Una investigación de DIVERGENTES revela que la masacre ordenada por el régimen de Daniel Ortega y Rosario Murillo dejó un saldo de 45 estudiantes asesinados entre abril y septiembre de 2018. Una de las más sangrientas de América Latina y de la que poco se habla. Más que la masacre de Tlatelolco, El Halconazo o los 43 desaparecidos de Ayotzinapa en México. En Nicaragua murieron estudiantes de primaria, secundaria, universitarios, de carreras técnicas y de postgrados.

Por: DIVERGENTES
29 de septiembre de 2021

Una investigación de DIVERGENTES revela que la masacre ordenada por el régimen de Daniel Ortega y Rosario Murillo dejó un saldo de 45 estudiantes asesinados entre abril y septiembre de 2018. Una de las más sangrientas de América Latina y de la que poco se habla. Más que la masacre de Tlatelolco, El Halconazo o los 43 desaparecidos de Ayotzinapa en México. En Nicaragua murieron estudiantes de primaria, secundaria, universitarios, de carreras técnicas y de postgrados.

Por: DIVERGENTES
29 de septiembre de 2021

Amado Castilblanco saca de un cuarto un horno hecho con pedazos de zinc pintados de azul y blanco. Fue el último que hizo su hijo Dodanim horas antes de que lo asesinaran el 30 de mayo de 2018.

Dodanim, de 26 años de edad, estudiaba tercer año de Ingeniería Agroindustrial en la Universidad de Ingeniería (UNI) de Estelí. El horno de zinc era un experimento como parte de su carrera. “Él me enseñó a hacerlos”, dice Amado Castilblanco, un señor de 73 años de edad. “Siempre me enseñaba a hacer cosas, así era él, era mi mejor amigo”, agrega.

Antes de las 12 del mediodía del 30 de mayo de 2018, Dodanim contestó una llamada que lo hizo salir de su casa. Se unió a unos manifestantes que marcharon por las calles de Estelí en solidaridad con las madres que les habían asesinado a sus hijos desde el 19 de abril de 2018, cuando estallaron las protestas en el país. En la zona de la Dirección General de Ingresos (DGI) la marcha fue atacada. Dodanim recibió un disparo en el pecho. Murió horas después en el hospital.

Dodanim fue uno de 45 estudiantes asesinados por el régimen de Daniel Ortega y Rosario Murillo durante los meses de abril y septiembre del año 2018 en Nicaragua. Un análisis de datos realizado por DIVERGENTES revela que los fallecidos eran alumnos de primaria, secundaria, escuelas técnicas, universidades y un estudiante de postgrado. No vándalos como proclamó el régimen.

La base de datos construida por DIVERGENTES fue chequeada con información publicada en los medios de comunicación nacionales, el sitio web del Grupo Interdisciplinario de Expertos Independientes (GIEI) y el Museo Virtual de la Memoria Contra la Impunidad Ama y no Olvida. También se consultó a familiares de los fallecidos y amigos de las víctimas.

Según la data, fueron 15 los estudiantes universitarios, como Dodanim, asesinados entre los meses de abril y junio de 2018. Hubo una estudiante de sexto año de Medicina, brasileña, asesinada, y el resto eran originarios de Managua, León, Estelí, Masaya, Chinandega y Carazo.

Por presión internacional, solo en el caso de la estudiante de Brasil, Rayneia Lima, las autoridades nicaragüenses investigaron y presentaron al culpable: el paraestatal Pierson Solís.

Las fotos cuelgan en el cuarto que era de Dodanim, y que permanece intacto a más de tres años de su muerte. En la primera foto aparece de niño, y en la segunda cargando a su hija menor.

Los padres de Dodanim y el hijo mayor, Jared, en el cementerio donde se encuentra enterrado, en Estelí, al norte de Nicaragua.

Jared, hijo de Dodanim, mira las cintas y medallas que ganó su papá por practicar taekwondo. Dodanim también le enseñó este deporte y dice que lo hizo ganar varios combates.

Tres años después, los casos de los 45 estudiantes nicaragüenses asesinados han quedado en la impunidad.

En un país de 6.5 millones de habitantes, 45 estudiantes asesinados son muchos. Son más que los 40 que registraron oficialmente las autoridades mexicanas el dos de octubre de 1968 durante la masacre de Tlatelolco, en un país que tenía 48 millones de habitantes. O los 30 que murieron dos años después durante El Halconazo, también en México. Son poco más que los 43 estudiantes normalistas desaparecidos en Ayotzinapa en 2014, en un país que por entonces ya rondaba las 120 millones de personas.

Poco se dice: en Nicaragua se cometió una de las masacres estudiantiles más sangrientas del continente americano.

I. Matar al testigo

La cruz está ubicada justo en el sitio donde le dispararon al adolescente Leyting Chavarría, en el barrio Camilo Ortega de Jinotega. A tres años de aquella masacre, a los vecinos todavía les da temor hablar de lo que sucedió ese día. | Divergentes

Una pequeña cruz azul y blanco señala el lugar donde cayó Leyting Chavarría Pérez, de 16 años de edad. Casi enfrente está otra cruz donde cayó Brayan Picado. Los dos fueron asesinados el 24 de julio de 2018, durante la Operación Limpieza en el barrio Camilo Ortega de Jinotega, al norte del país.

Los testigos dicen que a Picado le dispararon primero. Mientras agonizaba, Leyting culpaba a un policía, y por eso este le disparó a quemarropa. “Lo mataron porque era el testigo clave del asesinato de Brayan”, dice una señora en el barrio Camilo Ortega, tres años después de aquella masacre.

Ese día murieron tres jóvenes en Jinotega. Chavarría era el único estudiante. Cursaba el primer año de secundaria en el colegio Benjamín Zeledón de la ciudad.

Según la base chequeada por DIVERGENTES, al menos 19 estudiantes de secundaria murieron en Nicaragua. La escolaridad más afectada de la masacre. Tenían entre 15 y 21 años de edad. Además de Jinotega, los jóvenes eran originarios de Tipitapa, Managua, Masaya, Ciudad Sandino, Sébaco, Chinandega, León y Diriamba.

El barrio Camilo Ortega fue nombrado así en honor al hermano fallecido de Daniel Ortega, el mandatario del país. En sus calles las banderas rojinegras, colores del partido sandinista, abundan. La madre y los hermanos de Leyting no hablan. Solo dicen que tenía varios sueños con su mamá y su novia. Entonces, hablan las paredes de su casa en las que se lee “viva Nicaragua libre”. Él mismo lo puso con su letra.

Los zapatos de Leyting Chavarría todavía tienen las manchas de sangre del día que lo mataron. Por más que los han lavado, no se les quita.

En las paredes de madera de la casa de Leyting todavía hay pintas y firmas que él escribió. Son los recuerdos que aún no borra el tiempo.

En una esquina de la sala de la casa de Leyting sus familiares han hecho un altar en su homenaje que se encuentra inalterable.

Accedimos a una de las últimas conversaciones que tuvo Leyting Chavarría con un amigo por Facebook. Se escribieron sobre la represión. El amigo sabía que Leyting estaba en las barricadas y le preguntaba si estaba armado. “Brother, imaginate mis armas un lanza mortero y una hulera eso es lo uniko que ando”, le respondió textualmente. “No hay que exponerse contra las armas”, le dijo su amigo. Ya se sabe que no le hizo caso.

En un audio, recuperado entre sus familiares y amigos, Leyting dice: “No mirás que yo soy azul y blanco, Nicaragua libre. Viva Nicaragua, Nicaragua libre, Nicaragua libre. Libre, libre…”

II. El calvario de Margarita

Javier Munguía abraza a su madre, Margarita Mendoza, meses antes de que fuera asesinado. | Divergentes

Margarita Mendoza tiene ampliado el diploma que obtuvo su hijo Javier Munguía como técnico de reparación de celulares. En el cuarto que alquila, lo cuelga a la par de una especie de altar que ha hecho en su honor. El cuerpo de Munguía, con señas de tortura, se lo entregaron en el Instituto de Medicina Legal (IML) el 18 de mayo de 2018.

Los jóvenes asesinados que estaban estudiando carreras técnicas, como Javier Munguía, fueron siete: cinco eran originarios de Managua, uno de Ciudad Sandino y otro de Masaya. Este último era Jamesson Antonio Meza Meza, quien tenía 26 años y fue herido de bala por paramilitares.

Javier Munguía, de 18 años de edad, estuvo desaparecido desde el 10 de mayo. Su madre, esa misma noche, lo fue a buscar a la estación de policía más cercana. No le dieron razón. Así estuvo durante 10 días. No lo encontró en ninguna cama de hospitales y morgues; ni estaciones de policía: tampoco en la Dirección de Auxilio Judicial, conocida como El Chipote, y menos en el IML.

El 18 mayo la llamaron del IML y le dijeron que tenían el cuerpo de su hijo desde el propio día que desapareció, el ocho de mayo. Mendoza no creyó en esa versión porque ella en esos 10 días fue varias veces a ese lugar y le dijeron que no lo tenían.

Lo primero que le informaron fue que su hijo murió de un infarto. Pero como ella le notó varios golpes en su rostro, solicitó una autopsia privada. Días después, por intermediación de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH), los forenses del IML coincidieron en que fue una muerte “violenta, de etiología homicida” y que murió por estrangulamiento.

Tenía golpes en el rostro, pecho y cabeza. El borde de los ojos rasgados.

Estas son las flores que Margarita Mendoza lleva a su hijo Javier a la tumba. Ella las hace con restos de botellas plásticas. Lo aprendió viendo videos en Youtube.

Javier Munguía fue el último hijo de Margarita Mendoza, después de haberse separado de su primera pareja porque la golpeaba.

Margarita ha visitado poco la tumba de su hijo en los últimos meses. A partir de la muerte de Javier, los problemas de salud de ella aumentaron.

Como Mendoza siguió denunciando el caso de su hijo, el Ministerio Público resolvió el 23 de mayo que Javier Munguía fue estrangulado cuando supuestamente intentaba robar una computadora a unos estudiantes a las ocho de la noche del ocho de mayo. Lo mataron en defensa propia, alegó la Fiscalía.

Sin embargo, nunca dio datos de los estudiantes que lo mataron, ni del lugar donde ocurrió el hecho, supuestamente, para proteger sus identidades.

“Ni siquiera me dieron esa resolución para que pudiera apelar”, dice Margarita Mendoza.

De los 45 estudiantes asesinados, Javier Munguía fue el único que murió a golpes.

III. “¡Me dieron, me dieron!”

El último trofeo que ganó Orlando Córdoba como futbolista. Al momento de su muerte, formaba parte de un equipo de la Federación Nicaragüense de Fútbol | Divergentes

Orlandito Córdoba recibió un disparo en el tórax a las cuatro de la tarde del 30 de mayo de 2018. Tenía 15 años de edad y estudiaba sexto grado de primaria. Quería ser jugador profesional de fútbol y tocar la batería.

Fue herido en la zona entre el Estadio Nacional de Béisbol y la Universidad Nacional de Ingeniería (UNI). No hay claridad del motivo del disparo. Según el Grupo Interdisciplinario de Expertos Independientes (GIEI), los relatos lo atribuyen a francotiradores.

“¡Me dieron, me dieron!”, exclamó Orlandito, quien fue trasladado al hospital Vélez Paiz, donde falleció a las 6:30 de la tarde.

De los 45 estudiantes asesinados, 38 murieron de disparos. Es decir, el 84 por ciento. Las víctimas cayeron en ocho de los 17 departamentos del país. 

Además de Orlandito, los estudiantes de primaria asesinados durante la Rebelión de Abril fueron Jesner Josué Rivas y Gilberto de los Ángeles Sánchez, ambos de 16 años de edad. Todos de Managua.

Rivas fue herido de bala. Sánchez fue arrollado por un automóvil. El Gobierno no realizó ninguna investigación al respecto.

Los médicos demoraron varios minutos en ingresar a Orlandito, según un testigo que lo acompañó al hospital. “Tengo sed, dame agua”, le dijo a su amigo.

Un tiempo después avisaron que falleció. “Los únicos responsables son Daniel Ortega y Rosario Murillo”, dice Yadira Córdoba, su madre. Ella se vio forzada a exiliarse en Costa Rica, después que recibió amenazas por pedir justicia por la muerte de su hijo.

Después de tres años, nos preguntamos: ¿Por qué el país sigue en crisis?

El mosaico de 45 estudiantes asesinados da la respuesta más evidente. Murió el futuro ingeniero. La que estuvo a punto de graduarse de médico. El que iba a montar una tienda de celulares y el que soñaba con ser futbolista profesional. El que simplemente tuvo sueños con su mamá y su novia. Todos convencidos de algo. Ellos son los que hacen falta.

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