
En El Chipote hubo un sistema de tortura psicológica y de aislamiento social para muchísimos. Incluso los hombres estuvieron meses en una celda solitaria. Casi siempre en parejas, pero otros solos o en celdas muy pequeñas, sin ventilación. Medardo Mairena junto con Yader Parajón, por ejemplo, estuvieron en la celda de castigo un año y dos meses.Yo estuve en una celda sola, pero con un pedacito de cielo y una ventana. Ellos estuvieron mucho tiempo, aunque en pareja, pero sin ese pedacito de cielo. Lo que quiero decir es que hay un patrón dentro del sistema carcelario de tortura psicológica, vinculado principalmente al aislamiento social. Con las mujeres, ciertamente hubo esa particularidad de tenernos casi todo el tiempo que estuvimos en celdas solitarias.
A mí se me paran los pelos cuando leí la entrevista hace poco de Kevin Solís y todo lo que tuvo que sufrir en esas celdas del “infiernillo” (ubicadas en el Sistema Penitenciario Nacional, La Modelo). Estamos frente a un régimen que utiliza la tortura psicológica, en algunos casos la física, que no es el mío ni tampoco el de ninguna de las personas que estuvimos en El Chipote. Pero sí en quienes estuvieron en La Modelo, por ejemplo.
Sin embargo, hubo ciertos patrones de tortura más focalizados hacia las mujeres. ¿A qué le atribuís este ensañamiento particular hacia las presas políticas?
El caso de Dora María Téllez (comandante de la revolución encarcelada en 2021 por el régimen) es emblemático. Ella estuvo un año y ocho meses en una galera de hombres. Eso no solamente es misoginia, sino que es muestra de una enorme discriminación por razones de género y sexuales.
Yo todavía me pregunto por qué. Creo que tiene que ver con enviar un mensaje claro hacia las mujeres, no solamente con lo que cada una de nosotras representamos después y antes del 2018, sino también con lo que es el movimiento amplio de mujeres en el país. Hay un mensaje hacia los movimientos feministas, y es claro: la que se oponga y se manifieste no tendrá piedad.
Tiene que ver con un Daniel Ortega violador, acusado por su hijastra y de múltiples violaciones sexuales contra otras mujeres. Además del mensaje hacia el rol del movimiento feminista, hay una pizca de esa violencia que se encarna en esa persona llamada Daniel Ortega. En el caso de Rosario, igual.
En un juicio repleto de irregularidades en tu contra presentaron como pruebas desde recuerdos familiares hasta discos musicales que no demostraban nada más que tu gusto por determinados artistas. ¿Qué pensabas al presenciar todo este proceso judicial?
Lo primero que se me viene a la cabeza es la imagen en ese salón de ocho o diez pruebas que pusieron frente al juez como cuando agarran a los narcos. En todas yo solo miraba y decía ‘pero esto parece un cuento de mentira’, una cosa surrealista completamente. Entre las pruebas había cuentos de mi hija, discos de música, álbumes de fotos familiares, el video del nacimiento de mi hija… Digamos que lo más peligroso (enfatiza con un tono irónico) que hubo entre esas pruebas era un megáfono. Veía esas pruebas y decía: ‘francamente que esto está de risa’. ¿Cuál es la traición a la patria con eso que estaba en la mesa?
Sentí indignación, pero el sentimiento más fuerte en mí era de burla. Pensé ‘estos majes están acabados’. No hay nada que los sostengan. Otra de las mayores pruebas era el diario de la niñez de mi hija que yo comencé a escribir.
Y de alguna forma intentaron justificar esos objetos como pruebas incriminatorias.
Sí. Es una cosa paranoica y esquizofrénica. Te lo digo yo que soy psicóloga y puedo definirlo así. Es decir, tenés por un lado a un régimen y una mano policial represiva que intenta seguir las reglas, entre comillas, amparados en leyes que son ilegales. Por otro lado, no hay forma de justificar esa legalidad. Eso es lo que está pasando con el régimen y por eso es que no hay escapatoria a su final. Yo estoy segura de eso, porque es completamente inviable.
Después de esa etapa y del destierro, los presos políticos viven una situación de apatridia impuesta por el régimen. ¿Qué retos se te presentan en esta nueva etapa tras el 9 de febrero?
En el caso de los 222 (presos políticos) son la salud física y mental. Muchos tenemos necesidades de sobrevivencia económica, pero también de poder conectar con un país y una sociedad nueva. Los retos que identifico están relacionados con la salud. Es importante mencionar que la solidaridad de todos estos países ha sido enorme y que muchos nicaragüenses que hemos tenido que salir o que nos han sacado del país después del 2018 hemos tenido la posibilidad de contar con unos trámites más ágiles.
La vida misma siempre es un reto, sea donde sea que se lleve. Mi agradecimiento profundo con Estados Unidos y con los nicaragüenses que viven en este país, que han sido un gran apoyo para nosotros.
En julio de 2022, a través de tu familia, nos llegó este mensaje: “Yo voy a salir de aquí más fuerte, más inteligente y más comprometida”. Ahora, lejos de una prisión, ¿sentís que así fue?
El primer día que me llevaron a esa celda en El Chipote me arrodillé, vi mi pedacito de cielo y le dije al cielo y al universo: ‘no sé cuándo voy a salir de aquí, pero yo voy a salir de este lugar más comprometida con los derechos humanos y con la defensa de la democracia en mi país. Voy a salir de aquí más sana emocionalmente y con más ganas de vivir’. Y sí, así estoy saliendo. Lo logré gracias a todos los mensajes, las energías, los pensamientos y los rezos de todos. Quiero concluir con un profundo agradecimiento a todas las personas que siempre estuvieron ahí.