Realmente fue un alivio que después de 70 días de cautiverio, tras estar técnicamente desaparecido, la dictadura mostró al obispo Rolando Álvarez. Fue un alivio verlo con vida. Pero quedan flotando varias preguntas. Primero, ¿por qué lo muestran después de 70 días? En primer lugar, por el sadismo de la dictadura: mantenerlo alejado de su familia y aislado, aumenta la cuota de sufrimiento. Un sadismo al que la dictadura quiere que nos acostumbremos. La segunda razón es que sabemos el calvario al que ha sido sometido monseñor. El mismo dictador lo expresó en uno de sus discursos. Obviamente, necesitaban tiempo para que se fueran borrando las huellas del maltrato.
La otra pregunta, que estamos en el derecho de plantearnos y también de responderla es para qué lo llamaron cuando estaba sentado en la mesa comiendo con sus hermanos. Obviamente para exhibir su ensañamiento y para repetirle la amenaza de que cuando apareciera el esbirro con micrófono, supuestamente a entrevistarlo, pues que cumpliera con el guión. Realmente no podemos decir que monseñor cumplió con un guión. Lo que sí podemos decir es que estaba sometido a chantaje y amenaza.
Finalmente es preciso remarcar: Sobre este episodio no hay nada que agradecer a la dictadura. Sería como reconocer como un gesto de apertura, el acto de un terrorista de mostrar a sus víctimas. Porque aquí en verdad tenemos a unos terroristas en el poder y a la víctima de un secuestro. Una realidad sencilla y cruel.
Pasemos ahora a otro ángulo.
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El ensañamiento con el obispo Álvarez es parte del ataque feroz a la Iglesia Católica, pero no sólo a la jerarquía encabezada por el Papa y a la misma Conferencia Episcopal, sino también a la feligresía católica nicaragüense. Todos conocemos el fervor religioso del pueblo católico. En nuestras familias, en nuestros barrios, en nuestros municipios a lo largo de nuestra existencia nos ha tocado participar, acompañar o simplemente presenciar las expresiones de ese fervor que anida en las fibras más sensibles del ser humano. La libertad religiosa es también un derecho humano y la dictadura está atropellando ese derecho humano a expresar sentimientos religiosos. Lo sufrieron los promesantes de San Jerónimo, los promesantes de la Virgen de Fátima, los devotos del viacrucis, en fin…y ahora lo sufren en esta época de Semana Santa, época de recogimiento y devoción para millones de nicaragüenses.
¿Y por qué este ataque feroz a la iglesia católica, su jerarquía y su feligresía? Porque la demencia totalitaria del dictador no admite espacios ni acciones que estén fuera de su control. Se sabe, por ejemplo, que su pretensión ante El Vaticano era tener participación en la designación de obispos y autoridades eclesiásticas. Esa pretensión fallida es uno de los motivos de sus berrinches y enconos.
De aquí pasamos a una tercera aproximación: Debemos salirle al paso y aplastar la nueva estrategia satánica del dictador. La semana pasada exhibió a unos supuestos pastores que aparecieron atacando a la Iglesia Católica y respaldando su régimen. Hay que aclarar que, a diferencia de la forma en cómo se gestiona la religión católica, en el caso evangélico no hay una estructura o jerarquía. Hay múltiples denominaciones evangélicas. En consecuencia, esas personas que aparecieron no representan al pueblo evangélico nicaragüense. Quedó clara la estrategia del dictador: Enmascarar su acoso y su atropello al sentimiento religioso como una confrontación entre católicos y evangélicos.
Quedemos claros: el pueblo evangélico tampoco está a salvo de los ultrajes y de las penurias que provoca la dictadura. El pueblo evangélico tiene formas distintas de manifestar su fe, pero igualmente sufre de desempleo, sufre de subempleo y sufre de la carestía de la vida. Igualmente engrosan las filas de quienes abandonan “el paraíso” orteguista por carecer de oportunidades y corren la aventura y las desventuras de emigrar hacia Estados Unidos, Costa Rica y hacia otros países. No podemos permitirnos caer en esta trampa satánica de la dictadura. Aquí no hay ninguna confrontación, ninguna diferencia entre católicos y evangélicos.
Lo que debemos poner por encima de todo es el respeto a las creencias religiosas. Sean evangélicos, sean católicos, sean de otras denominaciones cristianas, y también para los no creyentes, quienes tienen derecho a no creer. La democracia que debemos edificar en Nicaragua debe basarse en la tolerancia religiosa, en la libertad de cultos, en el derecho que tiene cada nicaragüense para profesar su fe de acuerdo con su propia convicción, de acuerdo con su propia conciencia.
Repudiemos esta satánica pretensión de la dictadura de intentar encubrir en diferencias religiosas lo que no es más que su empeño por mantenerse en el poder a sangre y fuego, sin respetar ningún tipo de derecho. Si mañana a Ortega le disgusta algo de algún grupo evangélico –y entre los encarcelados o perseguidos también hay evangélicos– pues no le va a temblar el pulso para aplastar los derechos de la denominación que sea. Ahí está el caso del Universidad Politécnica, UPOLI, una universidad de prestigio, fundada hace más de cincuenta años por la Convención Bautista. Fueron miserablemente despojados de la propiedad y de la misión humanista que cumplían.
Denunciar y cortar el paso a esta nueva farsa satánica de la dictadura es parte de la lucha por restablecer la democracia en Nicaragua.
ESCRIBE
Enrique Sáenz
Es licenciado en Derecho y licenciado en economía, y cuenta con estudios superiores en Ciencia Política (Universidad Simón Bolívar, Caracas) y estudios superiores en Historia Latinoamericana (UNAN, Managua). Fue diputado de la Asamblea Nacional de Nicaragua (2007-2016) y gerente de proyecto para asuntos de cooperación y gobernabilidad en la Delegación de la Unión Europea para América Central en Managua. Se desempeñó también como Director Ejecutivo de la Fundación Siglo XXI (1996-1997) y Oficial Ejecutivo en la Representación del PNUD en Nicaragua, entre otros puestos en el gobierno de Nicaragua y organismos regionales.