Complices Divergentes
Complices Divergentes
Juan Carlos Gutierrez

Juan Carlos Gutiérrez Soto
9 de junio 2025

Junio 2021: la represión tenía sonido propio en Nicaragua


Pasadas las dos de la tarde, recibí la visita de mi hijo. Era un caluroso ocho de junio de 2021. Tuvimos una de las conversaciones más duras que recuerdo con él. Miguel venía de cubrir, como periodista gráfico, una cita en la Fiscalía que terminó en encarcelamiento: el de Félix Maradiaga. Con vehemencia me increpó que debía salir de Nicaragua. Esa era una de las líneas rojas que habíamos acordado meses atrás, cuando pactamos —él y yo— nuestras señales de alerta, como si estuviéramos diseñando un plan de emergencia para un escenario que, en el fondo, nos parecía imposible.

Tan improbable me resultaba que nunca preparé condiciones reales de salida. Me preparaba, sí, pero en un espacio de dos metros cuadrados, física y mentalmente. Me decía que seguía una rutina inspirada en los estoicos, con quienes solía conversar en silencio durante las madrugadas: Marco Aurelio, Epicteto, Séneca. Tal vez, sin quererlo, me entrenaba para un secuestro. Porque en el fondo, aunque me resistiera a pensarlo, sabía que la dictadura de Daniel Ortega y Rosario Murillo siempre tiene las manos listas para atacar.

A las siete de la mañana del nueve de junio todavía le daba vueltas a la idea de cancelar o no el ofrecimiento de mi hermano Francisco: llevarme hasta la frontera para intentar cruzar a Costa Rica. Una hora después, ya estábamos en camino, iniciando un tránsito peligroso que, aunque pactado con Miguel, seguía sintiéndose irreal. Él llegó media hora antes, solo para darnos un abrazo de despedida.

Pero esta vez no fue el abrazo habitual, ni el beso rutinario. Fue más largo, más denso, con pocas palabras que pesaban: “cuídate, todo estará bien, nos veremos pronto”. Ese momento breve me dejó con una sensación espantosa: la de estar dejando a mi hijo en riesgo. Ese mal sabor se disipó meses más tarde, cuando sus propias líneas rojas se activaron y también tuvo que cruzar la frontera, hacia el exilio.

Ese abrazo fue en el departamento de María, hoy mi esposa, donde me fui a refugiar por un miedo que estaba ahí, aunque yo me esforzara en restarle importancia. Con ella ya habíamos llorado la noche anterior. Aunque sorprendida por la noticia —porque nunca se lo imaginó tan real—, intentó cuidarme el sueño, pero ese nunca quiso llegar a mi mente agitada. Pasamos la noche hablando en voz baja, mientras afuera zumbaban motores de Hilux y se colaban sirenas que anunciaban el rapto de Juan Sebastián Chamorro. Después supe que también se habían llevado a mi querida Violeta Granera y a José Adán Aguerri… y días después a más gente querida. Esa noche, la represión tenía sonido propio.

La carretera a la frontera se me hizo corta. La adrenalina de ir borrando archivos del celular y de la computadora me distorsionó la noción del tiempo. Ya en San José, violando las restricciones de circulación que imponía la pandemia, llegué a casa de Claudia. Me recibió con un abrazo cálido y un plato de raviolis que, hasta hoy, recuerdo como el manjar de los dioses. En ese momento, su gesto fue el primer alivio en medio del vértigo.

Esta pequeña narración tiene, tal vez, un objetivo un poco egoísta: dejar un registro de lo vivido, por si algún día el alzhéimer —o el simple olvido— me lo quiere robar, por haberlo callado tanto tiempo. Pero también tiene otra intención: sumar a las tantas historias que podríamos contar los casi 800 mil nicaragüenses que hemos tenido que irnos a la fuerza desde 2018, ya sea por exilio político, refugio o por ese exilio silencioso que también es el económico.

Parece que el cuerpo no olvida. Guarda memoria de las fechas, de los sobresaltos, de las emociones. Anoche, igual que hace cuatro años, tampoco pude dormir.

Ya no borro archivos. Tampoco vivo escondido como en Managua. Pero sigo sintiendo que el tiempo vuela. Sin darme cuenta, hoy cumplo cuatro años en el exilio. Y sí, lo confirmo en voz alta: ¡Volveremos!.

ESCRIBE

Juan Carlos Gutiérrez Soto

Sociólogo y politólogo. Candidato a doctor en ciencia política por la Universidad de Salamanca. Experiencia en análisis político prospectivo y de actores sociopolíticos. Ha sido integrante de organizaciones opositoras: Alianza Cívica por la Justicia y la Democracia, Unidad Nacional Azul y Blanco, y Coalición Nacional, entre otros. Actualmente exiliado y es parte de los 315 nicaragüenses que la dictadura les ha suprimido la nacionalidad. Ha sido investigador y coordinador de programas en centros de investigación y organismos internacionales: PNUD, UNICEF, IPADE, FUNIDES, entre otros.