En la historia reciente de las dictaduras en Nicaragua, digamos que la sucesión del poder se ha resuelto en la intimidad de la vida familiar de los que mandan políticamente. Puede imaginarse uno la conversación, mientras beben una taza de café y se comen unas rosquillas antes de tomar las decisiones que afectarán la vida de millones de ciudadanos.
En su libro de memorias El Último Caudillo, Emiliano Chamorro cuenta la “debilidad” que tuvo con el general Anastasio Somoza García. La misma permitió que este último dejara las bases para que luego se instaura su dinastía en el poder. Este es un hecho histórico.
En 1950, Chamorro era el principal líder de la oposición, propenso históricamente a los pactos para sacar ventajas políticas. A la diez de la noche, recibió en su casa la visita de un emisario del general, un señor llamado Jesús Sánchez, quien le transmitió un ruego singular: Somoza García quería que los dos caudillos obviaran en la redacción de la Constitución la prohibición de que no deberían ser diputados los parientes del presidente en el cuarto grado de consanguinidad. Si se mantenía, tal como estaba, dejaba por fuera a sus hijos, Anastasio y Luis.
“Sin embargo, el general Somoza empezó a insistir en convencerme (…) para apartar por esta vez esta disposición debido a que él deseaba, como un favor personal, de que su hijo Luis fuera diputado del Congreso Nacional. Que su hijo Tachito estaba estudiando para militar y que su hijo Luis propiamente no había terminado una carrera, por lo que él desea muy ardientemente meterlo en política, enviándolo al Congreso, puesto que su hijo Luis no mostraba inclinaciones políticas, como era su deseo”, contó Chamorro.
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Luis Somoza Debayle se convirtió en presidente, después del asesinato de su padre, que se había reelegido tras 19 años en el poder. Tacho sería el último Somoza en el poder ejecutivo hasta que fue derrocado en 1979. El sistema político del somocismo estuvo definido “por las 3P”. Ese es otro hecho histórico: Plata para los amigos, plomo para los enemigos y palo para los indiferentes. Se puede también decir que, salvo algunas variantes, este estilo de hacer política ha pervivido en Nicaragua hasta el presente.
Menciono esta anécdota de los Somoza García ahora que Ortega, quien dirige al país oficialmente desde enero de 2007 y busca la instauración de su propia dinastía, ha cambiado la Constitución para oficializar la existencia de un copresidente y una copresidenta, dándole la mitad del poder a Rosario Murillo, su esposa. Esto es algo inédito en América Latina.
A sus 79 años, el tema de la sucesión le había provocado resistencia interna del llamado sandinista histórico. Sus críticos le recordaban a Ortega con justa razón que buscaba perpetuar a su familia en el poder, tal como hizo el odiado Somoza.
3. A falta de testigos de las decisiones de Ortega, nos faltan detalles para narrar el momento de su resolución. Pero sí podemos decir que lo anunció públicamente el 9 de febrero de 2023, en el contexto del destierro de los reos de conciencia. “Aquí está la compañera Rosario Murillo, copresidenta de la República. En verdad así es: ¡Es copresidenta de la República!”, dijo Ortega y ordenó al servil presidente de la Asamblea Nacional que preparara una propuesta legal para cambiar todo.
Por lo tanto, no sorprende a nadie este nuevo anuncio de la entrega del poder, tanto como la posibilidad de nombrar “vicepresidentes” que “desempeñarán las funciones que les asignen”. Imposible no imaginar en el olimpo a Laureano Ortega con otro nombramiento, pues ya es el encargado de las relaciones de Nicaragua con Irán, China y Rusia, a pesar que existe un canciller.
La reforma constitucional indigna, porque reduce el Estado tal como lo conocimos a polvo. Está claro que se mantendrá la supresión de las libertades que castiga la traición de la patria, e incluso el Ejército puede reprimir directamente por orden de la Presidencia “cuando la estabilidad de la República lo requiera”.
Hay muchos detalles curiosos en la nueva carta magna que vale la pena mencionar: el ejecutivo queda en el papel de coordinar a los otros poderes del Estado, la bandera del partido de gobierno es un símbolo patrio. Y Hugo Chávez y Fidel Castro son presentados como los “comandantes de la solidaridad”.Ni un novelista con una imaginación desbordante podría imaginar lo que es hoy Nicaragua. Un país precioso, lleno de historia y gente valiente, está en manos de un régimen estalinista, cuyos principales líderes se enriquecen a la sombra del poder. Cuarenta y cinco años después de la revolución, la herencia política de corrupción del somocismo (Estado-familia-partido) sirve a la dictadura de dos cabezas actual. Lo que se puede esperar tristemente son tiempos más oscuros, marcados por la represión. ¿Hasta cuándo?
ESCRIBE
Octavio Enríquez
Freelance. Periodista nicaragüense en el exilio. Escribo sobre mi país, derechos humanos y corrupción. Me gustan las historias y las investigaciones.