Mario Salvador Hernández es el último Potón hablante en Guatajiagua. Lo aprendió de su abuela. Él es símbolo de la lucha comunitaria desde 1996, cuando organizó la Asociación Comunal Lenca de Guatajiagua. Así evitó el desalojo y demolición de las viviendas en las que habitaban alrededor de 800 personas de la comunidad indígena. Es el líder que pelea frente a la discriminación sistemática que su comunidad ha vivido desde la escuela, donde los niños son víctimas de maltrato psicológico por el solo hecho de tener descendencia indígena. Mario Salvador, con el apoyo de la Universidad de El Salvador, diseñó cartillas didácticas para enseñar la lengua Potón a nuevas generaciones. Hubo poco apoyo institucional para su difusión y la iniciativa se estancó. Pese a esto, la comunidad trabaja para recuperar su lengua casi extinta.
Los habitantes de Guatajiagua subsisten de la venta de artesanías y utensilios de cocina. Las piezas elaboradas con barro negro auténtico del lugar se valoran muy poco en los pueblos de los alrededores.
La población Lenca se estableció en el oriente de El Salvador entre los años 400 a.C. al 1000 d.C. Sus descendientes resisten como la mayoría de pueblos originarios de El Salvador. Las comunidades indígenas organizadas en pastorales de la Iglesia católica trabajan para reavivar sus costumbres y tradiciones.
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La palabra Lenka significa “señores de las piedras o habitantes de territorios con muchas piedras”. Es uno de los tres grupos definidos en la rama Potón, que habitan en cuatro departamentos: Usulután, San Miguel, Morazán y La Unión. Los Lencas son uno de los pueblos precolombinos más importantes de Centroamérica. Habitaron la zona oriental de El Salvador y algunos pueblos de los departamentos de Cabañas y Chalatenango. También se extendieron hasta Honduras y Nicaragua. Hasta el último Censo de Población del año 2007, sólo el 0.2% de la población se identificaba como indígena. Un 15.1% de 11 488 personas censadas se consideraba Lenca.
El Salvador se ha negado a la existencia de los pueblos indígenas y el reconocimiento de sus derechos ha sido precario. En las comunidades indígenas un 61.1% vive en niveles de pobreza, y 38.3% en pobreza extrema.
El 12 de junio de 2014, la Asamblea Legislativa ratificó la reforma que reconoce la lucha de los pueblos indígenas. Entre ellos están los Lencas, Cacaopera y Nahua pipil, y estableció que “El Salvador reconoce a los pueblos indígenas y adoptará políticas a fin de mantener y desarrollar su identidad étnica y cultural, cosmovisión, valores y espiritualidad”, reza en el artículo 63 de la Constitución. Aunque existe un reconocimiento legal, la práctica no es la misma: desde el año 2016, el Estado ha permitido la destrucción del Tacushcalco, un sitio arqueológico de Sonsonate y reconocido como bien cultural por el Estado salvadoreño en 1997, donde la empresa inmobiliaria “Fénix” construyó más de 600 casas.
Tres comunidades del oriente de El Salvador pelean por mantener la cultura Lenca a través de la conservación arqueológica en el municipio de Quelepa, la Pastoral Indígena del municipio de Lolotique, ambos del departamento de San Miguel, y la organización comunitaria indígena del municipio de Guatajiagua, en el departamento de Morazán.
Lolotique en el corazón Lenca
La Pastoral Indígena del municipio de Lolotique trabaja para mantener vivas las tradiciones de sus antepasados y celebran en grande las fiestas religiosas y el Festival del Maíz, donde comparten el champinol, su comida auténtica a base de cerdo y pinol. Cocinan el atol negrito con semilla de ayote y chile, el alfajor, la chicha y el tamal pisque. Sus pobladores danzan al compás de La Retreta, El Pitero, o el Son de Lolotique, las composiciones auténticas de los músicos locales que suenan en cada festín. Así preserva su cosmovisión Lenca ese pueblo del departamento de San Miguel. El Chompipe es un templo para los habitantes de Lolotique. Un monte donde las antiguas generaciones subían hasta la cima como un acto espiritual, para agradecer las bondades de la tierra, a través de rituales religiosos. Lo hacían frente a lo que consideraban una piedra de tres cabezas que desapareció del lugar. “Ese lugar es sagrado”, sostiene Boris Guevara, miembro de la Pastoral y de la Comisión Nacional de Pueblos Indígenas de la Iglesia católica.
La Meca
El historiador Jorge Lardé se refiere a Quelepa como “La Meca religiosa de los indios lencas del levante salvadoreño”, que en el pasado fue un centro ceremonial y comercial de gran importancia para la tribu que lo habitó desde los años 400 y 500 a.C hasta el 1000 d.C. Un importante sitio arqueológico de El Salvador donde se descubrió la pila grabada con el disco de jaguar de piedra, uno de los símbolos más representativos del municipio, y que ahora está bajo resguardo del Museo Nacional de Antropología David J. Guzmán, en San Salvador.
Al sitio arqueológico llegan colectivos y pastorales indígenas de Lolotique, Conchagua, Guatajiagua, Bajo Lempa y Santiago de María. Realizan ritos para llamar la lluvia. También hacen ofrendas de agradecimiento por las cosechas y bonanzas recibidas.
El centro ceremonial aún conserva algunos montículos, tumbas y la piedra del sol. Hay restos de la plaza principal y la cancha del juego de pelota, donde también hay escombros de algunas piezas destruidas. Algunas de esas reliquias fueron saqueadas y comercializadas por los lugareños en años anteriores.
La municipalidad de Quelepa posee 244 piezas extraídas del sitio que se exponen al público en algunas actividades del pueblo. El museo municipal sólo es un proyecto inconcluso. Ahora es una estructura vacía y sin utilidad.