En las calles de Estelí no paran de retumbar las canciones de la Revolución desde finales de junio. Ondean por todos lados banderas rojinegras que causan un revuelo silencioso en algunos habitantes de una de las ciudades más importantes para el sandinismo. Fuentes, una joven de 23 años, que accedió a hablar para este reportaje con la condición que no se divulgara su nombre, evita pasar por el parque, donde abundan los parlantes y las actividades promovidas por el gobierno, que a ella le producen rechazo. No le importa el trasfondo histórico y simbólico de estos días previos al aniversario de la victoria de los sandinistas, hace 43 años, contra la dictadura de los Somoza. Para ella, como para muchas personas de su generación, son las secuelas de la violencia sufrida en 2018 lo que más le ha marcado.
“Es como si no pudiera pasar por ahí (el parque central de Estelí) porque me trae recuerdos feos al ver las banderas. La gente también está cansada, ya que esas celebraciones causan demasiado desorden”, reflexiona. Fuentes ha conectado los colores de la bandera sandinista como el símbolo de algo negativo. Todo se debe a que, cuando estallaron las protestas, y el régimen desmovilizó a los manifestantes en la ciudad, las banderas rojinegras fueron colocadas en el parque nacional. Todo esto ocurría frente al luto de los familiares de los asesinados por la represión.
Un ejemplo de ese “desorden” que menciona Fuentes es que mucho antes del 19 de julio, el régimen ha realizado centenares de actividades en todos los barrios y comunidades del país y para ello deja a la población con menos buses de transporte público con el fin de movilizar en ellos a sus simpatizantes.
La épica implícita en la revolución sandinista que impresionó a la izquierda mundial, ya tiene un significado muy diferente para las juventudes que fueron marcadas por las protestas de 2018, con independencia del nivel de involucramiento o participación en las mismas.
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Desde entonces, el régimen Ortega-Murillo ha redoblado la propaganda y la presencia en todas las instituciones y organizaciones, sin dejar espacio a la discrepancia o a la libre expresión pública de las ideas. La joven Fuentes lo experimentó en la que fue su universidad, la Universidad Politécnica (Upoli) donde muchos jóvenes se habían concentrado en las protestas contra el gobierno. En febrero de este año, el régimen pasó por encima de la Ley de Autonomía Universitaria y tomó el centro bajo su control. Allí también ondean las banderas rojinegras.
Migración y la falta de oportunidades
El desencanto es una constante en cuatro jóvenes de distintos perfiles que fueron entrevistados para este reportaje. Tres de ellos pidieron el anonimato, porque se encuentran en Nicaragua y temen ser víctimas de la represión por decir lo que piensan. Desde julio de 2021, Ortega y Murillo arreciaron sus actos represivos al encarcelar no solo a políticos de oposición, también a personas que ofrecían su opinión libremente o servían como fuentes a los medios.
“Toño”, de 21 años, habitante de un barrio popular del Distrito 4 de Managua, es uno de esos jóvenes que viven con temor, pero que habla con emoción cuando siente que puede hacerlo con libertad, a pesar de mantenerse en el anonimato. “Mis recuerdos alrededor del 19 son muy breves. Con mi familia siempre vimos la fecha como una forma de obtener más ingresos. Recuerdo que con una tía íbamos a vender refrescos y siempre nos iba bien, pero hasta ahí”, relata.
Tanto Toño como Fuentes crecieron en familias con experiencias opuestas. Toño creció con una abuela que apoyó a los guerrilleros, pero con padres que se mantuvieron a una cierta distancia de la política de la Revolución. Por su parte, Fuentes sí vivió su infancia en una familia sandinista que, al pasar algunos años, se volvió disidente. “Es difícil detenerte a pensar en esta fecha cuando no hay nada que celebrar. Aquí en el norte la migración es masiva. En mi cuadra solo quedamos dos chavalas, de cinco que vivían antes. Todas las que tienen una oportunidad de emigrar lo están haciendo. Hay tantos problemas que hacen ver estas celebraciones como algo totalmente fuera de lugar”, reflexiona Fuentes.
Por su parte, Toño cree que, bajo este régimen, el futuro de los jóvenes es incierto. “Actualmente no hay ningún joven que quiera quedarse aquí (en Nicaragua) y escucharlo a él (Ortega) es confirmar que vamos peor”, expone Toño. El joven explica que el discurso empleado por Ortega y Murillo les sirve a muchos jóvenes de termómetro social. Es decir, si el mandatario suena más vociferante, es la confirmación de que el país puede estar a las puertas de una nueva escalada. Ortega mantiene un lenguaje confrontativo contra todos los países que han demandado el cese de la represión.
La franja poblacional a la que pertenecen estos jóvenes forman el 20% de la población nicaragüense, lo que los convierte en la mayoritaria, según datos del Banco Central de Nicaragua (BCN). También son uno de los grupos más golpeados por la crisis. Muchos de ellos iniciaban la universidad cuando ocurrió el estallido social, y ahora, los que han podido concluir sus estudios, salen de ella con un futuro poco alentador. Además, eran muy pequeños para recordar cómo se vivía bajo la sucesión de gobiernos elegidos democráticamente antes de Ortega. Es decir, han crecido bajo un único modelo de gobierno: el de Ortega y Murillo.
El relato de la revolución “no cala”
La socióloga Elvira Cuadra lleva décadas estudiando la cultura política de los jóvenes de época de la posrevolución y posguerra. Sus análisis se enmarcan en dos generaciones: la del 90 y la del 2000. En sus investigaciones ha encontrado los ingredientes que ayudan a explicar por qué miles de jóvenes salieron a las calles en 2018 contra las medidas del régimen.
“El relato oficial del 19 de julio no calaba. Aunque los jóvenes tuvieran una cierta tendencia ideológica hacia la izquierda, no penetraba propiamente. Lo que sí predomina en el pensamiento de estos sectores son las narraciones familiares sobre estos hechos”, remarca la experta.
Cuadra descubrió en sus estudios que a pesar de que la familia es una referencia importante para la juventud nicaragüense, no siempre se asume este relato. “Tienen una mirada crítica de lo que fue la Revolución y el 19 de julio. Y eso, efectivamente, lo vimos también en 2018, cuando una gran cantidad de jóvenes, independientemente de la tradición política familiar, se fueron a las calles”, explica Cuadra.
El ejemplo de estas afirmaciones lo encarna una joven de Managua al que apodamos como “Negra”, que viene de una familia de izquierda que apoyaba al sandinismo. A diferencia de Fuentes y Toño, Negra creció con la “nostalgia” del 19 y canciones de la nueva trova cubana desde la cuna.
“Me gusta que mucha gente escuche esta música estos días. Mis recuerdos tempranos de esta fecha están ligados a Silvio Rodríguez, Mercedes Sosa y Víctor Jara. Aunque he tenido claro que muchas cosas de la Revolución están relacionadas con guerra y violencia, no puedo borrar un evento que, de alguna manera, me marcó a mí también”, relata Negra.
“No podemos borrar que nosotros, mi generación, particularmente, haya sido criada por hijos y nietos de la Revolución, por padres y abuelos que estuvieron ahí, estaban involucrados, por tíos de un lado o del otro”, agrega. Sin embargo, aclara que siente una distancia hacia el discurso y el autoritarismo del régimen en la última década.
Esa nostalgia de la que habla Negra también es similar a la que tuvieron algunos jóvenes que, eran muy chicos para el triunfo de la Revolución, pero vivieron su adolescencia en los ochentas. Un investigador nicaragüense, que también por motivos de seguridad pidió mantenerse en el anonimato, explica que los jóvenes de su generación eran motivados por el adoctrinamiento político que llegó tras el triunfo sandinista. “Todos, por no decir la gran mayoría de los jóvenes, estábamos embelesados. Por ejemplo, cuando fui a alfabetizar apenas estaba en sexto grado de primaria. Hoy me doy cuenta que jamás dejaría que mi hijo se fuera a esa edad al campo por tres meses”, reiteró.
Por su parte, la socióloga Cuadra coincide en la necesidad de analizar de manera crítica los eventos que envuelven a la Revolución, para desarmar lo que ella considera como “el discurso manipulador” de Ortega y Murillo que ha cambiado a una fecha que, en cada generación, genera menos simpatía.
Con este panorama, Ortega y Murillo preparan un 19 de julio con la presencia de simpatizantes y funcionarios del Estado en un circuito cerrado. En los últimos, los mandatarios solo se han rodeado únicamente de miembros de la juventud sandinista, principales funcionarios del gabinete y altos mandos del Ejército y la Policía. Murillo también declaró el 19 como feriado nacional y el 20 como asueto con goce de salario.
“Creo que la mayoría lo vemos (el 19) como un día de descanso”, dice Fuentes, la joven de Estelí. “Y si cae lunes o viernes, muchísimo mejor, porque así se hace más largo. Podés estar con la familia, con los amigos, pero no plan conmemoración, sino algo más chill (relajado)”, reitera Fuentes, entre risas.