Una espera de horas llegaba a su fin en cuestión de un instante. La aguja dentro del músculo no duró ni cinco segundos. La enfermera accionó la inyección que deposita el ansiado fármaco por el cual miles de nicaragüenses cruzan la frontera norte, sin importarles llenarse de lodo, o pasar sentados unas quince horas para llegar a uno de los puestos de vacunación habilitados por Honduras. Son las diez de la mañana y no han transcurrido ni quince minutos desde que un grupo de cinco amigos nicaragüenses llegó al centro comercial de Choluteca, a una hora de la frontera de El Espino, pues habían escuchado en San Marcos de Colón que en este mall administran la vacuna Moderna contra la Covid-19.
Primero sintieron un adormecimiento en el brazo que confirmó el fin del ansiado objetivo del trayecto. De la fila, los pocos nicas —todos jóvenes— salían extenuados, pero contentos de que en la cartilla proporcionada por las autoridades hondureñas apareciera la fecha de su segunda dosis y el nombre de la vacuna Moderna, que para ellos significa haberse librado de las inyecciones fabricadas por Rusia y Cuba, las únicas proporcionadas por el régimen de Daniel Ortega para su rango etario.
El centro comercial de Choluteca es un punto que muchos nicas ignoran, o no se atreven a viajar. El puesto de vacunación está prácticamente vacío. Para llegar hasta aquí hay que tomar un bus desde San Marcos de Colón, cuyo trayecto dura una hora y cuesta 35 lempiras (casi dos dólares estadounidenses). Quien lo haga puede evitar las kilométricas filas de la frontera y de San Marcos de Colón, en las cuales a diario llegan miles de nicaragüenses para ponerse la primera dosis de la vacuna desarrollada por Moderna, una empresa estadounidense encargada del desarrollo y descubrimiento de fármacos; y la de Pfizer, dirigida a los menores de edad.
Al llegar, el grupo de amigos fue recibido por un representante del Ministerio de Salud de Honduras y otro de la Organización Panamericana de la Salud (OPS). Les preguntaron si venían por la primera dosis y les dejaron claro que la vacunación era gratis, que si alguien les cobraba por ello lo reportaran y no pagaran ni un céntimo. Las enfermeras hondureñas llenaron una ficha con sus datos y a los pocos minutos fueron vacunados.
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“Ni la sentí, ¡qué mano más suave!”, dijo varios minutos después una joven del grupo que viajó desde Managua. Los jóvenes se sentaron en una fila de sillas plásticas habilitadas para el monitoreo posterior de la vacuna, con el fin de evaluar cualquier síntoma adverso tras la aplicación del fármaco. “Siento el brazo adormecido, nada más”, expresó otro de los integrantes. Era ya la hora del almuerzo.
Sin saberlo, los cinco amigos acaban de vivir una nueva aventura juntos. Ninguno de ellos supera los 29 años, y casi todos estudiaron en la misma universidad y la misma carrera. La idea del viaje surgió en un grupo de WhatsApp, cuando las noticias sobre nicas que viajaban a Honduras para vacunarse se volvieron virales. Una de ellas, nacida en el norte del país, se encargó de indagar, sondear y planificar la ruta para los capitalinos. La gestión duró pocos días y ya para inicios de semana tenían la fecha del periplo: saldrían de Managua, la capital, el miércoles 27 de octubre para regresar el jueves, aunque sea bien noche.
Las razones del rechazo a la Sputnik, al menos entre los más jóvenes, se pueden dividir en dos: no confían tanto en ella y sienten que les dará dolores de cabeza si en un futuro desean viajar a los países que la desconocen, como Estados Unidos y la Unión Europea. El régimen de Daniel Ortega y Rosario Murillo anunció a principios de octubre que inmunizaría a la población menor de 29 años y mayor de 18 con la Sputnik Light, la versión monodosis de la Sputnik V que desarrolló el instituto ruso Gamaleya. Estas vacunas no cuentan con el aprobado de la Organización Mundial de la Salud (OMS) debido a unas inconsistencias en el control de calidad que el organismo halló en las fábricas. Según el laboratorio ruso que la creó, cuenta con una efectividad de 79,4 % y es ideal para zonas que enfrentan brotes agudos de contagios. La Sputnik Light y las cubanas Abdala y Soberana son aplicadas a la población más joven de Nicaragua entre resquemores.
Por ello, el grupo de amigos prefirió prescindir de la limitada cartera que ofrece el gobierno y probar suerte en Honduras, el país que abrió sus puertas a los nicaragüenses. Este acuerdo transfronterizo no ha sido oficializado por el régimen, y entre la población nicaragüense ha dejado de ser un rumor. En las fronteras, hasta las autoridades saben que los miles de nicaragüenses que pasan por ahí van por una opción diferente de vacuna.
Quien sí se ha pronunciado es el presidente Juan Orlando Hernández. A través de Twitter dijo: “La solidaridad y hermandad de los hondureños traspasa las fronteras. Habilitamos punto de vacunación para aplicar en frontera con Nicaragua para aplicar 250 a 500 dosis al día contra el Covid-19 a nuestros hermanos nicaragüenses”. Por su parte, la propaganda oficial en Nicaragua trata de minimizar la oleada de personas que a diario cruzan la frontera para huir de la Sputnik y de las vacunas cubanas. Algunos de sus propagandistas argumentan que son víctimas de la desinformación, provocada por los Estados Unidos.
Vacunación transfronteriza
Mientras los cinco amigos iban a una de las principales terminales de buses de Managua para iniciar el viaje hacia el norte, Daniel Ortega aparecía en la televisión nacional con una sorpresiva visita. Él, Rosario Murillo y el presidente hondureño Juan Orlando Hernández presidían un acto cuyo mensaje, hasta entonces, no estaba del todo claro. En una alianza preelectoral para ambos, anunciaron la firma de decretos con base en la delimitación en el Mar Caribe y Golfo de Fonseca, dictados por La Haya años atrás. Las implicaciones detrás todavía están por verse, pero para algunos analistas se trata de la consolidación de un bloque entre dos gobiernos tachados de autoritarios, y que podría impactar para mal en la convulsa política centroamericana. Todos creían que el anuncio de ambos mandatarios estaría relacionado con las vacunas. No fue así.
Casi todos los viajantes llegan en grupos. Esto abarata los costos del trayecto y brinda seguridad en un país desconocido. El grupo de amigos nicas al que acompañó DIVERGENTES decidió pasar la noche del miércoles en Ocotal, una ciudad cercana a Somoto, conocida como el enclave para ir a la frontera hondureña. De Managua hasta Ocotal son casi cinco horas de viaje en bus. Los costos de hospedaje se han encarecido debido a la demanda. En muchos hoteles u hostales las reservaciones están a tope.
Después de una parada para dormir, salieron de Ocotal a Somoto con el fin de tomar un taxi que los acercara a la frontera de El Espino. Ocotal se ha convertido para muchos migrantes en una zona de paso. Haitianos y venezolanos llegan hasta acá para seguir con sus rutas migratorias, huyendo del terror de sus propios países y pasando por uno que no tiene nada que ofrecerles y del cual no se sienten ni seducidos para quedarse.
En Somoto, los taxis están cobrando 300 córdobas, unos nueve dólares, para llegar a El Espino. El transporte deja a los viajantes cerca de la frontera. La fila de vehículos estacionados se extiende hasta un kilómetro, confirmando las decenas de miles que han llegado hoy jueves a vacunarse. Desde antes de haber iniciado el viaje, la coordinadora del grupo sabía que los puestos de esta zona estarían repletos. Y también los de San Marcos de Colón, el pueblo más cercano. Todas las consultas que hizo apuntaban a que la gira llegaría hasta Choluteca. Y así fue.
El paso en El Espino está abierto. No es necesario siquiera cruzar por veredas. Las autoridades de migración nicaragüenses saludan con un “buenas” e instruyen a los caminantes a pasar hacia Honduras por el andén. No detienen a nadie, no piden nada. Uno cruza y ya. Hace un par de meses esto era impensable. La política migratoria entre ambos países exigía a los nicas anunciar su visita —incluso si esta era de paso— siete días antes mediante un burocrático prechequeo migratorio en el cual se debía dejar todos los datos personales, lugar de destino, dirección de estadía, etcétera. De hecho, Nicaragua aplicó esta medida por primera vez para el resto de países que forman parte del acuerdo CA4. En la frontera de El Espino ni siquiera solicitan la cédula.
Los primeros puestos están ubicados aquí, en este paso. Miles de nicaragüenses hacen filas kilométricas. Sus rostros denotan el cansancio de una espera que inició la madrugada anterior. Muchos duermen aquí y aguardan a que sean las ocho de la mañana del día siguiente para que inicie la jornada. La frontera, por su parte, tiene vida propia. Han surgido nuevos y variados servicios. A la entrada de El Espino, una especie de cantina para camioneros cobra 30 córdobas por dejar el vehículo en su amplio parqueo. En Honduras, decenas de camionetas llevan a los nicas que desean moverse a San Marcos de Colón por 40 córdobas.
—¿Dónde van? ¡A 40 a San Marcos!
—¡30! ¡30!— salta un hombre a lo lejos.
—¡A 20, los llevo!— replica retador otro de los conductores. Precios competitivos y autorregulados.
En San Marcos de Colón, el grupo se topó con un amigo de la universidad que arribó a uno de los tres puestos de vacunación que hay aquí por la madrugada. Era el número 31 de la fila. Las autoridades hondureñas los enumeraron con el fin de crear más orden cuando iniciara el proceso. En estos puntos de vacunación es fácil encontrarse con vecinos y viejas amistades entre la gente joven. Todos quieren su dosis de Moderna.
Mientras en Honduras las vacunas han llegado a los centros comerciales, en Nicaragua siguen centralizadas a los hospitales y centros de salud. Si bien la habilitación en puestos comunitarios del Ministerio de Salud (Minsa) ha garantizado mayor orden, el régimen no ha autorizado la vacunación en puntos no centralizados. De San Marcos de Colón, tomaron un bus que los llevaría a Choluteca en un viaje de una hora. La promesa era que el grupo podría vacunarse en el centro comercial y que la fila no estaría tan larga. De hecho, así fue. En una de las plazas del mall, los delegados sanitarios de Honduras recibieron al grupo de forma expedita y amable. La espera llegaba a su fin.
Cuando el grupo de amigos iba de regreso a Managua a eso de las tres de la tarde, los puestos en San Marcos de Colón y El Espino estaban vacíos. Las autoridades sanitarias lograron vacunar a los miles de nicaragüenses que esperaron durante horas. Según las cifras brindadas por Honduras, hasta la publicación de este artículo han sido vacunados 35 mil nicaragüenses. El viceministro de Salud, Freddy Antonio Guillén, detalló que todavía hay 50 mil dosis destinadas a los nicaragüenses.
En unos 28 días tendrán que repetir el mismo viaje, tratando de evitar los contratiempos que esta primera experiencia les ha dejado. Están convencidos de que el trayecto valió la pena. Tienen, por suerte, una vacuna que el régimen de su país no les ha garantizado y que ahora les permite sentirse más seguros.