Todos tenemos una playlist. La escuchamos con devoción en nuestra soledad o la compartimos con nuestros seres queridos. No me acuerdo cuándo ni cómo llegó a la nuestra “Stand By Me”, pero sí recuerdo a John Lennon abriéndose paso en una familia que prefería a los boleros.
Era de noche como en la canción de esa maravillosa letra. La oscuridad invadía todo y la voz de Lennon se hacía escuchar. La tierra se iba poniendo oscura y la única luz presente era la de luna. Aquellas palabras eran las de una crónica precisa para narrar también mi primer encuentro con aquel tema musical. Había que creer en ese futuro juntos. Sin miedo. Desde entonces, esta canción la asocio a los conceptos de amor y lealtad.
En todas las etapas de la vida, la música nos toca el alma. A medida que crecemos, solemos buscar las huellas de nuestras canciones en la vida cotidiana, hurgamos en nuestro pasado y eso nos causa alegría o tristeza. Es una conexión —similar a un cordón umbilical, con los autores de nuestra preferencia— que no está exenta de los intereses de los políticos.
Desde luego que sentía muchas cosas bonitas por “Stand By Me”, aunque fuese un completo ignorante de la discografía de Los Beatles. Así como que el autor verdadero era Ben E. King. Para mí, resultó chocante que el comandante Daniel Ortega ocupara la música de la canción como parte de su campaña en 2011. Aquella fue una monstruosa usurpación, realizada mientras Ortega destrozó las leyes y se reeligió, a pesar que la Constitución lo prohibía.
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Al volver la vista atrás, si hay un momento que escoger como el nacimiento de la dictadura de Nicaragua no me equivoco en señalar ese. Después el caudillo sumó alianzas con los poderes fácticos que no encontraron problemas en sumarse al proyecto político de Ortega si les permitían hacer negocios.
Según el filósofo español, Carlos Javier González, la manipulación e influencia de las emociones es la técnica con que los políticos mantienen controlada a la ciudadanía. Recurren a emociones primarias como el miedo, el enfado y la esperanza para dirigir el comportamiento de la gente. Todo nuestro ambiente se resume a un ruido mediático y la política a desviar la atención de los principales problemas cotidianos para dirigirlas a enfrentamientos intrascendentes como el especialista explicó el 21 de mayo en la revista semanal “Para todos la 2”, de Televisión Española.
Este tema ha vuelto a mis reflexiones, porque acabo de leer en medios internacionales que el grupo sueco ABBA ha prohibido al expresidente estadounidense Donald Trump usar sus canciones en mítines políticos durante la campaña de 2024. Se asegura en la nota que, en un evento de su compañero de fórmula presidencial, J.D Vance, usaron en julio Dancing Queen, una bella canción que narra la experiencia de una jovencita en una discoteca.
Este grupo se une con su pronunciamiento a otros artistas como Céline Dion, Bruce Springsteen, Rihanna, Phil Collins, Pharrell, John Fogerty, Neil Young, Eddy Grant, entre otros. Todos se oponen a que el republicano use su música con fines electorales. En el caso de Céline Dion, Trump usó nada menos que la canción de Titanic “My Heart Will Go On” en una concentración en Bozeman, Montana, según un reporte de Los Ángeles Times.
¿Cuántos de nosotros recuerdan la película, protagonizada por Leonardo DiCaprio y Kate Winslet? La voz de la cantante resuena, mientras uno puede imaginar la tragedia del coloso hundiéndose y este par de amantes revoloteando en lo que parece serán sus últimas horas de vida.
En julio, Nicolás Maduro mintió en plena campaña electoral. Hizo el anuncio de que la reggaetonera Karol G le había compuesto una canción. Hasta prometió que la bailaría. Sin embargo, lo que hubo de verdad en el país suramericano fue un pueblo valiente oponiéndose a la tiranía. Millones de venezolanos le ganaron en las urnas, pero el chavismo se atrincheró tras su derrota el 28 de julio y profundizó la represión.
Otros políticos de otras naciones han sido acusados en el pasado de usar canciones ajenas. La lista es diversa. Y muestra cómo estos personajes están conscientes de la importancia de la música para intentar influir en opiniones de los ciudadanos. Entre ellos están Sarkozy en Francia, George H. W. Bush, Hillary Clinton, John McCain (q.e.p.d), entre otros.
Según una nota del diario El País, publicada en marzo, de manera general, “muchos simplemente escogen un tema porque está de moda o porque resulta pegadizo. Otros pretenden hacer creer que ese artista apoya su candidatura, en ocasiones llegando a retorcer de manera grosera el significado original de una letra en favor de sus intereses”.
Las acciones de Ortega resultan destacables entre las manipulaciones musicales. Durante su biografía política, el comandante sandinista ha recurrido a la distracción como parte de sus embustes y a confiscar canciones ajenas como la música de la revolución sandinista. Carlos Mejía Godoy, uno de los grandes cantautores de Nicaragua, se ha opuesto durante décadas a que esta tiranía use sus canciones, pero cuarenta y cinco años después es ignorado porque el oficialismo quiere proyectar una falsa segunda etapa de aquella historia frustrada.
La ilusión colectiva de la revolución se estrelló en errores y abusos de la dirigencia de aquellos años. Terminó hundiéndose después de 1990 en los vicios de corrupción que la dirigencia sandinista criticó a la familia Somoza. A sus 79 y 73 años, respectivamente, Ortega y su esposa Rosario Murillo controlan todos los poderes del Estado y quieren establecer su propia dinastía. En medio de ese camino, hay también una larga lista de “usurpaciones” musicales con la que han intentado vender su proyecto político, pero resultan igualmente chocantes. Es una demostración de que las dictaduras aborrecen la creatividad, porque son totalmente lo contrario: algo predecible.
Siempre me he preguntado cómo se les ocurrió ocupar la música de “Stand By Me” y ponerle la letra de su odiosa propaganda. En este tema, por supuesto, existe el otro aspecto de las violaciones de los derechos de autor. Serían perfectamente perseguibles en un país con Estado de derecho. Pero no. Todo esto pasó en Nicaragua. La presencia de Ortega en el poder es un recordatorio de su sistema de impunidad, tan firme como el de su deleznable socio venezolano.
Sin embargo, la propaganda oficialista dice otra cosa. Busca construir un discurso y apropiarse de las mentes de los ciudadanos —en especial de los más jóvenes—, a través de la música, o a la fuerza como demuestran sus actos represivos. Por suerte, cada día el rechazo de la gente está echando raíces, incluido entre algunos de los que alguna vez creyeron en ellos. ¡Música para nuestros oídos!
ESCRIBE
Octavio Enríquez
Freelance. Periodista nicaragüense en el exilio. Escribo sobre mi país, derechos humanos y corrupción. Me gustan las historias y las investigaciones.